El elenco de gobierno siempre abominó de la idea de negociación. Y ahora que no le queda otra, lo hace a desgano y a los tumbos, mientras manda a Carrió a que ataque a todo lo que se mueva. Un estilo que marcó los cuatro años de Cambiemos y que hoy pone en riesgo su futuro como fuerza política. Pero hay otros sectores del poder que saben que solo se puede ganar si se negocia. Y usan los medios para eso.
Cuando era presidente de Boca, Macri no negociaba. No por nada, Maradona lo bautizó como “el cartonero Báez”. No le aflojó a Carlos Bianchi y el Virrey se fue. Vivió en conflicto permanente con su jugador estrella, Juan Román Riquelme, aunque hoy le imite el Topo Gigio.
Siendo Jefe de la Ciudad no debió negociar puertas adentro (mayoría en el Consejo de la Legislatura y oposición en estado de mutismo) pero sí debió hacerlo con el gobierno nacional: por el traspaso de la Policía y por el tema de los subtes. Perdió en ambos casos, sin llevarse nada a cambio. Alguna vez, y dándole un matiz positivo, Carrió sostuvo que Cambiemos era una coalición electoral y no una coalición gobernante. Efectivamente fue así, no hubo ministros de la Coalición Cívica y el único representante del radicalismo es Aguad, en un ministerio de segunda en el que igual se las arregló para demostrar toda su inepcia.
Todo el gobierno macrista fue una pantomima de negociación. De entrada, el presidente dijo que había que hacer lo que dijera el juez Griesa, con lo cual no había margen para discutir quita alguna con los fondos buitre. Le quitó las retenciones al campo sin pedir ninguna contraprestación. Aceptó todas las condiciones de las empresas energéticas. La única vez que se hizo una convocatoria a la oposición fue para que firmara sin chistar diez puntos que dejaran conforme al FMI.
En la conversación que mantuvo con Alberto Fernández, a quien había llamado para pedirle ayuda con el tema dólar, le habló mal de Cristina. Pichetto fue el manotazo de ahogado para transmitir una idea de negociación, pero el senador rionegrino estropeó la imagen diciendo de entrada que se ponía a las órdenes de Macri. Pichetto es un obediente serial no un creativo. Y poco sumó en términos de dirigentes. Llevar a Adolfo Rodríguez Saá –emblema del default- parece un mal chiste.
Resumiendo, negociar no entra en el manual de estilo de Macri porque él y su grupo de pertenencia –formados en la cultura empresaria, con salpicados de autoayuda y coaching- no creen en la política, que es básicamente, disponerse a un permanente toma y daca con los sectores de poder y dedicarse a administrar los conflictos. Lo demás son tareas burocráticas y de gestión que para el macrismo son el principal valor, por eso hablar tanto de caminos, cloacas, metrobuses y zapatillas blancas.
El triunfo de Cambiemos en 2015 y 2017 tuvo que ver con este sesgo antipolítico (sobre todo anticristinista) compartido por mucha gente, sin que pesaran tanto los tarifazos, la pérdida de derechos, la incipiente inflación y la caída de los ingresos.
Y de pronto, entró la política por la ventana. De hecho, el Frente de Todos es un hecho profundamente político, en tanto su génesis es resultado de una negociación, cuyas cláusulas no se conocen del todo. Y con eso ganó abrumadoramente. Alberto Fernández sigue con el gesto negociador, habla con todos, no sube el tono, se presenta como antigrieta.
Y frente a ese panorama, el gobierno no sabe qué hacer. Larga medidas –la eliminación del IVA, el congelamiento de los combustibles- sin ninguna negociación previa, lo que hace muy probable que terminen fracasando y que se pelee con los pocos aliados que le van quedando.
Ciertos medios se colocan en una perspectiva distinta por varias razones: No deben gobernar pero saben cómo se gobierna. Saben de negociar porque forman parte de una patronal, aunque la pelearon para que el gobierno de Cambiemos dejara en tal estado la situación que no se sintieran obligados a negociar, pero sabiendo que la taba podía darse vuelta y que, tal como ocurrió, el verano macrista, con sus promesas de reformas jubilatoria y laboral, llegaría alguna vez a su fin. Y se preparan para presionar a Alberto Fernández para que vaya por el mismo camino y cuando plantea algo distinto se lo reprochan y le mentan a Cristina y a Venezuela. Lo de siempre, una sola lógica, un único sentido común que ya el macrismo no encarna porque lo traicionan los nervios y el dólar.
Y sin pulsión negociadora nunca hay plan B. La Nación, que no se resigna, ni a la derrota y menos aún al fracaso del proyecto neoliberal, continúa con la batalla que el gobierno, embarcado en la tarea de sobrevivir, ha puesto en segundo plano. Fernández Díaz habla de la “hipnosis” de los votantes F y F, Morales Solá levanta la bandera de las amenazas a la justicia (que izará también Garavano). Ambos coinciden en que detrás del buen Alberto está la bruja Cristina y que será ella la que finalmente imponga sus designios. Es una de las líneas probables del próximo avatar del periodismo de guerra. Criticar las medidas a partir de un examen de ADN cristinista.
Los medios tienen plan B, el plan B del gobierno son las alocuciones alucinadas de Carrió, alguien que ha hecho de la no negociación un estilo de vida o, mejor dicho, un estilo de actuación. Macri habla de un futuro impreciso, mientras que estos voceros del poder económico piensan en futuros concretos en los que el peronismo esté en el poder. Por eso, La Nación, sin abandonar del todo el deporte de sacar cuentas electorales que nunca le dan y apostar al combo esperanza improbable-amenaza certera, consulta a la segunda línea cambiemita para ver qué onda con eso de ser oposición. Así como le han pasado letra todos estos años, aspiran a ser el proveedor de contenidos de una política antifernandista.
El PRO en pleno llegó a este punto por un montón de razones, entre las cuales está la imposibilidad de pensarse en relación con otros. Dujovne renuncia ante su “amigo Mauricio” y las visitas periódicas de Marcos Peña al Congreso consisten en denostar al kirchnerismo, apelando a un consuetudinario “ustedes”.
Son dos estilos de poder, uno que sabe que está en conflicto y que de ese conflicto debe sacar la mejor tajada (para decirlo de otro modo, dispone de un repertorio de estrategias para enfrentar los conflictos). Y otro, el de la cultura PRO, que ve en el oponente, o enemigo si interviene Patricia Bullrich, alguien que no los comprende y al que esa falta de comprensión lo lleva a adoptar posiciones erróneas, lo que lo hace presa fácil de los mal intencionadas. Para decirlo en palabras de Fernández Díaz, que vive en estado de hipnosis. Ese fue el discurso de Macri el lunes 12. Por lo cual todo se reduce a mejorar los sistemas de comunicación. Y cuando eso falla, se cae la estrella de Durán Barba, que era el gurú de los mensajes infalibles.
Cambiemos llevó al poder un modelo que solo sirve para manejarse en un entre-nos. Y la política es relación con los otros, aunque sea para enfrentarlos. Eso no te lo enseña ningún coach.
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