El escandalete Leuco y sus repercusiones muestran que hoy los que interesan son los periodistas y no los  mediáticos o las  parejas de famosos en estado de ruptura permanente. Y al tanto de eso, arman sus escenarios donde brillan como estrellas mientras esperan del tortazo en la cara de algún colega.

[1]Desaparecen los medios de prensa, pero cada vez interesa más el show periodístico. La entrega de los premios Martín Fierro de radio con sus escandaletes superó en resonancia al partido entre Argentina y Rusia. El asunto: Alfredo Leuco aprovechó su Martín Fierro para defenestrar (o, al gusto de los periódicos online, para “destrozar”, “hacer pedazos”, “fulminar”) a los periodistas de los grupos Szpolsky, López y Electroingeniería. “Lamento mucho los compañeros que quedaron sin trabajo, pero hay que saber elegir bien quién es el tipo que tiene que estar en los medios de comunicación” dijo, en una voltereta de falsa empatía. Entonces se arma el tole tole. Desde una mesa, alguien le grita algo; según una versión, le dice “¡hablá de DYN y Magnetto, forro!” y según la otra “Hablá de DyN y de Magnetto, puto, cagón, judío de mierda”. Vuelan las acusaciones como tomahawks. Carneros. Nazis. Buchones. Cobardes. Estamos ante una escena de policial de Agatha Christie: un salón lleno de periodistas “de elite” que no pueden ponerse de acuerdo acerca de lo que pasó delante de sus propios ojos.

2. Las peleas entre vedettes ya no le importan a nadie. La farándula está devaluada. Los “mediáticos” son cosa del pasado. La pasión de estos días es la lucha de periodistas. “Yo dije, y él me dijo, y yo le contesté, entonces él me contestó…” Con esta materia prima se construían los programas de chimentos y hoy es el elemento básico de todo periodismo. Majul llama “vedette marketinera del periodismo” y “Corea del centro” a Ernesto Tenenbaum cuando este insinúa la idea de criticar al actual gobierno. La lucha de periodistas se ha vuelto el pasatiempo preferido del consumidor de periodismo. “No hay que olvidar que en muchas ocasiones el ataque desmesurado, el insulto, la calumnia, son parte de un espectáculo del que disfrutan los electores, crean o no en sus contenidos. Seguimos siendo primates a los que nos gusta el espectáculo del enfrentamiento” dice Durán Barba.

3. Primero de todo -supongamos- está la realidad, esta Argentina del 2017. Después la descripción de esa realidad; es allí donde (quisiera) estar el periodismo, de Clarín a Tiempo Argentino o a Socompa misma. Después la opinión sobre la descripción de la realidad, que es el periodismo sobre periodistas; ese que circula por redes y canales de televisión y se desparrama en expresiones como “Tenenbaum destrozó a Majul” o “Lanata cargó contra Víctor Hugo Morales y Sietecase”. Después, las opiniones del ciudadano de a pie sobre esos destrozos y escenas de pugilato. Alguien puede criticar este párrafo y estaría haciendo el comentario de un comentario de un comentario. En las redes, esto puede extenderse hasta el infinito.

4. Pero, ¿existe la realidad? En los años 80 el sindicalista Juan José Taccone, cada vez que afirmaba algo, golpeaba con su mano sobre la mesa y decía “¡esta es la auténtica realidad!” Y cuando a al jefe de gabinete Marcos Peña le preguntaron cuál era el relato macrista, el hombre (que cada vez está más parecido a Tinelli) respondió  que ellos no creen en relatos, que solo creen en la realidad. Cualquier estudiante de ciencias sociales se cruzó alguna vez con la idea de la construcción social de la realidad. No existe la realidad sino su representación, no vemos las cosas tal como son sino como somos. Enrique Pichon Riviére aconsejaba ir construyendo “representaciones crecientemente objetivas” de la realidad. Una representación que se parezca cada vez más a la cosa.

5. Durante el kirchnerismo todos éramos semiólogos. El análisis de los titulares de los diarios y los zócalos televisivos- ese hábito de los estudiantes universitarios de periodismo-se extendió a todos los usuarios. En la era macrista, todos somos epistemólogos. Exigimos (y discutimos) las fuentes de cualquier conocimiento. Rechazamos porque “no tiene fundamento.” En estos días, las frases más populares entre periodistas y políticos son “no tengo los datos suficientes para afirmar algo así”, “eso que estás diciendo es muy sesgado” y “tenemos que esperar más pruebas”. Vivimos y practicamos la posverdad pero todavía somos positivistas, cartesianos, analíticos. Esta doble vida puede llegar a enfermarnos.