Coberturas periodísticas, silencios y mentiras sobre un pueblo que vuelve a quedar entre las necesidades que se repiten y la amenaza siempre peligrosísima de una intervención norteamericana.

Fidel no murió, basta hablar con cualquier cubano o cubana para darse cuenta. La revolución tampoco, pero seguramente no es la que imaginaron con Celia, el Che o Raúl y tantos otros. Recorrer Cuba es un sinfín de contradicciones que atraviesan desde la gesta heroica contra la dictadura de Batista hasta las actuales callecitas de La Habana dónde hay cientos de cubanos (muchos niños y niñas) que hacen cualquier cosa para conseguir unos dólares y tener algún ingreso a sus hogares. Cuba son los museos de la revolución, las charlas eternas, el odio al imperialismo y las playas paradisíacas, y también las familias que se amontonan en una o dos habitaciones para alquilar cuartitos a turistas, la prostitución, y el machismo hasta el detalle. Cuba es las brigadas solidarias alrededor del mundo y no tener curitas para su pueblo. Y es también las cinco vacunas en marcha y la falta de jeringas.

Sin embargo (no es nuevo ni casual) de Cuba solo se muestra la mitad del vaso vacío. En los relatos que empezaron a brotar en los medios de comunicación argentinos, los “malos” y también en otros que no lo son, o dicen no serlo, se habla de todas las dificultades del día a día en la isla. De la falta de insumos, de la escasez de recursos para afrontar la pandemia, del hartazgo de miles de necesidades que el pueblo cubano sufre a diario. ¿Mienten? No, la mayoría de ellos no.  En Cuba hay necesidades varias, hay quizás una burocracia que no ayuda, hay seguramente una forma de representación que haya que repensar, hay descontento por tantos años de vivir “con lo que hay” o menos. Pero hay un detalle que en la mayoría de los relatos sobre Cuba se escapa a sus cronistas: Cuba sufre desde hace más de 60 años un bloqueo económico y comercial de características criminales y que en la actualidad hace que, por ejemplo, no haya jeringas para la aplicación de vacunas o que un avión que transportaba donación de insumos para todos los países del Caribe no haya podido dejar el cargamento destinado a Cuba por culpa del bloqueo. Ese detalle no se puede no decir. Si se elige no decir eso, se es socio o cómplice de quienes desde hace décadas instalan dictaduras del río Bravo para abajo.

Represiones y dictadura

Si algo no hay en Cuba es un régimen dictatorial. No hace falta mucho para saberlo o darse cuenta caminando por las calles cubanas que si hay algo que no se ve es un pueblo reprimido. Sin embargo, los socios informativos que responden o se hacen eco de lo que mandan desde Washington, insisten, machacan, vuelven a resaltar y a resaltar la idea de una dictadura. Lo hacen hasta el hartazgo. Y ahora hasta descubrieron la palabra represión. Esa que no usan con los gobiernos locales ni con el gobierno colombiano, ni cuando hablan de los carabineros chilenos ni de los golpistas bolivianos.

Resulta una tarea sencilla y rápida descubrir la incongruencia: basta con googlear “represión en Cuba” para encontrarse con un montón de notas periodísticas con ese título. En ninguna se observan más que manifestaciones pacíficas, gente con pancartas y movilizaciones sin mayores complicaciones. En Cali, Colombia, la cabeza de Santiago Ochoa apareció en una bolsa de nylon varios días después de haber sido secuestrado por el ESMAD. Curiosa democracia, llamativo silencio.

Mientras en Haití doce colombianos y dos estadounidenses son acusados de asesinar al presidente Jovenel Moise, en Bolivia se acusa a Macri de prestar armamento para el golpe de Estado que terminó con la gestión de Evo Morales y en Colombia el río de sangre se acrecienta al tiempo que las protestas no cesan, Cuba vuelve a ser el foco de un intento desestabilizador, incentivado por medios extranjeros y apoyado por sectores eternamente anticastristas desde adentro de la isla.

El gobierno cubano deberá mostrar nuevamente su habilidad política para destrabar un conflicto fogoneado por intereses contrarrevolucionarios, pero que llevó a las calles a muchos cubanos y cubanas que sin intenciones desestabilizadoras, reclaman por una mejor calidad de vida. No hablar del bloqueo es una canallada, pero quedarse solo con eso ya no alcanza.

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