Los países de la OTAN bajo el liderazgo de Estados Unidos se han precipitado en nueva nueva crisis. Tan cierto como que Moscú le entregó a Washington lo que Washington esperaba: una invasión a Ucrania que luce imprudente y colisiona con el derecho internacional. Una escalada diplomática y bélica que comenzó hace tres décadas, los errores de la OTAN y un vistazo a los hombres que, según los analistas internacionales, más escucha Vladímir Putin.
Está claro y lo admiten incluso destacados analistas estadounidenses: Washington y sus aliados atlánticos cometieron una larga lista de errores desde la caída del Muro de Berlín y la posterior disolución de la Unión Soviética. En síntesis: un largo y peligro asedio. La razón es conocida. La expansión de la OTAN hacia Europa del Este. Así lo destacó hace unos días Thomas Freidman en una columna de opinión publicada por The New York Times.
El periodista, escritor y tres veces ganador del Premio Pullitzer, refiriéndose a la ampliación que comenzó en 1994 con el gobierno de Bill Clinton, señaló: “El misterio es por qué Estados Unidos, que durante la Guerra Fría soñaba que Rusia tuviera algún día una revolución democrática y un líder que, aunque a regañadientes, tratara de hacer del país una democracia y unirse a Occidente, eligió tan rápidamente empujar a la OTAN a la cara de Rusia cuando el país estaba débil”.
Friedman recuerda que por esos años, un pequeño grupo de funcionarios y analistas políticos se opusieron, pero fueron acallados por los principales medios. En su artículo destaca, por ejemplo, que una de esas voces, tal vez la más importante, fue el propio Bill Perry, por entonces secretario de Defensa designado por Clinton. “Al recordar aquel momento años después, más exactamente en 2016, Perry dijo en una conferencia organizada por el diario The Guardian: ‘En los últimos pocos años, gran parte de la culpa puede adjudicarse a las acciones de Putin. Pero debo decir que Estados Unidos tiene gran parte de la culpa de lo ocurrido en los primeros años. La primera acción que nos apartó del camino correcto fue expandir la OTAN’”.
Friedman relata que luego de la que el Senado estadounidense ratificara la expansión, llamó a George Kennan, el hombre que diseñó la estrategia norteamericana de contención durante la Guerra Fría. Kennan ingresó al Departamento de Estado en 1926 y fue embajador de Estados Unidos en Moscú en 1952. A los 94 años, la respuesta de Kennan fue profética: “Es el inicio de una nueva Guerra Fría. Los rusos reaccionarán de a poco, pero con creciente hostilidad, y esto afectará su política. La ampliación es un error trágico. No había la menor razón para hacerlo. Ya nadie era amenaza para nadie”.
Kennan, según escribe Friedman, fue más allá: “Nos comprometimos a proteger a un montón de países sin tener ni los recursos ni la intención de hacerlo seriamente. La expansión la decidió muy alegremente el Senado, que no tiene el menor interés en la política exterior. Lo que más me molestó fue la superficialidad del debate y lo mal informados que estaban los senadores. Me indignó que se hablara de Rusia como un país que se moría de ganas por invadir Europa Occidental”, rememoró el hombre cuyos textos sirvieron de justificación a la política antisoviética de Harry Truman y al desarrollo de programas como el Plan Marshall.
Su puede o no compartir la lectura de Kennan, pero no su lucidez. Su análisis subrayaba que las diferencia de Washington con Moscú eran con el régimen comunista soviético. “Ahora le estamos dando la espalda a las mismas personas que organizaron la mayor revolución sin sangre de la historia para derrocar precisamente al régimen soviético. Para colmo, en Rusia la democracia está tan avanzada, o incluso más, que en cualquiera de esos países que nos comprometimos a defender justamente de Rusia. No cabe duda de que Rusia va a reaccionar mal, y después los expansionistas saldrán a decir que los rusos son así, que ellos ya lo sabían, pero es todo una equivocación”, cuenta Friedman que le respondió Kennan en el no tan lejano 2016.
Queda claro. Incluso en la visión de Kennan. El mundo de la posguerra se fundó en un delicado equilibrio estratégico entre Washington y Moscú que en los hechos comenzó a resquebrajarse hace treinta años. Las recurrentes advertencias de Rusia, en especial desde que Putin llegó al poder, fueron desoídas y con Washington a la cabeza, la OTAN cruzó la línea roja en 2014 con la pretensión de incorporar a Ucrania. También con la agresión del nuevo gobierno de Kiev a las regiones prorrusas de Donetsk y Lugansk.
En los últimos ocho años, Rusia -que firmó los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015- reclamó que se pusiera en práctica la autonomía prevista para ambas regiones, autonomía que no implicaba la constitución de países independientes. Según Moscú, Kiev nunca cumplió. La OTAN tampoco. La alianza atlántica incluso dejó de lado la propuesta de desmilitarización hecha por Rusia. Lo central: que Estados Unidos se comprometiera por escrito a excluir cualquier nueva ampliación de la OTAN y se abstuviera de colocar bases militares en territorios que hubieran pertenecido a la Unión Soviética. En otras palabras: que la situación en términos territoriales y armamentísticos se retrotrajera a 1997. Esta semana, Rusia dijo basta.
¿A quién escucha Putin?
Los medios occidentales suelen describir a Vladímir Putin como una suerte de emperador con afanes expansionistas, y aunque la democracia rusa dista mucho de ser un modelo donde la agenda se defina en debates más o menos públicos, no menos cierto es que Putin no decide en soledad. ¿A quién consultó antes de decidir la invasión? ¿Es el tono militarista de Moscú producto de la influencia de los ministros y jefes de las agencia de seguridad conocidos como los “siloviki”?
Si bien Rusia puede ser considerada un república gobernada por un presidente con amplísimos poderes y las decisiones centrales están en sus manos, los analistas occidentales señalan que Putin se apoya en un pequeño grupo de personas, algunas de las cuales fueran sus colegas durante mucho tiempo. Son los funcionarios en los que más confía.
Se trata de un círculo integrado casi exclusivamente por funcionarios con antecedentes en las agencias de seguridad. En Rusia, como en Estados Unidos, hay varias. Los “siloviki”. Se sabe, el propio Putin empezó su carrera en la KGB, que en la era postsoviética fue rebautizada como Servicio de Seguridad Federal de Rusia (FSB). Según lo analistas, la influencia de los “siloviki” ha ido en ascenso desde que Putin asumió el poder.
En los hechos, las decisiones más trascendentales sobre política interior y exterior se suelen tomar en las reuniones del Consejo de Seguridad, que está formado por los directores del FSB y de Inteligencia Extranjera; además de los ministros del Interior, Relaciones Exteriores y Defensa; como así también por el primer ministro y los presidentes de ambas cámaras de la Duma.
En total son treinta miembros, pero cinco son los más relevantes: Nikolai Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad; Alexander Bortnikov, jefe del FSB; Sergei Naryshkin, director de Inteligencia Extranjera; y los ministros de Defensa, Sergei Shoigu, y de Relaciones Exteriores, Sergei Lavrov. Patrushev, Bortnikov y Naryshkin conocen a Putin desde hace décadas. Sirvieron con él en San Petersburgo, la antigua Leningrado, en la década de setenta.
Patrushev es el principal halcón dentro del equipo presidencial. Lo dicho: su relación con Putin se remonta a la estación de la KGB en los tiempos de Leningrado, donde ambos trabajaron codo a codo. En 1999, Patrushev reemplazó a Putin como director de la FSB y continuó en el puesto hasta 2008. Para algunos analistas se trata de la persona a la que más escucha.
El caso de Shoigu es diferente. Se convirtió en una persona de confianza en los 2000. Su área abarca también la jefatura del Departamento Central de Inteligencia (GRU), el servicio de inteligencia militar de las Fuerzas Armadas creado en 1918 por el Consejo Militar Revolucionario del Ejército Rojo bajo la dirección de León Trotsky para coordinar las acciones de las agencias de inteligencia del ejército, la armada y la fuerza aérea. Su misma existencia permaneció desconocida para los servicios extranjeros hasta varias décadas después. Sus agentes están sospechados de envenenar al ex espía ruso Sergei Skrypal en el Reino Unido en 2018 y al político opositor Alexei Navalny en Siberia en 2020. Según los analistas, Putin y Shoigu suelen tomar vacaciones juntos en Siberia, de donde proviene Shoigu.
Bortnikov también trabajó con Putin en la KGB. Asumió la jefatura de la FSB en 2008 en reemplazo de Patrushev. Se formó como agente de contrainteligencia, una actividad en la que tiene varias décadas de experiencia. Su influencia, además, se extiende a otras áreas relacionadas con la seguridad, como el Ministerio del Interior y la Fiscalía General. Como jefe del FSB también tiene bajo su órbita dos fuerzas especiales: el Grupo Alfa -creado en 1974 por el entonces jefe del KGB Yuri Andrópov- para la lucha antiterrorista y el Grupo Vympel -creado en 1981 por el coronel Yuri Drozdov- especializado en operaciones de infiltración profunda. Son el equivalente de las SAS británicas y las fuerzas Delta de Estados Unidos. Las operaciones de ambos grupos son secretas.
Lavrov es la voz moderada. Como ministro de Relaciones Exteriores es el contrapeso de Bortnikov. Su carrera diplomática es extensísima. Para algunos, se trata de uno de los diplomáticos rusos de mayor experiencia. Ha dirigido el ministerio desde 2004. Aunque nunca estudió ni trabajó con Putin en los servicios de seguridad, se dice que Putin le tiene un enorme respeto por su profesionalismo, capacidad de trabajo y por el simple hecho de no haber cometido errores durante su larga carrera.
Al igual que Bortnikov y Patrushev, Naryshkin sirvió con Putin en Leningrado. A pesar de ser un jefe de espionaje es un funcionario relativamente visible, a tal punto que suele dar entrevistas a medios locales y extranjeros, incluidas la CNN y la BBC. Sus declaraciones lo ponen en el lugar de un devoto seguidor de Putin. Para algunos, apenas un funcionario acostumbrado a recibir órdenes. Los pocos medios rusos que son críticos con Putin señalan, sin embargo, que su sentido de la oportunidad le ha permitido mantenerse a flote. Dicen, además, que Putin confía en los informes de inteligencia que le proporciona la agencia que dirige Naryshkin.
Los que vio en la televisión rusa
En la más reciente reunión del Consejo de Seguridad, la única que se ha transmitido por televisión desde su creación, se discutió la solicitud de reconocimiento de lo separatistas de las “repúblicas rebeldes” del este de Ucrania. Para algunos fue una puesta en escena con roles y libretos predefinidos y asignados. Quienes así opinan sostienen que sus integrantes, sentados en un semicírculo frente a Putin, fueron llamados uno por uno a tomar el micrófono para decir lo que Putin quería escuchar. Otros vieron en la tenida una compleja dinámica de grupo, un laberinto palaciego teñido de conflictos entre los participantes.
Interpretaciones al margen, la filmación dejó en claro el control personal que tiene Putin sobre el Consejo de Seguridad. A pesar de ser un colega de larga data, y tal vez según algunos un amigo personal de Putin, Naryshkin no la pasó nada bien antes las cámaras. Recibió una dura reprimenda por parte de Putin por no “hablar claro” y sugerir que los “socios occidentales” deberían tener “otra oportunidad” antes de que Rusia reconociera a las regiones rebeldes. Visiblemente molesto, Putin lo presionó para que expresara su apoyo al reconocimiento inmediato. Una situación ante la cual al jefe de la inteligencia rusa se lo nervioso ante de aceptar.
Otros miembros del Consejo de Seguridad parecieron no haber estado bajo tanta presión. Shoigu, Lavrov y Bortnikov fueron los únicos miembros a los que Putin les pidió que hablaran en dos oportunidades durante la tenida. Lavrov expresó su apoyo a continuar con los esfuerzos diplomáticos. Shoigu y Bornikov mantuvieron una línea más dura e insistieron en reconocer a los separatistas prorrusos. Un reunión sin duda excepcional transmitida por la televisión estatal rusa.
La lista de personas que integran el círculo más cercano a Putin se cierre con otros cuatro nombres, según las agencias occidentales de inteligencia. Dos ellos no son funcionarios, pero incluso así algunos sostienen que son de su mayor confianza. Se trata de los multimillonarios Arkady y Boris Rotenberg. Según algunas fuentes occidentales, el propio Putin los habría definido como “amigos de la infancia”. Ambos están incluidos en la lista de personas sancionadas por el Reino Unido y la revista Forbes los ha calificado entre las familias más ricas de Rusia. El tercero en cuestión es el alcalde de Moscú, Sergei Sobyanin, y el cuarto Igor Sechin, presidente de la petrolera estatal Rosneft.