550 mangos en el banco y 65 en el bolsillo. Arroz, fideos, papas. Sin embargo, para este hombre mayor –que le pone garra hasta a la meada- la espera del cobro de su jubilación menesterosa es una previa formidable. Hablame de utopía.
Y así es la cosa. Ando bien, aunque sin un mango en el bolsillo. Bueno, en realidad tengo en la caja de ahorro como 500 pesos… en realidad tengo 550 pesos, estoy seguro porque consulto en cada momento… por si las moscas, por las dudas. Por ahí me hacen algún depósito de la Cuenta DNI, la que uso apenas cobro el haber. Pero cuando me quedo sin saldo o con poco saldo, ya no la puedo usar más. En el bolsillo no tengo un mango… Eso es mentira, una metáfora porque lo que tengo son 65 pesos. Lo que no me alcanza para comprar un pan. Sí en cambio para comprar medio pan, pero si lo hago, ahí sí me quedo sin plata y, como me decía mi padre cuando yo era adolescente: a un hombre nunca le debe faltar un pañuelo y algunos pesos en el bolsillo.
Total: no tengo un cobre, pero sí esperanza y hasta una utopía. ¿Vos sabés como es eso de la esperanza y la utopía? La esperanza es algo que de antemano sabemos que no va a suceder. Václav Havel decía que “la esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que algo tiene sentido, sin importar su resultado final”, es decir que nunca o será muy difícil que ocurra algo sobre lo que está depositada “la esperanza”.
Savater, en cambio, recuerda que la desesperación, origen de la esperanza, también “suele ser una coartada para no mover ni un dedo ante los males del mundo”.
¿Qué tal? En cuanto a la utopía que tengo ahora es muy distinta a las de los años ’70. Utopía que perdí cuando nos derrotaron. La utopía que tengo ahora, o que yo me formé o elegí para seguir caminando, es distinta. Pienso, sueño, estimo… que la esperanza finalmente se concretará, que será algo irreversible porque hacia ello tiende la historia. ¿Y cuál es la esperanza? (no recuerdo si ya te lo dije). Mi esperanza es que cuando cobre la jubilación no sea tan magra como la del mes pasado que me no me permite llegar a fin de mes. Tengo la esperanza que en lugar de cobrar 61 mil pesos me paguen 150 o 180 mil pesos.
¡Qué boludo! Dirás vos. Pero no. No es así. Yo vivo seco casi todo un mes, pero con una esperanza enarbolada como bandera. Y también, como ya te dije, con una utopía. Esto me tiene activo. Si querés, te lo explico mejor. Yo cobro la jubilación los días 8 de cada mes (a no ser que haya un feriado en el medio y por lo tanto, en lugar del 8 el cobro pasa para el 9). Ahora, en este momento, me están faltando seis días para que me hagan el depósito en la caja de ahorro. Y estos días no son bajones, no son terriblemente jodidos. No. Al contrario, me motorizan, me llenan de entusiasmo, de tantas ganas de vivir como nunca: sólo me faltan seis días ¿Entendés? Quizás no alcances a comprender porque sos joven pero cuando viejo te vas a acordar de mí.
Te cuento una anécdota de un mecánico, ya viejo, al que le decíamos “el filósofo”. El tipito solía preguntar: “¿Qué es más lindo: hacer el amor o andar alzado?”. La respuesta lógica era “es más lindo hacer el amor”. El respondía “vos no sabés nada, todavía te falta mucho rocío de madrugada, es mucho más lindo andar alzado. Cuando terminás de hacer el amor qué te pasa: te quedás como un boludo en la cama haciendo tiempo como para no despreciar a la dama. Pero, cuando ya no te aguantás más acostado y ya imaginaste todas las figuras que pintan las manchas de humedad del techo, le decís a la damisela: “Me voy, nos vemos otro día”. Y ella no rezonga ¿por qué? Porque también estaba esperando el momento de que vos te fueras pero no se animaba a decirte nada. Es así. Te acoto que la última vez que fui con una damita al motel (eso fue el año pasado) fue un desastre: llegamos a la pieza, ella se desvistió y se acostó. Yo quedé mirándola como un pelotudo sin hacer nada. Ella me preguntó “¿Y?”. Y nada, el tipito no quiere hacer nada… sigue dormido ¡Un papelón! Esa fue la última vez que fui al motel: tengo miedo, sí, sí, te confieso.
¿Ahora sabés lo que hago? Si pensaste que la respuesta es la masturbación, te equivocaste: lo que hago ahora es aguantar al máximo las ganas de orinar. Sí, sí, cuando tengo ganas de orinar, no voy al fondo del patio y listo. ¡No señor! Aguanto, aguanto hasta más no poder. Hasta que ya no puedo trabajar más y me apoyo en la pared. Pero para durar un poquito más todavía, me apoyo en el marco de la puerta que da al patio y ahí cruzo las piernas. Así, en esa posición aguanto algún minuto más y cuando ya siento que mi vejiga va a explotar o que voy a mojar los pantalones, entonces sí salgo para el fondo del patio. Pero fijate una cosa. A medida que voy llegando al meadero las ganas parecen aumentar. Lo concreto es que orino, más que eso, meo. Esa es la palabra justa. ¡Qué satisfacción por Dios! ¡Eso sí que es bueno! Mucho más que hacer el amor después de casi un año sin hacer nada.
Esto que te cuento no tiene mucho que ver con lo que me pasa… lo que le pasa a un jubilado que cobra la mínima. Pero si en algo se parece es que a medida que se acerca el día de cobro, uno se pone más activo, más enérgico, más expectante, sos completamente distinto, se te brotan unas energías que no sabés de donde salieron. Y finalmente, te depositaron la magra jubilación: ¡qué satisfacción, qué sensación de poder! Aunque vos sabés que aquel dinero te va a durar un pedo en la mano. Pero hay otra cosa, ese día, a partir de ese instante en que advertiste que te depositaron el haber, se renovaron tus ganas de vivir… al menos por treinta días más. ¿Entendés? Nuevamente renace la esperanza de que dentro de 30 días no cobres 61 mil pesos, sino 150 o 160 mil pesos. Y también se renueva tu utopía. ¿Vos entendés, no? No es tan difícil el asunto.
Ahora bien, hay otras cuestiones. Cuando cobrás, lo primero que hacés es devolver el dinero que te prestó algún amigo. Luego vas a súper de los chinos y comprás arroz, fideos, papas y todos esos alimentos que vas a usar durante el mes ¡hasta la llegada del día 8 que es cuando vas a cobrar nuevamente! Pero también te das un gustito. Antes, cuando trabajabas, te tomabas una lata de cerveza por día y en la mesa no te faltaba el vino. Esa botella que abrías al mediodía y terminaban, si o si a la noche.
Cuando te jubilaste ya no pudiste tomar más la cerveza diaria, ahora te comprás una latita el día de cobro. Con el vino pasa lo mismo. Antes le dabas al Ventus o al Norton, después cambiaste por el Alanis y, últimamente, comprás un cartón de Toro. No lo tomás para apagar la ser, no. Tomás un cuarto de vaso después de cada comida hasta que se acabe el cartón. Cuando eso sucede, a esperar el día 8 del mes siguiente. Pero no lo hacés con sufrimiento, no, lo hacés con alegría, con energías renovadas, con esperanza y hasta con una utopía firme, valiosa, aunque, en el fondo, sepas que camines o que corras muy ligero, al horizonte nunca se lo alcanzarás, nunca se llega a él.
Imagen de apertura: [email protected]