Cuando se apagan Edenor y Edesur se enciende la tele que corre a contar lo mal que lo están pasando las personas que se quedaron sin luz. De llamar a un responsable ni hablar. Con lo que convierten a un hecho que tiene sus responsables en un fenómeno natural. Claro, el espectáculo debe continuar entre cortes e inundaciones.
La escena se repite: llegan los cortes de luz y un rato después aparecen los movileros de la tele que le acercan el micrófono a la gente para que cuente sus penurias. Es bienvenido alguien a quien se le está pudriendo la comida en la heladera y/o en el freezer. Pero si es una anciana que vive en un séptimo piso y no puede subir a buscar los remedios, es mucho mejor. Lo mismo pasa a la hora de las inundaciones, habla la gente que perdió todo, que no sabe dónde ir a vivir y lo más buscado son familias que quedaron separadas por el agua.
Esto tiene al menos dos efectos: distancia al espectador (que si lo puede ver en su plasma es porque tiene luz y puede hacerlo porque está en un lugar seco) del escenario de los desastres. Ni cortado ni inundado, al menos mientras está frente al aparato, las imágenes y las palabras le cuentan algo que les pasa a los demás. Lo que puede generar compasión, indiferencia o rabia, pero siempre a distancia.
Por otra parte, exculpa a los responsables. Es rarísimo escuchar la voz oficial de las empresas energéticas, aunque más no sea para intentar una excusa que suene plausible. La justificación que suele invocarse para justificar estas ausencias es que los encargados de prensa de Edenor o de Edesur no atienden el teléfono. Al margen de que hay un cuidado de no explicar esto al aire, salvo contadas excepciones, llama la atención esta idea de que la búsqueda de información y declaraciones sólo pueda hacerse por whatsapp.
También están los que operan a favor de la imagen de las empresas. En TN y en Crónica TV se resaltó que hubiera menos cortes que en años pasados. Se ve que allí la línea directa funciona.
Dos ejemplos de que hay otras maneras de acceder a la información y que aplica a otros rubros. Muchos periodistas famosos hoy comenzaron y consolidaron sus carreras vía el chantaje: las amenazas de revelar datos no positivos sobre determinada figura a cambio de exclusividad en la información y en acceder a ser entrevistados. Esto se ha usado y se usa en el periodismo de chismes (Luis Ventura lo ha reconocido abiertamente) y también (y mucho, aunque más sigilosamente) en el político. Seguramente las prestatarias de energía tienen algún trapo sucio que esperan que no trascienda. La búsqueda de información no siempre es un trabajo de santos. No convendría ponerse la aureola cuando se trata de empresas de servicios públicos (¿o sí?).
El otro método habitual es una insistencia inclaudicable. Es proverbial el atosigamiento sin pausas de Luis Majul cuando pretende tener a alguien de invitado a su programa.
Hay finalmente otra forma de intentar obligar a empresas y funcionarios a que rompan el mutismo, desarrollado por Michael Moore y que de alguna manera desplegó de manera cínica CQC y sin el sentido social con que lo hacía el norteamericano, a quien le importaba más la eficacia de sus métodos para tratar de resolver los problemas de alguna gente que el efecto cómico que podían llegar a causar. Que es poner a los responsables en ridículo, ya sea por medio de preguntas fuera de lugar o trayendo a colación hechos incómodos del pasado del entrevistado. En manos de Pergolini, se armaba una especie de tinglado en el que el espectador, indignado o no, divertido o no, confirmaba su superioridad moral respecto del personaje escarnecido.
Un ejemplo de la manera diferente en la que se maneja Michael Moore. En una de sus películas lleva una serie de ataúdes a una prepaga que le negaba tratamiento a un paciente y le pide al responsable que elija el que le parecía mejor para el hombre al que estaban dejando morir. La situación obligó a la empresa a tratar de buscar alguna solución. Lo que se llama en otros ámbitos política de shock. Que corre el riesgo de paralizar al espectador ante lo espantoso-risible de la situación. Pero no deja de ser una búsqueda que en el caso de Moore –no en el de CQC- que la acción tenga alguna consecuencia sobre la realidad.
Dicho sea de paso, alguna vez Lanata intentó seguir los pasos de Moore hasta que se dio cuenta de que el estadounidense no tenía vínculos con el poder. El conductor (¿ex?) de Periodismo para todos usa la desgracia de la gente para aportar a sus ansias de protagonismo. No puede ir más allá, no puede entregarse a esa componenda que logra Moore entre egocentrismo y compromiso social.
También hay una última manera de contrarrestar el silencio de los corderos energéticos o políticos. Hablar con gente que sabe del tema, que maneja cifras e información. Muy de vez en cuando en torno a este tema o a algún otro se convoca a un especialista. Pero garpan poco en términos de rating. Sobre todo cuando lo que se vende es el batifondo a lo Milei o lo Vilouta, o el bizarrismo facho de Olmedo.
Entonces no queda otra que mostrar la reaaaalidad en su estado más crudo que es el de las víctimas. Convertir la penuria en un hecho noticiable. Es mucha la gente que se informa por la tele. Alguna vez dijo Guy Debord: “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediatizadas por las imágenes”. Hoy la desdicha es una situación con destino de espectáculo y nos convierte en espectadores pasivos de lo que les pasa a los demás, al menos durante ese tiempo en que no nos pasa a nosotros.
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