Estábamos ganando. Y no fue solo la cobertura de los medios –cómplice, triunfalista, demagoga, hasta grotesca- el problema. Porque hasta hoy no hay siquiera acuerdo en el modo mediante el cual nombrar a los colimbas combatientes. Ni acuerdo acerca de qué es la Patria. Ni justicia por los actos de corrupción o por los vejados y torturados en un frío aterrador, ni memoria por los centenares de suicidados. (Foto de portada: Román Von Eckstein)
Cuatrocientos corresponsales extranjeros alojados en el hotel Sheraton de Retiro, todos mandando a través de las mismas ventanas la vista de la Torre de los Ingleses –caramba con la ironía- como fondo de sus transmisiones televisivas sobre la guerra de Malvinas. Apenas un puñado de periodistas argentinos en las islas, dos puñados, alguno allí de puta casualidad. En Buenos Aires 400 corresponsales y ninguna flor, todos desesperados por obtener una miserable imagen de la guerra. A falta de guerra, imágenes lejanas o anodinas.
¿Qué queda de la guerra de Malvinas en nosotros a 40 años? ¿Qué sentimientos, emociones? ¿Qué lecciones presuntas? ¿Qué imágenes? ¿Qué queda a partir del magro registro visual que guardemos en nuestra realidad psíquica? ¿Y cuánto de eso deviene de las otras imágenes de la guerra, de la cobertura que hicieron los medios nacionales, los británicos, los de todo el mundo?
El 2 de abril de 1982, el entonces secretario de Información Pública de la dictadura, Rodolfo Baltiérrez, llamó desde la Casa Rosada a los directores de los grandes diarios. Les dijo que toda información relacionada con la guerra se centralizaría en el Estado Mayor Conjunto, en Buenos Aires. Subrayó que solo Télam y ATC estarían autorizados a instalarse en las islas. Acto en alguna medida innecesario. Porque los medios privados ya venían largamente entrenados en callar las atrocidades de la dictadura y aplaudirlas, aunque es cierto que poco antes de Malvinas ya se habían abierto grietas importantes. Pero aquel llamado del 2 de abril del secretario Baltiérrez fue como recordar con un bostezo el comunicado número 19 de la Junta Militar: “Será reprimido con reclusión de hasta 10 años el que por cualquier medio difundiera, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las FF.AA. de seguridad o policiales”. Digámoslo otra vez: la prensa argentina tenía unas ganas locas de censurarse y aplaudir a las Juntas.
Conocedores obvios del clima opresivo en que venían trabajando, acaso sabedores también de que la censura es inherente a la guerra -más en una agencia estatal funcionando en dictadura-, los enviados de Télam y ATC volaron desde Buenos Aires con una primera instrucción clara de que una vez en las islas podrían hacer poca cosa Las primeras órdenes de los jefes de la agencia –trasladando las otras órdenes castrenses- eran claritas: no había que reflejar guerra ni sangre sino paz y normalidad. La decisión tenía relación con lo que reclamaba la dictadura para sí misma en el terreno diplomático: volvimos a Malvinas, pero no queremos guerra; pobres de nosotros que nos obligaron a esto. “We are civilized people”, diría desde Malvinas en un inglés horrible el general Mario Benjamín Menéndez, gobernador efímero de las islas y antes coronel durante el Operativo Independencia en Tucumán y capo del centro ilegal de detención de la “escuelita de Famaillá”. En tiempos de Isabel Perón.
Curioso: unos de los enviados a Puerto Argentino fue El Polaco Roman Von Eckstein, fotógrafo, que pocas horas antes había sido víctima de la represión en la célebre marcha gaseada de la CGT. La foto en que se lo ve como peleando con un policía –o al menos defendiendo su cámara y su rollo- pasó a ser una de esas emblemáticas de los tiempos de la dictadura. Menos curioso: muy buena parte del material fotográfico de Télam proveniente de Malvinas, a partir del día uno, fue revelado en el Estado Mayor Conjunto. Suficiente pista para saber cómo se manejó la información sobre la guerra.
En Buenos Aires comenzaba la invención de la parte de guerra virtual. La célebre consigna: Estamos ganando.
No socavarás, no producirás pánico
Apenas iniciado el conflicto la dictadura hizo llegar un documento a los medios con un título machazo: “Pautas a tener en cuenta para el cumplimiento del acta de la Junta Militar disponiendo el control de la información por razones de seguridad”.
“Evitar difundir información que:
- Produzca el pánico.
- Atente contra la unidad nacional.
- Reste credibilidad y/o contradiga la información oficial.
- Socave la convicción respecto de los derechos argentinos.
- Pueda generar disturbios sociales, alterando con ello el orden interno”.
En torno de lo que sucediera en las islas se establecieron sucesivos anillos concéntricos y complementarios de censura. Los últimos ajustes de tuerca se practicaban en Buenos Aires, siempre en el Estado Mayor Conjunto y luego en las cúpulas de hierro de las redacciones. Se sabe que la guerra de Malvinas tuvo mucho de improvisación política y bélica casi ridícula pero no lo fue tanto la planificación de los canales informativos y la censura, aunque el Informe Rattenbach –recibido en su momento como la voz límpida y “profesional” de los milicos- se queja de lo contrario y habla de efectos nocivos como los del “triunfalismo”.
Pero cómo no podían ser triunfalistas los medios estatales –en manos militares- y los privados –en manos sicarias- si ya antes de rozar las islas el almirante Carlos Alberto Büsser, comandante de las fuerzas de desembarco, se mandaba una arenga patriótica de aquellas, llegado “el momento supremo de enfrentar al enemigo”. ¿Y quién era Büsser? El mismo que en el golpe de septiembre de 1955, como teniente, anduvo a los tiros en la Base Naval de Río Santiago, a las órdenes del almirante Isaac Rojas. Y el que muchos años después fue hombre de absoluta confianza y secretario personal del almirante Emilio Massera. Carlos Büsser murió mientras era enjuiciado por crímenes de lesa humanidad.
Así que Büsser arengaba y lo mismo los medios, de este modo:
Crónica, 2 de abril:
“ARGENTINAZO: ¡LAS MALVINAS RECUPERADAS!”
La Razón 6ª.:
“HOY ES UN DÍA GLORIOSO PARA LA PATRIA. EN LAS MALVINAS HAY GOBIERNO ARGENTINO”.
Clarín 3 de abril:
“EUFORIA POPULAR POR LA RECUPERACION DE LAS MALVINAS” (foto central de las espaldas de Galtieri en el balcón).
La Nación, 3 de abril: “Alborozo ciudadano por la reconquista de Malvinas”.
Este fue el editorial de La Nación del 3 de abril: “El pabellón argentino ondea desde ayer en las Malvinas. Este hecho de significación histórica asume una trascendencia espiritual en la vida de todos nosotros. El regocijo nacional es tan grande como explicable”.
Ya en las islas, a los corresponsales de Télam y ATC, Nicolás Kasanzew entre ellos, se les reiteraron las instrucciones. No publicarían ninguna información que hablara de bajas. El que se ocuparía de ellos a modo de enlace, nombrado por Menéndez, fue un coronel apellidado Rodríguez Mayo. Siempre con la misma orden: guerra sin guerra; ni armas, ni disparos y mucho menos bajas. Algunos de los partes escritos por los corresponsales de Télam o ATC eran lo suficientemente fachos como para no necesitar vigilancias ni censuras. Como uno emitido ya avanzada la guerra y que aún se guarda en los archivos de la agencia Télam. Aquel cable, luego de asegurar que los británicos lejos de hacer un “paseo militar” atravesaban un “verdadero calvario”, terminaba diciendo: “el recuento de tumbas final permitirá establecer cuántos ingleses se quedaron para siempre aquí”.
Otros cables sí pudieron ser censurados o se perdieron en el camino. Los fotógrafos buscaban los modos de mandar película a escondidas a través, por ejemplo, de miembros de la Fuerza Aérea, más flexibles y menos brutos que los del Ejército. Pero con el tiempo descubrieron que pasarían cosas raras con su propio material.
Patria y afano
No se podían hacer fotos mínimamente representativas de la guerra en Malvinas, o lo poco que pudiera hacerse no se publicaba, o directamente el material no llegaba a destino o iba a las manos equivocadas. Con el tiempo los fotógrafos de la agencia se enterarían de lo que estaba sucediendo y denunciaron lo que descubrieron: el robo sistemático del material y la venta ilegal a medios internacionales y nacionales. Estamos hablando de medios del calibre de la revista Stern, The New York Times, Newsweek, Life, Time, Cambio 16, Paris Match. Todos ellos publicaron material obtenido por los enviados argentinos sin el correspondiente crédito. Otras imágenes que aparecían en los medios no habían sido fotografiadas en Malvinas, sino que eran un rebusque, falsas. Habían sido tomadas a conscriptos destacados en Comodoro Rivadavia, Rawson u otras ciudades de las costas patagónicas. Los materiales subían a los aviones, eran robados por militares argentinos y luego vendidos a los medios extranjeros, entre otros a los instalados en el Sheraton. Promedio de esas avivadas patrióticas: hasta mil dólares por carrete, transacciones truchas que iban de los 35 a los 40 mil dólares. Argentinazo en Malvinas. Robaban fotos, nuestros héroes uniformados, como se robaban bebés o los televisores de las casas allanadas o los bienes de los secuestrados y desaparecidos.
Mientras tanto, crecía el carnaval de las coberturas de nuestro periodismo. Si es por lo que hicieron los medios argentos no fueron necesarios los 147 comunicados oficiales que acumuló la dictadura a lo largo del conflicto. En la cobertura no se trató solo de censura, autocensura, patrioterismo y triunfalismo. Hubo también afán de lucro, lucro obtenido por el repunte de ventas en los medios gráficos mediante titulares y publicidades vergonzosas. A destacar el caso de la editorial Perfil y la revista Tal Cual con su sucesión de Margaret(s) Thatcher(s) presentadas como Drácula, Hitler con casco, la Mujer Maravilla y Satanás. Bien ahí los Fontevecchia, padre e hijo. De modo que el Estamos ganando en versión Gente es casi poca cosa.
Todo esto mientras nuestros corresponsales más o menos lidiaban con aquel enlace militar designado por Menéndez. A lo largo de sucesivas entrevistas hechas a partir del año 2000 y pico, Carlos García Malod, periodista peruca ya fallecido, terminó diciendo que su papel y el de los colegas en las islas fue más bien liviano, casi turístico, “Cumplíamos un rol escenográfico”. Un poco más relevante acaso –no para bien- era lo que hacía Nicolás Kasanzew. Un día, por ejemplo, ante un oficial artillero que no podía entender cómo habían derribado a un avión enemigo:
-¿Qué siente, subteniente?
-Y, siento que vamos a bajar muchos más.
-Ojalá se cumpla.
El subteniente –la entrevista quedó inserta en más de un documental o en archivos a los que pocos recurren- hizo recaer el mérito del derribo en la Virgen.
Por si fuera poco, el 8 de mayo, por orden de Mario Benjamín Menéndez, salió en las islas el primer ejemplar impreso de La Gaceta Argentina. Era un pobre diarito mimeografiado dirigido por el capellán Fray Salvador Santore. Ese primer número decía: “La misión informativa limpia, muestra horizontes y mantiene en nosotros el alerta viril de la lucha justa y noble que hemos emprendido y que no debe cesar”.
El día que Mirtha dio su entera sangre
Comenzaron a llegar las malas noticias.
La Nación, 4 de mayo de 1982: “Fuera de la zona del bloqueo fue hundido el crucero Gral. Belgrano”.
Pero al día siguiente…
Crónica, 5 de mayo de 1982: “¡FUE MORTÍFERO EL CONTRAATAQUE DE ARGENTINA!”.
La Nación, 22 de mayo de 1982: “Fuertes pérdidas del enemigo en los combates librados ayer”.
Entre ambas fechas y titulares hubo la famosa jornada de la colecta/maratón solidaria de ATC, conducida por Pinky y Cacho Fontana. En posible, eventual o relativa defensa de Pinky, habrá que citar una frase suya de esos días -“Queremos la paz, pero la queremos con justicia”- que aparentemente no le cayó bien a los milicos. Más de medio mundo pasó por la maratón, mucho más que la farándula, también bastante progre anterior o futuro fue al programa. Pero entre los puntos más destacados y archivados salta con pundonor y algarabía lo que dijo Mirtha Legrand:
“Realmente señores, compatriotas, esto que estamos viviendo quedará en los anales de la historia. Yo quisiera saber si en Inglaterra se hubiera hecho una convocatoria como esta, si todos los ingleses hubieran acudido como han acudido los argentinos. Dudo que hubiera sido así (se escuchan bravos del público). Yo les garantizo, queridos compatriotas, daré hasta la última gota de mi sangre. Porque antes que nada no soy actriz ni nada. Yo soy ar-gen-tina y me siento más orgullosa que nunca”.
Luego Mirta se quitó con elegante soltura una estola de piel de los hombros que, según dijo, tenía para ella “un gran valor afectivo”.
La declaración puede verse más o menos hacia el minuto 22 de este link, correspondiente a un documental emitido por ATC en 2010, Huellas de un siglo. Malvinas, la historia que nos contaron.
Huellas de un siglo
Remember: en la colecta se juntaron como papas en el depósito un cheque millonario firmado por el Diego, un Mercedes Benz, toneladas de morfi, 140 kilos de joyas, más tapados de piel, obras de arte. Remember: nunca se supo a dónde fue a parar todo. A las islas seguro que no.
Unidos en la derrota, ¿unidos en el recuerdo?
Se vino la derrota que Crónica bautizó “¡¡¡TREGUA!!!” y otros “cese del fuego”, disturbios en Plaza de Mayo esa misma noche o la siguiente, los soldaditos célebremente retornados en camiones de noche. Galtieri voló por una ventana a los pocos días.
Gente comenzó un proceso homeopático de autocrítica preguntando en una publicidad salida en los diarios por lo más pelotudo que se podía preguntar: “¿Cómo pudo suceder que una carta con un chocolate adentro, enviada por un chico de 7 años a nuestros queridos soldados en plena guerra, fuera vendido días atrás en un quiosco de Comodoro Rivadavia?”.
Otros la siguieron militando a favor de la dictadura. Mariano Grondona, por ejemplo, firmando su panorama político con el seudónimo Guicciardini en El Cronista Comercial: “Todos los analistas de la guerra, desde Clausewitz hasta Churchill, coinciden en señalar el momento de la derrota como la máxima prueba para un gobierno, un ejército y un pueblo. Todos aconsejan, también, cerrar filas tras el contraste (…) Los argentinos, que nos habíamos portado tan bien durante la guerra de las Malvinas, que habíamos mostrado tantas señales de unidad, valor y eficiencia, no hemos sin embargo sabido hacerlo después de la derrota”. Eso fue el 23 de junio de 1982.
Años después, acerca de su propio comportamiento y el de otros de sus colegas durante el conflicto, dijo Grondona en una entrevista lo que sentía por esos días: “Esos rubios ingleses que yo tanto he admirado y admiro son los que están matando a mis negritos”.
De modo que, volviendo al inicio, 400 corresponsales extranjeros apiñados en el hotel Sheraton y ninguna flor.
¿Y entonces? ¿Qué de emocional o de racional queda en nosotros de la guerra? ¿Cuántos acuerdos y desacuerdos permanecen sobre aquella guerra?
Si es por la invención de una guerra, si hay que guiarse por las imágenes, fotografías o filmaciones desde tierra y aire, la guerra en Malvinas se aparece a 40 años de distancia como una pobre guerrita desolada, librada de manera precaria en una situación de frío aterrador. Una guerra de soldados (¿soldaditos?) argentinos solitarios mal abrigados en las calles ventosas de Puerto Argentino. Congelándose en los pozos de zorro. Inundados. Barriendo las calles ya barridas por el viento de Puerto Argentino. Alimentándose mal o nada.
Soldados solos. Algún oficial de artillería gritando “¡Fuego!” sin ningún eco bajo los cielos siempre grises. Un grito que casi da lástima.
Disparos aislados, ráfagas aisladas, explosiones lejanas, lejanía de elevaciones y mar Atlántico Sur. Una guerra sin frente de batalla, sin el imaginario vertiginoso de las películas de guerra, sin música de acción ni fanfarrias.
Guerra tal como la propusieron los milicos: sin sangre, sin dolor, sin muertos, sin cadáveres.
Estamos ganando.
Guerra que, del lado argentino, tuvo sus 650 bajas oficiales.
Guerra invisible, vaciada, vaciada de sentidos. Quizá de ese vacío de sentido provengan las dificultades y desacuerdos para el simple acto de mencionar o referir a quienes fueron a Malvinas a los 18 o 20 años de edad. Desde “los chicos de la guerra”, así bautizados por las primeras publicaciones y películas sobre Malvinas, a la contraposición fervorosa de las palabras “héroes” o “patriotas”. Mil monumentos para ellos en cada pueblo y ciudad argentina. O la transformación del término “veteranos” casi en “marginales”.
Quizá de ese vacío y del extenso patrioterismo de los dictadores (y sus cómplices, que hoy en versión nuevas derechas lucen tan modernos), es que desde la recuperación de la democracia cuesta tanto hacer propio el concepto de Patria, para pérdida de los nacional/populares y ganancia de las derechas.
Y a todo esto al día de hoy no existen cifras precisas del número de conscriptos que a lo largo de muchos años se quitaron la vida. En 2019 el Ejército argentino informó oficialmente de 38 suicidios y la Armada de 14. Otras estimaciones provenientes de los propios veteranos hablan de 500 a 600.
De esto último, los medios de comunicación siguen hablando muy poco. Tampoco de las 180 personas que se declararon víctimas o testigos de las torturas practicadas por oficiales contra sus subordinados en las islas. Son 130 militares argentinos imputados. Hay tres procesados y 20 con llamado a indagatoria. Es uno de tantos de esos expedientes bonitos sobre los que debe decidir la honorable Corte Suprema de Justicia de Nación. Unas de las tantas cosas no saldadas sobre Malvinas, nada menos que 40 años después.
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