Gran parte del periodismo participó y celebró el clima de fiesta que le impuso el gobierno a la cumbre mundial. Muchos detalles, mucho color y de análisis poco y nada. Como en el Mundial 78, al que Lombardi comparó en la reunión del G 20.
Fue, quizás, el broche de oro de la cobertura del G20 por parte de los medios argentinos. Conferencia de prensa de Mauricio Macri el sábado en Costa Salguero, al término de la cumbre. Las preguntas se alternaban entre medios nacionales y extranjeros. Alguien preguntó, con buen tino, cómo es que no se había hablado de Malvinas en la reunión con Theresa May, cuando el reclamo por las islas es un mandato constitucional. Macri gambeteó la respuesta al periodista de Diario Popular. Los medios elegidos para preguntar lo habían sido por sorteo, y el último en preguntar fue el movilero de A24. Antes de preguntar, al tomar el micrófono, el reportero se arrogó la representación de sus colegas y de buena parte de la sociedad argentina para felicitar a Macri por el show en el Colón, algo que, a él, también lo había emocionado. Macri tuvo suerte, porque pese al ablande previo, el hombre de prensa no le hizo ninguna pregunta comprometida.
El predio de Costa Salguero se llenó de periodistas acreditados que, por lo general, no son expertos en materia de política internacional. Algunos se sacaron la grande y vieron en persona a los líderes del mundo. Los expertos en serio no estaban en los estudios de TV. O no al menos las eminencias que da gusto escuchar. Juan Gabriel Tokatlian no fue de la partida. Tampoco Sergio Cesarín, acaso el máximo experto argentino en China. Demos el beneficio de la duda, supongamos que compromisos previos los inhabilitaron. El lugar común llevó a Jorge Castro, que sabe. O a Luis Rosales, que también sabe, y no mucho más. El canal de noticias más visto tuvo a Nelson Castro diciendo al aire que “los chinos son todos iguales” cuando confundieron a Xi Jinping mientras un oriental bajaba por la escalerilla del avión presidencial. Los malabares de Gabriela Michetti con la lengua de Moliére fueron vistos en vivo y en directo y no merecieron mayores comentarios por parte de la prensa mainstream, que en buena medida le cuida las espaldas a Cambiemos.
En la línea de la cobertura mediática es que hay que entender el trasfondo de la función en el Colón. Amén de la discutible calidad estética de lo que presentó Ricky Pashkus, pasó bastante desapercibido que la Nación y la Ciudad gastaron un dineral cuando podrían haberlo hecho más barato, con los cuerpos artísticos estables del teatro, y sin las luces de dudoso gusto que colorearon la cúpula pintada por Raúl Soldi. La prensa adicta prefirió quedarse con las lágrimas de Mauricio Macri tras el baile de Mora Godoy, abonada habitual a los espectáculos que organiza Cambiemos.
La reunión estaba pactada desde hacía meses, pero dio la sensación que el G20 nos cayó de repente, que justo el jueves pasado se les dio por aterrizar en la Argentina. Salvo en las secciones de Internacionales de los diarios (es de destacar la calidad de Clarín, La Nación y Página/12 en información y análisis sobre lo que pasa en el mundo), la radio y la TV no supieron explicar muy bien qué es la guerra comercial entre China y Estados Unidos, lo que significa la presencia de la premier británica en pleno Brexit, ni lo que se venía a negociar. Es cierto que la organización dio perlitas para llenar horas, como la recepción a Macron y señora en Ezeiza, o las vallas corridas por la delegación surcoreana, pero el mayor evento de política internacional acogido por la Argentina en su historia no parece haber tenido una cobertura acorde.
De hecho, se sintió la ausencia del Buenos Aires Herald. Que se discontinuara un diario tradicional de más de 140 años de vida, de enorme calidad, con un compromiso tal en defensa de los derechos humanos que lo hizo emblemático, y dejara de salir cuando ya estaba anunciada la cumbre, suena a despropósito. Muchos notaron, en el momento del cierre, que el G20 iba a demandar prensa en inglés por parte de los visitantes, amén de lo que pudieran consumir en materia informativa de sus propios países. Allí estuvo Clarín con su edición bilingüe, para recordar que no era desacertado aquel diagnóstico.
La previa del encuentro de líderes dejó una perla antológica: la comparación que hizo Hernán Lombardi con el Mundial 78, aunque se apuró en aclarar que eran contextos diferentes. Lo que no fue diferente fue el fervor de algunos comunicadores oficiales: el punto máximo fue el espectáculo Argentum en el Colón que, de acuerdo a la simetría trazada por Lombardi, podría ser el equivalente del show de gimnastas en la cancha de River la tarde que se inauguró la Copa del Mundo. Macri al menos mostró un grado de emoción que no caracterizaba al dictador Videla. Pero no deja de ser cierto que hubo un discurso similar al de La fiesta de todos, el film apologético del Mundial que hablaba de la Argentina que se abría al mundo y mostraba su mejor cara y que había que tratar bien a los visitantes. En una de esas tenemos Argentum filmado por Campanella para ver en DVD.
Juliana Awada se llevó a las primeras damas a conocer el Malba. Como salida cultural no está mal. El tema es que el Estado tiene excelentes museos públicos, comenzando por el Bellas Artes, y se privilegió una recorrida por un museo privado, algo que sólo remarcó Clarín. El dueño del Malba, vale recordar, se quejó de haber perdido su calidad de billonario por culpa de este gobierno. Quizás compense un poco con la fama que le regala la visita de Awada y compañía.
Probablemente la personalidad más fascinante del G20 haya sido Emmanuel Macron. Es cierto que el presidente francés tuvo más prensa por el incidente del aeropuerto (análogo, si hacemos caso a las escalas de Lombardi, con el robo de la capa de la reina de España) y por las noticias que llegaron desde París en materia de disturbios. Pero pocos resaltaron su contacto con María Kodama y el encuentro con escritores en el Grand Splendid. Como tampoco se suele mencionar su pasado como asistente de Paul Ricoeur. Claro, en materia televisiva es complicado explicar quién fue Ricoeur y hay que ver si Kovadloff lo tiene estudiado como para que dé una charla lo menos soporífera posible. Convendría comparar las inquietudes de Macron fuera de su país con los intereses de Macri, quien por culpa de la suspensión de River-Boca se perdió de hacer algún chiste futbolero. Pese a la sempiterna corbata roja de Donald Trump, eso sí.
La cumbre terminó un sábado y al momento de escribir estas líneas se puede intuir lo que en el comienzo de la semana dirán muchos, sobre todo en los medios audiovisuales: que volvimos al mundo, que Macri ama tanto al país que por eso lloró en el Colón, que la hospitalidad porteña permitió la tregua comercial entre China y Estados Unidos, que es esto o el eje bolivariano, que se vienen las inversiones, que miren lo que fue la cumbre en comparación a la de Mar del Plata con Kirchner, etcétera. También qué bien o qué mal estaban vestidos algunos jefes de estado y/o sus esposas. Tal vez nadie recuerde que en Costa Salguero fue la fiesta electrónica con cinco chicos muertos por drogas sintéticas y cuya investigación el macrismo bloqueó por los intereses de una diputada en la administración del predio. Explicar los acuerdos comerciales y desglosar el documento final ya es otro cantar.
Como de costumbre, y el G20 lo vuelve a confirmar: en la Argentina el periodismo es un tema bastante sensible como para dejarlo sólo en manos de algunas empresas de medios.