Escenas, recuerdos, penas y deseos, la casa familiar, la otra vida, todo eso atravesado por lo que se inauguró cuando octubre se plantaba para siempre en la historia argentina.

El 17 de octubre es otra cosa. Pienso que muchos hombres reunidos, en vez de ser millares y millares de almas separadas son más bien una sola alma. Eso es imposible de describir, lo mismo que el Sol. Hay que conformarse con sentirlo calentando la piel, iluminando el camino.

                                                      Eva Duarte de Perón.

 

Ay, Perón, sin ti no entiendo el despertar…

Soy un cuerpo compuesto de postales fotográficas superpuestas, mezcladas, con una pátina celeste y blanca, puedo tomar cualquiera y describirla con sólo una mirada. Por ejemplo, miren esta: una frazada oscura que impide ver hacia la calle, una frazada que cuelga frente al vidrio de la ventana de la cocina de la casa en la cual nací, impidiendo que se vea desde afuera la lucecita breve que ahí está encendida.

Y yo a los cinco años, un poco grande para estar aúpa de mi mamá, ella me tomó y me subió a su falda y me apretaba fuerte, fuerte. Lloraba. Esa es la foto del Hombre yéndose en la cañonera y la gente llorando bajito y pidiendo que no. Yo, la única privilegiada, vengo, casi, de abajo de una bota.

Yo, que en otra postal de mi niñez soy alzada por los brazos de mi padre y acerca mi cara, mi carita, a un hombre muy parecido a él, pidiéndole, imperativamente: “¡¡Béseme a la nena, Don Hugo!!” Esa soy yo, viniendo de un beso de Don Hugo del Carril en la mejilla.

Acá hay una que me gusta, aprendiendo a leer en la biblioteca de un sindicato, rodeada de libros y de hombres que hablaban de política, mientras tomaban mate amargo. Al lado hay otra imagen en la que ya sé leer y estoy aún en la escuela primaria y leo. Me leo.

Es un cuaderno lleno de dibujos en tonos pastel, mi Joyel de bebé, en el cual mi padre escribe refiriéndose a mí como “mamita”:

“Mamita tiene dos años y tres meses y cuenta con una prodigiosa memoria. Reza el Padre nuestro solita. El 26 de julio fallece la Sra. Eva. D. de Perón y ella sola comenta: “Pobe Petón. Etá tiste. Llora Petón. Evita fé al chelo. ¡¡Linda Evita!! Evita ta al chelo y hache a moniga a Petón y coche a ropa. Ella solita comenta”.

Ella solita comenta, escribe mi papá.

¿Cómo te voy a criar en un país sin Perón?

                                Mi mamá

Mi madre tiene 27 años, pregunta eso y sale corriendo y yo caigo en una zanja y un vecino la abofetea para que vuelva en sí y ella vuelve en sí y vuelve atrás y me saca de la zanja y me baña.

¿Cómo te voy a criar en un país sin Perón?

Y después esa frazada oscura en la ventana de la cocina de mi casa. En la que vive esa chica que soy y que se despierta cada mañana con la taza de café con leche en la cama, y con frío y con la voz de mi madre que me lee, (sin que yo se lo pida y sin siquiera preguntarme si quiero escuchar), todas las mañanas un capítulo de La Razón de mi Vida.

Yo misma quiero explicarme aquí

Yo, que me poseo y me pertenezco. Soy.

Con estos ojos oscuros, de mirada ojerosa de tercera generación argentina y cansada, casi negros, que me miran. Que me atrevo a mirarme.

Soy yo. Me llamo María Elena. María por la Virgen y Elena por la Abuela.

Soy yo, la que antes vino.

Antes vine. De la segunda ciudad mudada a la primera.

Ahora tengo veintidós años: llego: refundándome, renaciendo a la vida con pequeño equipaje.

Unas ganas terribles y algunas cosas en mi haber no lamentables: el mito de la virginidad abandonado a los veintiuno (mayorcita, como verdaderamente corresponde), el mito de la misión única de la mujer sobre la tierra cambiado por el teatro (con un novio plantado casi casi en la iglesia), el mito del no se puede derrumbado a curiosidad, deseos y coraje, un poquito de Jauretche y de Guevara, otra dosis de Evita y Juan Domingo, Marechal y Neruda, Vacarezza y Discépolo, Fidel Castro y Tsé Tung.

Vine de la mercantilista, la portuaria, la sofocante segunda ciudad de la República, Rosario. Cuna de valientes, si los hay. Vine. De no querer morirme sin probar.

Vine del Rosariazo, vine de un frigorífico, de una calle de tierra frente a un orfelinato. Para tener amantes y llenarme de sonrisas el cuerpo, hacer la revolución con estas manos, no olvidar el pasado, trabajar y estudiar en el presente creyendo en el futuro.

Para vivir. Para vivir venía.

De una madre campesina y sirvienta y de un padre desclasado al revés, y después gremialista.

Yo vengo de ser única privilegiada. Vengo de ser marginada a los seis en la escuela primaria; Reina de la Primavera a los catorce, elegida entre otras cuatro púberes horribles en un picnic con lluvia hecho en una terraza; pardita de vuelta sobre la adolescencia y después ya La Negra, para siempre. Vengo de haber jugado hockey sobre césped en un intento fallido de sentirme blanquita. Vengo de haber mamado bien, por suerte. Vengo de haber sido Delegada. Y eso no se paga, con nada. Vengo de subirme a un escenario casualmente y no querer bajarme nunca más. Y aquí estoy. Vengo de estar acá parada o caminando o corriendo a tropezones para que simplemente venga alguien y me diga, mirándome a los ojos, que me quiere. Aunque después sea todo mentira. Y sobrevenga el divorcio. Ah, sí. Acá está: otra foto hay que atestigua un divorcio, un 24, y era de noche, una noche de marzo y era de noche casi de mañana y el ruido era cada vez más grande un trueno

y por la vereda par un hombre caminaba con un chico aferrado de la mano y ese chico miraba

y era de noche y él no estaba y sus valijas habían quedado preparadas y yo estaba sola y no sabía que lo estaba tanto hasta que empezaron a llenar la calle y el chico los miraba y recuerdo que estaba sola y vos no estabas y me acuerdo que calculé no más de cinco años en ese chico que miraba, yo miraba a ese chico y a su padre a través de la ventana y creo que miré el teléfono nadie a quien llamar no ahora no es momento de llamadas

y era de noche y yo estaba sola sin darme cuenta aún de lo sola que estaba sola estaba y los aviones y los camiones con soldados y los fusiles y los tanques que pasaban

De pronto nos quitaron el piso y el techo y las paredes. Hubo gritos y sirenas y disparos y bombas y hubo nada más que muerte y resistir. Y resistimos. Hubiéramos podido ser felices de a ratos, parir hijos en pleno. Amar, amar, amar, llorar si se debía. Y construir la vida. Pero por un tiempo fuimos la exterminada, la torturada, la quebrada, la desaparecida, la asesinada, la sobrevivida generación subversiva. No pudimos sino resistir como podíamos. Pudimos.

Nos bajaron del tren cuando ni nos habíamos amado tanto todavía. Cuántas palabras que nunca nos dijimos. Cuánta gente que no nos conocimos. Cuántos cuerpos que nunca nos tocamos.

Hay otra foto en la que soy yo que vengo y permanezco. Estoy en un país en el cual durante siete años seguidos a la gente se la tragó la tierra. Literalmente hablando. Literalmente haciendo la memoria vengo de un país que quiere ser amnésico. Vengo, estoy, en un país donde el que no llora no mama y el que no afana es un gil. Vapuleada, vilipendiada, estrecha y dolorida República Argentina, bananera sin bananas, con ese nombre majestuoso de mina, de mina resistente y aguantadora del tipo de mi vieja: República Argentina.

Soy yo. Vengo de un país cueva, de un país pampa, de un país Boca-Ríver, de un país Liberación o Dependencia.

Liberación o Dependencia. Y está bien que así sea. Vengo de un país moreno, con sonrisa desdentada y con bombo ruidoso y vereda de enfrente: pulcra, blanca, engominada, la vereda de enfrente.

Vengo de llenar la Plaza, vengo de correr por la Plaza, a veces repudiando, otras veces repitiendo un nombre con los ojos velados, de soñar la Plaza y por la Plaza vengo. Estoy. Vengo.

Llego.

Quiero creer que estoy llegando de nuevo.

Salgo: y soy yo. Tengo algunas heridas visibles y otras que no tanto. Y las visibles se deben a que soy torpe. Vivo cortándome los dedos quemándome las piernas golpeándome los codos quebrándome las uñas cayéndome en la calle mordida por los perros haciendo laringitis poniendo antitetánicas. Y las que no son tan visibles se deben a mi origen y son el único patrimonio respetable que tengo.

Lo que me sostiene en pie, lo que da cuenta de mí, en cada uno de mis actos: aquello en lo que creo.

Aquello en lo que me afirmo para salir a la calle un día de Censo Nacional segura de que voy a encontrarme por la calle con muchísimas personas a las que abrazar para seguir llorando, pero juntas.

Pienso también que la foto más hermosa que encuentro en este momento está acá. Donde estamos todos los recuerdos juntos mientras yo reviso fotos, y postales y en este preciso instante elijo la última. La foto de un hombre de mi edad, de mi generación tan lastimada y resistente, extrañamente bizco y sonriente, con un tajo en la frente lastimada. Alguien intervino la foto con una frase:

Me gusta ese tajo que ayer conocí.

A mí también me gustó. Y me gusta.

Sin siquiera saber que existía, hace desde antes de nacer que yo soy peronista.

El 17 de octubre de 1945 yo estuve ahí.