La relación entre un sujeto (que busca entender) y un ob jeto de conocimiento puede darse a través de diversas vías.  Pero en el caso de un fenómeno tan complejo como el peronismo, surge la pregunta de cuál es la vía más adecuada  para transmitirlo. El peronismo ofrece varios lugares desde  donde puede ser entendido. Quien se aventure a hacerlo  podrá optar entre ellos y lograrlo, o no. 

Mail de un uruguayo a otro

Querido Wilson: Te cuento que estuve en Colonia. Fui  a hacer un curso que se llama «Sea uruguayo y entienda al peronismo», que es un curso para que nosotros  podamos entender al peronismo, ¿sacás? Me anoté  porque cuando en Punta del Este me encuentro con un peronista y me explica el peronismo, entiendo una  cosa. Pero resulta que después voy a Buenos Aires, me  encuentro con otro peronista y me explica otra cosa.  O en realidad los dos me explican lo mismo, y la diferencia está en el peronista que me explica, y entonces  parecen dos cosas distintas. ¿Me explico, bo? Cuestión que me fui a Colonia. El curso se hizo en el Club Plaza Colonia.

Entramos y nos invitaron a pasar a la cancha de básquetbol. Y ahí, de pronto, veo como una gran máquina  del tamaño de cuatro containers. Dos pegados abajo  y dos pegados arriba. ¿Te haces una idea? Imaginate  un container al lado de otro. Y ahora imaginate dos,  uno al lado del otro, pero arriba. Era así, bo. Como un  Ultratón gigante.

Se le veían también unos engranajes que movían unas  grúas de cuatro metros de alto, que parece que movían  cosas adentro del container. Abajo, en la punta y en el  medio había una puerta. Arriba de la puerta, un cartel  que decía «Máquina procesadora de uruguayos para ha cerlos peronistas».

Ese cartel me preocupó, bo.

Había una especie de azafata en la puerta. Tenía una  credencial que decía «Compañera Mirna». —Hola, Mirna, bo —le dije

—Compañera Mirna —me corrigió sonriente. —Hola, compañera Mirna. Bien de bien. Veo que  el cartel dice que es una máquina de hacer peronistas,  pero yo no quiero hacerme peronista. Yo quiero en tenderlo nomás.

—Lo que le voy a contestar es obvio —me dijo. Claro. Entendí que para entender al peronismo, hay  que ser peronista.

Se ve que puse cara de que yo aceptaba, porque ella  enseguida preguntó:

—¿Está seguro de que quiere hacerse peronista  para entenderlo? Mire que parece fácil y divertido,  pero no es tan así.

—Soy uruguayo —le contesté con orgullo, dando a  entenderlo todo.

La azafata peronista me abrazó emocionada. Me  acarició. Y con ternura dijo:

—Pensaba decirle que los uruguayos son como Los  Beatles.

—Ah… qué bien…

—Porque son un invento de los ingleses. Es un chiste. Como invitarlo a Buenos Aires así conoce lo que  es un subte. O decirle que yo entiendo al uruguayo,  porque en una época viví en un monoambiente. Pero  no haré esas bromas. Veo que es un uruguayo orgulloso  de su uruguayidad.

—Salado.

—Nosotros sabemos que ustedes nos odian. Pero  nosotros los queremos igual.

Hasta con eso se creen superiores, bo. Muy pillada  la tipa.

La azafata dejó pasar el comentario y me invitó a  entrar.

—Vamos. Ingrese. Usted va a ser un uruguayo que  entiende al peronismo además de ser un excelente pe ronista orgulloso de Artigas.

—Impecable —dije.

—Pase —me dijo Mirna

—Sí, pase —me dijo otra azafata con una creden cial que decía «Compañera Nicole». Esta no me gustó  tanto.

Entré a la máquina.

Lo que ocurrió adentro fue muy imponente, bo.  Aunque me acuerdo muy poco. Creo que al principio  unos tipos nos sacaron la ropa y nos dejaron desnudos.  Y nos obligaron a comer polenta cruda. Seguro que  pasaron solo unos minutos. Pero parecían años. Años  en los cuales no teníamos para comer, trabajábamos  sin día libre y un montón de señoras y señores gordos  pasaban y nos miraban con asco. La máquina funcionaba muy bien, porque realmente me sentí una mierda  humana, bo. Estaba en la hoja.

De pronto apareció una gran luz.

Algo de calma y esperanza daba esa luz. Sobre todo  porque dentro de la luminosidad aparecía una mujer  rubia, de rodete. Era Evita.

Al mismo tiempo, empezaron a aparecer mujeres  reales, también rubias y de rodete. Cada una de las  mujeres te daba algo.

Ropa.

Comida.

Juguetes.

Libros.

Ya me sentía bien. Me sentía feliz.

Entonces, ahí, baja un gancho desde el techo. Me  engancha por atrás, como del forro del culo. Y me eleva. Iba subiendo como entre nubes que no sé si eran  de espumaplast (telgopor) o de polifón (gomaespuma).  Imponentes, bo. Muy lindas, bo. Daban una sensación  de estar subiendo a un paisaje hermoso. Sí. Era una  gran pradera. Entonces apareció un hada minúscula,  una especie de Campanita de Peter Pan. Pero esta te nía, de nuevo, la cara de Evita. Y al lado había un pe queño hado, con una remerita que decía «Hola, soy  Jamandreu. Puedes decirme Paco». Ambos me seña laron una casita.

—Ese chalecito californiano es tuyo —me dijo el  hada.

La grúa otra vez me elevó y me metió en la casa.  Adentro había un gran asado. Un montón de hombres  y mujeres con mameluco cantaban y reían. Por la ventana se asomó un gran cerdo.

—Hola. Soy el Patrón Cerdo Burgués. Vengo a pedirles que no festejen tanto.

—No nos moleste —le dijo una mujer—, estamos  divirtiéndonos y disfrutando de la vida con el 50 por  ciento del PBI que nos toca.

—¡Claro! Y mañana van a hacer huelga para obtener más, ¿no?

—Agradezca que es así. La tercera posición le per dona la vida. Agradezca que no viene el comunismo y  le saca todo, burgués explotador.

—Yo no tengo problemas, si quieren me hago cargo  —dice un Lenin de goma que aparece al lado del cerdo. —¿Y qué tal si hablan conmigo? —dice un Bruce  Willis, también de goma, que levanta una bandera de  Estados Unidos.

Muchos de los peronistas se dan vuelta y agachándose les muestran los glúteos. Otros se ponen la mano  en la entrepierna ofreciendo burlonamente sus geni tales.

—¡Tomen de acá, imperialistas de uno y otro lado  del arco ideológico! —les gritan entre risas. Todo era alegría y felicidad. Luego, el guinche me  volvió a elevar y yo pude ver desde arriba tres genera ciones de mi descendencia: estaban bien, con salud y  trabajo. Y entonces sonreí. Y me sentí peronista. El guinche me bajó.

Y salí de la máquina.

Ahí en la cancha de básquetbol, me encuentro con  Nelson, otro uruguayo. Le cuento que gracias a lo que  vi y sentí, me hice peronista. Él me dijo que también  vio lo mismo. Que la pasó muy bien. Pero que no sen

tía que tenía que hacerse peronista. Y mucho menos  agradecerle algo. Es más: que le parecía demasiado  lo que daba. Que no había que recibir tanto sin tanto  esfuerzo. E incluso, en el caso de él mismo, eso que  recibía era menos de lo que merecía. Y que le daban a  los bichicomes (vagos o cirujas) y todo eso. Increíble:  apenas me hice peronista y ya me encontré con uno  que recién se había hecho gorila. Se ve que la misma  máquina que hace peronistas también hace gorilas.  Según a quién agarre, claro. De pronto, se escucharon  tiros.

—¡La cana! ¡La cana! —gritaron algunos. La Guardia de Infantería entró al club y empezó a  los palazos. Gases, caos, balas de goma.

—¿Usted es peronista? —me preguntó un cana; y  antes de que le contestara me pegó un bastonazo en la  boca.

Vi cómo se llevaban a Mirna, una de las azafatas de  la puerta de la máquina. Pero también vi a la otra, a  Nicole.

—¡Ese! ¡Ese también es peronista! —gritaba Nico le marcando gente en medio del desbande. Como pude me puse al costado. No entendí por  qué, si estábamos en Colonia, Uruguay, había entrado  la Guardia de Infantería de Argentina.

—Muy simple —me dijo un peronista mientras  arrancaba una puerta para hacer una barricada—. Esto  es parte del curso.

—¡No! ¡Yo recién salí de la máquina de hacer pe ronistas!

—No crea. De una máquina de hacer peronistas  nunca se sale.

Así que, Wilson, ligué unos cuantos palazos más  y después, como pude, me fui a Montevideo. Ahora estoy bien. Con la patrona y los gurises. También me  compré un loro para enseñarle a gritar «¡Viva Perón!»  Por supuesto aprendió y dice «¡Viva Perón, que no ni  no!», porque es un loro uruguayo.

Nos vemos el martes para ir al puerto y disfrutar  de una pamplona, un choto y un medio y medio y es cuchar discos de Jaime Roos, Rada y Fattoruso. Impo nente. Me voy a poner los championes.

Nota: Wilson. Por ahí ves que exagero un poco mi escritura uruguaya. Lo hago conscientemente para no dejar  ni por un momento de ser uruguayo, ahora que soy pe ronista, bo. Salado.

ANÁLISIS Y REFLEXIÓN 

El lector sacará sus propias y genuinas conclusiones  de lo anterior. Pero también están disponibles las  siguientes, si lo desea.

CLARISA PRAGA Y DANILO ROSENDO, ANTROPÓLOGOS  Y POLITÓLOGOS, CONVERSAN: 

ROSENDO

Yo creo que existen diversas formas de aprender.  En el caso del peronismo vale tanto aquel que  llega por el raciocinio y la transmisión de información. O por un lado sensorial, a través de la  experiencia propia de vivirlo. O casi lo epifánico,  como le ocurrió al escritor Leopoldo Marechal  cuando se hizo peronista con solo ver las muche dumbres por las calles en el 45.

PRAGA

A mí me seca un poco las pelotas lo del peronismo como algo visceral, emocional, pasional.  Tiene mucho de esto, no lo niego. Pero también  hay una doctrina, hay un montón de cosas que  Perón y otros dejaron escritas como para que se  entienda.

ROSENDO

Pero no puede negar la originalidad, y aquello  que lo hace difícil de explicar, dada su singulari dad…

PRAGA

También me rompe las pelotas eso de creerse úni cos. Hubo muchos movimientos laboristas con  grandes líderes.

ROSENDO

Sin embargo, para mucha gente no es fácil enten derlo.

PRAGA

Para algunos entender al peronismo es convertirse en peronista. A muchos les ha pasado esto