Tenía 99 años y una trayectoria de más de medio siglo defendiendo a presos políticos y sindicales. Aquí el relato de tres hechos que lo pintan de cuerpo entero.
A los 99 años, murió hace unos días Atilio Librandi, el abogado que durante cinco décadas defendió a “presos políticos, sociales y sindicales”, tal como se denominaba antes a los defensores de los derechos humanos y las luchas populares. Nunca es fácil reseñar en pocas líneas una vida pero en su caso tres hechos sobran para retratarlo como un imprescindible.
En 1951 llevó su primer gran caso, la causa judicial por la aparición con vida del estudiante de química Ernesto Mario Bravo secuestrado por agentes de la Sección Especial de Represión al Comunismo. Una potente movilización popular, que incluyó un paro universitario convocado por la FUA, logró rescatarlo 27 días después. Lo tenían los torturadores policiales Cipriano Lombilla y Faustino Amoresano. Librandi integraba el equipo de profesionales de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre que encabezaba el abogado Samuel Schmerkin. Ese caso paradigmático del funcionamiento de la represión ilegal, con reguardo gubernamental y judicial, fue llevado al cine por Lucas Demare (“Después del Silencio”) en 1956. Ese mismo año la tenacidad de los defensores logró revertir el sobreseimiento inicial de los responsables y llevarlos por un tiempo, corto en verdad, a la cárcel.
En diciembre de 1970, Atilio se puso al frente de la campaña “por la Vida y la Libertad” del abogado Néstor Martins, su socio en el estudio de la calle Paraná 26. Martins llevaba algunos casos penales de militantes de grupos armados en un buffet centrado en derecho laboral. Integraba también el equipo de letrados de la CGT de los Argentinos y fue secuestrado en la Plaza Lorea, a metros de su oficina, a 200 del Congreso y a 300 del Departamento Central de Policía. Su cliente, el obrero Nildo Centeno, corrió su misma suerte al intentar defenderlo. Librandi logró sumar en una comisión por el rescate a Raúl Aragón, Luis Cerruti Costa, Mario Landaburu, Beniusz Shmukler, Héctor Sandler, Hipólito Solari Yrigoyen, Genaro Carrió y David Baigún, entre otros hombres de derecho. Gobernaba Levingston y no tuvieron éxito. Martins se convirtió en un caso premonitorio, el primer abogado desaparecido por defender los derechos humanos.
Tras el golpe de marzo de 1976, Librandi, hijo de calabreses y con doble nacionalidad, ganó el concurso para abogado del Consulado de Italia en Buenos Aires. Con su titular, el diplomático Enrico Calamai, armaron un dispositivo jurídico para proteger a perseguidos. Consistía en dotarlos de pasaporte peninsular, en algunos casos darle cobijo temporal y subirlos al avión, más de un centenar. La tercera pata de esa mesa era Filippo di Benedetto, representante de una de la grandes colectividades políticas italianas (el PCI) en Argentina. Duró lo que la cancillería romana removió a Calamai. Pero con la ayuda del Mario Elffman, jubilado hace poco como juez del trabajo y socio del estudio tras el secuestro de Martins, llevaron unos 800 expedientes de italianos perseguidos y desaparecidos. El presidente italiano Sandro Pertini, socialista y ex partigiano, lo reconoció entregándole en Roma el título de Cavaliere de la Ordine del Merito de la Republica italiana.
Atilio recogió sus memorias en 2004 en un libro corto y de título modesto: “Fue”. Recordó allí sus hazañas y sus miedos, su pertenencia al Partido Comunista, su gratitud con sus colegas y maestros, los habeas corpus, la defensa de los trabajadores y los perseguidos, las propias detenciones. Nombrando más a otros que a sí mismo, desechando el estrellato. Humilde y solidario. Apenas como quien cumple con un deber.