Los chats del grupo Lago Escondido dejaron expuesta como nunca a la cúpula que responde a Héctor Magnetto. El espionaje, la guerra por el poder y la renuncia de una Cristina que retrocede y deja a los propios desorientados. La oposición construida a puro anticristinismo, también padece.
FUENTE: otro_periodista. otroperiodista.com.ar
Héctor Magnetto debe sentir un sabor más agrio que dulce. La semana en la que esperaba ver condenada a Cristina Fernández de Kirchner por corrupción quedó eclipsada por la actuación de dos íntimos colaboradores suyos, que dejaron los dedos pegados en una exhibición de impunidad a todas luces inconveniente. Si fuera un jefe político como el que se dice que es, Magnetto debería pedirle la renuncia a Jorge Rendo y a Pablo “Molleja” Casey, el sobrino al que la herencia le quedó grande antes de tiempo. Pero por lo que se ve, el Grupo Clarín prefiere hacer todo lo contrario: entregarse a la negación, presentarse como mera víctima del espionaje ilegal y no admitir que, esta vez, los embocaron como nunca y en lo más alto. Ya no se trata de algún empleado desprolijo asociado a la mafia de Marcelo D’Alessio, sino de miembros de la cúpula que fueron acostados.
Tras la difusión de los chats que buscaban ocultar el viaje en avión privado a Lago Escondido, la primera reacción de los altos mandos de Clarín fue pensar en grandes enemigos, viejos generales del kirchnerismo o hackers rusos capaces de vulnerar la tecnología de Telegram y ridiculizar al gigante de las telcos. Pero con el correr de las horas, las hipótesis fueron más sencillas y las conclusiones más obvias: Rendo y Casey cayeron como principiantes, primero en Lago Escondido y después, en el frenesí de los mensajes sin sentido. Queda a la vista: el poder en serio, ese que casi no sufre alteraciones con los ciclos políticos, ofrece una impunidad tan grande que lleva a cometer errores letales.
Aún después de haberse alimentado durante años de contenidos surgidos de filtraciones de todo tipo, Magnetto se aferra al silencio y propaga la narrativa del espionaje ilegal que, según cree, lo tenía como blanco. Enemigos no le faltan, empezando por la vicepresidenta de la Nación, que puede haberse hartado de jugar a la defensiva. Pero la exhibición de poder de Lago Escondido, el método de la dádiva para controlar como marionetas a los jueces federales y la desesperación de armar un chat con la finalidad de hacer catarsis y ocultar pruebas en un orden discutible sugieren que el holding perdió el profesionalismo que lo hizo grande y ahora actúa como un grupo de resentidos de lo más berreta.
La guerra por el poder en la Argentina, ese deporte que Clarín parecía practicar mejor que nadie, acaba de generar en el cuarto piso de la calle Tacuarí las primeras bajas de relieve. En la intimidad, tal vez, haya accionistas y directivos del Grupo que están festejando y esperando su oportunidad de servir más y mejor a los fines de Magnetto.
La reunión en Lago Escondido fue una más de las tantas que organizan empresas como Clarín con los jueces federales que según la letra muerta de la ley deberían juzgarlos. Así como en 2021, el juez Carlos “Coco” Mahiques benefició a Joe Lewis con el cierre de la causa por la venta de las tierras donde el magnate britanico levanta su mansión, Julián Ercolini y Pablo Cayssials fallaron a favor de Magnetto en distintas situaciones, durante el gobierno de Mauricio Macri.
La guerra por el poder en la Argentina, ese deporte que Clarín parecía practicar mejor que nadie, acaba de generar en el cuarto piso de la calle Tacuarí las primeras bajas de relieve.
Beneficiados por la asimetría de poder en relación a partidos que van a elecciones cada dos años en un país en crisis permanente, los soldados de Comodoro Py responden al poder económico, se asocian a las bandas de espionaje y negocian con los políticos de turno. Por eso, pueden viajar mil kilómetros para hacer lo mismo que hacen en Recoleta o Retiro. Como dice alguien que conoce ese mundo de relaciones: no pueden no ir. Pertenecer a determinadas sectas tiene sus privilegios pero es, al mismo tiempo, una obligación de los que no tienen paz.
Como engranajes de ese sistema que une a medios de comunicación con tribunales federales, políticos -no solo del PRO- y agentes de inteligencia, el consultor Tomas Reinke y el ex jefe de Asuntos Legales de la SIDE bajo el reinado de Antonio Jaime Stiuso no salieron tan perjudicados como el ministro de Seguridad de Horacio Rodríguez Larreta. ¿Un enemigo poderoso ordenó hackear sus comunicaciones o hubo un traidor en ese grupo de fanfarrones que se burlan y maldicen mientras buscan, con desesperación, ocultar las pruebas de lo que hicieron? En Clarín prefieren no dar respuestas.
El responsable de la filtración encontró el momento justo, unas horas antes de la condena a la vicepresidenta, cuando más caro valía ese contenido explosivo. Alguien debe haber pagado una fortuna. Leonardo Bergroth es señalado como uno de los hombres con los que Stiuso montó la instalación que une a Comodoro Py con la ex SIDE y sus satélites. Conoce a jueces como los de Lago Escondido desde antes de que fueran promocionados a sus actuales puestos de poder.
Quien haya sido el autor de la difusión de esas conversaciones privadas quería dañar a alguien. Si el objetivo era golpear a Larreta como parte de la batalla interna del PRO, la artillería usada parece desproporcionada y lastimó a quien Cristina señala como el verdadero cerebro y jefe de la oposición. La lógica indica que el blanco principal fue Magnetto, el principal perjudicado.
Una decisión nacida de la debilidad
La vicepresidenta aprovechó la difusión de los chats para convertirla en eje de su intervención después de la condena del TOF 2 por defraudación al Estado a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. La expectativa de tantos meses en torno a la causa Vialidad resultó licuada por la intimidad del Grupo Clarín con jueces, agentes de inteligencia y funcionarios de Larreta. Pero Cristina volvió a sorprender al final con la renuncia a ser candidata en 2023, una jugada fuerte que tiene múltiples consecuencias pero nace una vez más de su debilidad y la de su espacio.
La vicepresidenta parece haber llegado a la conclusión de que su fortaleza relativa como jefa del peronismo no alcanza para pelear por la presidencia una vez más, tal como le pedían sus incondicionales. Al contrario, CFK hizo lo que sus opositores más encarnizados venían reclamando desde hace años y decidió autoexcluirse de cualquier competencia. La suba de bonos y acciones en la Bolsa confirman que el mercado aplaude su decisión. La sensación opuesta se extiende entre la militancia que había lanzado un operativo clamor y pensaba refugiarse una vez más en los votos de Cristina en su rol de madre protectora. Muchos admiten que siguen shockeados.
Es un repliegue que contrasta con la exhibición de fuerzas de los últimos dos actos en provincia de Buenos Aires y está en línea con la imposibilidad de regresar a ese pasado que Cristina invoca de manera permanente. La épica de los salarios en dólares más altos de América Latina choca con el rumbo de ajuste sobre los ingresos y concesiones a sectores de alto rentabilidad que Sergio Massa ejecuta con apoyo de la vice. Con su renuncia a ser candidata, CFK se resigna a no volver a ser pero se libera en parte de la contradicción entre lo que dice y lo que hace.
El peronismo queda en una posición inusual, sin nuevos jefes a la vista, con su líder fuera de competencia y obligado a reinventarse. Cristina, ya se sabe, no tiene margen para volver a hacer experimentos como el de Alberto Fernández.
Detrás del renunciamiento de CFK, se filtra su propio cansancio después de tantos años de batallar, con triunfos y derrotas. Pero también la insatisfacción con los que la tenían que cuidar y no la cuidaron. No solo el presidente sino el ministro Martin Soria y todos los funcionarios, incluidos los más cercanos a ella, que tienen trato frecuente con la familia de Comodoro Py. Frente al poder de la mafia y el Estado paralelo que ella denuncia, en tres años el Frente de Todos no logró ni siquiera acordar el nombre de un Procurador.
A eso hay que sumar una vez más la ineficacia del “si la tocan a Cristina”, la consigna que hasta hoy se desliga sin culpa de la realidad efectiva. Si como se dice la vicepresidenta pidió no movilizar, la falta de reacción y músculo de sus seguidores en la calle convalidó un estado de situación que la llevó a desertar de la batalla principal. Tantas veces en soledad, CFK volvió a tomar una decisión unilateral, de la que casi nadie sabía, y dejó a su núcleo duro de votantes en la orfandad.
Detrás del renunciamiento de CFK, se filtra su propio cansancio después de tantos años de batallar, con triunfos y derrotas. Pero también la insatisfacción con los que la tenían que cuidar y no la cuidaron.
Cristina dice basta en el momento en que menos se lo esperaba porque venía de acumular poder y erigirse por encima de las tribus del peronismo que la habían rechazado en distintos momentos y de diferentes formas. Su liderazgo indiscutido coincide con una fragilidad múltiple que nace de las reservas que rifó el Frente de Todos, de las discusiones que no supo dar y de una construcción política que no tiene un programa ni una estrategia ni un lugar hacia donde ir. Todo eso le permite a la vice dejar colgados de un pincel a todos los que la aclaman de forma pasiva, bajo la creencia de que la sola adhesión la fortalece. La misma Cristina que hace tres semanas decía en La Plata “podemos volver a hacer una gran Argentina, porque una vez lo hicimos”, ahora dice “ya no puedo”.
El renunciamiento no solo genera un efecto devastador en el cristinismo del corazón; además desarma a un bloque opositor que nació del rechazo a su figura y todavía se mantiene unido en el anticristinismo. Junto con el mapa del oficialismo, se desarmó el mapa de la oposición. Consciente de la precariedad de Juntos como espacio político capaz de ordenarse en torno a una salida para la crisis, Miguel Ángel Pichetto comenzó a marcar el rumbo para seguir lucrando con la polarización. El ex compañero de fórmula de Macri piensa que Cristina miente y volverá a ser candidata. Lo mismo quisieran creer sus adoradores que ahora no saben hacia donde ir.
En una semana convulsionada como pocas, Magnetto puede sentirse dueño de una victoria pírrica sobre la vicepresidenta. Así como sobrevivió a Néstor Kirchner después de quedarse con la fusión Cablevisión-Multicanal -la decisión que Cristina, insiste, no compartió-, ahora se sienta a ver la retirada de su rival más encarnizada. Es probable que siga como Pichetto tildado en la denuncia de la amenaza que el cristinismo demuestra ya no ser.
El paso al costado de la vicepresidenta asoma también como una réplica tardía de la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque todista. Como si el kirchnerismo asumiera su debilidad y decidiera no liderar más un proyecto nacional, sino reubicarse como una parte de ese todo, hoy sin norte, que es el peronismo.
El proceso sigue abierto y solo CFK sabe hasta qué punto pretenderá ser protagonista en la etapa que viene. Pero con sus modos, sus enfrentamientos y sus enemigos, el proyecto que lidera Cristina fue durante casi 20 años una parte fundamental del sistema político y ejerció su permanente defensa contra la antipolítica. Una salida de escena activaría para sus seguidores la pregunta por la legitimidad del sistema de partidos que estalló en 2001 porque el kirchnerismo fue también la fuerza que se montó al proceso de recuperación económica -que vino tras la megadevaluación de Remes Lenicov- y relegitimó a las instituciones en tiempo récord.
Para eso, el extinto Frente para la Victoria se nutrió de gran parte de un activismo destituyente que se integró a a gran velocidad a la burocracia del Estado. Aunque la épica del progresismo apalancado en las tasas chinas duró bastante, la devaluación de Axel Kicillof en 2014 confirmó que el proceso de todos ganan había llegado a su agotamiento y el kirchnerismo resistió desde entonces, sobre todo, como marca tributaria de aquel pasado. El fracaso de Macri y la pandemia convirtieron al neomenemista Javier Milei en una expresión capaz de interpelar por derecha a sectores hastiados con la casta. Del otro lado de la polarización, Cristina fue hasta hoy y desde el peronismo el último dique de contención que mantuvo dentro de la política a los que soñaban con un regreso al pasado, mientras el cuadro de deterioro crónico se profundizaba y el consenso político que lo incluía solo dejaba margen para discutir las dosis de ajuste que la sociedad sería capaz de soportar.