Inmortalizado en la letra de una canción emblemática, al calor de los días soleados en la isla griega de Hydra y en medio de la revolución sexual de los sesenta, creció la historia de amor entre el poeta y cantautor Leonard Cohen y Marianne Ihlen, retratada en el documental “Marianne & Leonard: Palabras de amor”, recientemente estrenado en Netflix.

Entre canciones, anécdotas recuperadas por los protagonistas, películas caseras de la familia Cohen e imágenes de conciertos históricos, la investigación recupera aquella historia de amor entre el canadiense y la noruega pero también invita al espectador a conocer de cerca los años ’60 del amor libre que, entre el alcohol y las drogas más diversas, marcaron a una generación de artistas.

“Marianne tuvo un montón de amantes. Yo fui uno de ellos”, asume en el principio el documentalista inglés Nick Broomfield desde la voz en off para dejar en claro qué tan cercano fue el punto de vista desde el que reconstruyó la historia.

El joven poeta Cohen llegó a Hydra en 1960 con su guitarra y una Olivetti en busca de una colonia de artistas de distintos rincones del mundo, pero la isla lo sorprendió: un viejo puerto de pescadores, casas muy sencillas y sin agua corriente y transporte con mulas. El mar era omnipresente. Marianne había llegado junto al escritor noruego Axel Jensen y su hijo, Axel.

Se vieron por primera vez en la puerta de un almacén cerca del muelle: él se acercó, la invitó a compartir su mesa en un bar y comenzó una relación que pasó, con el correr de las décadas, de carnal a platónica, sin diluirse en ese movimiento. “Éramos dos refugiados que huíamos de nuestras vidas y nos encontramos cara a cara”, definió ella aquel encuentro. “En Grecia, sentí el calor en mi interior por primera vez”, sostiene él, en un montaje de los testimonios que logra, por momentos, hacer conversar a los protagonistas más allá del tiempo.

En una casa pintada a la cal de tres pisos con una gran terraza desde la que se podía ver el mar, Cohen se instaló junto a Marianne y su hijo. “La manera de vivir de Marianne en la casa es puro alimento. Cada mañana me pone una gardenia en la mesa de trabajo. Cuando hay comida en la mesa, cuando se encienden las velas, cuando lavamos juntos los platos y acostamos al niño. Eso es orden, es orden espiritual, y no hay otro”, le contaba a un amigo sobre cómo transcurrían los días en Hydra.

En esa suerte rutina, que duró seis años y que se interrumpió varias veces cuando Cohen decidía atender lo que llamó sus “afiliaciones neuróticas” con otras mujeres, logró calma para escribir cuatro libros de poemas y la novela “Los guapos perdedores”.

“Nos bañábamos bajo el sol, hacíamos el amor, bebíamos y discutíamos” cuenta Marianne en el documental sobre cómo transcurrían los días pero lejos de un recuerdo idílico, asume que viajó a Londres para abortar sola y que varias veces llegó a pensar en suicidarse porque no lograba conciliar aquel encuentro del que se sentía parte con el espíritu de amor libre de la época. “Quería encerrarlo en una jaula y lanzar la llave, no lo podía soportar”, se confiesa ella frente al documentalista.

Foto por James Burke

Fue en un bar de Hydra que Cohen dio su primer concierto con la guitarra y recién en 1967, a los 32 años, y con seis libros publicados, lanzó su primer disco, “Songs of Leonard Cohen” y, un par de años después, el segundo, “Songs from a Room”. En el primero incluyó “So Long, Marianne” y en el segundo “Bird on a Wire”, dos canciones que celebran esa relación.

“Marianne lo hacía todo. Le traía cestas con fruta y agua mientras él tenía fiebre. Leonard pasaba del ácido a las anfetaminas y entraba en una especie de locura. Ella ‘sujetaba al hombre’ para que pudiese escribir esas páginas”, recuerda Aviva Layton, la mujer del editor de Cohen en Canadá, sobre el rol de Marianne.

Pero como apunta después la misma amiga de la pareja, “Los poetas no son buenos maridos”. Marianne llegó a vivir algún tiempo junto a Cohen en el Chelsea hotel de Nueva York hasta que finalmente se separaron.

La letra de “So long, Marianne” incluía una línea con un pedido, volver con ella. “Ahora necesito tu amor oculto. Me siento frío como la hoja nueva de una maquinilla de afeitar. Te fuiste cuando te dije que era una persona curiosa. ¿En algún momento dije que era un tipo valiente?”, dice.

Tras un regreso breve a Hydra, ella volvió a Noruega, se casó, crió a los hijos de su marido y durante años trabajó como secretaria en Oslo. Él se casó dos veces, primero con Suzanne Elrod y después, con Rebecca De Mornay.

El documental de Broomfield, lejos de culpabilizar a Cohen y victimizar a Marianne, reconstruye los detalles que permiten saber que estuvieron, de alguna forma, conectados hasta el día de su muerte. “Fue una historia de amor en 50 capítulos”, define el director.

El documental también trabaja alrededor de la figura de la “musa”, esa presencia incondicional: cuando entre ellos se instaló la distancia física, comenzaron un vínculo epistolar que duró tres décadas. Cuando él viajaba a Europa, ella solía asistir a sus recitales, se mezclaba entre el público.

El Departamento de Libros y Manuscritos de Christie’s de Nueva York subastó en 2019 dos de las cartas que alimentaron esa correspondencia. Una estaba titulada “A solas con los vastos diccionarios de la lengua”, escrita en su Montreal natal en 1960 al principio de la relación y la otra “Soy famoso y estoy vacío”, con la leyenda “para mi querida Marianne” de noviembre de 1964.

La última carta que Cohen le dedicó a su musa fue pública y sentó las bases del mito romántico.

Broomfield registró el momento en el que Marianne, en su lecho de muerte por una leucemia en un hospital de Oslo, escuchó las palabras de Cohen, en un email que llegó a tiempo y que le leyó un amigo. “Querida Marianne. Estoy justo detrás de ti, tan próximo que podría tomar tu mano. Este viejo cuerpo se ha rendido, al igual que el tuyo, y el desahucio puede ocurrir en cualquier momento”, comienza él, tal vez consciente de que también asistía a sus últimos días de vida.

El texto termina con una frase que, según el documentalista, fue un aliciente para Marianne, la fórmula que había esperado escuchar durante años: “Nunca he olvidado tu amor y tu belleza. Pero eso ya lo sabes, así que no es necesario que diga nada más. Te deseo un viaje tranquilo, mi vieja amiga. Nos vemos por el camino. Todo mi amor y agradecimiento. Leonard”.

Tres meses después, un 7 de noviembre de 2016, Cohen murió en Los Ángeles, a los 82 años y mientras dormía.