La situación cambia, pero los periodistas hegemónicos quedan, armados con los mensajes de siempre. Pero precisan aggiornarse y vienen produciendo dos líneas de argumentación con las que piensan disparar con munición gruesa contra el próximo gobierno todo el tiempo que les sea necesario.

El periodismo de guerra no abandona la trinchera y no se saca el casco con ramitas ni para peinarse. Y anuncia que no habrá tregua en la cruzada antikirchnerista (aunque ahora se hable de albertismos y nestorismos). Es que ya no conocen otra manera de plantarse ante pantallas de PC, micrófonos y cámaras. Han ejercido por tantos años el oficio en una sola dirección que ahora no pueden, aunque quisieran, cambiar rumbos, estilos y perspectivas. Alguna vez lo puso blanco sobre negro Jorge Fernández Díaz cuando declaró que el kirchnerismo lo había obligado a abandonar el periodismo. En consecuencia, se subió al púlpito del juicio permanente en el que convive con tantos de sus colegas.

Claro que ahora aparecen nuevos actores en el horizonte, nuevas situaciones y el poder (al menos el formal) ya no se va a jugar con los protagonistas de estos cuatro años. Muchos integrantes de Cambiemos tienden a borronearse y otros directamente van a desaparecer del mapa, lo que impedirá entrevistarlos a cada rato evitándoles los inconvenientes de la repregunta. Hay que reciclarse sin perder poder ni esencia, manteniendo en alto la bandera de la grieta. Y es tiempo de usar las razones de siempre bajo ropajes nuevos. Eso sí, no hay armisticio a la vista, basta con dar una ojeada a Clarín y La Nación, recorrer la programación de TN y de América para terminar de comprobar que no habrá piedad con Alberto, ni siquiera los primeros días.

Para eso han preparado dos grandes líneas de argumentación de las que no hay intención alguna de apartarse.

La utopía de la desregulación

Por un lado, aunque en esto no sean abiertamente explícitos, que no conviene tocar la política económica de Macri en el frente interno, en especial en lo que hace a las relaciones con los sectores empresarios. Néstor Scibona, periodista económico de La Nación, plantea que un eventual acuerdo económico-social generará inflación pues los industriales están remarcando ahora ante la posibilidad de un eventual congelamiento de precios en el futuro. No hay una sola línea en todo el artículo que dedica al tema en el que se asome la menor crítica a la actitud de los formadores de precios. Esto es así y no hay otra que sostener una política de desregulación ortodoxa (que ni siquiera Macri pudo aplicar a pleno) que cumpla sin desviarse los deseos de los que tienen el poder económico. La desregulación a ultranza es una utopía pero, como buena utopía, provee un horizonte desde donde criticar las falencias del presente.

La misma posición se sostuvo en varios medios respecto de la nueva ley de alquileres y de la ley de góndolas. En un caso, el resultado será una drástica reducción de la oferta de inmuebles, en el otro se va a encarecer el sistema de transporte a los supermercados, lo que ocasionará una suba de los precios. Por otro lado, se “denuncia” que los contadores no dan abasto para armar las declaraciones juradas de sus clientes más adinerados ante la eventualidad –que es casi una certeza- de que se venga un impuestazo.

La codicia de estos sectores es parte de la naturaleza y cualquier intento por ponerles límites o por morigerar ganancias es un atentado contra el orden lógico de las cosas. Asumir la representación de propietarios, empresarios, supermercadistas y contribuyente tiene el beneficio secundario de proveer una matriz de cuestionamientos al próximo gobierno.

Una dama en la oscuridad

Pero hay una hipótesis más popular y que abarca a la mayoría de los periodistas de guerra cualquiera sea su soporte periodístico. Que quien va a terminar gobernando, por las buenas o las malas (Majul usó el verbo esmerilar) será Cristina. Le guste o no le guste a Alberto. Es una hipótesis con dos ventajas, que es incomprobable y que se puede hacer durar en el tiempo todo lo que se quiera. Y es de lo más adecuada para una acumulación interminable de pruebas. Está la variante semiológica: pese a ser el presidente electo, Alberto fue al departamento de Cristina y no ella a las oficinas de la calle México. Por lo tanto, fue al pie del verdadero poder. Y lo que sucedió en las tres y media de reunión (un toco de tiempo a la hora de especular) pueden ser llenadas de lo que se quiera. De los nombramientos ordenados por Cristina, de los nombres que vetó, de los asentimientos mudos de Alberto. Aunque se juegue a deducir lo ocurrido en Juncal y Uruguay, hay otras cosas que estarían fuera de toda discusión: Zannini, Wado de Pedro y Máximo Kirchner al frente de la bancada del Frente de Todos, ¿de dónde van a venir? Claro, acertaste. Cherchez la femme. También hay que prestarle un ojo a la Cámpora, el brazo armado k. Daniel Bilota en La Nación afirma directamente que hay una guerra desatada por el kirchnerismo contra los sectores peronistas del Frente de Todos.

Pero otra vez, en toda su incapacidad de ir más allá de las deducciones y las pruebas circunstanciales, esta hipótesis establece una matriz productora de acusaciones. El gobierno de AF va a ser sometido a una prueba permanente de cristinofilia o cristinofobia, y cualquier desvío de lo que debería ser lo correcto pondrá en evidencia que detrás de todo esto está la mano aviesa de la Doctora. Hay municiones garantizadas por cuatro años. Y de paso, se avisa por anticipado que Alberto no dispondrá de los tradicionales cien días de gracia y que queda sin efecto aquel apotegma, repetido hasta el cansancio con Macri, de que “si le van bien al gobierno nos va bien a todos”. Se viene la andanada.

Se tiende a creer, en especial en el kirchnerismo, que los medios mueven montañas. Los recientes resultados electorales llevan a relativizar esa creencia. La derrota de Macri se llevó puestos a medios y periodistas que dedicaron todos sus afanes a pegarle a CFK y a blindar al gobierno y a sus funcionarios. No era para tanto su poder y hay cuestiones que se dirimen fuera de la agenda mediática, por ejemplo, las negociaciones con el FMI y el Plan Integral contra el hambre.

Pero este no arriar las banderas, aunque sea por un ratito, marca lo que va a ser la tónica mediática que rodeará la gestión de AF.

¿Cómo enfrentar esto? Las anteriores gestiones k armaron un sistema de medios paralelos (tan paralelos que el diseño de Tiempo Argentino copiaba el de Clarín) en manos de un delincuente sin la menor vocación periodística y que dejó un tendal de despedidos, Sergio Szpolski. Es de esperar que ahora no sea ese el modelo y que, si la idea es armar un aparato de contrainformación, se lo deje en manos de periodistas que no sean enemigos pero tampoco del palo. Y dejar de hablar de “batalla cultural”, que de lo que se trata en realidad es de una pelea no solo por la información sino por cómo usarla y transmitirla. No hay ninguna cuestión moral en juego y mejor sería dejar de lado metáforas militares con pretensiones de heroísmo que elevan el énfasis mientras achican la exactitud. Para eso mejor una copa de buen vino.

 

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