Los foros de los diarios son como el costado barrabrava de sus periodistas estrella, que viven afirmando, como hizo Leuco en los Martín Fierro, que entre ellos y los medios en los que trabajan solo hay un sí. Mientras tanto, figuritas e hinchada arman una jerarquía de discursos a la que esperan que todos nos atengamos. Y le ponen de nombre democracia. (Ilustraciones Gustave Doré)
“Lamento mucho los compañeros que se han quedado sin trabajo, pero hay que saber elegir bien quién es el tipo que tiene que estar en los medios de comunicación”. El subrayado es de Clarín, en su noticia del premio Martín Fierro otorgado a Alfredo Leuco. El domingo, en La Nación Morales Solá se despacha en el mismo sentido, haciendo un racconto de los medios fundados bajo el kirchnerismo y lamentándose aún menos que Leuco por las fuentes de trabajo perdidas. Es más, sostiene que Página/12 es una voz que debe seguir existiendo pero que debe encontrar la forma de financiarse, si no, no se puede. Hoy Clarín online dedica la mitad de la parte de arriba (esa que se ve en cuanto uno abre la página) a Cristóbal López. No es habitual que un medio revele chanchullos de los empresarios pero parece que aquí cambiaron el manual de estilo. Es el competidor impertinente, alguien que se metió en el jardín a robarse los malvones de la corporación.
El saber elegir bien de Leuco habla de distintas capas de discursos en estos tiempos de mucho hashtag y pocas nueces. Por un lado están los que eligen los medios en los que trabajar, con lo cual queda implícito que el lugar en el que trabajan es aquel al que son más afines. La cosa tiene su miga: lo que presupone la afirmación de Leuco es que están los honestos intelectualmente, como él y sus cofrades de siempre, que se identifican con el medio en el que trabajan –en una doble y mutua prestación de identidad ideológica-, los deshonestos por necesidad o por desidia (que no se preocuparon por saber para quién trabajaban) y los deshonestos de una, como Verbitsky o Víctor Hugo que trabajan derecho viejo para el mal sin cuestionarse nada, porque ese es su negocio.
Es decir que hay distintos grados de voces autorizadas –los plenamente autorizados, lo más o menos autorizados (los que tienen que parar la olla en medios dudosos) y los desautorizados tiempo completo. Entonces las discusiones solo pueden darse entre las voces del mismo status de autorización, como Majul que discute con Tenembaum.
Hagamos un pequeño desvío. En esos mismos medios que habitan esas voces autorizadas hay lo que se llama “comentarios de los lectores” ubicados al pie de cada nota. La Nación tiene todavía el cuidado de cerrar algunas notas a comentarios. Clarín no está para esos remilgos, abre todas las notas y que venga lo que venga. En una época había moderadores en esos foros, hoy forman parte del ejército de desocupados. Las acusaciones contra Cristina son la parte soft de esos comentarios. Quien se anime a adentrarse en ellos podrá encontrar, aparte de las formas imaginables e inimaginables de racismo y discriminación, justificación de las violaciones (¿si iba vestida así que esperaba? Ella se lo buscó), celebraciones por la muerte de Santiago Maldonado, insultos a Estela de Carlotto, aplausos para los que hacen justicia por mano propia y nostálgicos de los milicos y del Terrorismo de Estado, al que sólo le critican no haber llevado su tarea a fondo.
Es obvio que no se trata de trolls, cualquier que se anime a recorrer esos lodazales y se queda allí es porque tiene algo en común con los comentaristas. La pregunta por el odio es de compleja respuesta, aunque lo que se puede leer en estos foros es odio de máxima pureza. El tema es por qué los diarios reservan ese espacio a semejantes despropósitos, que harían empalidecer a la cheta de Nordelta. La democracia de expresión es una coartada más que débil. Hay espacios donde opinar en los propios medios, en todo caso que haya más lugar para las cartas de los lectores, que vienen firmadas y con número de documento, además del tiempo que insume su escritura. En el peor de los casos serán exabruptos más o menos elaborados y no escupitajos lanzados a rolete.
De hecho podría pensarse que esos foros son el tan mentado subsuelo de la patria, pero como esta es una fórmula un tanto abstracta y con olor a petróleo, digamos que es el subsuelo de algunos medios, ahí están sosteniendo el edificio que arman las notas de los diarios. Es el lugar que se les ha destinado, ahí debajo de lo que escriben las estrellas.
Si uno tiene estómago para leerlos (y no es una tarea recomendable) verá que los autorizados a full no aparecen casi nunca mentados y menos aún para mal. Son parte del asunto, se complementan, mientras unos dicen las cosas con cierta elegancia y cuidado por la sintaxis, en los foros todo es llaga supurante. Por otra parte, hay periodistas, como Eduardo Feinmann o Baby Etchecopar, que usan el mismo registro desaforado e infatigable en su reaccionarismo que caracteriza a los foristas. Y están autorizados por la cúpula de periodistas de pro que de vez en cuando los invita a la mesa. Incluso a la de Mirtha.
Raro, son aristocracias con barras bravas que los apoyan y vitorean. Se destacan contra un fondo de lectores y espectadores en estado de rabia contemplativa. Y contra ese fondo se destacan, dirigiendo el tránsito de los discursos, las informaciones y las opiniones. Han logrado tal simbiosis con la monada y con los medios a los que representan que no pueden siquiera imaginar que el periodismo es un espacio de contradicción entre lo que se quiere y se puede decir, en lo que te dicen que te calles y lo que intentás decir y decís aunque sea camuflado. Ellos no forman parte de esa realidad. Son el amo y la voz del amo.