Hace pocas semanas Socompa publicó una nota en la que al año que empezaba se lo presentaba como un desierto. Aquí la imagen es la niebla. Un año largo y solitario con la niebla envolviendo un partido de lo más chiquito, entre políticos igualmente pequeños y brumosos.

Si los finales son merecedores de balances, los comienzos de año se llenan de anuncios de lo que se espera, de pronósticos, de esa alucinación que es el futuro. El pasado nos determina, el presente nos apura y el futuro es una niebla gris. Estamos en un café sin tiempo: solo existe la mesa, el café, nuestro amigo; el mozo, digamos, es una presencia fugaz, necesaria, pero fugaz; trae, deja, retira, cumple la parsimonia invisible del servicio. Entonces uno de los dos pregunta: “¿Y el 2023?”. Todo es una apuesta. Hoy, si sentás a cualquier consultor, líder de opinión, kiosquero o estudiante de grado te dice: Larreta presidente, inestabilidad económica (un salto lindo a mitad de año y otro lindo en septiembre, antes de las elecciones), Brasil a los saltos y Messi todavía jugando en la Selección.

Pero todo eso es como lo obvio. Lo que flota en nuestro sentido común. Cambiar de año es entregarse a la ilusión de que algo se modificará, con que el rumbo de las cosas se torcerá en favor de nuestros designios, que uno también se modificará, que este año sí lo lograremos. Pero no. El calendario oculta lo peor: la continuidad absoluta de las cosas. Lo poco que cambia todo, que cambiamos nosotros, que los cambios se dan en el silencio de las rutinas, en el sedimento infame de las piedras. El calendario es un tipo que te sirve siempre lo mismo, aunque uno le pida otra cosa. No como el mozo que sirve y se va.

“¿Y el 2023?” Larreta presidente, inestabilidad económica (un salto lindo a mitad de año y otro lindo en septiembre, antes de las elecciones), Brasil a los saltos y Messi jugando en la Selección. Pero lo obvio lo vemos todos. Así como el 22 tuvo Guerra y Mundial, el 23 es un año que no nos dice todo. Hay una niebla por delante, un enigma de cómo será la nueva configuración política, es decir, la nueva configuración económica. Porque acá el que manda determina el tamaño del bolsillo. Hasta hoy parece que tendremos un año ajustadisimo, donde todos los sectores se indexan menos vos (y yo).

“¿Y el 2023?” Un año donde todos los lugares comunes volverán a ponerse en funcionamiento. La política exhibirá su acostumbrado desapego con los votantes, pero esta vez en formato de marketing electoral. Veremos a los muchachos y muchachas recorriendo los barrios escuchando a la gente, los equipos harán campañas diferenciadas para cada red social: Horacio el tiktokero, Javier el tuitero, Alberto el facebukero. Pero eso es el después, antes de que se terminen las internas la política será como esos partidos de fútbol de los más chiquitos: todos corren detrás de la pelota, no está claro dónde está el arco y el que la tiene la liga. En criollo: un despelote bárbaro. Será a ver quién es más sucio en vez de quién es el que soluciona más cosas de la gente.

Uno puede suponer mucho por la fuerza de las cosas, la costumbre de la experiencia, pero lo que nos falta es lo que este año nos traerá. Es menester repetir: pero será un año largo, larguísimo, porque ni siquiera tendremos Mundial al final del túnel. Va a haber que rebuscárselas lindo para que en lo social (nunca hablamos de lo individual) encontremos una razón para estar todos juntos. Qué motivo, qué razón nos llevará al Obelisco… ninguna. Un año largo y solitario. Volvés al café sin tiempo: la mesa, el amigo y una pregunta. Cómo se piensa un año. En Argentina no lo pensamos. Se lo vive como se puede. Porque la incertidumbre es como la niebla, oculta pero muestra. Ya lo había descrito Milton en El paraíso perdido: “llamas sin luz y nieblas visibles”.

Fotografía de apertura: Alejandro Cantor.

FUENTE: revista Panamá.