Estudiar la historia de China es pensar el socialismo, el capitalismo, el pasado y, principalmente, el presente y el futuro del mundo. El último libro de Osvaldo Rosales, “El sueño chino” (Cepal), reconstruye buena parte de ese pasado evitando caer en los lugares comunes propios del relato occidental.
Comprender lo que sucede en China resulta imprescindible para observar el presente y el futuro de nuestro mundo. El libro El sueño chino. Cómo se ve China a sí misma y cómo nos equivocamos los occidentales al interpretarla (Siglo XXI, 2020) del economista chileno Osvaldo Rosales, varias veces funcionario del gobierno de su país y con experiencia en la CEPAL, es una buena forma de comenzar a aproximarse a ello.
La propuesta es, desde el comienzo, desafiante: Occidente, sostiene Rosales, se equivoca al interpretar lo que pasa en China. El autor nos adelanta que buscará aportar a la comprensión del gigante asiático procurando sumergirse en su rica y extensa historia para evitar un análisis que caiga en los lugares comunes. Y es que resulta imposible comprender las aspiraciones actuales del gobierno de la República Popular China sin tener en cuenta la propia historia del país. En particular la del llamado «siglo de la humillación» (como se conoce al período entre 1839 y 1949 en el cual el país fue sometido sistemáticamente por potencias extranjeras), que dejó fuertes marcas en la cultura nacional.
Para explicar el anhelo del país por recuperar su lugar central en el orden político y económico mundial no alcanza con imputarle un desmedido afán de poder al PCCh. Aquel anhelo, el «sueño chino», más que una utopía, es visto como un destino manifiesto.
Entre Mao, la República Popular y el Partido
En 1949, a partir de la creación de la República Popular con Mao Tse-Tung a la cabeza, los enfrentamientos más cruentos de la guerra civil terminaron, del mismo modo que acabó el tiempo del sometimiento por parte de otros países y comenzó a construirse la unificación de la nación. Sin embargo, los conflictos no desaparecieron. Mao tuvo importantes logros y su rol histórico como líder es inapelable, pero exhibió grandes limitaciones económicas (evidenciadas en las complejidades que mostró el Gran Salto Adelante) y políticas (con la Revolución Cultural Proletaria).
Aun así, el libro resulta desmedidamente crítico con su figura, enfatizando en los errores y olvidando los aciertos. Se desprende de la narración de Rosales que un «socialismo con características chinas» —con el cual el autor se muestra elogioso en los términos que adquirió luego de la reforma— no hubiese sido exitoso si Mao seguía llevando las riendas del país, lo cual, a la luz de los hechos, parece cierto. Sin embargo, el libro no pondera lo suficiente el rol de Mao para conducir a China a ese lugar en primer momento.
En la actualidad, explica Rosales, las corrientes de debate económico más importantes —que tienen influencia en el partido— son las neoconservadoras y las de la nueva izquierda. Quienes se identifican con la primera, esencialmente plantean que debe haber menor presencia del Estado en la economía y que se deben realizar reformas para favorecer la independencia judicial y una mayor defensa de los derechos de propiedad intelectual y material. Por su parte, los intelectuales de la nueva izquierda son favorables a la economía de mercado pero consideran necesario abandonar las lógicas del «capitalismo de amigos» y poner el foco en un crecimiento económico más equitativo y saludable. Además consideran importante avanzar en la democratización y reflexionar sobre el rol del Estado y la construcción creativa del socialismo en el contexto chino.
Deng, el gato y los ratones
Osvaldo Rosales construye una buena síntesis de los pilares y los resultados de la reforma económica que encabezó Deng Xiaoping desde fines de los años 70. Además, recupera algunas figuras olvidadas que sin embargo fueron importantes para ese proceso, como Chen Yun y Zhao Ziyang.
Los tiempos de Deng llevaron a China a una transformación radical en la búsqueda por dejar de ser una economía cerrada y planificada con una sociedad mayoritariamente rural para pasar a ser una economía abierta y de mercado con una sociedad con mayor presencia del elemento urbano. Si bien esta decisión no significó un total abandono de la planificación, sí constituyó un giro que forzó los límites del marxismo, otorgando lugar a las fuerzas del mercado (la frase «no importa el color del gato; lo que importa es que cace razones» resume de manera muy ilustrativa la nueva óptica adoptada). Para lograr aquel objetivo, y siguiendo el mandato del histórico dirigente Zhou Enlai —primer ministro de China desde la revolución de 1949 hasta su muerte en 1976—, se puso el ojo en avanzar en cuatro modernizaciones: agricultura, industria, defensa nacional y ciencia y tecnología.
La reforma condujo a lo que se llamó el «milagro económico chino», que combinó un estruendoso crecimiento económico (prácticamente sin parangón en la historia moderna) con un enorme aumento de las desigualdades. Así como, por un lado, se estima que alrededor de 850 millones de personas salieron de la pobreza en cuatro décadas —lo que constituye también un logro de difícil comparación en la historia reciente—, por otro lado, sigue pendiente el desafío de elevar la calidad de vida de amplias capas de la población, sobre todo si pretende compararse con los países desarrollados. El gobierno chino toma este punto como una cuestión de gran importancia. Sin embargo, explica Rosales, aunque existieron avances en la materia, un factor limitante para cumplir el objetivo es la política tributaria del país, que continúa favoreciendo la concentración de los ingresos.
Tecnologías, futuro y lucha por la hegemonía
Por otra parte, aunque suele ser necesaria una mayor perspectiva temporal para hacer sentencias históricas, lo que el libro relata respecto de Xi Jinping permite afirmar que se trata de uno de los líderes más importantes de la historia moderna de China. Su presencia en la Constitución del país junto a los ya mencionados Mao Tse-Tung y Deng Xiaoping es una demostración clara de ello, pero no es lo único. Su interés en levantar el perfil de la nación en el mundo (algo que contrasta bastante con la postura de Deng, que prefirió cultivar el perfil bajo), la orientación propia que le impregnó a la política y la economía de China y su énfasis en el desarrollo tecnológico son destacables y lo posicionan como un líder consagrado.
Sin embargo, además de la ya mencionada dificultad para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, la economía china enfrenta hoy varios desafíos. Entre los obstáculos más serios destacan el elevado nivel de deuda pública y la llamada «burbuja inmobiliaria», que eleva desmedidamente los precios de las viviendas en importantes ciudades. Además, el desarrollo intensivo que vivió China desde fines de los años 70 tuvo brutales impactos ambientales. El país continúa ostentando un nivel de eficiencia energética mucho menor que el de Europa y Estados Unidos. El gobierno de Xi Jinping toma este asunto como un reto de primer orden, por lo que permanentemente se fijan metas en materia de energías renovables.
En los últimos capítulos del libro, Rosales aborda exhaustivamente la cuestión de la relación entre China y Estados Unidos, en vínculo con la diplomacia y el multilateralismo en el mundo. Es evidente que este asunto es crucial para el presente y el futuro de la humanidad: hablamos de los dos PBI más grandes, en dos territorios inmensos, con dos ejércitos poderosos y dos naciones que han mostrado, sobre todo en los últimos años, una relación extremadamente tensa.
En este sentido, El sueño chino destaca que la tensión entre China y Estados Unidos no implica una búsqueda de destruir al adversario, sino que más bien de lo que se trata es de una política de presión para limitar su poder o forzarlo a cambiar sus orientaciones. En otras palabras, los reclamos e intereses cruzados entre estos dos países en materia económica son propios de dos aspirantes a la hegemonía mundial, que buscan impedir por todos los medios que su contendiente los supere aunque, al menos de momento, coinciden en la creencia de que se necesitan mutuamente.
Un capítulo clave del conflicto, señala Rosales, se dio cuando el gobierno de Donald Trump, en el marco de la llamada «guerra comercial», buscó ponerle trabas al desarrollo tecnológico chino, considerado estratégico por el gobierno de Xi Jinping. Los logros del gobierno norteamericano no parecen haber sido suficientes para correr a China de sus estrategias y objetivos a largo plazo. Sin embargo, las lógicas adoptadas por Trump en este conflicto han calado hondo en la sociedad y la política estadounidense, instalando la idea de la «amenaza china» como algo que está lejos de ser propiedad exclusiva del expresidente republicano. Rosales considera que el conflicto entre China y Estados Unidos —al que se refiere como una suerte de guerra fría del siglo XXI— nos acompañará por décadas y que, ante todo, es una disputa por el dominio de la tecnología y el conocimiento.
Para el autor, la gran aspiración de China en el mediano plazo implica llegar al año 2050 (en el que el país recuperaría la «normalidad histórica» tras el centenario de la República Popular) administrando el conflicto, sin cerrarle la puerta a las vías negociadas. En función de este horizonte, destaca Rosales, resulta crucial la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que se propone desarrollar diversos planes de infraestructuras a lo largo y a lo ancho del mundo, y el plan Made in China 2025, que busca dar un salto en la innovación en bienes y servicios, abandonando progresivamente la producción de bienes baratos y la dependencia de tecnologías extranjeras, y enfrentar la desaceleración de la productividad y de la tasa de crecimiento de la economía.
En este punto, El sueño chino revela una serie de estadísticas sobre el avance chino en I+D realmente elocuentes a la hora de sugerir que la idea de China como mero productor de bienes de baja calidad ha quedado indudablemente atrás en el tiempo. El peso de la producción de conocimiento del país a nivel mundial es cada vez mayor, ascendiendo a la vez en el ranking de las economías más innovadoras e incrementando el gasto en I+D de forma extraordinaria (entre 2008 y 2016, ese gasto creció un 12% en Estados Unidos, un 23% en Alemania y un 176% en China). El sostenido desarrollo económico de China es uno de los factores que muestra más claramente la magnitud del rival que tienen los Estados Unidos en la disputa por la hegemonía del mundo.
Sobre el libro
Osvaldo Rosales y Siglo XXI nos ofrecen una obra muy rica para aproximarnos a China. El gigante asiático tiene y tendrá un lugar central en la configuración política y económica del mundo, por lo que resulta imprescindible intentar comprenderlo. Además, China tiene mucho para enseñarnos sobre desarrollo. Su conflictivo pasado, sus dirigentes históricos, el Partido, la reforma, el socialismo con características chinas, su disputa por la hegemonía, su horizonte estratégico y sus aspiraciones históricas son algunos de los elementos de importancia para esto, y el libro nos acerca a todos ellos.
Más allá de que se le pueda achacar por momentos algún exceso de economicismo o un particular énfasis en los elementos más negativos de la trayectoria de Mao Tse-Tung, El sueño chino. Cómo se ve China a sí misma y cómo nos equivocamos los occidentales al interpretarla es una obra recomendable, que sin pretensiones de objetividad plena y con una visión favorable a la reforma de la economía china nos permite hacer un paneo por algunas cuestiones fundamentales del país sin caer en lugares comunes.
En poco más de 200 páginas, El sueño chino es un valioso aporte en vistas a profundizar los conocimientos sobre el gigante asiático, entendiendo que estudiar la historia de China es pensar el socialismo, el capitalismo, el pasado y, principalmente, el presente y el futuro del mundo.