Darío Sztajnszrajber usa bermudas, coleta y una remera con la sigla del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. La mitad de su familia, dice, murió en los campos del nazismo. Pero, a la vez, el “filósofo rockero” está fascinado con Heidegger. Su obra filosófica es una cosa, asegura, y su adhesión a Hitler, otra. Para él, su nazismo es un desliz, una trivialidad de la vida cotidiana.

El rocker ontológico hace una pausa, se planta en el medio del escenario y comienza a entonar una que sabemos todos. Una de Wagner. La primera estrofa narra cómo Martin, un ario y más bien achaparrado académico alemán, se afilió al nazismo, aceptó ser rector de su universidad, y hasta escribió un discursito que puede considerarse favorable a Hitler, con quién se lo ve en una foto que anda dando vueltas por ahí. La segunda estrofa nos presenta a Heidegger, el Filósofo, que nada tiene que ver con Martin, salvo por el grosero accidente de ser la misma persona. Por cierto que Martin tenía su corazoncito de derechas, llevaba la esvástica prendida en la solapa y escribía discursos que terminaban con Heil Hitler!, pero no por ello estamos autorizados a decir que exista una “filosofía nazi” de Heidegger. Sólo un boludo diría eso. Porque Martin hizo muchas otras cosas además de adherir al nazismo, y no podemos atribuírselas todas a Heidegger, el Filósofo. Por ejemplo, Martin, además de decir “Heil Hitler!”, seguramente dijo alguna vez “alcanzame ese salero”. Y no por eso estamos autorizados a decir que exista una “filosofía de la sal” de Heidegger. Sólo un boludo diría eso. El rocker hace otra pausa y nos da entender que él también es presa del hastío. Cuando la letra tiene que coincidir con la música de la realidad, cantar es otra cosa. Pero ya está. Por suerte ahora podemos seguir con el estribillo. Dura dos horas largas y es una invitación a disfrutar del Festival del Ser. Total el nazismo apenas fue una suave brisa que solía mecer las hojas de los árboles en ciertas tardecitas de Friburgo.

Todos sabemos qué clase de reacciones provocaría la difusión de un video donde un profesor de filosofía enseñara a sus alumnos que ser nazi es lo mismo que echarle un poco más de vinagre a la lechuga, o que pertenecer al círculo de los que apoyaron al dictador Videla es lo mismo jugar al veo-veo con tus sobrinos.

La mayoría de nosotros esperaríamos que un individuo civilizado se indignara, montara en cólera, dijera un par de cosas y se retirara del lugar, antes que soportar el espectáculo de un intelectual trivializando al nazismo con argumentos como éste del salero, que viene avalado por la más rancia escolástica parisina, pero que parece extraído de las declaraciones de Pity Álvarez. Sin embargo, si el profesor se llama Sztajnszrajber, lo esperable no sucede. Las reacciones son quedarse lo más Pancho, manifestar una filosófica aquiescencia o emitir algunas carcajaditas al tono.

No estoy afirmando que Sztajnszrajber y su público son nazis, pero esa es precisamente la cuestión, porque a la mayoría de los alemanes que aceptaron lo más panchos el nazismo tampoco se los puede acusar directamente de ser nazis. Más bien les hicieron creer que ser nazi era algo que no tenía demasiada relevancia, como pedir un salero.

Antes de continuar, es necesario hacer una consideración general acerca de cómo plantea Sztajnszrajber la cuestión del nazismo de Heidegger.

Aunque se proclama un pensador ultracrítico, representante de una filosofía que se propone como tarea demoler todo a martillazos, Sztajnszrajber aquí no demuele nada, sino que acepta la versión más rabiosamente conservadora del problema. Según ésta, lo que se conoce como el “caso Heidegger” debe plantearse así:

1) Heidegger fue un gran filósofo, incluso el más importante del siglo XX,

2) Heidegger adhirió en un momento de su vida al nazismo, y acaso sea menester explicar este hecho de alguna manera.

De más está decir que, planteando el asunto en estos términos, la “gran filosofía” de Heidegger queda siempre a salvo, y su nazismo no pasa de ser un episodio más o menos impactante.  El filósofo Hassan Givsan denomina con justicia “hermenéutica de la inocencia” a este modo de proceder, y en su libro Una historia que consterna, por qué los filósofos se dejan corromper por el caso Heidegger, desmonta puntualmente las acrobacias teóricas con las que los gurúes de la Escolástica Heideggeriana, desde Gadamer hasta Derrida, pretenden desde siempre justificar a su maestro. El caso Heidegger debe ser abordado teniendo en cuenta todas las perspectivas, sin dejar de lado justo la más obvia, que es que Heidegger adhirió al partido nacional socialista porque era el que representaba sus íntimas convicciones. Lejos de esto, Sztajnszrajber afirma que Heidegger estaba más allá de la política puesto que se dedicó a pensar sobre el ser y los griegos, como si fuera el único filósofo en tratar justamente esos temas, y como si el hecho de tratarlos inmunizara a cualquiera de convertirse en nazi. En el colmo del absurdo, llega a referirse al nazismo de Heidegger diciendo que “biográficamente le pasó eso”, como si la culpa del hecho la tuvieran los biógrafos, y como si el hecho en sí pudiera ser rebajado a la categoría de “cosas que pasan”.

Escuchando los minutos que dedica al tema, en el video que acompaña este escrito, queda claro que para Sztajnszrajber el nazismo de Heidegger no es un problema real. No puede serlo, porque pese a proclamarse un filósofo relativista que niega la verdad, en los hechos Sztajnszrajber es un heideggeriano acrítico, para quien la doctrina de su maestro tiene el valor de un pensamiento puro, inalcanzado por cualquier avatar empírico, precisamente como una verdad absoluta. Estimo que si se digna a tratar en público el problema de la relación entre Heidegger y el nazismo, es porque es consciente de que su auditorio de clase media, aunque ansioso de emociones filosóficas que no conlleven ningún esfuerzo, es también lo suficientemente instruido como para haber oído hablar del asunto.

Obligado por esta circunstancia, Sztajnszrajber abandona por unos minutos su pose de pitoniso de arrabal para referirse a aquello que, por puro dogmatismo, considera irrelevante: la realidad.

Le va tan mal que provoca conmiseración. Afirma que Heidegger asumió como rector en 1934, cuando eso sucedió en abril de 1933. Dice también, y en dos oportunidades, que la foto de Heidegger dónde se lo ve en un acto nazi presidido por Hitler, corresponde a la ocasión en que aquél asumió como rector y pronunció su famoso discurso. En realidad, la foto fue tomada en Leipzig en noviembre de 1933, en una gira nacional prevista para que la “ciencia alemana” apoyara las políticas de Hitler, más que nada su decisión de retirarse de la Sociedad de Naciones. Claro que cualquiera tiene derecho a equivocarse y que no menciono estos errores para plantear algo así como una competencia de erudición. Pero para el caso que nos ocupa, esta demostración de ignorancia de Sztajnszrajber es esencialmente relevante por varios motivos.

Uno, el nazismo de Heidegger es una cuestión propiamente histórica, y el que Sztajnszrajber desconozca hechos básicos de esa historia es un potente indicio de que no tiene ni idea de lo que está hablando.

Dos, se trata de un académico en filosofía que además asume el papel de divulgador y referente de dicha disciplina ante un público masivo, por lo que cabría esperar que no incurriera en errores tan groseros.

Tres, el mismo Sztajnszrajber afirma que Heidegger es su filósofo de cabecera, y la gente que tiene filósofos de cabecera suele, aunque sea por defecto, conocer la biografía de los mismos.

Cuatro, se trata de datos elementales a los que cualquiera puede acceder consultando la web.

Por otra parte, hay que notar que la equivocación relativa a la foto es de un tipo muy distinto a la del rectorado. Mientras que uno puede saber que Heidegger asumió el rectorado en 1933, pero confundirse y decir que fue en 1934, no existe manera de que el error relativo a la foto sea producto de una confusión de este tipo. Hasta donde sé, la presencia de Heidegger junto a Hitler en el acto de Leipzig en noviembre de 1933, fue siempre un hecho bien establecido. El que Sztajnszrajber, por dos veces, atribuya esa foto a una supuesta presencia de Hitler en el acto de asunción del rectorado de Heidegger, no puede ser producto de una confusión a partir de algo que se sabe, sino de una invención del propio Sztajnszrajber sobre hechos que desconoce absolutamente y que jamás se preocupó por conocer. Esto tampoco constituiría una objeción sino fuera porque Sztajnszrajber da una respuesta categóricamente negativa a la cuestión de si Heidegger fue un filósofo nazi o no, pese a que ni conoce los hechos básicos relativos al asunto. Y (me animo a decir) esto no se reduce a un acto aislado de irresponsabilidad intelectual, sino que es el producto sistemático de su filosofía posmoderna, que no es más que la presunción de poseer un Saber superior que permite resolver todas las cuestiones mediante una pura especulación que pocas veces supera el mero palabrerío, con un soberano desprecio por los hechos, la razón y la ética.

Martin Heidegger.

Para la cuestión del rectorado de Heidegger, Sztajnszrajber simplemente compra la versión amañada por el propio interesado. Según Heidegger, él asumió el cargo superando algunas vacilaciones personales y habiendo sido elegido por el pleno de los profesores luego de que su predecesor, Von Mollendorf, debiera renunciar por orden del ministerio, apenas unos días después de haber asumido. Pero si abandonamos la cómoda postura de iluminado que la va de escéptico, propia de Sztajnszrajber, y asumimos la del escéptico de verdad, veremos que este relato de Heidegger es completamente insostenible.

De acuerdo a la reconstrucción realizada por el historiador Hugo Ott, el nombramiento de Von Mollendorf fue producto de un consenso al que se llegó en diciembre de 1932, para que éste asumiera el 15 de abril de 1933. Entretanto, a fines de enero de 1933, Hitler llegó al poder. Como Von Mollendorf era un demócrata republicano que no iba a aceptar poner en práctica los principios autoritarios y raciales que el nazismo proyectaba para las universidades, entonces los profesores y estudiantes adictos al régimen, con la colaboración de las autoridades políticas, llevaron a cabo una típica rosca universitaria con el objeto de que, en lugar de von Mollendorf, el cargo de rector fuera ocupado por alguien comprometido con el proyecto nacional socialista: el filósofo Martin Heidegger. El funcionario del Ministerio del Interior encargado de las universidades viajó a Friburgo, se reunió con las partes interesadas, y fue puesto en situación por los profesores nazis del lugar, quienes defendieron el nombramiento filósofo del ser argumentando, entre otras cosas, que Heidegger “merece toda nuestra confianza”, “ya dispone de plena orientación respecto de los puntos que nos interesan”, y si aún no está afiliado al partido es porque prefiere “tener las manos más libres en su trato con el resto de los colegas cuya postura no está clara o es hostil”, pero “se muestra dispuesto a afiliarse cuando lo considere útil”. Von Mollendorf asumió el 15 de abril, con la suerte ya echada. El día 20 renunció, y el día 21 de abril de 1933, Martin Heidegger asumió como rector de la Universidad de Friburgo. No fue elegido por el pleno de los profesores, como él dice, puesto que trece ya habían sido excluidos debido a su origen judío, de acuerdo a una nueva normativa vigente.

El primero de mayo, Heidegger se afilió al partido nazi, y el 27 de ese mes pronunció su discurso “La autoafirmación de la universidad alemana”, más conocido como Discurso del Rectorado, y que por supuesto no es el único testimonio escrito del nazismo de Heidegger, pese a que Sztajnszrajber pretenda dejar la impresión de que esto último es lo verdadero.

Me tomé el trabajo narrar con algún detalle los hechos que dieron lugar a la asunción de Heidegger como rector y a su discurso para destacar la magnitud de la irresponsabilidad intelectual de Sztajnszrajber, que, desconociendo hasta la fecha de los sucesos a los que se refiere, considera lo que fue una conjura nazi para nombrar un rector nazi que llevara adelante un proyecto universitario nazi, con algo comparable a decir “Che, pasame el salero”.

Sztajnszrajber finaliza esta parte de su exposición afirmando un hecho de carácter general, también falso. Dice que Heidegger abandonó el nazismo en 1935 cuando éste se exacerbó. Heidegger renunció al rectorado en 1934 y no dejó de ser nazi nunca, como lo muestra una extensa y minuciosa literatura de investigación, de la cual acá sólo citaremos el libro de Emmanuel Faye “Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofia”. Por su parte, Sztajnszrajber no aporta ninguna prueba al respecto, salvo su poca informada palabra.

Abandonando por fin el amenazante mundillo de los hechos reales, Sztajnszrajber se plantea lo que a esta altura es la pregunta del millón: “¿Hay presencia del nazismo en la filosofía de Heidegger?” Y luego reduce la cuestión a una puja entre los heideggerianos, que afirman que no, y los anti heideggerianos, que afirman que sí. Es decir, no se trata de una cuestión de hecho respecto de la cual debemos buscar la verdad mediante la investigación y el estudio, sino de una especie de batalla celestial librada por bandas de intelectuales que ejercitan sus ingenios superiores mientras intentan convencer de sus respectivos puntos de vista a un público amablemente estúpido. Si el nazismo de Heidegger era algo que le pasó a su biografía, ahora el nazismo de su filosofía es algo qué le pasó a la Historia de las Ideas. Para Sztajnszrajber dónde nunca pasa nada es justo ahí, en la realidad. No sea cosa que pase algo y no le guste.

Sztajnszrajber descarta de plano la posibilidad de que pueda asociarse algún concepto de la filosofía de Heidegger con cualquier concepto o hecho de la política nazi. La argumentación que desarrolla para defender su posición no pasa de ser una pieza de mínima retórica, y si su referencia a la evidencia empírica dejaba en claro su ignorancia, ahora su apelación a la lógica hace patente su sofistica. Sztajnszrajber se limita a decir que, si bien alguien puede probar que la filosofía de Heidegger tiene relación con el nazismo, eso no le importa porque él es capaz de razonar y probar que el nazismo tiene relación con cualquier cosa. Con sus palabras: “si es así yo te demuestro que hasta Santiago del Moro es nazi” o “cualquiera es nazi entonces, porque la metáfora se la meto a cualquiera y empiezas a argumentar y a argumentar…”. La argumentación tiene la forma de una sana analogía, pero bien interpretada, es una muestra de deshonestidad intelectual y una renuncia a la filosofía.

En primer lugar, Sztajnszrajber no es honesto. Pese a que recurrentemente proclama que la lógica es un instrumento engañoso y que debemos rehuir de todo aquel que afirme verdades, él aquí (como por otra parte hace siempre) afirma su verdad, y la defiende utilizando la lógica. Su relativismo no es más que una treta para utilizar la razón en favor suyo e imponer sus propias verdades. Además, convertir un relativismo tal en el modo oficial de pensamiento, es uno de los mayores regalos que la filosofía puede hacerle a un régimen autoritario, puesto que al anular cualquier criterio objetivo para juzgar qué es verdadero y qué no, lo que hace en realidad es convertir a quien de hecho detenta el poder en la única fuente de verdad.

En segundo lugar, Sztajnszrajber renuncia a la filosofía. Por supuesto que razonando puede probarse cualquier cosa. Puedo probar que Donald Trump es un político progresista que busca liberar a sus conciudadanos de la maldita carga de los impuestos. O que los del ISIS son una banda de grandes tipos que sólo quieren asesinarnos para que vayamos de una buena vez a disfrutar del paraíso prometido por Mahoma. Pero, por supuesto, eso no significa que cualquier cosa que pruebe sea verdad.

La filosofía no consiste en argumentar y argumentar hasta probar lo que a uno le gusta o amedrentar a quienes nos contradicen, sino en utilizar la razón para contrastar lo que decimos con la experiencia, hasta llegar lo más cerca posible de la verdad, nos guste ésta o no. Un auténtico debate filosófico es aquel cuyos participantes están dispuestos a resignar su posición si el resultado del debate indica que la razón no los asiste. Lejos de esto, aquí nos queda claro que Sztajnszrajber en ningún caso está dispuesto a cambiar de posición, pase lo que pase. Por eso reduce la cuestión a una supuesta compulsa sofistica entre “heideggerianos” y “anti heideggerianos”, donde la verdad no interesa para nada. Es poco grato comprobar que uno de los más populares divulgadores de la filosofía sea alguien que razona públicamente como un sofista, y que le espeta en la cara a su auditorio que no le importa que opinen distinto de él, porque la verdad le es indiferente y siempre se puede argumentar y argumentar.

Por lo demás, si el argumento del salero trivializaba el nazismo equipararándolo con una banalidad doméstica, considerarlo un concepto metafórico de extensión universal equivale a despojarlo de toda sustancia y asimilarlo a la nada misma. El defensor más notable de esta manera de argumentar, consistente en decir “nazis somos todos, nazi no fue nadie”, es, por supuesto, el propio Heidegger. Como respuesta a Marcuse, que le había pedido una palabra de retractación relativa al Holocausto, Heidegger le contesta en una carta del 20 de enero de 1948: “a los dudosos cargos que usted expresa ‘acerca de un régimen que ha matado a millones de judíos sólo porque eran judíos’ (…) sólo puedo agregar que si en lugar de ‘judíos’ escribiésemos ‘alemanes del este’ lo mismo sería válido para uno de los aliados”. El 13 de mayo del mismo año, Marcuse le contestó poniendo de relieve el carácter irracional y sofístico de esta funesta respuesta: “¿no está usted con esa frase fuera de la dimensión en que es posible todavía un diálogo entre los hombres, es decir fuera de logos? Pues sólo totalmente fuera de esta dimensión lógica cabe explicar, comparar y comprender un crimen que ‘el otro’ podría haber llevado a cabo también”. Luego, le dice a Heidegger que hacer una tal comparación es no distinguir entre la inhumanidad y la humanidad. A su vez, esta comparación heideggeriana entre los crímenes nazis y la conducta de los aliados resultará ser uno de los tantos argumentos utilizados por los negacionistas del Holocausto, lo que nos lleva a la última parte de la exposición de Sztajnszrajber.

En ella, el filósofo heideggeriano trae a colación una trágica anécdota personal. Nos cuenta que una parte de su familia murió los campos de concentración nazis, y que pese a eso, Heidegger resulta ser su principal fuente de inspiración filosófica.

Lejos de ser algo privativo de la existencia de Sztajnszrajber, semejante paradoja constituye prácticamente la esencia de la filosofía heideggeriana de posguerra. Fueron los franceses, víctimas de la humillación nazi, y a la postre vencedores de los alemanes, quienes tomaron para sí esta filosofía de sus verdugos-vencidos y le otorgaron a Heidegger el rango mayor que él se dio a sí mismo en la historia de las ideas.

Este es uno de los episodios más notables de la filosofía del siglo XX, tan notable que asombró al propio Heidegger, quien no tenía la menor consideración por la filosofía francesa. No voy a explorar esa cuestión ahora, pero, a modo de ilustración, pondré el foco en la figura de Maurice de Gandillac, un filósofo francés que vivió entre 1906 y 2006. De Gandillac estuvo presente en el famoso debate de Davos de 1929, donde discutieron Martin Heidegger y Ernst Cassirer. Nadie se quedó allí con demasiadas dudas de que Cassirer era un neokantiano socialdemócrata “de izquierda”, mientras que Heidegger representaba a la nueva filosofía existencialista “de derecha”. Para que quedaran menos dudas, Heidegger se negó a darle la mano a su adversario por tratarse de un judío. De Gandillac, que era nitzscheano y heideggeriano, minimizó todo esto, promovió la interpretación apolítica de la obra de Heidegger, hizo correr la versión del pobre filósofo desorientado, entusiasmado y luego decepcionado por el nazismo, se apresuró en visitar a Heidegger cuando este cayó en desgracia en 1945, y además dirigió los primeros trabajos académicos de Foucault, Derrida, Llyotard, Deleuze y Althusser.

Más allá de que, para la cuestión de la influencia de Heidegger en la filosofía francesa, lo que acabo de contar apenas tiene el rango de una anécdota significativa, sí cabe remarcar que, mientras los contemporáneos y connacionales de Heidegger tuvieron una visión objetiva y crítica de su filosofía, que incluía sus connotaciones ideológicas, en cambio, su posterior asimilación por parte de los franceses dio lugar a un heideggerianismo acrítico, una megalómana versión de Heidegger según Heidegger, según la cual la filosofía de Heidegger ocupa un lugar fundacional en el pensamiento de Occidente, porque Heidegger lo dice, y de acuerdo a la cual la filosofía de Heidegger no puede ser ponderada de acuerdo a los criterios racionales con que los humanos ponderamos la calidad de nuestros conocimientos, porque Heidegger lo prohíbe.

Como dije al principio, plantear el “caso Heidegger” partiendo de una tal versión del heideggerianismo solo puede arrojar el penoso resultado que comprobamos en la exposición de Sztajnszrajber: la filosofía de Heidegger ocupa un lugar inatacable, la cuestión de su compromiso político queda como un detalle menor que da lugar a un debate menor, los argumentos autojustificatorios del propio interesado quedan revalidados y, en el camino, como si fuera lo de menos, el propio nazismo queda reducido a un accidente parecido a la nada.

La defensa ensayada por Sztajnszrajber es en realidad una defensa heideggeriana típica, que sólo puede sostenerse si es posible desvincular completamente el compromiso político de Heidegger de su filosofía.

La supuesta inexistencia de este vínculo es lo que le permite afirmar: “los que estamos a favor no es qué decimos que estamos a favor porque era nazi”. Es decir, Heidegger fue nazi, pero ese compromiso es algo irrelevante. Sin embargo, los escritos del propio Heidegger que han ido saliendo a la luz desde principios de este siglo, hacen que la negación de dicho compromiso resulte insostenible. El libro de Faye sobre el tema, publicado en 2011, colocó en entredicho toda la filosofía de Heidegger, y no solamente su nazismo. Y se ve que ha dado en el clavo, puesto que en una respuesta a ese libro publicada en La Stampa, Gianni Vattimo ya no intenta minimizar el nazismo de Heidegger, sino que pretende darle un sentido filosófico positivo. “Heidegger –dice– con su adhesión al nazismo ha realizado una acción valiente. Se lanzó a la arena y puso en obra su concepción de intelectual comprometido”. Hasta no hace mucho estas cuestiones eran consideradas un entretenimiento para el populacho de la filosofía, pero ahora parece que la aristocracia del Ser está empezando a sentirse conmovida.

Alguien debería avisarle al rocker que la canción no sigue siendo la misma.