Por encima del ruido habitual, el autor de esta nota dice que el crimen de Morena Domínguez pudo ser evitado con el simple expediente de meter en cana a los reducidores de celulares, tal como se hizo en su momento con los desarmaderos de autos, con buenos resultados.

No parece estar en relieve la obvia responsabilidad que los reducidores, los que les compran a los chorros los celulares robados, tienen en delitos como la muerte de Morena Domínguez, de 11 años, asesinada cuando iba a la escuela en su barrio de Lanús. Sin embargo hay antecedentes muy claros, especialmente en el orden del robo de automotores. Las estadísticas de delitos en la Capital Federal correspondientes al año 2003 revelaron una baja en los robos seguidos de muerte o lesiones, que pasaron de 118 en 2002 a 29 en 2003. Sí, cuatro veces menos. Ese descenso impresionante se vinculó, según un documento oficial del Ministerio de Justicia de la Nación, con una fuerte acción policial en el desmantelamiento de los desarmaderos clandestinos de autos, adonde los delincuentes llevaban los vehículos robados. Hubo 10.000 delitos menos, y la cantidad de homicidios se dividió por cinco. Esa política exitosa no parece haberse sostenido, por motivos que habría que examinar por separado.

Ahora, ante el asesinato de Morena, se vuelve a la torpe disyuntiva entre extremar las medidas represivas contra los eventuales criminales o remover las causas sociales que motivan su conducta, cuando existe una respuesta específicamente criminológica que ya ha dado pruebas de su eficacia. ¿A quién le vendieron los criminales el celular que le robaron a Morena? ¿Dónde está el reducidor? Las noticias mencionan, al pasar, las cuevas de Nueva Pompeya y del Once. En 2020 y 2021 se hicieron algunos procedimientos en galerías del Once, pero no parecen formar parte de un plan orgánico como el que funcionó en 2003 con respecto a los desarmaderos de autos. Los celulares, como los autos, o bien se venden a compradores deshonestos o bien se desguazan para ser usados como repuestos.

Para implementar la represión a los reducidores no hace falta construir nuevas cárceles ni endurecer leyes ni multiplicar policías ni tampoco hacer la revolución. No es tan difícil, pudo hacerse acá, en la Argentina, hace 20 años.

Si el que firma esta nota tiene presentes los datos sobre delitos en 2003 es porque, poco tiempo después, presentó en un congreso de periodismo una ponencia titulada “Mentir con la verdad”. Allí examinaba una nota periodística de un medio gráfico nacional donde se informaba sobre aquel descenso en la criminalidad, pero la noticia se daba de manera tal –contrastándola con percepciones vecinales, oscureciéndola, desestimándola– que el efecto de la nota era contrario a la noticia que la había originado. El hecho es que distintos factores, intereses y pasiones llevaron al ninguneo y, luego, al olvido de una campaña contra el delito que había sido acertada y exitosa. Factores, intereses y pasiones que, seguramente, subyacen en la continuidad de los desarmaderos de celulares y, por lo tanto, a la muerte de Morena Domínguez.