El paro persiste, así como la judicialización de los 354 despidos. Mientras, el Gobierno busca mostrar una restauración del servicio, que por ahora solo  exhibe mucho oficialismo y serios problemas de redacción.

A tres meses del despido de 354 trabajadores, la agencia Télam sigue paralizada, sin señales del Gobierno en cuanto al restablecimiento real del servicio con estándares mínimos para una agencia pública de noticias. En su reemplazo, la cúpula directiva lanzó el 19 de septiembre último un ensayo precario, cuyas características salientes son las comas insertadas entre sujeto y predicado en oraciones simples, y una concepción fallida como órgano de difusión del Poder Ejecutivo, con seguimiento pormenorizado de las apariciones de Hernán Lombardi.

Por estos días, el edificio central de Teledifusora Americana (Télam), sobre avenida Belgrano, exhibe una primera impresión de normalidad. Periodistas entran y salen, los invitados se registran en la entrada, grupos de trabajadores conversan en torno a una isla de edición. Más en detalle, aparecen carteles que señalan los puestos de trabajo que quedaron vacíos por el despido de 40 por ciento de la redacción.

Los encuentros de los empleados transcurren entre diálogos sobre el conflicto y la vida en general, y el tedio. No hay producción informativa. En principio, porque el paro tiene adhesión masiva desde el 26 de junio, cuando se anunciaron los despidos. Pero, aunque no fuera el caso, el servicio debería ser reformulado porque secciones enteras quedaron diezmadas o vaciadas. El recorte -coinciden fuentes que no se destacan por su militancia sindical- no solo fue draconiano sino que careció de un criterio elemental en cuanto a preservación de funciones y eficiencia del servicio.

Algunos números del conflicto dan la pauta de si el Gobierno tiene intenciones de refundar una Télam plural que compita en el mundo de habla hispana -como dicen los funcionarios de Cambiemos- o si, por el contrario, le da lo mismo el cierre de una agencia de noticias fundada en 1945, que cuenta con la redacción más numerosa de América Latina y que es un insumo fundamental para los medios de todo el país.

Según la secretaría de Lombardi, hacia diciembre de 2015, cuando Cambiemos llegó a la Casa Rosada, trabajaban en la agencia pública 926 empleados; el doble de los 479 con los que la empresa contaba en 2003.

Al respecto, valen algunas aclaraciones. Bajo el gobierno de Fernando de la Rúa, el periodista televisivo Rodolfo Pousá, a cargo de la agencia, organizó la desvinculación de 150 periodistas con el argumento de crear una BBC rioplatense. Pousá dejó el cargo en 2002 y, en un hecho cuestionable para un máximo directivo designado a dedo en un medio público, realizó un juicio laboral que le costó al Estado una indemnización de 60.000 dólares. El daño provocado por Pousá no fue óbice para que Lombardi volviera a ponerlo al mando de Télam en 2015, otra vez, para fundar una BBC.

Entre la primera y la segunda gestión del opaco Pousá, Télam sumó funciones audiovisuales y digitales, además de continuar con el (des) manejo administrativo de la pauta publicitaria oficial. Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner aportaron todo de sí para partidizar un medio público y acomodar a algunos de sus adherentes, lo que colaboró para su desprestigio y debilitamiento.

El sesgo de Télam según el gobierno de turno se transformó en un sello indeleble hace ya décadas, así como la resiliencia de una redacción que es reconocida como una de las mejores escuelas del oficio.

El exceso de personal que Lombardi y Pousá afirman haber encontrado no impidió que fueran designados unos cuarenta nuevos empleados desde 2015, un 5 por ciento de la plantilla. Voces con décadas en la redacción informan que la combinación de los ingresos respondió al manual histórico: periodistas con trayectoria, pluriempleados en medios oficialistas y celadores políticos.

En junio fueron despedidos 354 empleados, que se sumaron a tres que habían sido desvinculados semanas antes. De ellos, cinco obtuvieron medidas cautelares para su reincorporación, confirmadas en segunda instancia del fuero laboral. Otros 108 lograron cautelares en primera instancia y están a la espera de la resolución de la apelación presentada por la empresa, y otros 122 aguardan un primer fallo.

 

A su vez, la empresa estatal debió reincorporar a 23 trabajadores porque contaban con fueros sindicales, estaban embarazadas, padecían alguna enfermedad y/u otra razón no contemplada en el hachazo de junio.

Fuentes sindicales estiman que unos cien trabajadores aceptan el despido, por el que ya cobraron indemnización, sea porque prefieren dar vuelta la página tras el maltrato que recibieron o porque les conviene económicamente.

A su vez, de los cerca de 550 empleados de Télam que siguen en la nómina, unos cien aceptarían ser desvinculados. De hecho, algunos de ellos se habían anotado en un programa de retiros voluntarios, abierto y suspendido antes de los despidos unilaterales.

Es decir, cerca de 200 integrantes de la redacción estarían dispuestos a dejar sus puestos de trabajo, lo que no parece tan lejano del objetivo del Gobierno (354). Sin embargo, no hay negociaciones en curso. Los intentos para obtener respuestas al respecto de la secretaría de Lombardi y de la dirección de Télam no tuvieron éxito.

La ausencia de una mesa de diálogo, reclamada por casi todo el arco opositor y organizaciones internacionales, contribuye al abandono por parte del Estado de la tarea de garantizar el derecho a la información. Ningún otro actor en el panorama de medios argentinos puede reemplazar la función de Télam. El avance unilateral por parte de la secretaría de Lombardi puede tener incluso una consecuencia económica gravosa para las arcas del Estado, al retrasar un desenlace que podría ser determinado por los tribunales.

El servicio relanzado el 19 de septiembre, bajo la proclama “Télam vuelve a informar”, está manejado por la cúpula directiva compuesta por Pousá, Ricardo Carpena (ex La Nación y Clarín), Pablo Ciarliero (ex radios Nacional y Ciudad) y Daniel Capalbo (ex Perfil y Crítica, con licencia médica).

Un grupo reducido de editores trabaja en la sede de Tecnópolis y unos pocos redactores envían despachos desde su domicilio. En casi todos los casos, quienes retomaron funciones forman parte de los cuarenta que ingresaron desde 2015, aunque varios de ese grupo se plegaron a las medidas de fuerza.

La producción informativa propia es exigua. Se limita, más bien, a la reproducción de declaraciones públicas de funcionarios, contenido de Internet y gacetillas.

Los ejes temáticos están encabezados en forma estelar por los cuadernos de Centeno (excepto las citaciones a indagatoria al dueño de Techint, Paolo Rocca, y al empresario afín a la familia Macri, Marcelo Mindlin), al tiempo que adquiere especial atención toda declaración de los peronistas racionales que se sacaron una foto el último jueves (Sergio Massa, Juan Schiaretti, Miguel Ángel Pichetto y Juan Manuel Urtubey). En el apartado Internacionales, se prioriza a cualquier declarante contra Nicolás Maduro.

Uno de los primeros textos de la nueva Télam fue encabezado de la siguiente manera: “El Producto Bruto Interno, que venía de crecer en el primer trimestre del año 3,6% interanual, y consolidaba así siete subas interanuales consecutivas; retrocedióen el segundo trimestre un 4% en relación al primero, y acumuló un retroceso del 0,5% en los seis primeros meses del año” (la transcripción es fiel al original incluso en sus errores de espaciado).

En la misma línea, la tutela de la Casa Rosada resultó insoslayable a la hora de dar a conocer el salto de la desocupación a 27,3%. La nueva Télam prefirió informar, antes que nada, que se había tratado de un descenso en la comparación interanual.

Sin embargo, a la luz de lo demostrado en los primeros diez días, la urgencia del servicio pasa por la gramática. Algunas falencias en ese aspecto están siendo registradas por @somosTélam, la cuenta de Twitter de los trabajadores.

Lombardi leyendo Somostelam

Fuente: Letra P.