Desde antes de su asunción de Albero Fernández, muchos medios empezaron a operar a favor de su desgaste. Y con la pandemia encontraron el escenario propicio para ahondar sus estrategias, en las cuales el trabajo está dividido, unos pasan letra, otros la amplifican.

Joaquín Morales Solá es un hombre con pasado oscuro. Él también es un hombre opaco, casi escondido detrás de sí mismo, que jamás pierde la compostura y rehúye, casi siempre, los énfasis a los que son tan afectos sus colegas televisivos. Su programa en TN es anodino, realizado sin el menor entusiasmo, casi nadie comenta lo ocurrido durante la hora que dura y seguramente su rating debe ser de los más bajos de la señal del grupo Clarín.

Cuando se arma el dream team de los operadores, su nombre casi nunca aparece, escondido tras el brillo estentóreo de los Majules, los Feinmann, los Leucos, los Viale. Sin embargo, su persistencia como editorialista principal de La Nación desmiente esa imagen de ser alguien módico, aunque su estilo de escritura siempre prefiere los caminos indirectos. Pero es alguien que de algún modo maneja las dos direcciones de circulación del discurso en ciertas zonas del periodismo. Es transmisor de las posiciones de los poderes (económicos y políticos) y a la vez funciona como su justificador más racional. Sus defensas del gobierno de Macri fueron muy superiores a las del propio ex presidente y a las de cualquiera de los integrantes del mejor equipo de los últimos cincuenta años.

Morales Solá es el tipo de personaje necesario para una clase empresarial que sufre de una especie de síndrome de Yabrán, el odio a las cámaras y a los espacios públicos. No dan entrevistas salvo en los medios especializados (como Forbes o Fortuna) y muy eventualmente en el suplemento económico de los grandes diarios. Allí donde se habla de dinero y de mercados. No quieren la exposición, salvo cuando quieren exhibir alguna posesión envidiable, como fue el caso de Eduardo Constantini, quien se mostró en la tapa de Caras con su esposa, casi 50 años más joven que él. Pero, aun así, no son imágenes destinadas al gran público sino para circular dentro de la propia clase como una forma de demostrar que no hay nada que se resista a un buen montón de dólares. Una especie de acto de reafirmación de fe en el poder de la riqueza. En realidad, la mayoría de los poseedores de fortunas argentinos prefiere atenerse a ese precepto constitucional que dice que los grandes empresarios no gobiernan ni deliberan sino a través de sus representantes. es decir, políticos y, obviamente, periodistas, entre los cuales Joaquín ofrece, a cambio del espíritu bullanguero de sus colegas, una pátina de racionalidad que después se expande a otros espacios mediáticos.

El domingo escribió en La Nación: “El Gobierno corre el riesgo de un impago masivo de impuestos, una rebeldía fiscal no querida por nadie. La AFIP podría evitarla haciendo planes de pagos de acuerdo con la emergencia que viven todos, no solo el Gobierno. La AFIP calla.”

No es un llamado abierto a no pagar impuestos, eso será cuando se amplifique. En su programa diario, Majul apela al video de un camionero español (sí, es cierto) que entre castizos joder, coños y carajos dice que en este desastre no hay que pagar impuestos. Lo que decía Joaquín pero en clave peninsular. Se degrada pero se vuelve más eficaz, trasciende más. Pero esa circulación requiere de monjes negros que provean de contenidos.

Esas ideas se insertan en una estrategia que está instalada en el discurso mediático que apela, con mayores o menores matices, a los siguientes recursos:

-Tomar aspectos muy cuestionables como los sobreprecios pagados por los alimentos como algo que se inauguró con la llegada de AF al poder. Se ignora, deliberadamente, que son mecanismos instalados hace larguísima data en el funcionamiento del sistema de compras del Estado y que suele depender de las líneas medias, esas que sobreviven a los cambios de gobierno. Y después de la caracterización como males exclusivamente K, hacen su escándalo de rigor.

-Transformar hechos nimios como lo del “gordito lechoso” en señales peligrosísimas de una vocación del poder de atentar contra la libertad de expresión. Y tienen la misma respuesta corporativa que cuando Ramos Padilla citó a declarar a Santoro. Si Santoro dejó de escribir no fue una decisión del juez sino del grupo Clarín.

-Considerar las declaraciones de personajes muy alejados hoy del poder (como D’Elía, Zaffaroni o Mempo Giardinelli) como la expresión del verdadero pensamiento del oficialismo. El otro yo del Dr. Fernández, su mister Hyde.

-Actuar apostando al efecto acumulación. En esto, La Nación ocupa el lugar más alto del podio. El diario publica al menos cinco columnas por edición dedicadas a atacar al gobierno. En su señal televisiva, no hay programa que no se dedique casi por completo a las críticas. Clarín viene rezagado por falta de firmas

-Convocar permanentemente a personajes sin ninguna entidad académica o profesional como opinadores mala onda, desde Milei a Cachanovsky, de Brandoni a Casero, de Patricia Bullrich (casi a tiemp0 completo) a Waldo Wolff, de Andahazi a Kovadloff.

-Invocar un sentido común del que serían los mejores representantes y que transmite el verdadero sentir de la “gente”. Si Cristina no habla, es porque esconde algo, uno de los latiguillos más recurrentes.

-Ningunear casi todo acierto. Fue estruendoso el silencio cuando se lanzó el Plan Alimentar. Claro, no había cómo darle. Y frente a evidencias inocultables como el achatamiento de la curva y el bajo número de muertos, apelan o a poner en duda la metodología de cuantificación (no se hacen todos los testeos que habría que hacerse), a agitar el fantasma de los asintomáticos o a acusar directamente de falsa la información oficial (por eso Feinmann dijo aquello que a la cifra de fallecidos le faltaba un cero).

-Finalmente, las fake news. De esas hay cupo exportable. Un solo ejemplo: mientras se estaba discutiendo en el bloque oficial el piso imponible del impuesto a las grandes fortunas, hubo varios, Martín Tetaz entre otros muchos, que lo colocó en 125.000 dólares, con lo cual quedaba afectada prácticamente toda la clase media propietaria de una vivienda y un auto.

El tema del ingreso del dinero al bolsillo de los periodistas para que defiendan ciertos intereses tiene su peso. Sobre esto, una digresión. Lo del sobre bajo cuerda tiene algo de leyenda urbana, aunque pueda funcionar en algunos pocos casos. Los ingresos llegan por otros medios, si se quiere más legales. La mayoría de estos periodistas y analistas políticos y económicos venden a las empresas newsletter a precios exorbitantes. O se los contrata para que den conferencias o cursos por los que se pagan enormes cifras. Además de las pautas publicitarias. Modos con que se compran alegatos, pero también, en una importante medida, silencios.

Pero lo que también se busca es establecer una alianza que tenga efectos políticos. Que a veces funciona, como el haber podido frenar la incorp0oración de la medicina privada al sistema público de salud. Lo que se busca es tener al poder en jaque, en alerta permanente frente a lo que dicen los medios y lo que exigen los grandes empresarios. Para eso se precisa un poder político sumiso (como el de Cambiemos) o limar al que se opone a sus deseos. En eso están.