Un panorama en el que son muchas las empresas periodísticas que expiraron o están en coma y al que se agrega ahora la publicación que alguna vez dirigió Robert Cox. La mezcla de políticas  erráticas y poco claras, competencia de las nuevas plataformas y un uso discrecional de pautas publicitarias y subsidios llevan a que en los medios la incertidumbre sea hoy la ley.

La guillotina segó parcial o totalmente experiencias que sólo el maniqueísmo puede agrupar en una misma bolsa: desde Atlántida-Televisa al extinto Grupo Veintitrés del dueto Szpolski-Garfunkel, pasando por La Nueva Provincia, Radio del Plata de los Ferreyra (Electroingeniería), el Grupo Olmos, Canal 9 de Paraná y decenas de periódicos y varias emisoras comerciales, algunas tradicionales, de radio y tv en todo el país. Si en la deriva de la crisis se incluyera el atraso en el pago de sueldos y la precarización creciente en los medios, serían pocas las excepciones en un escenario aciago.

Una excepción sobresaliente fue la conformación de Tiempo Argentino cooperativo después de la defección de Szpolski y Garfunkel, que enseña como ejemplo que la autogestión puede desafiar el catastrofismo en una industria fuertemente concentrada y aturdida por una metamorfosis radical. Tiempo Argentino cooperativo tiene el desafío de interpelar a un Estado cuyo personal dirigente expresa una concepción de la comunicación limitada a los grandes actores industriales.

Pero las excepciones, por definición, no abundan. El Sindicato de Prensa Buenos Aires (SiPreBA) estima en 2500 los puestos de trabajo perdidos a nivel nacional en 2016, de los cuales casi 1400 corresponden a la Ciudad de Buenos Aires. Cuando las empresas cierran o interrumpen la frecuencia de edición de sus productos y servicios, se resiente el conjunto de un ecosistema que produce no sólo información y entretenimientos, sino que es polea de transmisión y debate de perspectivas. Sin hacer tremendismo, puesto que el espacio de discusiones en la Argentina es vigoroso y, al menos en el marco regional, contiene un arco de expresiones diverso, con cada medio que se extingue se debilita el debate público e, indirectamente, se desgasta la libertad de expresión en sentido amplio.

La recesión económica de los medios disciplina además a los periodistas y productores de contenidos que tienen empleo por temor a perderlo, lo que repercute en un ambiente de peores condiciones para el ejercicio profesional.

El cierre del Buenos Aires Herald reanimó a algunos francotiradores que, dedicados aopinar sobre medios, aceleraron su duelo –acaso alguna mención subsidiaria para los periodistas que quedaron en la calle-  para cargar las tintas contra el kirchnerismo o contra Macri. Siempre hay un motivo real para brindar. Tamizar el drama que expresa la liquidación de una empresa periodística por la contingente conveniencia de la vereda donde pega el sol de la polarización no sólo habla de la miseria de quienes se someten voluntariamente a ello, sino que además supone una doble reducción que impide comprender la profundidad del problema.

Por un lado, es tan maniqueo y simplificador atribuir el cierre de medios a la identificación de varios de los empresarios que vaciaron o quebraron empresas periodísticas con el kirchnerismo como lo es responsabilizar por la crisis sólo al gobierno de Mauricio Macri. Si bien éste con sus políticas (que el autor de esta nota analiza en su blog martinbecerra.wordpress.com) alienta la concentración económica de los medios a niveles inéditos, y que un sistema más concentrado –al que potencia además con una distribución discrecional de la publicidad oficial, como demuestran Agustín Espada y Santiago Marino en el sitio chequeado.com- perjudica a actores medianos y pequeños, no es menos cierto que una parte de la ruina económica del sector se produjo como efecto de la interrupción de una política patrimonialista desarrollada sobre todo en los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner que cristalizó en feedlots de engorde de empresarios inescrupulosos sin contraprestación alguna por los millones que obtuvieron vía publicidad oficial u otros recursos. Y carece de legitimidad para cuestionar esa interrupción quien nunca emitió una crítica sobre el abuso de poder y el manejo discriminatorio de los recursos públicos en política de medios.

También es verdad que reducir engañosamente la clasificación de empresarios vaciadores y patoteros engordados en esos feedlots como “empresarios K” supone ignorar olímpicamente sus negociados con los gobiernos de la vieja Alianza, del PRO en la Ciudad de Buenos Aires y de Cambiemos, ahora, en la Nación.

Por otro lado, la crisis de los medios golpea sobre sus eslabones más débiles pero se siente sobre toda la cadena productiva y desborda a las fronteras argentinas, lo que a su vez espolea argumentos de sentido común –por lo extendidos- a favor de la concentración. El razonamiento es que sólo los más fuertes podrán hacer frente a un temporal en el que Google, Facebook, Amazon y Apple desempeñarían el papel de depredadores. En efecto, entre Google y Facebook capturan más del 90% de la publicidad online mundial y sus prácticas, masivas y globales, desorganizan por completo la lógica de funcionamiento de los medios. Estos gigantes digitales se insertaron, sin pedir permiso, en la captura de una parte considerable de los ingresos publicitarios de la cadena productiva de la comunicación, provocando sucesivamente la negación, luego la irritación y más tarde el desconcierto de los viejos medios tradicionales que no sólo absorbían casi toda la torta publicitaria antes sino que, además, controlaban el empaquetado editorial de sus contenidos, hoy fragmentados crecientemente en plataformas que los embeben y presentan a audiencias segmentadas rodeados de noticias o comentarios provenientes de otros sitios o de los propios usuarios. Con ello, Facebook en particular carcome una de las cualidades distintivas del viejo sistema de medios, que era su secuencialidad. Tal como reconocía Eliseo Verón, para el discurso de los medios, “la distribución en el espacio es tan importante como la ubicación dentro de la secuencia”, lo que es profanado por los nuevos intermediarios.

En este contexto, sólo con deficientes anteojeras provincianas se puede leer el cierre de varios medios como consecuencia exclusiva de las acciones de uno u otro gobierno. Lo que está en juego es la revisión de las relaciones, tan fluidas como rancias, entre el sistema político y el sistema de medios. Buena parte de los medios y productoras existentes en la Argentina no sobrevivirían sin asistencia del Estado (nacional, provincial o municipal); por lo tanto cabe regular esas relaciones en forma de subsidios, tal y como ocurre en casi todos los países de Europa. Al diferenciar subsidios de publicidad oficial, ésta tendría como razón de ser la difusión de los actos de gobierno, una obligación republicana y, por otro lado, correspondería organizar criterios para esos subsidios. Algunos de ellos podrían ser el aporte a la producción local, independiente, alentando diversidad de géneros, temáticas, contenidos y actores sociales y geográficos.

La extrema sujeción de la mayoría de los emprendimientos de comunicación a la pauta estatal es síntoma de un sistema que, en términos económicos, puede caracterizarse como “protocapitalista” y que estructura un mercado incapaz de sostenerse sin la participación constante del Estado como financiador, incluso en los segmentos lucrativos. Por ello, un examen de las relaciones económicas entre el Estado y los medios revela que, además de la publicidad oficial, las empresas de comunicación solicitan (y obtienen) asistencia a la hora de perpetuar la explotación de licencias con uso del espectro; de fusionar, concentrar y eludir prestaciones de interés público en las redes físicas (telefonía, cable); de eludir regulaciones de trabajo en blanco y compromisos fiscales y previsionales, por ejemplo.

El desmonte en curso puede confundirse como síntoma de una coyuntura político-electoral que, en rigor, es sólo la adaptación criolla de un problema de fondo y que se resume en la pregunta de quién paga la cuenta por la producción de contenidos informativos en el presente.