Los 500 palos verdes anuales que se lleva Netflix del país equivalen a 20 presupuestos del INCAA o a la terminación del prototipo de una central nuclear argenta. Un matemático matemático, de la UBA y del CONICET, explica por qué es sensato meterle un impuesto a la plataforma y de cómo la clase media despluma al país, es decir a sí misma.
La iniciativa del INCAA de cobrar un impuesto a Netflix similar al que pagan las salas de cine, dada la enorme proliferación de las plataformas de servicios remotos que cobran en divisas, molesta “a la gente”, nombre que solemos darnos los clasemedieros. Pero es un paso en la dirección correcta.
Es un tema incómodo. Sin embargo, como matemático del CONICET y debido a la fragilidad del sistema científico, he considerado más de una vez trabajar en el sector financiero como plan B, de modo que no me resulta totalmente ajeno. Por ello, déjeme seguirlo irritando, lector, y hacer lo mío: algunos números. Puede sorprenderse.
Es casi cómico que hacerle pagar a Netflix resulte políticamente disruptivo, incluso tras casi tres años de corrida cambiaria y bancaria ininterrumpida. A nuestra clase social se le erizan los pelos cuando se le tocan los consumos dolarizados y el ahorro en moneda extranjera. Claro, muchos interlocutores en este debate se justificarán con nuestro mercado inmobiliario implacablemente atado al dólar, o aducirán que los grandes empresarios fugan más divisas que la pobre clase media, y que gastos como Netflix son muy poco dinero, etc.
Los números fríos muestran que no es tan así.
Volvamos a este tema tan absolutamente menor, la facturación de Netflix en Argentina. Con casi 5 millones de suscriptores, las divisas que salen del país por este concepto ya alcanzaron la friolera de 500 millones de dólares anuales. Para ponerlo en perspectiva, además de ser unas 20 veces el presupuesto del INCAA, que produce todo nuestro cine nacional, con esta suma anual se subsanarían algunas de las obsesiones tecnológicas de AgendAR, portal industrialista:
- Se terminaría el prototipo de la central nuclear CAREM 25 en Atucha, y sobrarían alrededor U$ 150 millones para empezar seriamente el CAREM comercial de 4 módulos y 500 MW, y luego exportarlo masivamente “urbi et orbi”.
- O se podría terminar el CAREM prototipo nomás, sin avanzar todavía con la central comercial, y completar y poner crítico el reactor RA-10 del Centro Atómico Ezeiza, cuya facturación por venta local, regional y exportación de radiofármacos al Hemisferio Norte puede superar los U$ 2000 millones/año.
- Esa plata da para construir y lanzar al espacio dos nuevos modelos de satélites SAOCOM de observación terrestre con radar en banda L, una tecnología espacial por ahora exclusiva de Argentina y Japón.
- Con ese dinero, la FAdeA (Fábrica Argentina de Aviones) puede construir 325 unidades de su avión IA-100 Malvina de entrenamiento primario. En realidad, muchas más, porque la construcción masiva abarataría mucho el costo. De 100 para arriba, estos aviones se exportan todos.
- Con 500 millones de dólares ARSAT construye y sateliza al menos dos satélites geoestacionarios de telecomunicaciones, los números 3 y 4.
- Con esa plata se pone un blindaje de radares ionosféricos costeros sobre toda la Zona Económica Exclusiva del Mar Argentino. Al detectar pesqueros piratas incluso antes de que entren a la ZEE, se protegería al país de pérdidas anuales de entre U$ 1500 y 2000 millones.
- Por último, para volver al tema de consumos culturales, 500 millones de dólares son 40 veces el plan de inversión anual para ampliar el Data Center de ARSAT SA, centro que brinda una impecable plataforma de streaming de video para el cine nacional.
- Pero “el Data” de ARSAT es base de otro servicio cuya importancia ha cobrado muchísima relevancia en el presente contexto de pandemia (y seguirá cuando ésta se termine): el de conferencias online.
Para ello, ARSAT emplea un excelente software de dominio público, Jitsi. Pero como Jitsi pide una buena capacidad instalada en servidores para garantizar un funcionamiento masivo, hoy solamente se encuentra disponible para algunos organismos públicos. Para muchos usuarios (y ahí estoy yo, y ahí podría estar Ud., lector) esto fue una desilusión: ¿por qué el estado no está peleándole este mercado a Zoom?
Ahorrar y no fugar
La escasez de divisas para realizar este tipo de inversiones públicas, que ahorran divisas de manera rentable, genera un círculo vicioso: al no tener la capacidad instalada de servidores en el país, se contratan servicios en “la nube”. Esto significa que se alquila esa capacidad de almacenamiento y cómputo en el extranjero.
Y a no confundir la gratuidad de algunos productos de internet con generosidad de las principales empresas del sector: el segmento de “nube” de Amazon (AWS) es el más rentable de la compañía (más que el e-commerce). Lo mismo ocurre con los otros gigantes informáticos. Pero para dejar de alquilar fierros informáticos hay que ahorrar, y en este caso obligatoriamente en divisas, algo para lo que no hay actualmente espacio con la implacable fuga de capitales.
Ahora bien, la fuga es de todo tipo y color, aunque nuevamente resulte incómodo decirlo en familia, lectores clasemedieros. Las últimas cifras de compra de dólar ahorro de agosto arrojan un total de 4 millones de personas que compraron su cuota de 200 dólares/mes. De mantenerse esa velocidad, se sumarían casi 10.000 millones de dólares en un año. Para poner esa cifra en perspectiva, podemos comprarla con la capitalización bursátil total del sistema financiero, que ronda los 3.000 millones de dólares.
Es decir que, en forma anual, el triple de la capitalización total del sistema financiero privado se está fugando del mismo de a puchitos de 200 dólares. ¿No es una locura? Pero son números duros. Por más que los bancos sean un blanco de críticas que “la progresía” ama detestar (y por buenas razones), por una vez no podemos culparlos (a los bancos) de este volumen de fuga de capitales: señoras y señores, son un sector regulado de la economía que actualmente incluso está impedido de pagar dividendos a sus accionistas (sic).
En USA se frotan las manos
Otra cifra del mismo orden de magnitud que involucra exclusivamente a personas humanas es el usual déficit externo del sector turístico: arrojó un negativo de unos 7.000 millones de dólares en el ya convulsionado y recesivo 2019.
La magnitud de estos fenómenos puede entenderse mejor a partir de un muy citado informe de la Reserva Federal Norteamericana, según el cual nuestro país se constituyó en el segundo tenedor per cápita de billetes norteamericanos, solo después del propio EEUU. Investíguelo bien. Es cierto. Sorpréndase.
Frente a eso, los EEUU se frotan las manos: al ser ellos el único país del mundo que imprime dólares, el atesoramiento mundial de la moneda norteamericana logra que el mundo financie a EEUU a tasa cero y con un plazo de repago infinito. Y ésta es una impresionante ganga para la primera potencia mundial: puede adquirir toda clase de bienes y servicios al mundo a cambio únicamente de imprimir moneda.
Para dar contexto histórico a este negocio financiero: en 1971, durante la presidencia de Richard Nixon, EEUU protagonizó el mayor default de la historia: se negó a entregar el oro que los países europeos habían depositado en Fort Knox durante la Segunda Guerra Mundial (incluido el Reino Unido, su mayor aliado), a cambio de los dólares que necesitaron para reconstruirse en la posguerra.
El Departamento de Estado de los EEUU les pagó en dólares (que automáticamente, se devaluaron) y se desentendió de la furia europea con una de las mayores joyas de la diplomacia norteamericana. ¿Fue Henry Kissinger? Dijo, sucinto: “Cerró la ventanilla del oro”.
Que nuestro país esté primero en el ranking de tenencia de dólares billetes per-cápita fuera de EEUU es un hecho poco conocido y algo desmesurado. Sorprendentemente, tiende a naturalizarse a todo lo largo del espectro político: ambos lados de la grieta se igualan en la naturaleza de sus declaraciones patrimoniales, y los sectores que acaso promueven una alianza con países como Rusia y China abjuran por igual de pesos, rublos o yuanes. Tienen sus ahorros en dólares.
Ahora bien, el total de la fuga de divisas anual viene siendo de 26 mil millones de dólares. Obviamente en la Argentina hay unos pocos que se llevan muchísimo. Si se aprueba el impuesto a las grandes fortunas, esos tendrán que pagar un número no despreciable de su patrimonio. Pero un análisis a grosso modo indica un detalle (nuevamente incómodo, lo lamento) que se suele pasar por alto en las discusiones entre amigos “progres”.
Y el detalle es que, entre pitos y flautas, viajecitos al exterior, cositas de acá y allá, canutos de a 200 billetes, consumos como Netflix y demás, la clase media argentina, con sus pautas culturales de ahorro y consumo, es responsable de una buena parte de ese número de la fuga total de divisas.
Nuestra clase media toma esta costumbre de llevarse puesto al Banco Central como si fuera un derecho humano y se indigna con los impuestos y controles de capitales, del mismo modo que cualquier gerente de un fondo de cobertura internacional. Somos pollos que se piensan zorros. Esa es una cultura que tiene que cambiar.
Gentileza: AGENDAR. agendarweb.com.ar
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