Las ideologías de los padres no siempre se transmiten a los hijos. Los militantes peronistas que provenían de familias gorilas son el ejemplo más claro de esto. Hoy se está dando el fenómeno de que los herederos de generaciones que lucharon por un cambio social apuestan a las realizaciones individuales y descreen de los valores con los que convivieron en sus familias.
En una operación que chistea tangencialmente con la reflexión histórica, muchos refriegan en el rostro del macrismo las estadísticas que señalan que muchos de sus votantes son gente de edad avanzada, asociándolo con posturas conservadoras y retrógradas, tratando de vincular al gobierno actual con épocas pasadas de la Argentina -la dictadura, el menemato y hasta el régimen oligárquico-.
Pero más allá de ese componente generacional, puede verse en los intersticios de las redes, sobre todo, una gran cantidad de jóvenes que han tomado las banderas de macrismo, pero no como un modo de “vuelta al pasado” sino como “vamos hacia el futuro”, un futuro que estará regido por valores como la libertad de mercado, la meritocracia, las redes sociales como entramado donde desarrollar muchos aspectos de su vida: social, laboral, educativa, artística.
Es obvio que no hay generaciones monolíticas. Hay de todo en todos los grupos de edades, pero considero que estos años nos ofrecen un mosaico interesante para reflexionar sobre ciertos modos en que han funcionado las relaciones intergeneracionales en nuestro país.
En la historia argentina es un divertimento muy común trazar linajes que tengan una sucesión pretendidamente lógica y que expliquen cómo los cambios generacionales van acompañando las transformaciones sociales.
Si hablamos de política, encontraremos varias de esas secuencias. Los anarquistas con hijos radicales, los anarquistas con hijos comunistas y, luego, las diversas tradiciones familiares que tributaron al ideal peronista de aquellos militantes que hubiera nacido en los ’30. Padre radical/comunista/anarquista, hijo peronista. Estamos hablando de gente del pueblo, claro. El peronismo también abrevó en el nacionalismo católico nativo, pero esos eran mayoritariamente gente de otros sectores sociales y hoy no interesa hablar de ellos.
Pero aquel cuentito, que nos mostraba a cada generación como continuadora y actualizadora de las ideas de los mayores, ofrece quiebres ostensibles y excepciones notables.
Los Lugones, por ejemplo. El primer Leopoldo había protagonizado él mismo un violento formateo que lo llevó del anarquismo al nacionalismo integrista de los ’30 -con escala liberal en el medio-. Su hijo, el célebre inventor de la picana, continuó el camino -ideológico- de su padre, pero la hija de éste último terminaría en Montoneros protagonizando un cambio total respecto de la generación inmediatamente anterior (trazando una órbita que la acercaría a las posiciones de su abuelo cuando era joven).
Los años ’60 y ’70 nos ofrecen un “tipo” de secuencia generacional que tuvo cierta “masividad”, por la sencilla razón de que fueron muchos los militantes involucrados. Generalizando, los padres de “los setentistas” en muchos casos eran gente nacida en los ’20. Familias de clase media que prosperaron con el peronismo, pero que no eran, por lo general, peronistas; algunos, por el contrario, eran terribles “gorilas”, con niveles residuales de radicalismo o liberalismo en sangre; algunos doctrinarios, otros no. Pues esas familias dieron lugar, entre wincofones y televisores valvulares, entre zapatillas Flecha y botamangas Oxford, a una gran cantidad de militantes identificados con el peronismo y la izquierda. Muchos de ellos nacidos justamente en la década 45-55, influidos por lo que estaba pasando en el mundo, construyeron una identidad que de ninguna manera puede filiarse con la de sus padres en el sentido de “continuación” o actualización de aquellas ideas o sentimientos. Incluso en el caso de quienes optaron por el peronismo como identidad política, sumemos el desafío a un odio atávico a los componentes “plebeyos” con el que sus padres alimentaron su gorilismo. Por el contrario, miles de pequeños cismas familiares fueron el escenario doméstico en el cual -pero no necesariamente a partir del cual- los jóvenes decidieron salir a buscar la revolución.
Luego pasó lo que pasó. El terror, el genocidio, Malvinas, la primavera socialdemócrata -con su reclutamiento de ex setentistas que abjuraron de sus credos anteriores- y el menemismo, que ofreció a los amantes del pragmatismo una nueva vidriera para lucir el nuevo ropaje ideológico.
Pero la brutal experiencia de los setentas se convirtió en un parteaguas y una referencia para las siguientes generaciones. De los homenajes que el kirchnerismo -con el insoslayable impulso de la coyuntura 2001- realizó a los setentas, el más importante -o el que más repercusión social real tuvo- es la recreación parcial de un clima de época que promovió hijos militantes en familias que no eran militantes o que eran directamente refractarias a la participación política.
Porque es claro que no todos los jóvenes llegados a la militancia en el nuevo siglo lo hicieron recogiendo la herencia de sus padres. Es más: con las imágenes del genocidio borrándose en la memoria personal, muchos padres se contagiaron de sus hijos y decidieron acompañarlos en su accionar político.
Hoy, los setentistas que sobrevivieron son abuelos y algunos de sus hijos también lo son. Y, si bien durante el período kirchnerista y su política respecto de la memoria hubo un reconocimiento a las luchas de esa generación, ese reconocimiento público no impidió que al interior de esas familias hubiera un ajuste de cuentas respecto de las trayectorias de vida de aquellos militantes. Algunos se refugiaron directamente en la nada, no sabemos si por desprecio a aquello o porque sencillamente no “pintó” militar. Puede tomarse como un acto de desprecio o rechazo y también puede tomarse con naturalidad: nadie está obligado a militar.
Pero (y volviendo al comienzo) hay una situación original y muy interesante para analizar, que consiste en encontrar a la generación de los setenta recibiendo la embestida de una crítica “conservadora” ahora desde la generación posterior. Muchos hijos de los setentas se permiten ahora -algunos debieron esperar la muerte real de sus padres- criticar aquellas odiseas militantes en las cuales se vieron embarcados involuntariamente como hijos. Pero la crítica no siempre es solamente moral, o circunscripta al nivel del sufrimiento cotidiano (los inconvenientes del exilio, la clandestinidad, etc.), sino que en algunos casos ha llegado más allá, a un cuestionamiento a los valores ideológicos que motivaron aquellas luchas. Con el bagaje cultural acumulado en los exilios o en las trayectorias de sus padres -y en algunos casos haciendo uso de la agenda de contactos o el prestigio de sus apellidos-, construyeron sus propias trayectorias profesionales y hoy en sus cuarenta y tantos -o más-, saliendo de la adolescencia tardía a la que los condenó el rock, y entrando en zona de ese primer balance de la vida que uno hace cuando ve la declinación -o directamente la muerte- de sus padres: rizan el rizo del pasado y generan el curioso fenómeno de un ajuste de cuentas “por derecha” con respecto a la generación anterior.
Algunos de los herederos de los ’70 plantean que aquellas transformaciones -no sólo los métodos- por las que la generación anterior pugnaba eran un camino errado y que no era necesario transformar ninguna sociedad, sino solamente progresar en la que nos toque, dejarla como está y encontrar el mejor derrotero personal posible en este contexto. Así, somos testigos de la particularidad de ver a los nietos alineados con sus abuelos, enarbolando las mismas críticas en una onda “gen recesivo” ideológico.
Habría que poner un ojo en los hijos de Lipovetzkys (aunque este tiene dos generaciones de comunistas arriba), Rozitchners y Gadanos, para ver si se arma un hilo evolutivo que continúe esa misma dirección y tengamos que convivir con algunos “nietos de los ’70” que sean aún más reaccionarios que sus padres. Asoma el “libertarianismo” con su perfil de ribetes sesgadamente anti estado y anti comunidad, presentándose como derivado “superestructural” de las nuevas tecnologías y nos permite pensar que hay una continuación posible, subiendo aún más la apuesta, de sus mayores. Por trayectorias familiares, es posible que los referentes de esa nueva generación sean herederos de algunas renombradas luminarias del pensamiento progresista. ¿Será?.
Puede romperse la estructura de antagonismos con que se simplifica y se piensa el tema de los traspasos generacionales para ofrecernos una generación de millennials de derecha que continúen y, más aún, ¡exacerben! los aspectos más reaccionarios de sus mayores.
Los setentas argentinos fueron importantes para nuestra historia reciente. Habrá que ver si, más allá de los balances políticos o historiográficos, se generan balances que, aunque tengan ribetes más personales, logren repercutir en los debates ideológicos de hoy. Suena interesante el desafío de pensar acerca de ese cruce apasionante de las trayectorias de vida -como encarnaciones de perfiles ideológicos individuales- y su articulación con las condiciones sociales y de su época y de las posteriores.
Fuente: La Vanguardia Digital
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