La autora de la nota se enojó mucho, muchísimo, con las palabras del embajador alemán. Hasta que la música interpretada con instrumentos de cuerdas rescatados y recuperados de la II Guerra Mundial la dejó lejos de los ruidos de la guerra, casi en paz.

El miércoles pasado fui invitada al concierto ofrecido en el CCK como parte de la programación organizada para el III Foro Mundial de Derechos Humanos. El espectáculo en sí se trató de la obra llevada a cabo por el Proyecto Violines of Hope (Violines de la esperanza) basado en una colección privada de instrumentos de cuerdas (violines, violas y violoncelos) rescatados y recuperados de la II Guerra Mundial. Para este evento, de los más de cien instrumentos con que cuenta el proyecto, se trajeron ocho.

Como todo acto oficial, contó con la palabra de autoridades varias, entre ellas, la del Ministro de Cultura, Tristán Bauer. Debo reconocer que no estaba preparada para tantos discursos y como la actividad contaba con el auspicio de la embajada de Alemania, también tuvimos que escuchar las palabras de su embajador en Argentina. Si algo me mal dispuso fue el doble rasero del señor Ulrich Sante que actualmente representa a un país que apoya a los nazis ucranianos; que firmó los tratados de Minsk por un alto el fuego que nunca se cumplió y que no hace mucho Merkel aclaró que el gobierno alemán junto con el de Francia sólo lo refrendaron para ganar tiempo y armar, entrenar y pertrechar a Ucrania para una guerra contra el Donbas y luego contra Rusia; que miró para otro lado cuando Ucrania asesinó a 14.000 personas de esa zona incumpliendo el acuerdo firmado y que, actualmente, colabora en el envío de armas, municiones, tanques, misiles, mercenarios alemanes y fondos monetarios para sostener la guerra que se libra en ese país.

Ulrich Sante, suelto de cuerpo, habló del holocausto y, como debe ser, criticó el régimen nazi como si el de Kiev no fuera hoy una versión ideológica igual y como si ellos no estuvieran sosteniendo precisamente el régimen que criticó. Me dio ASCO, mucho asco. Como si fuera poco, habló de la “paz” en un tiro por elevación contra Rusia. Para cuando entraron los músicos ya tenía ganas de levantarme e irme.

Sin embargo, todo lo que vino después se encuadra entre las mejores obras que he visto y paulatinamente lograron meterme en un mundo emocionante y conmovedor. El propietario de la colección de instrumentos, el lutier Avshalom Weinstein, dijo unas palabras y luego repartió los violines entre los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional, uno por uno, contando su historia y procedencia. Ese acto en sí, cambió el clima y nos introdujo en la emoción que luego continuaría con la primera obra. Con la ejecución de los músicos de la orquesta y la interpretación de los hombres del Coro Polifónico Nacional como fondo estremecedor, el impresionante narrador argentino Marcelo Lombardero recitó “Un sobreviviente de Varsovia”, de Arnold Schoenberg (1874-1951) y le arrancó lágrimas a más de uno del público.

A continuación siguieron las interpretaciones del “Concierto para violín y orquesta en mi menor, op. 64″ de Felix Mendelssohn y la “Obertura Trágica, op. 81” de Johannes Brahms, bajo la dirección del no menos impresionante violinista Shlomo Mintz, cuyos solos de violín fueron fantásticos, de una ductilidad conmovedora, una verdadera maravilla y un privilegio haberlo escuchado en vivo, algo a lo que pocas veces podemos acceder gratis.

Por último, unas palabras para los trabajadores del CCK. La amabilidad, buena predisposición y cálido trato de todos esos jóvenes, sin excepciones, le dan al espacio un toque de humanidad que sorprende y da esperanza. Me dio gusto ver cómo estaban preparados para atender las necesidades de la gente mayor y los discapacitados. Y si bien algunos discursos fueron para olvidar o repudiar, el concierto completo y esos chicos lograron que “Violines de la esperanza” fuera un hecho superador de las mezquindades y el doble rasero del embajador de Alemania.