Además de evidenciar el rechazo de la gran mayoría de la sociedad al gobierno neoliberal de Cambiemos, el resultado de las PASO provocó una obscena voltereta en el aire de muchos pontífices del “periodismo independiente”, que se mostraron como lo que realmente son: mercenarios periodísticos al servicio del mejor postor.

Hubo un tiempo que entre los periodistas circulaba una suerte de máxima pocas veces escrita pero siempre presente y casi siempre cumplida: “No se hace periodismo de periodistas”. Se la podía interpretar – según se la viera – como una cuestión corporativa, un código de honor, o simplemente como que entre bomberos no nos pisamos la manguera.

Desde el retorno de la democracia se escribió y se habló mucho, en cambio, sobre el papel que jugaron los medios hegemónicos durante la dictadura; sobre la apropiación de Papel Prensa por parte del Grupo Clarín y de La Nación; sobre la “simpatía” periodística lograda por tal o cual gobierno a través de la financiación o de la pauta publicitaria; sobre las extorsiones mediáticas del Grupo Clarín a todos los gobiernos.

La sacrosanta falacia de la independencia del Cuarto Poder, de la existencia de un “periodismo independiente” empezó a caerse a pedazos para un sector cada vez más amplio de la opinión pública, a medida que iba descubriendo que los medios responden a intereses políticos y económicos – a veces propios, a veces de otros -, y que se posicionan y obran en función de ellos.

Pero se hablaba de grupos empresarios o de medios, no de periodistas.

Como toda regla, la de no hacer “periodismo de periodistas” tuvo sus excepciones: se escribió, por ejemplo, sobre el papel jugado por José Gómez Fuentes como vocero de la dictadura en ATC; o sobre aquel periodista que dijo que estaba cubriendo la invasión norteamericana a Irak y escribía sus notas de corresponsal de guerra desde un cómodo departamento del barrio porteño de San Cristóbal, hasta que fue descubierto. Se escribió y se habló mucho, también, de la inefable operatoria político-mediática de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, en equipo o por separado. Se podría citar una decena casos más, pero siempre desde la categoría de lo “excepcional”.

En la última década – un punto de partida caprichoso podría fijarse en el momento de la discusión de la 125, durante el llamado “conflicto con el campo” – esto cambió. Fue entonces cuando se planteó la falsa oposición entre “periodismo independiente” y “periodismo militante”, como si el segundo de ellos respondiera a intereses políticos y el primero no.

Por aquellos días, quien esto escribe – como también otros colegas, de otras maneras – planteó la falsedad de esa oposición. Y la planteó de manera sencilla: el ejercicio del periodismo siempre está comprometido con intereses, tanto empresariales (los del medio en el que se ejerce) como personales (la ideología, la posición política de cada periodista en particular). Y que existe una única manera honesta de ejercer el oficio: atenerse a los hechos (es decir: que sean reales y no ficticios) y dejar en claro al lector-escucha-televidente desde qué posición se los cuenta. Lo llamó “periodismo comprometido”, pero hablaba simplemente de periodismo.

Sujeto de esa sujeción que lo compromete, cada periodista tiene sus márgenes y puede moverse dentro de ellos. No podrá – salvo excepcionalmente – escribir en contra de los intereses del medio para el que trabaja, pero sí puede, siempre, poner límites y no prestarse a operaciones reñidas con su conciencia o, si se quiere, con su ética profesional.

Es en ese contexto que empezó a ser necesario hacer “periodismo de periodistas”, en defensa del oficio, por su propia credibilidad y supervivencia.

En estos años, en Socompa lo hemos hecho identificándolos con nombre y apellido. Hemos escrito sobre Lanata, Majul, Leuco, Santoro y tantos otros que seguían insistiendo en su “independencia” cuando en realidad fungían de instrumentos de intereses que ocultaban deliberadamente.

No solo de los intereses de sus patronales periodísticos sino también de los exclusivamente personales, que en la casi totalidad de los casos se miden exclusivamente en moneda contante y sonante. Dicho de otra manera: no venden – como cualquier otro trabajador – su fuerza de trabajo; se venden directamente ellos, son su propio producto.

Esto ha quedado mucho más claro después del resultado de las últimas PASO, cuando la aplastante derrota del macrismo y la aparición en el horizonte de un presidente ya casi consagrado les movió la estantería.

Se vio en los paneles de la cobertura electoral. Primero fueron sus caras de sorpresa y de desesperación; después sus autocríticas, en un intento de preservar una credibilidad que les iba a empezar a hacer agua por todas partes.

Tenían que salvarse ellos, de la manera en que lo hacen las ratas en un barco que se está hundiendo: huyendo antes que nadie.

El domingo pasado, en su nota de El Cohete a la Luna, Horacio Verbitsky, relató una escena protagonizada por “el periodista más enardecido en la defensa de Macrì y la diatriba contra la oposición”.

El Perro contó que ese periodista “llegó a la sede de la calle México (N de la R: a la oficina de Alberto Fernández) disfrazado, con anteojos negros, gorra y bufanda. Cuando repitió por tercera vez sus explicaciones, Fernández cortó esa autohumillación y le preguntó qué quería.

-Mantener el contacto abierto.

-Siempre lo tuviste, hasta que dejaste de llamar porque empezaste a trabajar para Macrì. Llamá cuando quieras.”

(Fin de la cita)

Una escena de película, pero bien real. Se ocupó de hacerlo saber el propio protagonista, Luis Majul, quien contó a su manera esa entrevista y el resultado que supuestamente obtuvo de su diálogo con Alberto Fernández: “Las pautas de convivencia profesional que establecimos en caso de que se convierta en presidente son las básicas, acá y en cualquier parte del mundo, y son idénticas a las que asumí con (Fernando) de la Rúa, con (Eduardo) Duhalde, con Néstor Kirchner y con Mauricio Macri”, escribió.

(Breve paréntesis inevitable: preste atención el amable lector al término usado por Majul, “pautas”, y déjese llevar por su polisemia).

Después de contar su versión del encuentro, Majul remató, sin el menor atisbo de vergüenza: “Los panqueques dentro de la política, el periodismo y todos los ámbitos, son una plaga, pero los necios son más peligrosos todavía (…) Nosotros no somos eso”.

No hace ser un consumado conocedor de la teoría freudiana para saber qué revela un mecanismo de negación tan claro.

Si algo logró Luis Majul esta semana – y en esto superó ampliamente a todas las ratas que huyen con él del barco hundido de Cambiemos – es pasar de la obscenidad de la que hacían culto en su ejercicio profesional a la pornografía pura.

Para decirlo de otra manera: no solo que los “periodistas independientes” terminaron quedando al desnudo como operadores periodísticos sino que, en esa desnudez, ponen al descubierto lo que realmente fueron y son: mercenarios.

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