Ecos del 24 de marzo. El recuerdo de un amor de infancia, un amor desaparecido. La foto en la hamaca, muda. 60 años después, la foto sale de su desaparición forzada. La vida pasó, jubilada.
Había pasado tanto tiempo que ya no recordaba cómo era su rosto. Sólo la veía envuelta en una nube.
La “mamá”, que criaba desde muy pequeña a su sobrina, envuelta en un diluvio de llanto y en un huracán de tristeza, quemó todo: fotos, cuadernos, ropas… “Es que lo hago por ustedes –mi dijo a mí y a mis hermanos- la vida sigue. Ella ya no está más con nosotros, se murió. No se fue a ningún lado del que pueda regresar, simplemente se murió. Ustedes sigan creciendo y hagan sus vidas porque, de lo contrario, si persisten en recordarla, en querer hablar y jugar con Cristina, se van a quedar atados al recuerdo y en medio de un círculo de donde jamás van a poder salir porque esa adivinanza, ese acertijo, no tiene solución”.
No sé si mis hermanos la olvidaron, si la pudieron sacar a Cristina de sus corazones. Nadie dijo nada. Yo tampoco les dije que nunca la olvidé y que permanentemente, de día y de noche, sigo tratando de develar el acertijo de la vida y la muerte.
Durante los primeros meses e incluso años, recordaba y convocaba a Cristina en cada uno de sus gestos, en su sonrisa que le hacía empequeñecer sus hermosos ojos. Demás está decir que aún hoy no pude olvidar sus labios, o al menos lo que recuerdo eran sus labios.
Sin embargo, al cabo de tantos años ya no la veo más tal como era. Por más que me concentre, solo veo una imagen difusa de toda su existencia. Sí, la recuerdo aunque con una imagen difusa, sentada en la hamaca. Pero es una imagen estática: ella ahí sentada sin ningún movimiento. No hay ruidos, ni palabras y hasta no sé si hay silencios. Es solo una foto. El reconocer esto me pone loco porque dudo, no logro desentrañar si este recuerdo no es acaso el recuerdo de alguna foto que vi alguna vez. O que, por qué no, imagino haber visto.
En cierta oportunidad le pregunté a un psicólogo si lo que me pasa es un amor perpetuo, duradero, imperecedero… o producto de una locura. Yo la quería a Cristina pero, en aquel tiempo no supe si aquello era amor.
Recuerdo también que, lógicamente, Cristina no quería jugar al fútbol. No obstante me gustaba una enormidad cuando ella concurría al campito para verme atajar, y sabiendo que ella estaba detrás del alambrado, yo volaba para un lado y para el otro aunque no hiciera falta.
Nunca le robé un beso, simplemente nos besábamos a escondidas fingiendo ser protagonistas de las novelas impresas que compraba su mamá (tía, en realidad). Debo reconocer que también nos besábamos sin tener las fotos-novelas a la vista. En una palabra, nos besábamos sin ser aquello un juego. Nos besábamos porque nos gustaba.
-¿Será –le pregunté al psicólogo- que aún estoy enamorado o acaso quedé embrujado?
Una brujería que no había hecho nadie y que no dependía de nadie. Tal vez, solo tal vez, una brujería que yo mismo me había hecho para no olvidarla jamás.
Cuando el psicólogo iba a responder a mi pregunta, dije:
-Estoy acá porque mi familia me mandó para ver si usted me puede sacar la “tristeza enfermiza” que me adjudican. Pero le confieso, que, aunque usted pudiera, no quiero desprenderme de esta tristeza porque, de alguna manera, sería olvidarla… y yo no quiero olvidarla. Lo que sí quiero, es si usted puede devolverme la imagen nítida de Cristina en reemplazo de esa niebla que me impide verla tal como era. Lo que yo quiero es olvidar, desterrar, para siempre el recuerdo del recuerdo y verla a Cristina, con suma nitidez, ya no sólo en la hamaca, estática, sino bamboleándose y cuando sonreía mientras yo estaba absorto admirando su belleza.
60 años después
Correos electrónicos.
-¡Hola, José! ¿Sos vos? Yo soy Cristina, seguro que no te acordarás de mí. Hace una semana que regresé a mi querida Argentina.
-Claro que soy yo… aunque en realidad, no se ya quien soy. No soy lo que quise ser, soy lo que la sociedad y quienes tienen el poder, quisieron que fuera.
-No sé si sos “mi Cristina”, aquella que amé cuando niño; aquella que me dijeron había muerto. Debo estar medio loco, o loco por completo: ¿cómo puede ser que quien muriera hace no menos de 60 años, hoy me haya encontrado y me esté escribiendo. Seguro que no sos vos, aunque lo deseo con todo mi ser.
-¡Claro que soy yo y veo que también sos vos!… Aunque claro, ni vos ni yo somos los mismos. Ya no somos quienes fuimos. Somos distintos, pensamos distintos, actuamos distintos… Ahora, por ejemplo, tengo no sé cuanto kilos de más y, también, arrugas en la cara. Las canas que me salieron ya hace mucho tiempo, se fueron reproduciendo debajo de las tinturas (negro azabache). Y vos ¿cómo estás?
-No solamente estoy hecho un pelotudo y, para colmo derrotado, sino que tengo alrededor de 15 ó 20 kilos de más, se me está cayendo el pelo, ya no juego más al fútbol y me quedé sin utopía ¿Sabés lo difícil que es vivir sin utopías? Eso sí, tengo como proyecto de vida el llegar al día 8 del mes siguiente que es cuando cobro mi mala jubilación. Contame de vos ¿Te moriste? ¿Resucitaste? ¿Qué fue de tu vida y de tu muerte, o de tu pos muerte? Fue tu tía o tu mamá la que nos dijo que habías muerto…
-No seas injusto con mi tía. Ella siempre quiso protegerme desde que me rescató de la casa de un vecino donde fui a parar para escurrirme de un allanamiento. Luego, cuando alguien la llamó por teléfono, hizo correr la bola de que yo había muerto pero, en realidad, me mandó a la casa de un pariente lejano de Belén, Catamarca. Y desde allí, cuando crecí, comencé a buscar a mis padres. A mi viejo lo mataron cuando intentaban copar un regimiento, en realidad, él pudo zafar y se replegó al monte tucumano. Pero cayeron en una emboscada y los fusilaron a todos. En cuanto a mi vieja, me dijeron que se había ido a Italia. Hasta allá fui pero no conseguí que me dijeran ni media palabra. En realidad, sí. Me dijeron que su último paradero conocido pudo ser México. Hasta allá fui pero no la encontré, ni viva ni muerta. Para esto tenía yo dos criaturas. Y me quedé allá. ¿Mi marido? Fue en realidad un buen compañero pero nunca lo pude amar. Un día me dijo que se iba para Nicaragua a continuar la lucha. No me invitó a seguirlo. Estaba todo claro. Ahora que los chicos están grandes y hacen su vida, decidí regresar a mi Argentina y a los míos.
-¡Qué historia!
-Es sólo una síntesis de la síntesis. La pasé muy mal aunque, claro está, tuve momentos felices sobre todo en tiempo difíciles de la militancia. Hoy, como vos, estoy totalmente retirada y espero encontrar en Argentina una utopía. Contame de vos.
-Mi historia también es larga aunque, al parecer, menos tumultuosa que la tuya. Tuve dos, mejor dicho: tres buenas compañeras a las que no pude amar porque seguí amando, eterna y permanentemente a una niña que conocí y que, creo, se llamaba Cristina… pero que desgraciadamente murió… la mató su tía. Sabés lo que me gustaría encontrarme con aquella Cristina y charlar, charlar…y hasta besarnos como lo hacíamos cuando niños. Pero sé que eso nunca va a suceder porque vos, si sos la reencarnación te digo que la Cristina, aquella Cristina, ya estás muerta, nunca podrás será aquella Cristina que tanto amé. Pero, por otra parte, yo tampoco soy aquel niño. Soy un despojo. No nos reconoceríamos y hasta diríamos uno del otro “pero qué bien estás” mientras que por dentro gritaríamos “estamos hecho mierda, no te reconozco como también sé, que a vos te pasa lo mismo”. Me alegra tu comunicación pero ya es tarde. Nos lastimaríamos si forzáramos el reencuentro. Creo que yo prefiero seguir mirando o recordando una foto tuya que a lo mejor nunca existió pero a la que le puse todo mi corazón… incluso le puse pelo negro azabache, labios hermosos, unos ojos que hablaban sin emitir palabra… Te confieso que nunca, jamás, le pude poner sonido a la foto. Tampoco aroma. Mucho menos sabor a tus hermosos besos. Si nos encontráramos ¿qué haríamos ahora con este presente que quien sabe qué sabor, aroma, sonido tendrá. Ya no somos ni vos ni yo. Aquellos dos ya murieron. Calculo que el no encontrarnos es lo mejor que podemos hacer. Vivamos esta vejez tranquilos esperando que llegue cada día 8 del mes siguiente para cobrar la jubilación… hasta que, finalmente, ya no necesitemos jubilación alguna.
(No hubo más correo electrónico)
Foto de apertura: Familiares de detenidos desaparecidos en Plaza de Mayo (28 de abril de 1983). Daniel García.