Durante años se enseñó en las aulas argentinas que los dictadores eran patriotas y los que luchaban contra ellos miserables subversivos. Se ocultaron hechos graves como los bombardeos a Plaza de Mayo. Nadie se quejaba. Hoy se pide por Maldonado en escuelas y colegios y muchos medios resucitan la palabra adoctrinamiento y van instalando, junto al gobierno, un clima de amenazas.
Mi amigo Claudio era camarógrafo y tenía un Renault 21 gris, modelo Nevada. Los compañeros del noticiero habíamos bautizado al auto “La Gran Argentina” en dudoso homenaje a la lancha con la que solía competir un afamado motonauta. Era buen tipo Claudio. Muy inquieto y algo calentón, delegado de la UTPBA, el viejo sindicato de prensa. Hace muchos años, creo que 18, iba con él a cubrir una nota. Debía ser lejos porque tuvimos una larguísima charla que, a tono con nuestras personalidades, empezó bajito y terminó a los gritos. Todavía repetía yo los latiguillos que había escuchado de boca de mi viejo, querido viejo, rosarino, hincha de Central y con un nivel de gorilaje grado “el Almirante Rojas era un poco tibio”.
Cansado de mis argumentos, novedosos e irreverentes para mí, sepias para su experiencia de vida, Claudio (que leyó a Roberto Arlt) me lanzó sus palabras como puños:
-Pibe, ¿viste cuando cobrás el aguinaldo y cuando te pagan las vacaciones? Bueno, vos sos un laburante. Es tu deber reconocer de dónde viene eso.
-No inventó nada, eran ideas socialistas, contesté. Me sabía el decálogo de punta a punta.
-¡Socialistas las pelotas! El Viejo las hizo cumplir, ¡carajo! ¡Si no esos hijos de puta no hubieran bombardeado la Plaza de Mayo!
Pausa. Lo que siguió después importa poco: empecé a leer a Galasso, a Scalabrini Ortiz, algo de Hernández Arregui y Abelardo Ramos, busqué pistas en la biografía de Homero Manzi, una cosa llevó a la otra y acá estoy, queriendo –como siempre quise- que los pobres morfen y sabiendo que –puedo equivocarme- los sueños de justicia social cabalgan como quijotes jugando al gallito ciego en jardines con senderos que se bifurcan. Pero en esos senderos, arriesgo, se dibujan dos dedos en “v”. No es eso lo que quiero contar.
Quiero contar que pasé 25, 30 años de mi vida sin haberme enterado de que la Plaza de Mayo sufrió una vez un bombardeo. Concretamente, entré al jardín de infantes (con la señorita Clotilde) en 1975 y terminé la secundaria en 1988: 13 años en las aulas y nadie me dijo nada sobre los aviones pintados con la leyenda “Cristo Vence” escupiendo pólvora y metralla sobre la población civil. Tampoco me hablaron, cito rápido y parcial, de Artigas, de Simón Bolívar, de los pibes masacrados en la Guerra del Paraguay, de las huelgas obreras, del robo del cadáver de Evita, de la proscripción del Tirano Prófugo ni, muchísimo menos, de la Dictadura genocida.
En el aula me hicieron leer los libros de Historia de (Alfredo) Drago. En su edición de 1981, página 408, aprendí que (en marzo de 1976) “Las Fuerzas Nacionales aceptaron nuevamente el reto y afrontaron la guerra que el marxismo le había declarado al país. … Se hicieron cargo del gobierno decididos a dar a la lucha antisubversiva prioridad absoluta: durante largos meses, el enfrentamiento cubrió todo nuestro territorio, hasta alcanzar la más completa victoria. De este modo, y gracias a sus Fuerzas Armadas, el pueblo argentino se vio libre de la amenaza que una minoría pretendía imponerle mediante la violencia: el sistema marxista, totalmente extraño a nuestra idiosincrasia y valores”.
Así crecimos. Bajo órdenes como las que dictó el Ministerio de Educación en 1977, la número 538, firmada por el titular de la cartera, Juan José Catalán, que anunciaban que se repartiría en las escuelas el folleto “Subversión en el ámbito educativo (Conozcamos a nuestro enemigo)”. Ese material alertaba que “el accionar subversivo se desarrolla a través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las mentes de los pequeños alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes, aptas para la acción que se desarrollará en niveles superiores”.
Ahora resurge el fantasma del adoctrinamiento, como resurgen los términos de “guerrilla” y “extremistas”. El gato tiene bigotes pero –hay que decirlo- no es la pantera rosa. Sin embargo, no son épocas para bajar la guardia y hay que contar. Un docente en Lomas de Zamora escribiendo en el pizarrón “¿Dónde está Santiago Maldonado?” no adoctrina. Pone sobre el pupitre lo que el sistema de poder niega. Hace que el pibe siquiera se entere. Y ese pibe ya es mejor que yo, porque sabe lo que yo no sabía entonces. A eso le temen: a que se sepa.