Cuando arrecian las denuncias de usurpación de tierras en el Sur y se reclama represión contra los mapuche, conviene conocer la historia del más grande usurpador de nuestros tiempos en la Patagonia. Los atropellos de Joseph Lewis, el magnate inglés dueño de 14 mil hectáreas en Río Negro que cercan por completo al Lago Escondido.
Para Marcos, siempre
Rodeado de cordones montañosos de 1800 metros de altura de promedio, con el Cerro Ventisquero como tope máximo de 2300 metros, el Lago Escondido está ubicado en la ecorregión de bosque valdiviano, con mayoría de cipreses, alerces y cohiues. A 770 metros de altitud sobre el nivel del mar, de forma alargada, dividido por un estrecho de 180 metros en dos cubetas (con una profundidad estimada entre 90 y 95 metros), el lago tiene un largo total de 10 kilómetros y un ancho máximo de 1.5 kilómetros, ocupando una superficie de 713 hectáreas. Orientado de este a oeste, con una pequeña curvatura hacia el sudoeste, llega hasta la frontera con Chile en la provincia patagónica de Río Negro, y a 50 kilómetros en línea recta de la localidad de El Bolsón. Este espejo de agua de origen glaciar, paraíso de las truchas, forma parte de la cuenca de los ríos Puelo y Manso, conectándose a este último través del río Escondido que, luego de un descenso de escasos kilómetros, donde forma cascadas y saltos, se une al río Foyel para desembocar en el Manso.
Su cuenca se completa con los lagos Montes, Soberanía y otro sin nombre, y posee una importante cuenca de alimentación producto de la gran cantidad de precipitaciones que recibe (promediando los 2.000 milímetros anuales) en época invernal y por el deshielo en verano.
El volumen del Lago Escondido se calcula en un total de 412,4 hectómetros cúbicos, más de 400 mil millones de litros de agua dulce. Es un tesoro fantástico de la humanidad, pero también un ansiado botín del capitalismo, que de manera inescrupulosa transformó en pasado el verbo que da inicio a esta oración.
Es que el Lago Escondido, hoy, fue un tesoro de la humanidad. El solo hecho de verlo, de acercarse siquiera a sus orillas para contemplar sus aguas, debe contar con el permiso de un hombre llamado Joseph Lewis.
“Soy un hombre al que no le gusta aparecer en los medios, por ningún motivo”, dice Joseph Lewis pausadamente luego de pensar unos cuarenta segundos mirando a lo lejos, más allá del lago, más allá de las montañas. En ese medio minuto que pensó ante la pregunta sobre cómo se definiría y respondió las quince palabras, su fortuna se incrementó en 197.920 dólares.
El dato parece brutal, digno de ficción. Pero la afamada revista Forbes, que mide las fortunas de los hombres más ricos de mundo, lo ubicó en su tabla de 2015 en el puesto número 277, con 5,3 billones de dólares, en 2015. Y en marzo de 2016, lo ascendió al puesto 248, con 5,5 billones de dólares. Lo demás es simple matemáticas. Siempre según Forbes, revista que no se dedica específicamente a denunciar los negocios multimillonarios de sus personajes, dio cuenta de que la fortuna de Lewis crece a razón de 570 millones de dólares por día.
Joseph Lewis nació el 5 de febrero de 1937, en un departamento arriba de un pub de la calle Roman, en el barrio de Bow, ubicado en el sector este de Londres, hijo de Charles Lewis, dueño de una empresa de catering llamada Banquetes Tavistock. A los quince, Joseph abandonó la escuela y comenzó a trabajar como mozo en el negocio paterno. Rápidamente, comenzó a redondear sus ingresos vendiendo todo tipo de artículos lujosos a los turistas que atendía, lo que le permitió abrir una discoteca, la Hanover Grand, en el West End londinense. En 1979, ante la muerte de su padre, vendió todo, fundó el Tavistock Group, y se dedicó al comercio de divisas. “Mi único objetivo era poner comida en la mesa”, dice ahora Lewis, tranquilo, cuando se le pregunta por sus inicios, y su fortuna asciende unos 200.000 dólares más en un abrir y cerrar de ojos.
Así, poniendo comida en su mesa para su mujer y sus dos hijos, Charles y Viviane, atravesó los ’80. En 1992, se asoció con George Soros para apostar a que la libra esterlina quedara fuera del euro. Esa operación, conocida como el Black Wednesday, potenció de manera estrafalaria las ganancias de los socios. Nuevamente fue la propia revista Forbes la encargada de publicar que Lewis fue quien salió más beneficiado que Soros de ese meganegociado. La comida en su mesa ya hacía tiempo que había dejado de ser un problema.
Ese mismo año 1992, Lewis visitó la Argentina invitado por un amigo, el magnate australiano Kerry Packer. Joseph quería invertir: “Lago Escondido fue la mejor oferta –dice, y suma–. Podría haber comprado en las Cataratas del Iguazú o algo en Salta o Mendoza. La mejor oferta se la contó el operador inmobiliario Nicolás Van Ditmar. Este descendiente de holandeses afincados en Río Negro, propietaria de la inmobiliaria Van Ditmar Patagonia y Asociados (hoy, Patagonia Real Estate), tenía en su haber la venta de las 900.000 hectáreas a Luciano Benetton, y fue quien le habló a Lewis de las tierras de la familia Montero. Arsoindo Montero era dueño por usucapión (figura legal que hace propietario de un terreno a todo aquel que lo ocupe durante 25 años y no haya recibido pedido formal de devolución) de 8.000 hectáreas y tenía un permiso provisorio de pastura de otras 6.000 hectáreas de tierra fiscal. Las 14.000 hectáreas bordeaban por completo el Lago Escondido, lo cercaban. Y los Montero no eran de permitir que cualquier habitante de la zona llegara al lago, constitucionalmente zona pública. Ni siquiera reconocían la servidumbre de paso obligatoria.
A la muerte de Arsoindo, algunos de sus hijos querían vender, pero venderlo todo; lo propio y lo fiscal. El menemato miraba hacia otro lado. Lewis quiso conocer el lugar y le brillaron los ojitos. En 1996, los catorce herederos de don Montero recibieron la oferta de Lewis: tres millones y medio de dólares. Poco después, Irineo Montero, renuente a la venta de la tierra, su esposa María Ortiz, y un peón de ambos, José Matamala, murieron en confusos accidentes. El negocio (de golpe y porrazo elevado al doble de la oferta inicial gracias a las maniobras de Van Ditmar que se quedó con la tajada) fue aceptado por los doce herederos que seguían con vida. Los Montero recibieron una mínima cantidad de dinero y el resto en ganado, propiedades en la ciudad de Bariloche, campos pequeños en los alrededores de las hectáreas vendidas, maquinarias agrícolas y vehículos. Nicolás Van Ditmar fue nombrado mano derecha de Lewis y apoderado de varios de los grupos corporativos de la Tavistock. Y capitoste –debajo de Joseph Lewis, obvio– de la empresa que controla los emprendimientos en la zona, la Hidden Lake S.A.
Por “mano derecha” debe entenderse “fuerza de choque contra todo aquel que quiera visitar el lago”, ya que Lewis continuó con la política de los Montero de prohibir la llegada pública al Escondido. “Al espejo de agua se puede llegar por el camino público, por la servidumbre de paso que existe en camino de montaña, ya que Lago Escondido está rodeado de montañas”, afirma la abogada Dalila Pinacho, que hasta mediados de 2009 fue gerenta de Relaciones Institucionales de la Hidden Lake y que fue premiada por el gobierno de Mauricio Macri con el cargo de directora de Radio Nacional Neuquén.
Es cierto, el lago, como bien indica el profesionalismo periodístico de Pinacho, está rodeado de montañas. Pero no es menos cierto que para llegar a la orilla del Escondido (se insiste, territorio público, de libre acceso a toda persona), mister Lewis dejó abierto sólo un sendero que, además de las imprescindibles aptitudes de montañista y los elementos necesarios para tal práctica, requiere para recorrerlo una caminata de 6 días por 84 kilómetros de huella agreste desde, por ejemplo, la localidad de El Bolsón.
Eso sí, el Tavistock Group (es decir Joseph Lewis) sigue sumando. Controla las compañías biotecnológicas de San Diego, Estados Unidos; invierte en gas y petróleo en Siberia; monopoliza la industria del aluminio en México; lidera las operaciones inmobiliarias en el Reino Unido; es dueña de los clubes de fútbol Tottenham Hotspur inglés, Glasgow Rangers escocés, Vicenza italiano y AEK griego (lo que le vale a Lewis ser el segundo dueño de clubes más rico del mundo detrás del petrolero ruso Román Abramóvich), es propietaria de las firmas de ropa alternativa Vans y Puma y de la de ropa interior femenina Gottex; posee los campos de golf más exclusivos de los Estados Unidos, el Lakenona y el Isleworth, y el Albany, en las Bahamas, y tiene las franquicias mundiales de Planet Hollywood y Hard Rock Café. En la Argentina, fue propietaria de la cadena de heladerías Freddo y de las cafeterías Aroma (que, como estrategia de venta rápida, admitido por su propia jefa de prensa, colocaban sillas aptas para estar sólo 15 minutos sentados).
Entre otros tantos emprendimientos, en la actualidad, Joseph Lewis (junto a su socio Marcelo Mindlin) es dueña de Pampa Energía, que en su página institucional señala ser “la empresa integrada de electricidad más grande de la Argentina”. A través de su subsidiaria Petrolera Pampa, a fines de 2013 firmó un acuerdo secreto con YPF (similar al de Chevron) para extraer gas mediante la técnica de fractura o estimulación hidráulica (conocida como fracking) en un sector del yacimiento de Vaca Muerta.
No conforme con prohibir la visita al lago, Lewis fundó la Hidroeléctrica Lago Escondido S.A., empresa a la que se le concedió el uso del agua pública del río Escondido por 30 años para generar energía. Eso, sólo como el inicio de un plan de construcción de otras centrales hidroeléctricas en los ríos Lindo, Motoco, Ternero y Baggilt, en los Andes patagónicos. Y como el reclamo popular impidió que construyera un aeropuerto cercano a sus propiedades, en El Bolsón, lo hizo en 2008 en la otra punta de la provincia de Río Negro, en la costa atlántica: Bahía Dorada, con una pista de dos kilómetros de largo y 50 metros de ancho (utilizable, por ejemplo, por un Boeing 737), con un hangar que puede albergar dos aviones grandes de pasajeros o varios jets privados, y sin ningún tipo de control en relación a su tráfico aéreo.
Joseph Lewis vive en Lyford Cay, Bahamas. Es un tax exile, es decir alguien con enorme fortuna que elige residir en un país extranjero que tenga una ínfima carga tributaria. Pero de tanto en tanto pasa una temporada en su casita de 4 mil metros cuadrados frente al Lago Escondido, “su” lago, como cuando recibió al presidente Macri y a su esposa Juliana Awada para que se repusieran de la noticia de las inundaciones en el litoral. “Cada vez que regreso, no paro de disfrutar de todo esto; pero insisto, no me gusta aparecer en los medios”, dice Lewis, emulando al vernáculo Alfredo Yabrán, luego de pensar un minuto con la vista fija más allá del lago, más allá de las montañas, más allá de la humanidad. Mientras su fortuna se incrementó, en ese mínimo minutito, otros 395.840 dólares.
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