Emerge un vasto movimiento de resistencia de los así llamados no videntes, uno que empatiza con la sociedad con la propuesta de cegar a los delincuentes. Cae el gobierno. Se elige a un presidente ciego. Llegan los sordos. No más spoiler.

De los distintos problemas que afectan a los ciegos, el principal es el demográfico: por causas como los programas de prevención de la ceguera neonatal, la cantidad de ciegos está disminuyendo. Esto tiende a restringir la influencia social de la comunidad de ciegos, en cuyo interior, a su vez, desciende la extensión y variedad de los intercambios posibles. Al bajar la población, también cae la probabilidad de que aparezcan ciegos sobresalientes, para el bien o para el mal. Los ya no tan prestigiosos coros de ciegos, al recibir cada vez menos aspirantes, deben aceptar coreutas de un nivel que de otro modo rechazarían.

Entonces, los ciudadanos ciegos diseñan una propuesta para restablecer la proporción poblacional y, a la vez, beneficiar a la sociedad en su conjunto. Proponen que se incorpore al Código Penal, como castigo para determinados delitos, la pena de cegamiento. Está comprobado que el cegamiento hace bajar la reincidencia en delitos como el robo y el hurto, y reduce la efectividad de los delincuentes en el manejo de armas de fuego.

Pero hay otro argumento todavía más importante: cumplida la pena, el cegado no queda en prisión, es decir, no se incorpora a la comunidad carcelaria, donde, como ya nadie discute, los delincuentes se forman y se perfeccionan como tales. Y no sólo se lo retira de esa comunidad perniciosa, sino que se le ofrece otra comunidad, la de los ciegos, que brinda el más alto grado de contención emocional y social: ningún ciego caería en la ilusión de que una persona aislada pueda valerse por sí misma.

Sin embargo, las autoridades rechazan la reforma propuesta por los ciegos, y ellos recurren a la movilización callejera.

Las manifestaciones obtienen un inesperado éxito. La policía antidisturbios interviene pero los manifestantes, por tener generalmente atrofiadas las glándulas y conductos lagrimales, no resultan muy afectados por los gases lacrimógenos. Tampoco las balas de goma dan resultado porque, se constata, su efectividad se basa sobre todo en el temor del manifestante a recibir un proyectil en un ojo: como este temor pierde sustento entre los ciegos, el efecto intimidatorio de las balas de goma se reduce a su capacidad para causar algún moretón. Incluso después, cuando empiezan los bastonazos policiales, los ciegos, envalentonados por su propio desempeño, logran resistir.

La opinión pública se vuelca en defensa de los ciegos. Cae el gobierno. Las elecciones anticipadas dan el triunfo a un partido cuya principal bandera es el cambio al Código Penal impulsado por los ciegos. Instaurada la nueva legislación, efectivamente los delitos caen. El prestigio de la comunidad de ciegos crece como nunca. Un movimiento que suma a psicólogos, antropólogos y literatos propone una nueva lectura del mito de Edipo: él no se cegó a sí mismo como castigo por sus crímenes, sino que cometió esos crímenes en busca de una razón para cegarse. Por primera vez es elegido un presidente ciego, Los programas de prevención de la ceguera neonatal se desalientan, y algunos jóvenes cometen actos delictivos con el propósito de ser aprehendidos y cegados. Yo fui uno de ellos.

Pero tarde o temprano tenía que suceder: una persona ciega es apresada cometiendo un delito cuyo castigo es el cegamiento. Como él ya es ciego, queda en libertad sin cumplir la pena. Salen a la luz casos similares que no habían tenido difusión, y el desencanto social es muy grande. La opinión pública se vuelca en contra de los ciegos. Se nos acusa de haber maniobrado para cambiar el Código Penal en nuestro beneficio. El presidente ciego es destituido y se derogan los cambios en el Código Penal.

Entretanto, ha surgido un movimiento en favor de los derechos de los sordos: por respeto y cortesía hacia ellos, se privilegian los anuncios visuales y se suprimen los sonoros en estaciones de trenes y aeropuertos, sin tomar en cuenta el bienestar y la seguridad de los ciegos. Se generaliza la costumbre callejera de escupirle al ciego. A menudo se lo filma. En las redes sociales ríen al ver un ciego que mueve la cabeza como buscando de dónde vino la escupida, mientras está a punto de recibir la siguiente.

Claro que las mentes más lúcidas reaccionan contra esta tendencia.  El influyente filósofo coreano alemán Byung-Chul Han escribe el artículo “Los ciegos, judíos de nuestro tiempo”. En una célebre entrevista, Byung sostiene que “así como unos prefieren los perros y otros los gatos, algunos se conmueven más ante los ciegos y otros ante los sordos”.

Esta y otras intervenciones contribuyen a nuestra rehabilitación ante la opinión pública. Paulatinamente volvemos a ocupar un lugar respetado en la sociedad. Se reanudan las actuaciones de los coros de ciegos, que habían sido suspendidas ante la violencia de los espectadores. De los problemas que afectaban a los ciegos persiste el demográfico, ya que, por causas como los programas de prevención de la ceguera neonatal, la cantidad de ciegos está disminuyendo.

Imagen de apertura: “La parábola de los ciegos”, Pieter Brueghel el Viejo.