El Ceibo supo de un pasado lleno de vida. Hoy, un cartel anuncia “La casa de los horrores”. Los restos del inmueble son un mudo testimonio de los saqueos perpetrados por los grupos de tareas.

 

Algunas fueron destruidas con misiles y cañonazos, otras a puro golpe de borceguí. Una vez que entraban, si alguien quedaba vivo lo chupaban, lo mataban o, si era un niño, lo entregaban a algún amigo. En El Ceibo 625, allá en el sur de Haedo, casi en la frontera con Villa Luzuriaga, la toma por la fuerza no fue para asesinar o secuestrar, porque la casa estaba vacía y los que allí habían vivido ya estaban en poder de los militares, en la clandestinidad o en algún cementerio. Tomaron posesión, entraron para llevarse todo lo que tuviera valor.

Donde hoy quedan las ruinas había una casa con mucho movimiento. Ya desde los años 60 la entrada de amigos y vecinos se había convertido en un hábito, nada extraño allí donde había un televisor. Con cuatro dormitorios, un living, un comedor, un comedor diario, palier, patio y hasta una pequeña casita de servicio, toda la superficie estaba cubierta por una gran terraza. Estaba llena de vidas, entre ellas las de tres miembros de la familia que militaban en Montoneros.

Cuando en 2015 la inmobiliaria puso el aviso “El Ceibo 625, en Haedo, casa para demoler”, no aclaró que ya había sido demolida, salvo el esqueleto, unos 40 años atrás. Era una tapera con paredes, techo y algunas cosas reconstruidas por quienes la tomaron por un tiempo. Hoy hay un terreno con algunos restos de muros ruinosos que se pueden ver a través de un agujero en una de las chapas que ofician de tapia. Un cartel raído anuncia “La Casa de los Horrores”, casi una metáfora del asalto del que se salvaron los Murphy, entre ellos María Eugenia, sobreviviente de dos operativos, uno en 1976 y otro al año siguiente.

Aquella tarde del 29 de noviembre del 76 Juan Carlos García Vázquez salió a dar una vuelta en bicicleta con su hijo, Juan Santiago, de un año y medio. “La consigna de seguridad era que si a las 21 no estaban de vuelta, levantábamos todo”, dice María Eugenia, quien había sido su esposa desde 1975. No volvieron. Tras la emboscada, lo llevaron herido al Instituto de Cirugía de Haedo, donde llegó a ser visitado furtivamente por su padre, hasta que desapareció. El chico fue recuperado tiempo después en la Casa Cuna de La Plata por su abuela Josefina Eyrei de Murphy y por la “Abuela” María Adela Antokoletz.

Libertades

Los Murphy son una familia de origen irlandés, gente de clase media acomodada que tenía una casa muy antigua a pocas cuadras de la de El Ceibo, en Libertad 509. Allí vivió Josefina, fallecida en julio pasado, aunque hubo una interrupción. Después de los secuestros de su hijo y su nieto tuvo que protegerse en un departamento que alquiló en la Capital Federal. “Yo quedé boyando y pasé por muchos lugares, hasta que nació Nicolás, al que Juan no llegó a conocer. Al principio fui a la casa de una tía. Parte de la familia se fue al Uruguay, una hermana con su compañero a Colombia, después mi vieja viajó a Venezuela a reunirse con los tres más chicos”, resume María Eugenia, quien aquel 29 de mayo llevaba en su panza al hermano de Juan Santiago.

La ficha podría decir que Juan Carlos García nació el 6 de junio de 1950, hizo la secundaria en el Otto Krause, trabajó como preceptor tanto en la escuela Jorge Newbery -a una cuadra de donde fue emboscado- como en el colegio Dorrego de Morón y comenzó su militancia en la Acción Católica. Seguramente no diría que antes de salir le dijo a una cuñada que tenía una “sorpresa” para su mujer. Quedó en el camino.

Entre quienes se fueron a tiempo estaba su cuñado, Santiago “Jimmy” Murphy, quien sería asesinado el 12 de mayo del 77, preludio de la toma de la casa de El Ceibo. Vieron el domicilio que figuraba en su documento y fueron a la casa vacía. “Yo no creo en la venganza, pero sí en la justicia. Puedo tener un rencor hacia la Séptima Brigada, porque era una mujer viuda, a la que acababan de matarle al hijo (en rigor, era el yerno) y me fueron a limpiar la casa totalmente, los muebles, las puertas, las ventanas, las luces, los tomacorrientes, sólo dejaron las paredes”, relataría en 2014 doña Josefina, exactamente en el minuto 42 de un video (https://youtu.be/kY-j_Jyp7WQ) que emitió la TV Pública. Le faltó recordar que con mucha prolijidad también se habían llevado el inodoro y el botiquín del baño.

Los Murphy nunca volvieron a El Ceibo 625, aunque lograron recuperar el predio en 2014. La segunda demolición, esta vez legal y oficial dejó el terreno, las chapas, el agujero y algunos ladrillos como testimonio.

Imágenes

María Eugenia Murphy pasó de casa en casa y contó con el apoyo de Roberto Solari y su pareja, Graciela Alberti, desaparecida el 17 de marzo de 1980, como reza la baldosa que Barrios por Memoria y Justicia de Morón colocó en la puerta de Libertad 509. Hoy Solari vive en el Brasil, desde donde todos los años publica en Página 12 un poema dedicado a su amigo Juan Carlos García. La imagen de Graciela, o “Raquel” quedó plasmada en una de las fotos que Víctor Basterra logró sacar de la ESMA. Había sido secuestrada por otro Víctor, Donda, responsable también de la desaparición de su propio hermano, José María, padre de Victoria, actual diputada.