La elección consolidó un bipartidismo en bloques. Un conglomerado de centroizquierda, de tintes progresistas y nac&pop, que pivota sobre el peronismo (donde cabe de todo); y otro de derecha, conservador, libremercadista, con tintes muy reaccionarios y clasistas que usó hasta ahora el aparato de la UCR para tener inserción territorial.
Allá por 1996, cuando la primera victoria de la derecha post-Franco en unas elecciones españolas, se pensaba que Aznar lo pasaba por arriba a González: terminó ganando por un punto y medio y tuvo que negociar de todo para formar gobierno. La frase que graficó el momento fue esta: “Nunca fue tan amarga una derrota ni tan dulce una victoria”. En la Argentina de 2019 el escenario no es exactamente el mismo, pero hay cuotas de dulzura en la retirada macrista.
A saber: el Frente de Todos ganó por 15 puntos en las PASO y se pronosticaba una victoria igual o mayor. Ganó por ocho puntos. El voto kirchnerista, el que cuenta para ganar, es el de ayer. El 11 de agosto juntaron a muchos desencantados, aparte de tropa propia, y la extorsión macrista con el dólar consiguió una merma. A lo que se suma que, tal vez, Alberto no haya salido del todo bien de los debates (hubo algunas respuestas destempladas, fuera de lugar, como ese “puedo darle clases de decencia” a Espert) y que el macrismo, en fase tardía, cosechó algo en sus baños de multitudes, de los que se acordó cuando las papas quemaban.
Siempre fui muy crítico del sistema de ballotage que no legó la última reforma de la Constitución. Al contrario, muchos denuestan toda esa reforma y el Pacto de Olivos por ser un acuerdo de cúpulas, paroxismo del bipartidismo, etcétera. Le deberían prender una vela a Alfonsín: en cualquier lugar del mundo (salvo Bolivia y algún otro caso), el escenario de ayer era de segunda vuelta. Alberto gana por el tecnicismo del 45 por ciento, nada más. Si esto terminaba con estas cifras para el Frente de Todos, pero con Macri en el 42-43, teníamos un problemón: Alberto sería presidente con todas las de la ley, pero quedaría en serio entredicho el artículo 97 de la Constitución; ídem el 98, que habla del piso del 40 por ciento y la diferencia de diez puntos como segunda excepción de un ballotage. Por no hablar de la materialización de lo que dijo Peña apenas comenzó la votación: esperar al escrutinio definitivo.
Como fuese, la elección consolidó un bipartidismo en bloques, al estilo chileno. Un conglomerado de centroizquierda, de tintes progresistas y nac&pop, que pivota sobre el peronismo (donde cabe de todo); y otro de derecha, conservador, libremercadista, con tintes muy reaccionarios y clasistas (pañuelos celestes y la noción de “no vamos por el choripán y en micro a los actos”) que usó hasta ahora el aparato de la UCR para tener inserción territorial.
Macri se retira de manera bastante más honrosa, con un piso del 40 por ciento que no es moco de pavo: también es cierto que no lo votó el 60 por ciento del electorado. Y que de haber habido segunda vuelta, con estos guarismos de ayer, teníamos un final cerradísimo el 24 de noviembre. La pieza de recambio es, claramente, Rodríguez Larreta. Y tienen margen para volver a la primera de cambio. Mientras, aprendieron de las prácticas de la vieja política aborrecida: miren, sino, cómo el Frente de Todos ganó en municipios macristas del Conurbano en todas las categorías…salvo en intendente, donde hubo reelecciones de personajes como Valenzuela y Grindetti
Alberto no tiene mucho margen de maniobra por la tierra arrasada que dejó el experimento saliente. La imagen del kirchnerismo distribucionista no se condice con el contexto actual. Es tan complicado el panorama, que ni siquiera hay muchos resquicios para peleas internas, algo que algunas auguran cual peronismo del 73. No la veo venir, máxime por lo que fue el discurso de anoche de Cristina. Sí creo que va a haber algunos desencantos, a derecha e izquierda. Si se va a tener un ministerio de la Mujer, va de suyo que eso habilita el debate del aborto. No se concilia con el apoyo militante al aborto clandestino de tipos como Manzur. Más los vínculos con el Papa. No se puede tener contentos a todos en ese tema: van a tener que decidir qué hacen, ergo, a quién desairan. Y no es eso solo: no está el horno para bollos a nivel regional. Muchachos: hay que convivir con Trump y Bolsonaro, con un Evo cuestionadísimo, quizás con la derecha uruguaya. No menciono a Piñera porque, en rigor, pese a ser un ágrafo con plata, tener pocas luces y haber chocado la calesita en la última semana, fue siempre un interlocutor derechista con el que se puede dialogar. Párrafo aparte Venezuela: hagan todos los malabares que quieran, adhieran a la postura de México y Uruguay de equidistancia, machaquen con la no intervención militar yanqui y la salida dialogada a esa crisis, pero cuanto más lejos de Maduro, mejor. No es un tema menor si el tipo viene a la asunción de Alberto, en un río revuelto que incluye a Evo, Bolsonaro, Piñera y el amigazo Lenín Moreno. Por no nombrar, ya no al heredero de los Castro brothers entre los visitantes del 10 de diciembre, sino a un tipo repulsivo al que no habría que darle ni la hora: Daniel Ortega.
Es muy probable que veamos un kirchnerismo de centro, con foco en lo social. Ese centrismo, sumado al conflicto interno que muchos auguran y no veo en el horizonte (¿”Alberto al gobierno, Cristina al poder” cuando sacaron menos votos que en las PASO, la derecha subió su caudal y quedó claro que, más allá del armado ideado por ella, no se podía sino en base a la unidad peronista y eso compartimenta las glorias del triunfo en gente como Massa y los gobernadores?). Espero, y es tema de debate más amplio, que no haya los horrores comunicacionales de antaño, en especial de 2011 a 1015; que no se toleren bolsones de corrupción; que su sistema de alianzas locales e internacionales sea algo más potable, aunque el mundo está loco, loco, loco; que no alimenten a empresarios amigos que producen catástrofes laborales (¿se acuerdan de Sergio Szpolski?) y que estén bien lejos tipos como Guillermo Moreno, que ni se enteró de la Revolución Francesa. Si hacen eso, es una forma de ejercer, en los hechos, autocrítica por las macanas cometidas.
Del lado de enfrente no van a tener carmelitas descalzas: el 40 por ciento de los conservadores los deja bien posicionados para lo que viene y se corrieron más a la derecha que hace cuatro años (y llegan al 49 con sus segundas marcas y la nostalgia duhaldista de Lavagna). La herencia política del macrismo es esa, su militancia clasista del “Si Se Puede” y armados tenebrosos como los de Espert y el cavernario Gómez Centurión. Con eso hay que convivir a partir de hoy: con la grieta ensanchada por esa derecha que se retira.
Ahora que volvieron, esperemos que sean mejores, como prometieron. Soy medianamente optimista. Pero guarda, hasta ahí nomás: porque los otros, si vuelven, vuelven peores.
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