Así como estos son tiempos de virus, allá en Hamelin las ratas eran el enemigo, aunque no tan invisible. Una vuelta de tuerca al viejo cuento, en la que se mezclan imaginaciones y realidades que no son tan diferentes como parecieran.
Esto me hace acordar a la historia del flautista, mamita.
- ¿Qué historia del flautista, nono? -pregunta la muchacha con atención y se acomoda en el piso, frente al anciano.
- Un flautista que tocaba tan bien que hacía que las bestias lo siguieran, que se sustrajeran de todo y marcharan tras la melodía.
- Dejate de joder, nono -reprocha la joven voz de la incredulidad.
- En serio, mamita, hubo una vez que el gobierno lo convocó para acabar con las ratas que estaban intoxicando a todo el mundo por las enfermedades que transmitían. Muchas muertes, infinitas. Virus de todo tipo. Además, cuentan que las ratas brotaban a borbotones, que no había modo de combatirlas. Imaginate que, en esos tiempos, aquí no había ni heladeras. Y el flautista fue el único que se las pudo llevar.
- ¿Y qué tocaba?
- Y la flauta -el viejo, socarrón, abre los brazos y sube los hombros, le arrebata una sonrisa a la muchacha-. Tocaba melodías interminables -recupera la compostura y habla con tono solemne otra vez-. El problema vino por eso, la música del flautista se prolongaba tanto que hasta los niños se hipnotizaban y lo seguían. Cuando el gobierno se negó a pagarle las ridiculeces que pedía por llevarse las bestias, el flautista empezó a secuestrar niños con su música.
- ¿Pedófilo?
- No sé, mamita, no estoy en condiciones de afirmarlo, no estuve cuando ocurrió. De lo que no hay discusión es que la represión al flautista fue ejemplar, eso es lo realmente importante. Cuando lo agarraron…
Entra en la casa un treintañero, padre e hijo respectivamente, e interrumpe haciendo caso omiso de la conversación que transcurría.
- Conseguí insecticida y veneno del zarpado.
- ¿De dónde lo sacaste, viejo? -pregunta la joven.
- Un amigo de hace mucho, no lo conocés.
Ella hace un gesto dando a entender que se imagina qué clase de amigo habrá sido. Busca complicidad en el anciano, quien, por supuesto, asiente con toda convicción.
- El Cacho es un tipazo y, bueno, la familia siempre estuvo en todas. Pero él lo hace porque me tiene mucho aprecio, me consigue lo que le pida.
El padre e hijo acomoda las provisiones de veneno. El anciano se adelanta a contribuir, mientras la joven tarda en reponerse, como hipnotizada en una melodía que resuena en su recuerdo, tal vez algún fragmento del flautista. Al terminar de poner en fila los insecticidas, se reparten guantes y unos cobertores de cabeza transparentes, con elástico a la altura del cuello. Quedan los abrojos del lado de afuera de los cobertores.
Cada uno se va a su cuarto y tras unos minutos se encuentran de nuevo en el living. Los tres están disfrazados con unos trajes del mismo material que los cobertores de cabezas. Tienen tono refractario y hacen que parezcan unos expedicionarios de altísimo riesgo. Se hace imposible distinguir quién es quién. Le expedicionarie 1 reparte unos tarros sellados y les pasa una manguera a disparo. Le expedicionarie 2 les recuerda que deben batirlo bien, agitan sus baldes al unísono, con movimientos muy parecidos, como si bailaran los aires del flautista. En una misma posición, todos colocan las mangueras y dejan lista el arma. Se abrazan y se dan aliento hasta que le expedicionarie 3 -diría que el anciano- los palmea en los hombros a los otros dos, quienes salen con determinación hacia la cocina. Le expedicionarie 3 se incorpora a la marcha por detrás aunque con igual ritmo, coordinados como si estuvieran en un desfile militar con composiciones del flautista.
Ya en la cocina, se ordenan cada uno frente a determinados artefactos: entre otros, dos notebooks cerradas, la heladera, un grupo de celulares, el horno, el microondas, la alacena, tablets, un extractor de aire y en la sala contigua un aire acondicionado. Le expedicionarie 2 -diría que la joven- agita el puño con un dedo arriba, lo deja ahí hasta que constata que los otros expedicionarios lo ven, después baja el brazo y lo vuelve a subir con dos dedos, los otros se percatan más rápido, entonces, al mismo tiempo, como en una melopea de la flauta, le expedicionarie 2 baja el brazo y la cabeza y lo sube con tres dedos. Todos accionan al mismo tiempo, abren o mueven los determinados objetos que cada quien tiene cerca y se disponen a repeler una infinidad de pirpintos. A la vista, cuentan sólo con dos particularidades: en vez de tener las alas sombrías y ser de gran tamaño, son pirpintos muy pequeños y con las extremidades de un azabache reluciente. Además, a diferencia de esas mariposas, que suelen presentarse solas, éstas se mueven en bandadas, compaginan sus vuelos de modo tal que van envolviendo a los expedicionarios, quienes, los tres igual, terminan girando sobre sí mismos y disparando el veneno todo el tiempo y hacia todas partes. La danza se prolonga unos minutos hasta que el regadero de pirpintos pone en alerta a los pocos bichos que quedan dando vueltas por el aire, quienes deciden dejar de revolotear en sentido envolvente y empezar a huir. Le expedicionarie 1 se abalanza sobre la heladera y descarga con vehemencia, mientras que le expedicionarie 2 se trepa a la mesa para disparar de cerca al extractor de aire. Le expdicionarie 3 trastabilla, se detiene, está inerte unos instantes, se toca el cuello temiendo que algún pirpinto todavía vivo haya caído adentro, por alguna ranura del abrojo. Los otros dos continúan hasta que no dejan ni un pirpinto a salvo. Le expedicionarie 3 saca una bolsa y empieza la recolección biosegura de pirpintos brillantes.
Se reencuentran en el living, el padre e hijo está sentado en el sillón leyendo un libro que tiene en la tapa el título “Redescubra al sí mismo que fue en su vida pasada más exitosa”, con letras doradas y plateadas. El abuelo aparece mientras la nieta termina de enrollar un cigarrillo.
- ¿Y, nono? ¿Qué le hicieron al flautista cuando lo agarraron?
- Mamita, no te imaginás lo que fue eso -se sirve agua y menea el vaso como si fuese malbec-. Al flautista lo agarraron y lo condenaron a tocar hasta que no pudiera más. El gobierno había dispuesto una cuadrilla de los mejores torturadores para que lo obligaran a tocar cada vez que se estuviera cansando.
- ¿No era que tocaba melodías interminables? -cuestiona la joven voz de la ansiedad.
- Sí, mamita, pero eso lo descubrieron con el paso del tiempo. La primera vez que lo agarraron, el flautista estuvo tocando y tocando hasta que logró que todas las bestias y niños se agolparan en los alrededores de la cárcel.
- ¿Estaba en una cárcel común y corriente?
El padre e hijo baja el libro e interviene:
- No, al flautista lo tenían lejos, pero su música se oía más allá de los sonidos.
- ¿Vos también te sabés el cuentito, viejo? -ironiza la joven.
- Es muy famosa esa historia acá, no sé cómo nunca nadie te la había mencionado antes -desdeñoso, retorna a su libro sobre la búsqueda de su sí mismo exitoso de alguna vida pasada.
- Hicieron de todo para saber de dónde provenía el poder del flautista: primero lo obligaron a seguir tocando con otra flauta, después le sacaron las flautas y él simplemente silbaba. Lo obligaron a dejar de silbar y apenas bastaba con que respirara al compás. Niños y bestias mantenían el lugar rodeado. Los torturadores morían del aburrimiento y hasta empezaban a tomarle cariño.
- Entonces no era pedófilo. ¿Y qué hicieron?
- Las autoridades negociaron con el flautista. Él quería cobrar todo lo que le debían por haberse librado de las ratas en el peor momento de la epidemia y las autoridades se negaban rotundamente aduciendo que el flautista había sido un tramposo porque al aceptar la contratación había prometido que se conformaría con poco.
- ¿Y qué pidió después?
- Una locura…
El padre e hijo se levanta aparatosamente y sube el volumen de la radio al grito de “esperen, hagan silencio, quiero escuchar esto, quiero escuchar esto, por favor”.
Estas son las noticias nacionales con el último reporte sanitario de la epidemia de mariposas abrillantadas. Hoy hubieron 9218 contagiados y 345 muertes por el virus que transmiten los insectos. Se mantiene la tendencia de amplia expansión en countries, loteos privados y barrios residenciales. Del total de contagiados nuevos, un 84% proviene de esas zonas de bien, mientras que 9% vive en departamentos que sólo tienen piletas en las terrazas, el 2% en departamentos y casas con nada más que un aire acondicionado, otro 2% en viviendas con sólo un microondas y un 3% se encuentra en estudio epidemiológico para determinar dónde contrajo el virus de las mariposas abrillantadas.
- No puedo creer que sigamos así. ¡Van a terminar quedando vivos los pobres nada más!
- Ah, perdón, no sabía que vos eras rico -el padre e hijo interpela al anciano.
- No, no es que yo sea rico, es que la gente no entiende que tiene que hacer todo lo que dice el gobierno. Es increíble.
- Abuelo no te pongás pesado con eso, el gobierno varias veces nos toma por boludos.
- Pero tu abuelo tiene razón en que hay que hacer caso. A ver, a ver -dice queriendo escuchar la radio más fuerte, le sube más el volumen-.
El estudio fue realizado por un grupo de expertos independientes que costearon con sus propias herencias familiares este acto de heroísmo sapiencial. Conforme a sus hallazgos, se puede afirmar que las mariposas abrillantadas han crecido como plaga porque el litio, sin haber sido rebautizado como mineral ancestral en funcionamiento, se convierte en caldo de cultivo para el virus que engendran las mariposas abrillantadas. Esta variedad de pirpintos anida en los lugares donde el ser humano ha desarrollado mayor confort, que, de una u otra manera, dicen estos expertos, tienen muchos componentes de litio. (Interviene otra voz) ¿Confort y litio van de la mano, Toti? (Vuelve la primera voz) Exacto, Pipi. Y te digo más, según estos expertos, el litio y el virus de las mariposas abrillantadas van de la mano. La cuestión es que la solución podría estar en retomar ritos ancestrales para rebautizar el litio en cada aparato tecnológico. Es la forma de aplacar el efecto que genera en las mariposas abrillantadas. Pipi, el país está a las puertas de una solución gracias a estos especialistas que hicieron la investigación por su cuenta. Y es un grupo que quiero destacar, entre estos expertos hay de todo eh, ojo, sociólogos, antropólogos, astrólogos, aracnofóbicos, de todo en serio.
- Uh, ya empieza con las boludeces este nabo -la joven se pone de pie señalando la radio y se apresura a bajarle el volumen.
- Pero, bueno, vamos a tener que organizarnos para ver qué rituales hay que hacerles a las cosas que necesitamos para vivir -dice el padre e hijo.
- A las cosas que tienen litio, en realidad -acota el abuelo.
- ¿Y cómo sabemos qué cosas tienen litio?
- Por si las dudas metamos a todas las cosas en el ritual.
Todos acceden a incluir todas las cosas en el ritual. Hay ánimo totalizante. De fondo, no se escucha pero suena la flauta de Slav.
- ¿Y qué pidió el flautista, nono?
- Una locura, mamita. Pidió que repartieran las tierras entre todas las personas del país. Que todos tuvieran la misma proporción para que nadie pueda generar los desechos que provoca la opulencia. Varios de los cuales no entran en la bolsita que se lleva el camión de la basura, mamita.
- Abuelo, no me jodás. El flautista era un justiciero -irrumpió la voz del fanatismo.
- Cuando las autoridades se rebajaron a hablar con él para negociar tuvieron que contar públicamente qué había pedido, eso causó un escándalo. La gente de bien demoró muchos días en poner las cosas en orden, pues los desventurados creían que haciéndonos vivir mal a todos, todos íbamos a vivir mejor. Y no, la idea sería que todos vivamos bien, mamita, a medida que se vaya pudiendo.
- Es el derecho al confort, una cuestión mínima -aporta el padre e hijo.
- ¿Qué hizo el gobierno con el flautista?
- La gente de bien decidió que lo mejor era decapitarlo y mostrar su cabeza en las escuelas para que los niños, que eran los más fanatizados, tuvieran claro que ya no habría músicas hipnóticas.
- Además era pedófila, después quedó demostrado. Cuando le cortaron la cabeza vieron que era mujer, por eso quería los niños -le dice el padre a la hija.
- Eso dicen los descocados -le retruca el abuelo a la nieta.
- Eso probaron las investigaciones judiciales -dice el hijo mirando a los ojos del padre.
- Habrá sido la justicia burguesa y patriarcal -sentencia la joven voz de la ecuanimidad.
Franco Hessling es periodista y escritor. Ha publicado recientemente su libro La Virgen del Cerro de Salta.