Es el único diario que sobrevivió a su propia fundación desde la reinstauración democrática. Renovó lenguajes periodísticos, informó y divirtió, se hizo mito, fue siempre un espacio de resistencia, aun con las críticas que puedan hacerse. Estas líneas se dedican a un momento durísimo de su historia: los del intento de toma del Regimiento de Infantería Mecanizado 3.

(N de A: Estos párrafos corresponden a un muy extenso capítulo que escribí para el libro Las locuras del Rey Jorge. 1983-2014: Periodismo, política y poder. El ascenso al trono de Jorge Lanata (Ediciones B, 2014) sobre la historia de Página/12. Costó seleccionar qué partes emplear para rememorar la fundación de Página. Buena parte de los datos, colores, épicas y mitos de los inicios son conocidos. Decidí elegir uno de los momentos más difíciles en la vida del diario: el del intento de toma del cuartel de La Tablada, en la que murieron absurdamente amigos cercanos al diario (algunos trabajaban allí) y a uno mismo. Donde dice George debe leerse Lanata).

Un año y medio antes de esta seguidilla de tapas que mostraban una enorme comodidad, casi festiva, para hacer antimenemismo, ya sobre el final agonizante de la presidencia de Alfonsín, Página/12 debió atravesar el muy doloroso terremoto anticipado al principio de este capítulo: el intento de toma del cuartel de La Tablada.

El título de portada al día siguiente fue esta: “Un grupo comando asaltó el Regimiento 3 de Infantería de La Tablada. Decenas de muertos y heridos. Condena unánime de todo el espectro político”. Título central, un rebusque habitual del diario, la cita cómplice: “Lugar común la muerte”. La foto, un tirador vestido con pantalones cortos o acaso en calzoncillos, apostado ante un tanque de guerra, disparando un fusil ametralladora.

(…)

Aquel primer titular posterior al asalto, “Lugar común la muerte”, no alcanza a reflejar la conmoción, el desconcierto, el dolor, los temores que se vivieron en el diario. Pesadumbre por las muertes, la inconcebible irracionalidad del asalto. En ese clima, el diario debió ingeniárselas para salir superando las zozobras internas y el desafío mismo de informar e interpretar un asunto trágico que inicialmente era, además, absolutamente confuso.

Con sus modos de adaptarse o posicionarse según las lógicas de polarización y negocio de los tiempos kirchneristas, Luis Majul escribió en la página 108 de su libro sobre Lanata que la cobertura del diario reflejó dos posturas: la de los que acusaron a la gente del MTP de delirante y los que “afirmaban que eran ni más ni menos que unos hijos de puta”. Lanata, según la divisoria trazada por Majul, fue paloma mesurada; Verbitsky, halcón impiadoso. No fue exactamente así. En todo caso, mientras Lanata escribió en términos genéricos, o acaso imprecisos, Verbitsky se atrevió a condenar el ataque –también condenado por George– reconstruyendo minuciosamente el proceso de degradación política del MTP, articulando datos conocidos y desconocidos, sumando su calidad interpretativa, historizando.

El primer día, la bajada en las páginas interiores de la cobertura sobre el intento de asalto apenas se atrevió a decir –en un día de desconcierto general, incluyendo el de Raúl Alfonsín que demoró en creer que el ataque no venía por el lado carapintada– “Hay presunciones sobre la identidad política de los irregulares”. Con preocupación, esa misma bajada se atrevía a plantear muy prudentemente, temiendo violaciones a los derechos humanos que de hecho se consumaron, “no se completó la nómina de muertos, heridos y detenidos”.

En aquella primera edición, la siguiente al asalto, el 24 de enero de 1989, Jorge Lanata planteó las “preguntas” que se hacía todo el mundo, desgarradoras para mucha gente del diario y su público: “¿Quién? ¿Quiénes? Fue la pregunta dividida en mil respuestas que ayer cruzaron por la mente de los argentinos. Las hipótesis más verosímiles parecen, sin embargo, converger en dos:

1) un grupo guerrillero de izquierda.

2) una provocación de algún aparato de inteligencia que utilizó a sectores lúmpenes de la violencia política.

Sea cual fuere la respuesta, desde ayer el Ejército consiguió algo que ni los fanáticos fundamentalistas habían podido darle: la cohesión interna para destruir un enemigo común. Desde la estúpida aventura de La Matanza (nunca un nombre de ciudad estuvo tan cerca de la definición de un hecho) el reclamo por la amnistía, la suspensión de los juicios”, quedaba, en la visión de Lanata y del diario, más lejos. Agregó: “Ninguna sociedad más justa puede fundarse sobre cadáveres de chicos de dieciocho años”.

Cueva de marxistas

El 25 de enero escribió: “Un grupo arrinconado por la marginación no puede arrogarse derechos sobre el futuro de esta sociedad que, en medio del estupor, camina por la cuerda floja de la transición democrática. En tanto la derecha promueve el remolino de la generalización especulando sobre ‘la cantidad de subversivos que aún se esconden en el país’, el resto de la clase política ha mostrado hasta ahora que la única manera de completar la transición es garantizar el pluralismo y la libertad en esta sociedad azorada. La gran mayoría de los que pretendemos una sociedad más justa sabemos de sobra que esta solo puede lograrse con el respeto al otro y el disenso democrático. La vida en suma”. En texto aparte: “Solos, en la madrugada, condenados a la desesperación, demostraron que la realidad puede superar con creces cualquier teoría, incluso las que surgen del delirio”.

Se dijo antes que desde su mismo nacimiento la derecha procesista, acaso la tradicional y muy particularmente los circuitos cloacales de los servicios de inteligencia ya se habían encargado de presentar a Página/12 como cueva de marxistas y subversivos, en un clima que solo se puede entender en contexto de post dictadura. La Tablada exponía al diario como nunca a ese tipo de ataques, más aún en la medida en que existían vínculos (conocidos y desconocidos) con los militantes y dirigentes del MTP. En contexto de dolor, mientras las pantallas de la televisión expandían imágenes de incendios y bombardeos en el cuartel, muertes, tragedia, furia, persecución y paranoia, el diario en esos días no podía salir del estado de conmoción, en cuanto a sus relacionamientos originales con la gente del MTP, de un modo puramente virtuoso. Se entiende que Página buscara contenciones, desde llamados telefónicos urgidos para aclarar las cosas –el diario no tenía nada que ver con la decisión absurda tomada por el núcleo de acero de Gorriarán– a la publicación, el 28 de enero de 1989, de una entrevista exclusiva al candidato presidencial Carlos Menem, en el que este decía “La Tablada apuntó al corazón del proceso electoral”. La entrevista fue publicada en una tapa que esta vez era muy formal, junto a un título que decía “Gorriarán Merlo, prófugo”.

El 29 de enero Página salió de nuevo en defensa propia a contestar otras declaraciones del entorno menemista. Lanata “entendió” algunas afirmaciones osadas de Menem “como reacción confusa y sincera ante el estupor”. Y cuestionó a sus funcionarios César Arias y Eduardo Bauzá que aseguraron “con liviandad por las radios de Buenos Aires que Timerman, (Guillermo Patricio) Kelly, Ramiro de Casasbellas, Carlos Becerra, Página/12, El Ciudadano y El Periodista forman parle de la trama oscura del complot”. Lanata citó su diálogo telefónico con Bauzá:

¿Usted es consciente de que nos acusa de complicidad de asesinato?

–No, no hay que decirlo así. Lo que yo dije es que hubo columnistas de ustedes que habían participado del copamiento.

Ergo, no son militares

El mejor artículo que publicó el diario fue el del domingo posterior al asalto, firmado por Horacio Verbitsky con el título “Jugar con fuego”. De movida (y esto sí lo reconoce Majul en su libro), el Perro salió a atajar la caza de brujas: “Pasado el estupor, pronunciadas las condenas más enérgicas, la pregunta es: ¿por qué? Los doctrinarios de la seguridad nacional tienen una respuesta fácil. La subversión marxista se replegó al campo cultural, mediante la estrategia gramsciana que le permitió alcanzar la victoria que le negaron las Fuerzas Armadas en el campo de batalla”. Si en las primeras horas del asalto, escribió Verbitsky, se creyó que este podía ser responsabilidad de carapintadas, “la pronta intervención de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y el inicio del fuego los desmintieron. Los militares no combaten entre sí. Hay combates. Ergo, no son militares”.

Aunque durante un tiempo prolongado Página debió hacer algún silencio sobre las desapariciones y las torturas feroces que se produjeron tras el asalto (el rompecabezas tardó en armarse), Verbitsky, ese mismo domingo, salió a plantear “dudas” sobre lo sucedido en el cuartel una vez producida la rendición de los asaltantes. Entre otras: “fuentes militares sostienen que el Ejército entregó más detenidos de los que se han admitido públicamente. Mientras la Policía de Buenos Aires aduce que los pasó todos al juez. No hay recibos firmados y las cuentas de unos y otros no coinciden”. Escribió también que “el repudio más explícito a la bárbara acción del MTP que se inició disparando contra soldados conscriptos de 18 años, que no son oficiales torturadores sino hijos del pueblo, no es incompatible con el reclamo para los detenidos de trato humanitario (…) Bernardo Neustadt preguntó irónicamente si se formaría ahora una asociación de Madres de La Tablada. Ojalá no sea necesario, pero no tendría nada de reprobable si llegara a comprobarse que alguien se comió a algunos de los caníbales, por decirlo con palabras de Borges”.

A la vez, Verbitsky fue duro y crítico contra los que tomaron la decisión de asaltar el cuartel. Repasó primero las apuestas democráticas iniciales del MTP, las “sucesivas cariocinesis” de la agrupación, los escritos de Gorriarán abjurando de la lucha armada. Y luego el impacto que las sucesivas rebeliones carapintadas tuvieron en la espantosa “lectura política” de quienes siguieron dentro del MTP: “abandonaron los trabajos políticos de base en todo el país, que consideraban ya inviables, se cerraron como una rígida organización de cuadros y plantearon a sus militantes la necesidad de armarse. Quienes discutieron con ellos recuerdan que se negaban a oír que el golpe era posible pero altamente improbable, e inútil argumentarles que incluso en ese caso, armar a los estudiantes secundarios no constituía la respuesta política más idónea para suscitar adhesión popular”.

“Sin inserción social apreciable ni representación en el sistema político, fracasados en las diversas combinaciones electorales que intentaron, exasperados por la impunidad a los secuestradores, torturadores y asesinos de la guerra sucia, muchos de ellos con antecedentes militantes que en caso de un nuevo golpe les hubieran podido costar la vida, la libertad o el exilio, a una edad en la que el tiempo corre más de prisa, se fueron encerrando en un microclima cuya culminación es la criminal acción del lunes y la proclama que la explica (…) ¿Creían realmente en la inminencia de un golpe, y aplicando una lógica particular corrieron con su balde de nafta a apagar el incendio; o quienes en 1987 acusaban a los militares de inventar una guerrilla para justificar sus actos inventaron lisa y llanamente un golpe para disimular los suyos? En cualquier caso, lo ocurrido se parece perturbadoramente al final de la contienda de la década pasada, donde cada bando hizo todo lo posible por parecerse a la caricatura que de él trazaba el otro”.

Pasaron unos días. El 5 de febrero siguiente, con un cuadro de situación apenas más tranquilo, Lanata seguía escribiendo, comprensiblemente, como para achicar el pánico. En su última edición, El Informador Público dedica su doble página central a reproducir una denuncia, la del abogado José María Soaje Pinto ante el Juzgado Federal número 6 donde el abogado asegura que Fernando Sokolowicz, Horacio Verbitsky y el autor de estas líneas han sido ‘instigadores ideológicos’ de los episodios subversivos de La Tablada”. Párrafos más adelante, Lanata ya escribía en un tono más George, esto es, chacotero, y con influencias sorianescas, dedicándose a satirizar las denuncias contra el diario: “Un informe reservado de los servicios de inteligencia kuwaitíes (SIK) parece dar la clave de las hipótesis (…) El análisis de inteligencia del SIK, al que aportaron también agentes independientes neozelandeses”, etc.

Periodismo y política

Puede sugerirse, como lo hicieron Celesia y Waisberg en su libro sobre el asalto a La Tablada, que por un tiempo Página se desentendió de la suerte que corrieron quienes se rindieron y de las violaciones a los derechos humanos sucedidas dentro y fuera del cuartel. Puede reiterarse nuevamente que difícilmente existían para el diario salidas puramente virtuosas. En sentido contrario a las lógicas que buena parte del periodismo le exige a la política, a veces es el mismo periodismo el que no puede superar ciertos cuadros de situación con solo invocar al imaginario de las Vidas de Santos o el de la revista Billiken. A fines de 1990 Página, junto al diario Sur, brindó su espacio para la publicación de una solicitada en la que se reclamó que se investigaran los fusilamientos y desapariciones de La Tablada. Ya en el 2000, el diario publicó las fotos de los presos haciendo una de varias huelgas de hambre, raquíticos.

Periodismo y política suelen discurrir por lógicas, límites y problemas comunes. Y no  necesariamente, como proponen el propio discurso y la “ideología periodística”, o George en particular, como un plano de elevación de todas las calidades, un horizonte superador de todas las cosas. Alguna vez el ex presidente Eduardo Duhalde debió desdecirse en cuotas para pasar de aquella expresión sobre “la mejor policía del mundo” a otra cosa muy distinta. Lanata, lo reitero, entendiblemente, calló durante años la historia del financiamiento inicial de Página. Hasta que tal vez su dolor por verse sin diario, su afán de protagonismo, o sus peleas con quienes quedaron al frente de Página, lo llevaron a boquear el asunto en entrevistas públicas. Demás está decir, a la cúpula directiva esa ruptura del acuerdo de silencio no le cayó nada bien. Si había una separación ya considerablemente tensa entre Lanata y los otros fundadores del diario, ese foso se ensanchó.

En Años de rabia escribí algún párrafo sobre “el estudiado distanciamiento ‘ético’ y político del Lanata de los últimos años en relación con las organizaciones armadas, el No Matarás y el setentismo en general. No es que alguna vez Lanata haya simpatizado con aquellas experiencias y ahora se desdiga. Sucede que convirtió ese creciente distanciamiento –sobre algo que finalmente acaso le importe un rábano– en chicana fácil y oportunista contra el kirchnerismo (“Dicen que son Fidel en la Sierra Maestra y están llenos de guita”) como si hubiera de por medio una discusión sobre el socialismo que el kirchnerismo jamás propuso”. Poco después de entregar el original del libro a la editorial, en una entrevista publicada en julio de 2013 en la revista Rolling Stone, pudo leerse este diálogo en el que el periodista Juan Morris le preguntó a George por los viejos compañeros de Página. En la portada de la Rolling, George aparecía con el proverbial pucho colgando de su boca, actitud canchera, el título “Lanata ataca” y él a punto de detonar una granada.

–¿Y vos qué pensás hoy de ellos?

–Mi enfrentamiento, si querés, es con Verbitsky. Yo no soy capaz de matar a un tipo y Verbitsky sí, a ver si nos entendemos. ¿Vos sos capaz de pegarle un tiro en la cabeza a un tipo desarmado, atado, en un pozo? Bueno, eso fue el asesinato de Aramburu. La gente habla al pedo muchas veces. Verbitsky fue montonero, yo no. Vos no me vas a encontrar a mí nunca defendiendo la lucha armada de nada; primero, porque yo tenía 10 años cuando eso pasó.

O 17 cuando trabajaba en radio Nacional, en 1977”.

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