La crisis económica mundial, post COVID-19, y la invasión de Rusia a Ucrania no afectan a todos los países por igual. Todo indica que, como en las guerras mundiales, buena parte del costo de esta crisis lo pagará Europa. Estados Unidos, tras terminar de subordinar a su política exterior a todo el bloque europeo, se encamina a ser el único contendiente contra el crecimiento de los países asiáticos.
Fueron apenas cuatro semanas. La primera ministra británica Liz Truss –la tercera mujer en asumir el cargo, tras las gestiones de Margaret Thatcher (1979-1990) y Theresa May (2016-2019)– anunció su dimisión este miércoles 20 de octubre, tras agotar en muy poco tiempo todo su capital político. No pudo implementar ninguna reforma de las que había prometido, tuvo que cambiar al responsable de la política económica –que hizo todo lo contrario de lo que ella había prometido hacer– y su figura se había transformado en una sombra.
Atrás quedaron las promesas de rebajas de impuestos para dinamizar la economía y atraer inversiones. Su ministro de Hacienda, Jeremy Hunt, revirtió casi todas las medidas incluidas en el paquete económico presentado por la primera ministra hace apenas algunas semanas. Hunt señaló que el país necesitaba reconstruir la confianza de los inversores.
Imaginemos, tan sólo, el mismo escenario en algún país de América latina, o de toda América, donde en todos rige un sistema presidencialista. Es impensable que un ministro de Economía americano haga todo lo contrario de lo que propuso el presidente. Pequeñas paradojas que pueden darse en países con sistemas parlamentarios de gobierno. Lo concreto es que apenas 45 días después de haber reemplazado a Boris Johnson, Liz Truss se ve obligada a renunciar. Y, más paradójico aun, los primeros nombres que se barajan para reemplazarla incluyen a… ¡Boris Johnson!
Si los dimes y diretes de la política británica no son un buen ejemplo de lo que está provocando la crisis económica en Europa, se hace difícil pensar en un ejemplo más ilustrativo.
No obstante, con apenas dar una recorrida por cualquier portal de noticias internacionales nos encontraremos con referencias a la crisis económica que ya no amenaza sino que azota a Europa y a todo el mundo. No hay dirigente político con responsabilidad de gestión que no apele a la muletilla del COVID y la guerra Rusia-Ucrania para justificar lo mal que le va al país.
Pero claro, no a todos afecta el mismo modo. La crisis energética que ha provocado la guerra ruso-ucraniana es una crisis cuasi provocada por Estados Unidos, que presiona a Europa con las sanciones a Rusia, por lo cual se ve impedida de comprar el gas ruso que pasa por los gasoductos Nord Stream 1 y 2.
Podrá decirse que estas sanciones están bien porque Rusia es un país invasor. Bien. Concedamos eso. Pero hete aquí que Estados Unidos no se ve afectado por sancionar a Rusia, y Europa sí. Es más, la potencia del Norte se prepara para venderle gas a Europa a un precio mayor que el precio que cobraba Rusia por el gas. Entonces, la crisis económica mundial, como toda crisis, provoca que haya ganadores y perdedores.
Efecto derrame, de mishiadura
Hay otras naciones que se preparan para usufructuar la crisis energética europea. Una de ellas es, casualmente, un aliado de Estados Unidos: Israel. Este país acaba de llegar a un acuerdo con el Líbano por un histórico conflicto de límites marítimos. Esto no estaría vinculado a la cuestión si no fuera que en el mar que baña las costas de Israel y del Líbano hay reservas de gas listas para extraer, explotar y vender a Europa.
Entonces, los conflictos que están azotando a Gran Bretaña y Alemania, más el cimbronazo que provoca el triunfo de la ultraderecha en Italia y el delicado equilibrio francés y español, no hacen más que hacernos pensar que la crisis económica mundial ya eligió un perdedor. O tal vez lo eligió Estados Unidos.
Los vaivenes de la política mundial son nada comparados con lo que sufrirán los habitantes de esos países europeos y de aquellos países en los que Europa también derramará su crisis. Si algo ha hecho la globalización es que ningún país del globo está a salvo de ninguna crisis. Y, por si fuera poco, la pandemia de COVID-19 demostró que no sólo las crisis económicas se pueden contagiar.
¿Y qué pasa en el resto de los países? Asia parece estar menos afectada, China sigue enfrascada en su guerra comercial con Estados Unidos, hace previsiones de acá a muchos años y camina tranquila a ser una potencia hegemónica o, en todo caso, compartir el trono con Estados Unidos, como viene siendo hasta ahora. India sigue ubicado allá arriba en el PIB per cápita, Indonesia y otros países del este asiático en su camino de consolidarse como economías en constante crecimiento.
Japón tiene sus sacudidas cada tanto, pero se mantiene, y Rusia es una incógnita a partir del resultado de la guerra. Por ahora, las sanciones no parecen hacer mella, y el gas que no le vende a Europa lo está redirigiendo a otros mercados.
Mientras tanto, cruzando el charco, en América latina –como casi siempre históricamente– luchamos por sobrevivir. Aun con sus similitudes, no todos los países de la región padecerán del mismo modo la crisis. Brasil se prepara para dar otro giro con el triunfo de Lula en la segunda vuelta. El veterano político brasileño tiene por delante una coyuntura difícil, pero como presidente de la economía más grande de Sudamérica tendrá que liderar el fortalecimiento de organismos regionales y aun internacionales, como los BRICS, al que ya anunciaron que quieren fortalecer.
Un poco más de Europa
Algunos datos que ayudan a entender la dimensión de la crisis europea:
-Alemania registró por primera vez en tres décadas un déficit en la balanza comercial mensual. La última vez que ocurrió algo similar fue durante la reunificación alemana, en 1991.
-No hace falta añadir nada más a lo que puede significar para Europa una desaceleración o una depresión en la “locomotora” de la Unión, Alemania.
-Este debilitamiento de la economía alemana ya repercute en la zona euro, donde la paridad con el dólar cayó a su nivel más bajo en 20 años.
-Inflación: si bien este fenómeno afecta a gran parte del mundo (ni hablar de Argentina que es un caso que debe estudiarse aparte), Europa no es ajena al aumento de precios y alcanzó un récord de 9,1% en agosto. Por supuesto, el rubro que empujó los precios fue la energía, con un 38,3%.
-Ya se habla de cortes de energía en varios países de Europa y una vuelta al carbón para reemplazar el gas que ya no vendrá de Rusia, con los consabidos daños al medio ambiente, cuando apenas se comienza a despegar en la lucha contra el cambio climático.
-Las previsiones del Banco Mundial, del FMI y de otros organismos multilaterales ya no esconden su pesimismo, hablan de una desaceleración y varios han tenido que modificar sus pronósticos hacia 2023.
El FMI, dicho sea de paso, también difundió las que según su criterio serán las mayores 20 economías del año próximo. Una vez más, Estados Unidos y China estarán en el podio, quizá sean de los pocos países que tendrán algo que celebrar.
El panorama para todo el mundo aparece como sombrío, pero para Europa parece un poco más, Como suelen decir muchos dirigentes políticos (muletilla que se transformó en masiva durante la pandemia), nadie se salva solo. Y esta vez no será la excepción.
El futuro económico, malo o bueno, nos pertenece a todos. Quienes toman las decisiones son pocos, pero quienes las sufrimos somos muchos. Si la tortilla no se vuelve, las crisis serán recurrentes, como durante toda la historia del capitalismo.