La escenografía fue más moderna, pero Majul siguió siendo el mismo de siempre pero ahora disfrazado de periodista peligroso para el gobierno. Con eso y los invitados de rigor aspira a ser el Lanata de Alberto Fernández. El ráting dirá.
El grupo La Nación anunció el ingreso de Luis Majul a sus huestes como si acabaran de contratar a Woodward y Bernstein juntos. El domingo de 29 de marzo, le dedicó la nota de tapa del suplemento de Espectáculos casi a sábana completa, lo que no es poco. Y durante toda la semana fungió de columnista en casi todos los programas de LN TV. No es fácil comprender tanto entusiasmo.
El conductor venía de que no se le renovara el contrato en América. Por más que presentara el episodio como un acto de persecución política, cuesta creer que en un canal donde los mascarones de proa son los dos Viale, Feinmann y Baby Etchecopar lo corra a Majul por opositor.
Tal vez se entienda mejor si se ve el panorama del periodismo televisivo anti gobierno. Ciertos medios (sobre todo, La Nación) todavía están digiriendo la salida de Macri a la que ven como una derrota propia. Tanto blindaje, tanta denuncia por corrupción K y gana Alberto. Lo que implica una cierta forma de crisis para el diario. Sus dos columnistas estrella – Morales Solá y Fernández Díaz – fueron cooptados por el grupo Clarín donde tampoco mueven el amperímetro. Para el canal de TV incluyeron a gente de la redacción, la gran mayoría sin experiencia previa ante las cámaras y la cosa no funcionó. La última gran estrella del periodismo televisivo fue Lanata. Su programa marcaba agenda. Pero el modelo –stand up, imitaciones, set de operaciones- fue perdiendo eficacia y ráting. Además, el espíritu de Periodismo para Todos era “son todos una mierda, caguémonos de risa de ellos y hagámosles fuck you”. Y durante la crisis del 2018 ya no había espacio para seguirse riendo. A eso deben sumarse sus problemas de salud.
Hace rato que La Nación viene buscando un barrabrava, de allí que sea muy habitual que publiquen tuits de Eduardo Feinman y las bestialidades de Baby Etchecopar. Pero son un tanto impresentables para el estilo atildado del diario que Mitre nos legó. Y ahí aparece Majul que reúne algunas de las exigencias requeridas para el puesto. Tiene experiencia televisiva, es barrabrava, pero vive disculpándose por ello, aunque no cambie la actitud. Y presenta sus argumentos como si fueran racionales,
Y desde el comienzo, quiso dejar en claro que el traje no le quedaba grande y que estaba convencido de que lo tiene todo para ser el Lanata de la era Fernández. Se presentó como aquel que hace las preguntas que nadie se atreve a hacer. Y desafió al presidente a que le diera una entrevista ese mismo día. La previsible negativa se presentó como una confirmación de que estábamos ante un periodista realmente peligroso, el único de acuerdo al propio Majul.
Además, aunque esto sea un detalle, anticipó que sus editoriales tendrían una dosis de ironía. Algo que por ahora no se vio, pero que anticipa de ser el protagonista de su propio stand up. Y que haya elegido a Lanata como el primer entrevistado se pareció más a una ceremonia de traspaso de cetros.
Como broche, dejó en claro a través de invitados y panelistas que la peligrosidad no se negocia y que se acabó la época de los buenos modales. Es más, subrayó que la pandemia no era una excusa para parar con las denuncias de corrupción y anticipó que algo raro puede haber en la compra de insumos médicos y alimentos sin licitación. Por lo tanto, el programa fue claramente opositor: entrevistas a Mario Negri y a Adolfo Rubinstein (habiendo tanto experto pululando), a quien apretó para que dijera que se viene el desastre, a lo que el ex secretario de Salud opuso cierta resistencia, módica, pero resistencia al fin. Finalmente fue convocado el sabio de la tribu, Santiago Kovadloff, quien proveyó entre adulaciones el paradigma moral necesario para el programa, una serie de abstracciones como democracia y republicanismo que no sería capaz de definir en términos concretos.
Finalmente, los panelistas cumplieron con el rol previamente asignado. Laura Di Marco – a quien el diario busca proyecta como columnista estrella- empeñada en mostrase lúcida sin opacar al Jefe, Federico Andahazi en el papel que más le gusta, letrado, inteligente, pero con algo de calle (quien aprovechó para chivear sus libros) y Martín Tetaz, aspirante a mayor predictor de desastres de la tele.
Los temas estuvieron dentro de lo previsible; elevación a escándalo cósmico el viernes negro, tergiversación de los dichos de Alberto sobre los empresarios, Cristina, un informe sobre pobreza en el conurbano y otro sobre Moyano con datos provistos por Graciela Ocaña. Ah, y Cristina.
Que Majul postule a gran periodista estrella habla de varias crisis, entre ellas la de una tele (abierta y por cable) incapaz de renovar sus figuras, lo que lleva a una inevitable decadencia. Y la de una forma de bajar línea que viene hace tiempo apostando al brulote, a los golpes de efectos y a los silogismos falsos.
Mientras tanto, nos seguirá proponiendo una cita con el periodismo de guerra que va perdiendo adeptos.
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