El 31 de marzo de 1973, con producción del mítico Jorge Álvarez, se realizó en el estadio de Argentinos Juniors un festival de rock para celebrar el triunfo de Héctor Cámpora. El convite, que prometió reunir entre otros a Pescado Rabioso, Sui Géneris, Pappo Blues y Billy Bond (¿Cámpora junto a Billy Bond?) fue tal vez el momento más elocuente de la relación entre el rock nacional y la política.
I
El archivo de la historia reciente nos desafía con una escena que resulta cuanto menos singular. Es la de la tarde del 31 de marzo de 1973, en el barrio de La Paternal, ciudad de Buenos Aires. En el mes del triunfo peronista, tras casi 18 años de proscripción, cuando la euforia por la victoria electoral de la fórmula Cámpora-Solano Lima se percibe en las calles de todo el país, una larga fila de jóvenes aguarda para ingresar al estadio de Argentinos Juniors. Nubarrones amenazan con desatar lluvia, pero eso no parece amilanarlos. La humedad impregna los atuendos de moda hippie, y también los otros, los de estilos residuales que se resisten a morir del todo: el sudor suele ser índice de pasiones irrenunciables.
Esos jóvenes están allí por la música y la política, dos esferas de la vida social con lógicas diferentes. Están por el rock y por el FREJULI. Algunos acaban de comprar el álbum doble de Pescado Rabioso; la mayoría de ellos votó por el frente nacional y popular que ganó las elecciones. La recién memorizada letra de la canción “Credulidad” se entrecruza con los nombres que integraron la boleta “Cámpora/Lima”. Cincuenta años más tarde, el rescate de aquel encuentro parece astillar la narrativa consensuada que, desde hace muchos años, nos cuenta que la cultura rock nunca se involucró directamente en las urgencias de la política; menos aún, en la épica revolucionaria. ¿Acaso los oyentes de rock no preferían “¿Muchacha, ojos de papel”, de Almendra, a “Muchacha” de Daniel Viglietti? ¿No era el folclore comprometido, heredero del movimiento Nuevo Cancionero de los años sesenta, el que efectivamente portaba con optimismo las banderas de la revolución, mientras aquellos melenudos sólo aspiraban a replicar la música del swinging London en castellano?
Pero el dato duro de esta historia es contundente: el único gran festejo organizado para celebrar la victoria del 11 de marzo provino de un género musical que muchos veían con desdén, bastante prejuicio y sobre todo un enorme desconocimiento. Más allá de la algarabía con bombo en la plaza, los cánticos en masa o los ecos de las marchas de campaña, el único evento grande y sonoro se llamó Festival del Triunfo Peronista (algunos lo recordarían como “de la Victoria”, seguramente por la seducción semiótica de letra “V”) y prometió hacer desfilar sobre el escenario montado en Argentinos Juniors a los intérpretes más representativos de “la música progresiva”, como se denominaba el rock argentino en aquel tiempo. El reparto estaba integrado por Aquelarre (a último momento el grupo decidió no participar), Billy Bond y la Pesada, Pappo´s Blues, Pescado Rabioso, Sui Generis, La banda del Oeste, Dulces, Vivencia, Miguel y Eugenio, León Gieco, Gabriela, Color Humano, Raúl Porchetto, Escarcha, Litto Nebbia y Pajarito Zaguri.
II
La versión difundida por entonces de que algunos músicos habían aceptado participar del festival por temor a convertirse en blanco de brulotes o incluso de acciones intimidatorias carece de fundamento. La política era la gran protagonista de aquellos días, y era razonable que músicos emergentes – algunos de ellos, como Gieco o Lebón, estaban por grabar sus primeros discos – desearan hacer público su entusiasmo por el triunfo del FREJULI. En todo caso, la única presión que pudieron haber recibido los músicos fue la del productor, manager y editor Jorge Álvarez, factótum del encuentro. En su libro Memorias (libros del Zorzal, Buenos Aires, 2013), Álvarez dedica unas pocas líneas a la tarde del 31 de marzo: “El general Perón, a través de la JP, me pidió que organizara un concierto para que los jóvenes conocieran a Cámpora y Solano Lima, la fórmula presidencial que resultó ganadora el 11 de marzo de 1973. Con Oscar López y Billy Bond nos hicimos cargo de contactar a los músicos, los sonidistas y los iluminadores. Ver a Cámpora junto a Billy Bond fue algo surrealista.”
En realidad, más que surrealista, aquello fue imposible, ya que en ese momento “El Tio” viajaba a Madrid para reunirse con Perón. Quién efectivamente concurrió al estadio y brindó un discurso de unidad nacional, después de que Billy Bond y La Pesada descargara quince intensos minutos de rock and roll y todos cantaran, con Charly García al piano, las estrofas del Himno Nacional Argentino, fue el vice electo, el antiguo referente conservador Vicente Solano Lima, ahora devenido coequiper de un proyecto político transformador. Por el lado de los músicos, quién sin duda estaba más comprometido con la causa peronista era Diego Villanueva, líder del grupo La Banda del Oeste. Jugando un poco de local, Villanueva logró articular la producción de Jorge Álvarez y su por entonces músico de confianza Billy Bond con la agrupación Brigada Juventud Peronista. Esta última distaba de ser de izquierda dentro del movimiento justicialista. Algunos la vinculaban con la agrupación Guardia de Hierro. La Brigada venía desarrollando un intenso trabajo en las villas, especialmente en la de Lanús Oeste y tenía buena llegada a la hinchada de fútbol del club Argentino Juniors.
El escenario montado ocupó el centro del campo de juego. A las cinco de la tarde – la convocatoria estaba anunciada para las 16 horas – las tribunas ya estaban repletas. Sobre uno de sus costados podía visualizarse con toda claridad un escudo con los rostros de Perón y Evita. También había banderas y carteles del MID y otras agrupaciones políticas más pequeñas, acaso todas ellas abrigadas por los lemas “Liberación o Dependencia” y “Perón o muerte”. Pero la tensión entre sectores internos diferenciados –entre la Brigada y Montoneros, por ejemplo– creaba una sensación de tensión facciosa que, según algunos creían, podía desembocar en algún episodio de violencia. De cualquier manera, el clima de festejo y la enorme expectativa de cambio que brillaba en el horizonte de la mayoría de los argentinos parecía haber suspendido o puesto entre paréntesis las tensiones al interior del FREJULI. En todo caso, algún conato de violencia aislada pudo ser adjudicado a la naturaleza de todo encuentro masivo, juvenil y popular.
Después de la alocución de Solano Lima, Villanueva leyó un texto sobre Perón y la juventud, reclamó por la liberación de los presos políticos y pidió un minuto de silencio en memoria de Evita. Después de esto, el rock recuperó el centro de la escena con La Banda del Oeste interpretando sus dos canciones más conocidas, “En el principio” y “Tema de la banda”. Y entonces empezó a llover. El locutor del festival, Edgardo Suárez, anunció un intervalo que la tormenta decidió fuera el cierre definitivo. En una lectura metafórica de aquella interrupción, podría verse un mal augurio respecto a la posibilidad de que los deseos revolucionarios pudieran hacerse realidad.
III
Si bien a lo largo de los 60/70 hubo tensiones entre la cosmovisión “militante” y el rock como expresión de una suerte de contracultura rioplatense, el estudio “micro” de la década de los 70 nos permite revisar el asunto de un modo más preciso, sin caer en concepciones binarias. Sucede que, frente al folclore “de compromiso” y la canción “de protesta”, el rock siempre fue visto como un fenómeno aislado, huérfano de tradiciones y un tanto ajeno a las modulaciones y rupturas de la política. La disciplina, necesaria tanto en las organizaciones guerrilleras como en las estructuras partidarias de superficie, le era ajena al músico de rock, y sus postulados de libertad individual (“Soy libre y quieren hacerme/ esclavo de una tradición”, cantaba Moris en “Rebelde”) parecían confrontar con los proyectos colectivos. Esas diferencias fueron agudamente resumidas por Oscar Terán en la dualidad “alma Che Guevara y alma John Lennon.”
Pero el hecho de que no haya sido una música orgánica en términos partidarios, como en cierto modo lo era el folclore, no significa que sus intérpretes hayan estado ajenos al ajetreado clima político de la época, y particularmente del año 1973. Año de intensas movilizaciones entre el palacio y la calle, el 73 fue vivido por la juventud como la aurora de un nuevo tiempo, el año cero de la revolución.
Después de largos años de dictadura, diferentes actores de la vida político-cultural salieron a la superficie y coparon el espacio público. Después de tantas agresiones y hostigamiento a la juventud –razias, “coiffeur de comisaría”, etc-, había llegado la hora de que los jóvenes anduvieran libremente por todas partes. En ese sentido, tras los pasos de los festivales B.A. Rock pero esta vez con una significación política definida, el Festival del Triunfo Peronista reunió 15.000 almas en un estadio de fútbol. Indudablemente, la mayor motivación de músicos y público fue la de no quedar fuera de un hecho trascendental para la historia política del país, y al mismo tiempo capitalizar la coyuntura para lograr una mayor legitimación como forma cultural argentina. Para la política, por su parte, la adhesión del rock al triunfo del 11 de marzo significó la certificación definitiva de que “la juventud maravillosa” era la gran protagonista del regreso del peronismo al gobierno, y que el peronismo, “nacional y popular”, también podía dar cabida a lo nuevo en materia musical.
En el año del disco Artaud de Spinetta (fue editado bajo el nombre Pescado Rabioso), el rock era el único género musical que reunía los atributos más apreciados por el zeitgeist de la época, ya que era joven, moderno y contestatario. El tango y el folclore cumplían más acabadamente los requisitos de nacionalismo popular, por decirlo de algún modo, pero eran géneros un tanto anquilosados. El jazz era visto como irremediablemente yanqui, más allá de los esfuerzos de articulación entre los folclores latinoamericanos y la improvisación libre de Gato Barbieri. El rock argentino o “música progresiva” parecía estar haciendo un esfuerzo por construirse una identidad propia, “en castellano”. En ese contexto, la singular escena del 31 de marzo de 1973 testimonia ese esfuerzo por no quedar desconectada de aquel presente impregnado de política.
La ausencia de registros fílmicos y de audio, así como la indiferencia con la que los medios masivos de comunicación solían tratar en aquel tiempo todo lo relacionado con “la música joven”, volvieron al festival de la Victoria un evento un tanto fantasmal, poco y mal informado, perdido en el laberinto de la historia reciente. Asimismo, quienes participaron o estuvieron a punto de hacerlo tampoco hablaron demasiado del asunto en las décadas siguientes, como si nadie hubiera querido estar allí realmente, por más que la inmensa mayoría había votado al FREJULI. Por supuesto, que se haya interrumpido por la lluvia y algunas fallas de organización son hechos que no colaboraron en perpetuar el evento en la memoria. Festival interruptus, que no fue del todo, que pareció ser un ensayo un tanto desmadrado de lo que podría haber sido una alianza cultural sólida, como en cierto modo lo fue en Cuba el vínculo entre la revolución y la Nueva Trova.
Sin embargo, la notable creatividad de la escena rockera de aquel año no puede entenderse sin considerar el estímulo de la política y su promesa de futuro. El “mañana es mejor” de Spinetta estaba más cerca del optimismo de la voluntad que del pesimismo de la razón. Su ambicioso proyecto de traer a la vida argentina al desesperado Antonin Artaud no fue un acto del arte por el arte. A propósito de esto último, Spinetta le explicaba a Miguel Grinberg en octubre de 1973: “Artaud fue un revolucionario y uno de los primeros poetas que comenzó a hablar de cosas que nosotros estamos viviendo ahora”.
Imagen de apertura: recorte de Crónica. Archivo personal del amigazo y memorioso hincha de Atlanta Edgardo “Albóndiga” Imas.
FUENTE: Revista Haroldo. Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.