Los errores estrepitosos, hilarantes y hasta patéticos, y las prácticas periodísticas execrables se amontonan sin límites ni fronteras ideológicas y políticas en nuestro planeta mediático, en forma especial en la TV llamada hegemónica y en infinitas circulaciones que transitan por las redes sociales. Pero en los últimos días se registraron casos de una y otra deformidad que motivaron intervenciones públicas encontradas; de ahí la decisión de abordar esta nota.
Primero Noelia Novillo, una periodista, locutora, presentadora o animadora del Canal 26 de la TV vernácula, que mató a don William, el padre de Hamlet y quien nos dejara en 1616, cuando el que había fallecido era otro Shakespeare, también William, pero un anciano de nuestros días, el mismo que figuró como primer varón vacunado contra el COVID 19 en el Reino Unido.
Después, tronaron los misiles de fogueo y utilería que suelen cruzarse muchos y tantas en las redes sociales, cuales templarios sin distinción de género ni de pertenencia, cíclopes del narcisismo exhibicionista que en los ’60 anticipara Andy Warhol con su frase en el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos. Varios y varias en cantidades que sobran, y porque además se creen militantes en el jardín de las delicias de un tal Mark Zuckerberg, se bombardearon con defensas encendidas versus diatribas en contra de Tomás Méndez, cuando el hombre de encendidas peroratas y electrizantes denuncias televisivas y radiofónicas, casi siempre sin sus debidas consistencias – sí, sí, no es el único y los hay para todos los gustos – fue despedido de C5N, acusado de organizar un escrache, dicen unos, lo niegan otros, contra Patricia Bullrich, la de antecedentes nefandos para rebolear, y desafiante ahora por la corona mundial de los denunciadores seriales que en la actualidad ostenta ella, Elisa Carrió.
No todo es lo mismo
Quizás, el de las intervenciones políticas y el de la Comunicación y el Periodismo sean dos de los campos en los cuales el principio de identidad se manifieste con mayor debilidad, o al menos con gran labilidad dialéctica.
Quizás Noelia asimismo merezca un tratamiento menos crítico que Tomás, que de ingenuo ni pizca ni por error, puesto que, y al fin de cuentas, en el caso de ella sólo se trate de una flagrante, de una estrepitosa ignorancia.
Sin embargo, ambos episodios guardan entre sí ciertas coincidencias. Deben ser leídos e interpretados a través de un mismo cristal, ese que nos muestra a su vez la degradación sistemática que viene sufriendo desde hace mucho nuestro oficio de periodistas, de comunicadores lo llaman algunos. También forman parte del entramado con epicentro en una corporación de empresarios mediáticos que no trepidan en apropiarse sin vergüenzas de aquello que decía “por dinero (y por cercanías al poder) baila el mono”, aunque sus vidas sean más estafadoras que estrafalarias.
Una realidad que nos interpela
En mi caso, no se puede dejar de prestarle atención a la luz roja que debe encenderse a la hora de preguntarnos lo siguiente: ¿estamos haciendo lo que debemos hacer como docentes en la materia para contribuir en algo a detener ese proceso degradador y degradante?
No tengo la respuesta. Me queda la preocupación, tal vez la angustia, pero sí me animo a apuntar, a ensayar, algunas consideraciones sobre desde el cuándo, los por qué y los cómo de todo ese proceso que nos está minando por dentro y parece no tener fin. A fin de cuentas es parte de las tareas cotidiana de quienes en las aulas y en la investigación trabajamos el modelo teórico metodológico Intencionalidad Editorial para entender al Periodismo/Comunicación como parte ineludible de la disputa por el poder, fuere éste de la naturaleza que fuere.
Sólo referencias
Respecto desde cuándo, por qué y cómo es que se da ese proceso que nos está minando por dentro y parece no tener fin, entonces valga lo siguiente, tan sólo para proponer el debate.
-Viene de lejos, de la década del ’70, cuando en el ’79 Henry Kissinger publica White house Sears (Mis Memorias, en castellano); mil treinta y dos páginas que abracan el período Noviembre de 1968- Enero de 1973. En ese texto analiza cuál fue el efecto de las coberturas periodísticas de la prensa propia sobre los intereses de Estados Unidos en la guerra de Vietnam e induce a pensar en estrategias de concentración mediática, control y desinformación, sobre todo en el ámbito audiovisual, para contrarrestar lo que él consideró de decisiva influencia en la derrota del Imperio: por ejemplo la llegada por TV y a la hora de la cena en los hogares estadounidenses de imágenes con féretros y bolsas mortuorias conteniendo cadáveres de soldados del Tío Sam caídos en combate.
-Esas reflexiones de Kissinger fueron puestas en tensión por parte de los teóricos y desarrolladores de la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN). Fue ese contexto el que terminó explicando el proceso de oligopolización de los medios argentinos (dato registrado a escala latinoamericana), siendo los del Grupo Clarín y Papel Prensa dos de los casos más emblemáticos al respecto. Cabe señalar que ni los mejores análisis sobre la DSN, como los planteados por el cura y teólogo de Lovaina Joseph Comblin (La Ideología de la Seguridad Nacional, publicado en 1977) llegaron a desanudar la compleja red de operaciones sobre los medios de comunicación que previeron los “alumnos” de Kissinger.
-El 1 de junio de 1980, en Atlanta, Ted Turner funda la CNN. Sus primeros acuerdos tecnológicos para desarrollar el modelo de TV global los cierra con la Secretaría de Defensa de Estados Unidos. Se potencia a escala exponencial el proceso de mundialización de señales y contenidos. Estados Unidos comienza a registrar por entonces un dato significativo, que se venía perfilando como tal desde la década del ’50, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial: la producción y comercialización de las “industrias culturales” se convierten en el primer rubro de las exportaciones estadounidenses.
-Así conformadas las tramas mediáticas central y sus diferentes manifestaciones locales, los centros de académicos y de formación de profesionales de la comunicación implementaron técnicas de entrenamiento y reclutamiento que apuntasen a transformar al Periodismo/Comunicación en una variante del espectáculo, del show. Ya había alertado sobre todo ello el francés Guy Debord, cuando en 1967 aparece su obra La société du spectacle (La sociedad del espectáculo, en castellano), en la que se refiere a la declinación de ser en tener, y de tener en parecer, de forma tal que el hecho social pase a ser su imagen representada; y, casi siguiendo a Marx, se cumpa el proceso de la mercancía como totalidad, desde el espectáculo se captura a la propia experiencia social, poniéndola a disposición del mercado.
Un desenlace fatal
Convertida la información, los contenidos mediáticos, en mercancía absoluta, poco faltaba para que la trama fatídica comenzase a ejecutarse a sí misma, a poner en funciones, a explicar y a ser contexto a la vez de fenómenos que puedan explicar la saga de exabruptos ignorantes que en estos días, y como caso de citas minúsculas, tomaron posesión del habla desafortunada de la pobre Noelia Novillo.
Esa trama opera y explicita también la irrupciones, una más de las tantas a la que la TV local nos somete a diario. En esta oportunidad, la del tal Tomás Méndez, sobre quien, y para comprenderlo – aunque reitero no es el único de uno y otro lado de la confrontación política y por los sentidos –, el colega Daniel Cecchini acaba de publicar una interesante semblanza, de la cual extraigo lo siguiente:
Antes de recalar en la pantalla de C5N tuvo una larga trayectoria como comunicador en la provincia de Córdoba, donde también fue concejal y pretendió postularse a diputado sin suerte, porque un escándalo periodístico lo bajo de la lista. Más que un periodista, Tomás Méndez es un empresario de sí mismo en el área de la comunicación. En ese papel, en Córdoba se mostró como un explotador sin escrúpulos, que negreó a sus empleados, sometiéndolos a una brutal precarización laboral. Este comportamiento, a la postre le costaría caro. Como empresario de la comunicación, utilizaba su programa – también llamado ADN – en Canal 10 de la Universidad de Córdoba, para hacer operaciones políticas y extorsivas que le redundaban en importantes ingresos publicitarios salidos de los bolsillos, de las empresas o de los organismos estatales de los extorsionados. La situación estalló en varias ocasiones, pero hubo una que lo puso en evidencia de una manera que no pudo eludir y llevó a su separación del Canal (sí, igual que ahora en C5N). Harto de maltratos y de promesas incumplidas, uno de sus empleados precarizados – el ex productor de su programa ADN, Marcelo Castro, difundió cámaras ocultas hechas por el propio Méndez a empresarios y funcionarios para después exigirles contraprestaciones (…). En una de esas grabaciones arma una operación contra José Manuel De la Sota y un empresario amigo. La difusión de ese y otros videos – que están en las redes, a disposición de los interesados, y dejan en claro su modus operandi corrupto – hizo que fuera expulsado en el 2014 del Canal 10 de la Universidad Nacional Córdoba (UNC) por exigencia de sus propios colegas, que firmaron masivamente un petitorio para que se lo desvinculara. Lo que hacía en Córdoba no es muy diferente de lo que venía haciendo en Buenos Aires. Considerar que Tomás Méndez es un simple periodista y defenderlo hoy porque “es de los nuestros”, no sólo es asumir la defensa de un operador inescrupuloso sino también insultar a los miles de periodistas que ejercen con honestidad el oficio. Defendiendo a Méndez no se defiende a la libertad de expresión ni se denuncia la censura. Todo lo contrario: se favorece una práctica perversa del periodismo.
Por último, y casi a título de corolario
Basta para ello dar cuenta de algunos, pocos, hechos, atributos o manifestaciones del ser (Periodismo/Comunicación) que nos atribula.
Tras la salida del modelo DSG y con el ingreso de nuestras sociedades en la etapa de Democracias Vigiladas/Controladas en la que vivimos, y como consecuencias de las transformaciones degradantes que hemos registrado respecto de nuestro campo de acción profesional, podemos constatar los siguientes fenómenos:
Desocupación y precarización creciente para los trabajadores de prensa, impelidos en muchos casos al “cuentapropismo”, no como fue el caso de los freelancers en otros tiempos sino como suerte de empresarios marginales, con sus propias productoras publicitarias y de auspicios, desde las cuales negociar “espacios” con señales de TV y cableras.
La irrupción sin marcha atrás de las tecnologías digitales amplía casi hasta el infinito esa inmensa llanura poblada por “emprendedores” de la comunicación. Además imbuidos de una subcultura profesional que mezcla en proporciones justas la tara Clark Kent, de periodista superhéroes y brillantes, con la otra, luz nociva, la de ser parte del los ganadores, de los exitosos, de cierta farándula con ínfulas de influyente y vida mediática.
Están en el mercado de la economía capitalista global – entre nosotros, en uno los segmentos de mundo dependiente – con las lógicas del vale todo que en aquél impera; si hasta la acumulación de vacunas contra un peste pandémica en manos de un puñado de corporaciones farmacológicas, la Big Pharma, y de países dominantes que acaparan cerca del 90 por ciento de las dosis en desmedro del inmenso mundo, el que cada día confirma la vigencia del título de aquella novela del peruano Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno (1941).
Ese vale todo es el que da pasa al periodismo pago por empresarios y actores de “la política”, por encima de la mesa (pauta publicitaria visible) o por debajo de ella, incluso hasta el punto de la extorsión.
Una de las características principales de esta democracia que apenas supimos conseguir es la profesionalización de la política, su conversión en un negocio privado, casi en un mercado cautivo dentro del mercado general, en el cual las facciones del bloque dominante se disputan “clientelas” casi como pueden hacerlo las marcas de consumo masivo a través de la publicidad.
Ese es el terreno anegadizo, el fangal, el estercolero, propicio para la Comunicación como operación o sistema de operaciones, en el que sus agentes centrales son “periodistas”, empresarios de los medios y de los más diversos sectores, sujetos del espectro político amplio y de variadas especies, modalidades y corrientes de pensamiento, si es que estas últimas siguen existiendo en nuestro universo; y he aquí entonces una de la claves que faltaban: elementos de los servicios de inteligencia, de las fuerzas de seguridad y de los poderes judiciales y fiscales, decisivos en la conformación y perpetuación de aquello que definiéramos como democracia vigilada o controlada, con medios de comunicación convertidos en vectores del espectáculo.
Para la imposición de este modelo periodístico que hoy se asume con los nombres propios de la pobre Noelia y del “pícaro” Tomás debieron imponerse dos condiciones.
Qué los medios fuesen poblados por “periodistas” lindantes con la ignorancia o tan presionados por la patronales que así se admiten y asumen; y proclives a la venalidad.
Qué desde el campo auto titulado progresista, nacional y popular o como prefieran, se hayan abandonado las mejores tradiciones de nuestro oficio – en esta Semana del Periodismo, por el 7 de junio justo es recordar en ese sentido a Jorge Ricardo Masetti y a Rodolfo Walsh entre otros – para darle lugar a diversos modos de desfiguración de nuestras prácticas, tema sobre el cual quiero mencionar uno de ellos, el de la transmutación del periodismo de investigación en un sentido estricto (Operación Masacre entre varios otros ejemplos) en periodismo de prontuario, periodismo buche o periodismo para carpetazos, variante ésta última que está incita en el proceso de decrepitud al que se refiere este texto.
En definitiva, y ahora sí como cierre: Noelia, Tomás, duerman tranquilos, sus casos no son los únicos, ni por asomo; y desde aquellos años del XVII, don Shakespeare les envía un guiño piadoso.
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