¿Qué se entiende cuando se dice que la política es el arte de lo posible? ¿No estaremos viviendo en un sistema engañoso donde nos quieren convencer de que sólo se puede hacer política dentro de los límites que el poder define como “lo posible”?
Que la cancha esté marcada así, con límites infranqueables, es la gran victoria de la dictadura, la que pareció huir derrotada dejando un reguero de sangre, de muertes y de ausencias.
La recuperación de la democracia, como se la llamó, no fue eso sino una reformulación con la cancha marcada, la que puso los límites a lo posible.
La Argentina ha sido un ejemplo en el juzgamiento de los militares y esbirros de todo pelaje responsables de crímenes de leda humanidad. Eso es indiscutible, como también es indiscutible que, si la dictadura fue cívico-militar-empresarial-eclesiástica, como lo fue, hay mucho más en el debe que en el haber de la Justicia.
Se tocó – y hasta ahí – a los ejecutores materiales, pero no solo no se tocó al poder del cual fueron herramientas sino que ese poder, con la “recuperación” de la democracia, se fortaleció poniendo sus límites no ya por la amenaza cierta de las armas y de la muerte sino naturalizándolos como una impronta sobre el cuerpo social.
Los límites que impone el poder se han transformado en los límites naturalizados de la democracia burguesa.
Esa ficción de tres poderes independientes que – salvo boludeces discursivas – responden y obedecen a un solo poder.
El poder que dice que dentro de ella todo; fuera de ella nada. Fuera de ella, ni siquiera soñar “lo imposible”.
Cuando se habla de la victoria cultural de la dictadura se está hablando de esto: que la democracia que surgió de ella – sin rebelarse contra ella – es la de sus límites, ya no marcados a sangre y fuego sobre los cuerpos sino en el imaginario político y social, con una eficacia infinitamente mayor.
No hacen falta armas para reprimir a quien no se rebela; no hacen falta armas cuando esa restauración democrática fue instrumentada por una clase política domesticada que, indispensablemente, vive de su condición.
La política democrática que emergió de la dictadura dejó de pensar la política como transformación para transformarse en un medio de vida, el de hacer política y vivir de ella.
La política es el arte de lo posible, y eso sigue siendo cierto, como siempre lo fue. Lo que ha cambiado – lo que dejó la dictadura – es que lo “posible” ya está impuesto y es imposible atravesar sus límites.
Es lo que escuchamos todos los días, de todos y cada uno de nuestros políticos que viven de la política.
No son políticos en el verdadero sentido – transformador – del término sino siervos de un sistema que los alimenta y les da un medio cómodo de vida.
Esa fue la gran victoria de la dictadura que hoy tiene más vigencia que nunca: nos dejan jugar todos los partidos, ganar o perder un cachito, festejar uno que otro gol, quejarnos cuando nos golean, pero sin nunca – por obra y gracia de una clase política heredera de la dictadura que vive de eso – salirnos de la cancha.
Es casi un terraplanismo político: si te salís, te caés.
La dictadura dejó la cancha marcada con los límites impuestos por el poder económico, la clase política se limita a jugar con ese reglamento y a los demás nos dicen que no podemos tener sueños.
Estas líneas no tienen aplicación práctica, tampoco son una convocatoria.
Intentan ser, sí, un desafío para recuperar la condición humana, ésa que exige libertad.
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