Héctor Ricardo García, que murió hoy a los 86 años, deja una impronta imborrable en el periodismo argentino. Creador de Así, Crónica y Crónica TV, cambió para siempre la manera de abordar las noticias, hizo de los títulos un arma y un arte, y obligó al resto de los medios a llevar las noticias policiales y deportivas a sus portadas.
Pedí perdón, me dijo mientras me devolvía -más bien me tiraba sobre el escritorio – la prueba de tapa de Flash.
¿Qué pongo entonces?, le pregunté.
No sé, el director sos vos, me contestó irónico pero sin ser del todo ofensivo.
Cada vez que pienso en Héctor Ricardo García, que murió hoy a los 86 años, recuerdo esa escena de un domingo a la noche, a fines de la década de los 90, en su oficina del décimo piso del edificio de Crónica, en Azopardo y Garay. Yo no era el director de Flash sino un jefe de redacción que hacía la suplencia porque Tito Jacobson – el verdadero director – estaba de vacaciones. Fue en febrero, entonces.
Subía a verlo una vez por semana, cuando ya tenía prácticamente cerrada la revista, para mostrarle la tapa. Rara vez lo veía en otra ocasión, salvo que me llamara. Con los años había alcanzado a descifrar lo que me decía con su voz gutural de palabras atropelladas que al principio me resultaban casi ininteligibles.
Durante siete años lo encontré detrás del escritorio, con cuatro televisores encendidos, casi siempre tecleando con dos dedos la Olivetti 88 (nunca lo vi siquiera cerca de una PC) donde escribía “La Pavada”, aquella sección de chismes de la contratapa de Crónica que había inventado y que, aunque la había delegado después en otros periodistas, cada tanto volvía a perpetrar.
A veces me preguntaba por algún título de espectáculos que le llamaba la atención.
¿Y esto qué es?, me interrogaba sin pronunciar la “s” de “es”.
Y si le interesaba me decía:
Contame.
Le hacía un resumen de la nota mientras él iba escribiendo febrilmente en la máquina la apostilla para “La Pavada”. Una vez me enojé:
Me está robando el título, le dije
Me contestó sin levantar la vista ni dejar de teclear:
El dueño soy yo.
Teníamos una relación tirante, donde él marcaba distancia. Yo era un caso raro, metido casi por la ventana por Tito Jacobson.
García, que siempre elegía a los periodistas con los que trabajaba, no me había elegido y eso no le gustaba.
El pibe ese, el intelectual ese que tenés, me contó Tito que le dijo una vez, enojado porque una nota de la revista le había traído algún problema. Lo de “intelectual”, además de no ser cierto, me lo imaginé en su boca despectivo.
A pesar de eso me apoyaba como lo hacía con todos sus periodistas. Cuando sus amigos de la farándula se quejaban por algo que se había publicado sobre ellos los mandaba a hablar conmigo. Jamás me pidió una retractación.
De todo esto me acordé hoy a la mañana cuando leí la noticia de la muerte de Héctor Ricardo García.
Su trayectoria y la impronta que deja en el periodismo argentino es impresionante. Desde su invención de Así es Boca, en 1954, cuando tenía apenas 21 años, nunca paró de innovar. La revista Así (ya sin Boca) marcó época y llegó a vender cifras siderales. El diario Crónica, con sus tres ediciones, cambió el periodismo gráfico del país, privilegiando las fotos y obligando a los demás diarios a llevar las noticias deportivas y las policiales a la tapa. Crónica TV fue el primer canal de noticias de la Argentina, que inventó otra manera de hacer periodismo por televisión.
De todo esto se escribirá, mucho, en estos días. No tengo intención de hacerlo acá. Tampoco quiero cerrar esta nota -que de ninguna manera es una necrológica – con un lugar común que exalte su figura. Prefiero hacerlo con una historia que ya forma parte de la mitología del periodismo argentino:
Luis Sandrini agonizaba desde hacía varios días, pero no se moría. Diego Armando Maradona estaba a punto de ser vendido al Barcelona, pero el pase no se definía. La hora del cierre se venía encima y la tapa de Crónica, que no podía soslayar ninguna de las dos noticias, seguía sin definición. Había que elegir cuál privilegiar para el título principal del diario.
García entró en la redacción, se sentó frente a una máquina de escribir y tipeó cinco palabras con dos dedos:
¿SE VAN O SE QUEDAN?
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