Una ceremonia bautismal con una serie de obstáculos que se van resolviendo uno por uno gracias a un puñado de dólares que comprará la absolución de las culpas.

El frío invadía las calles de Santa Patricia mientras Susana y Pedro, pareja hace más de una década, caminaban a toda prisa rumbo a la iglesia. Cuando llegaron a la entrada de la casa de Dios, se percataron que habían pasado por la calle de los suspiros sin sentir su profundo aroma. Se lamentaron de no haber percibido esa fragancia, pero se les pasó cuando vieron llegar a Sandro, su futuro ahijado, que se acercaba con sus padres y demás familiares.

En la puerta de la iglesia los cordiales saludos iban y venían, mientras se mezclaban los olores a perfumes, los concurrentes se halagaban sus vestimentas y peinados.  José y Manuela habían llegado con su hijo Sandro, quien hace unos meses había cumplido 17 años, y había dicho a sus padres que estaba preparado para bautizarse y seguir la tradición cristiana.

-¿Trajiste las velas? – preguntó Manuela.

– Sí. Compré varias por precaución… – respondió Susana.

Estaba todo listo. Se persignaron antes de entrar a la casa del Señor, en la que se sintieron vigilados por un poder sobrenatural y se ubicaron en los primeros bancos. No había nadie, ni siquiera se encontraba el padre Salazar. Sandro muy impaciente por la ausencia del sacerdote miró en su reloj las diez y quince.

El bautizo estaba pactado para las diez de la mañana. Los minutos seguían pasando y los padres y padrinos de Sandro le daban consejos y le abrazaban por la decisión que estaba tomando. Mientras tanto, los demás familiares charlaban sobre sus vidas.

– Van a ser las once de la mañana y el padre aún no llega – protestó Sandro.

– ¡Cálmate! – exclamó José-. Hay que tranquilizarnos; estoy seguro que vendrá.

Repentinamente, el párroco apareció con ropa deportiva y rostro enojado. Su presencia hizo que el silencio cundiera en la iglesia. “A la Casa del Señor no se viene a hacer bullicio, ni hablar indecencias. Eso es una falta de respeto. Acá se viene a orar, a agachar la cabeza y a arrepentirse de los pecados que se cometen”, gritó Salazar. Y pidió que le esperaran porque tenía que cambiarse.

Unos minutos después salió con su sotana y empezó a preparar todo para dar inicio a la ceremonia, mientras la capilla permanecía en silencio. Salazar vio unas actas donde estaba la solicitud del aspirante al sacramento y en voz alta llamó: “Sandro Delgado, acérquese”.

Sandro caminó cabizbajo y se acercó al púlpito. Inmediatamente, el sacerdote exigió a los padres la partida de nacimiento de su hijo y a los padrinos que trajeran la vela para dar inicio a la ceremonia.

Los padres se acercaron y le entregaron algunos papeles, Salazar lo husmeó y quedó conforme. Instantáneamente pidió a los padrinos que entregaran su certificado de casamiento. Susana y Pedro se miraron en silencio porque no sabían qué responder.

– ¿No escucharon? -preguntó el párroco-. Estoy pidiendo su certificado de matrimonio. Los padrinos tienen que ser casados para poder bautizar a un hijo de Dios.

– Lo olvidamos en casa y vivimos a unas tres horas… No lo sabíamos ¿Lo podemos traer en otra oportunidad? – explicó Susana.

– ¿Están seguros que son casados?

– Sí.

– ¿Hace cuánto tiempo se casaron?

– Entre nueve o diez años.

– Ustedes al ser padrinos están asumiendo una decisión muy grande. Si los padres de Sandro mueren, ustedes lo reemplazaran y, para eso, tienen que llevar el sacramento del matrimonio. ¿Saben que esa es la única condición para que sean padrinos?

– Sí.

– Bueno, denme sus documentos.

Susana y Pedro se volvieron a mirar sin saber qué hacer. Pedro sacó de su bolsillo su billetera, lo husmeó y no encontró su DNI, y preguntó a Susana si había visto su documento mientras ella desesperada buscaba en su cartera el suyo.

– ¿No me digan que también se olvidaron sus documentos?

– No sé si lo olvidamos o lo perdimos – respondió Pedro.

– Ustedes no son casados. Creo que Sandro no podrá ser bautizado…

– Nos amamos hace más de una década; y eso, es suficiente justificación.

Salazar se acercó a Sandro y le advirtió:

– Hoy no serás bautizado, no podrás entrar al reino de Dios. No es nada personal contigo, es la culpa de tus padres que te eligieron como padrinos a dos embusteros -.

Sandro empezó a llorar sin hacer ruido. Sus padres lo miraron y se contagiaron de sus lágrimas, los rostros de felicidad de sus familiares se entristecieron. Ante esa injusticia, Pedro se sentía culpable y quiso resolver el problema que él creía haber inventado.

Pedro levantó la mirada al techo de la iglesia y vio una imagen de Jesús que le dio fuerza para acercarse al sacerdote y en voz baja dijo:

– Padre yo he sido el causante de todo esto. Por favor busquemos una solución para que Sandro no siga acongojado. Mire, ahora en mi billetera, tengo solo cien dólares y mañana te podría dar una suma igual si decides bautizar a Sandro. Por favor, que este comentario quede entre nosotros-.

– ¿Piensas que soy un maldito corrupto? – enfurecido y con suavidad, respondió Salazar.

– No. Solo que no quiero ver mal a Sandro, simplemente por un sueño incumplido – refutó Pedro.

– No puedo.

– Claro que sí puedes. En tus manos está que Sandro no siga afligido. ¿Acaso la iglesia fue creada para torturar a las personas?

– Tienes razón. No puedo hacer sufrir a ese adolescente.

La iglesia se había entristecido por unos interminables minutos, pero el clima cambió cuando Salazar volvió a aparecer y levantó la voz:

– Escuchen, estuve meditando mientras veía sus pálidas caras y solo por esta única vez voy hacer una excepción y bautizaré a Sandro. Dios sabrá entender que actúe con el corazón -.

Y continuó:

– Bueno, los padres acérquense y entréguenme su certificado de matrimonio para poder enviar a su hijo al Reino de Dios.

José empezó a sudar y Manuela lloró sin tregua y sin pronunciar palabras. El sacerdote calló en señal de respeto al sollozo de la mujer.

– El silencio y el llanto lo dicen todo. Son los padres de Sandro, pero no son casados ¡Eso si es un grave problema! –dijo Salazar-. Yo puse todo mi corazón para seguir avanzando con el bautismo, pero ustedes no están colaborando en nada.

– ¡Perdónenos! – dijo José

– ¡Pecadores! ¡Promiscuos! No me pidas perdón, pídeselo a Dios. Arrepiéntete de corazón ante él – reprendió el sacerdote-. ¿Hace cuanto tiempo están juntos?

– Hace 25 años.

– ¿Y en estos 25 años no se han podido casar? ¿Ese ejemplo quieren para Sandro? Si no se casan van a ir al infierno.

– No. En realidad, vivimos en la misma casa, pero estamos separados hace una década – sollozando intervino Manuela.

– Y para colmo están separados. ¡Eso les paso por no casarse! El diablo vio sus debilidades y actúo en seguida. ¿Y, por qué se separaron?

– José me fue infiel cuando Sandro era niño.

– ¡Infeliz! – gritó el párroco-. ¡Eres peor que un animal, no tienes corazón!

– Pero ella también me engaño con un ex amigo mío, -se defendió José-.  Con los años nos perdonamos y, por eso, vivimos en la misma casa. Yo me equivoqué al dejarme llevar por un deseo sexual, pero yo amo con todo mi corazón a Manuela.

Sandro que no sabía nada de las historias de sus padres solo escuchaba. Los familiares murmuraban luego de oír las declaraciones de José y Manuela.

Salazar, tras dar los respectivos sermones, comentó a los padres que iba a pensarlo si podría continuar con el ritual. “Tengo que meditar unos segundos y consultarle a Dios para saber cuál será su voluntad”, se excusó el eclesiástico, y se dirigió a Pedro.

– Tú pusiste toda la voluntad pero tengo que decirte que no puedo bautizar a Sandro, -explicó el cura-. Sé que tú lo amas, pero no puedo porque sus padres no colaboran. Espero que sepas disculparme.

– Haz un esfuerzo más, ¡Por favor! Yo también haré un esfuerzo –rogó Pedro-. Susana tiene en su cartera cincuenta dólares más…

– Está bien, lo aceptaré solo porque no quiero que Sandro siga soportando estás discusiones.

Salazar se acercó a los progenitores del joven: “Espero que Dios me perdone por lo que voy a hacer. Sus caras de dolor provocan que actúe de buena fe para que sus rostros se puedan iluminar de felicidad. Voy a bautizar a Sandro, pero prométanme que más adelante se van a casar para que vivan en júbilo”.

Los padres asintieron y Salazar dio inicio a la ceremonia. Le pidió a Sandro que se acerque, éste obedeció sin el menor cuestionamiento.

– ¿No trajiste tu vestidura blanca? ¿Quién te hizo ese peinado? – preguntó Salazar.

El adolescente tenía puesto un zapato de charol color negro, un pantalón gris, una pulcra camisa blanca y una corbata. Un día anterior estuvo en la peluquería y, pidió que le dejaran abundante pelo en el medio de su cabeza y que le rapen a los costados y atrás.

Sandro no respondió, solo se atrevió a levantar un poco la mirada en dirección a los ojos del sacerdote.

– ¿Sabes por qué se les pide a las personas que vengan con una vestidura blanca? – gritó Salazar.

– ¿Por qué representa pureza? – masculló Sandro.

– En parte tiene que ver con la pureza, pero es algo más profundo. El blanco representa a los ángeles. ¿Viste alguna vez un ángel con pantalón y zapatos negros?

– Tienes razón padre. Nunca vi un querubín así.

– Para entrar en el reino de Dios tienes que estar inmaculado. Ese peinado parece de un delincuente, de un hijo de Satanás. ¿Por qué te cortaste así?

– Es la de moda en Santa Patricia.

No se hizo ruido por unos segundos en la parroquia. Los familiares no sabían si la ceremonia continuaría. Ante eso, Pedro se fue acercando al cura, y mientras avanzaba, Salazar empezó a hablar sin mencionar nada sobre suspender el bautizo, a pesar de que, Sandro no cumplía con los requisitos que se exigían en la iglesia.

– Te voy a bautizar, pero prométeme que saliendo de acá te vas a ir a la peluquería y vas a raparte toda la cabeza.

Sandro asintió varias veces, Salazar agarró con la mano derecha la cabeza del adolescente, le apretó sin delicadeza el cabello y con su mano izquierda sostuvo la biblia. Seguidamente, el cura pidió a los padrinos que enciendan una vela y que no dejaran que se apague para que pudiera hacer la “oración del exorcismo” y, así, sacar el mal del cuerpo del joven.

Mientras hacía la oración, el párroco hizo una pausa y volvió a insistir a los compadres que protejan la vela.

– Si el fuego se apaga es por culpa de ustedes, y Sandro pagará las consecuencias.

Pedro y Susana se pusieron nerviosos y dieron cobijo a la vela para evitar que la llama se esfume. Tras terminar la oración del exorcismo, Sandro empezó a sentir que de su cuerpo salían todos los males que había acumulado en su corta edad.

El ritual se completó cuando su cabeza fue sumergida en un recipiente de agua bendecida. Y Sandro se sintió más puro, al saber que todos sus pecados se desvanecían.

– A partir de ahora todos tus pecados han sido perdonados. Y si no pecaste es culpa tuya que no lo hayas hecho –dijo Salazar-. ¿Has pecado?

– Sí.

– ¿Cuántas veces has mentido y robado?

– Varias veces fui cínico, pero jamás robe, se lo juro por mi vida.

– ¿Me puedes juramentar que nunca viste pornografía o que no te hayas masturbado?

Sandro no supo responder porque la carcajada en voz baja de su novia y de sus primas lo desconcertó. Luego de esas pequeñas risas la mudez continúo en la iglesia.

– Todo lo que pecaste al masturbarte, entre otras cosas, a partir de hoy, fue eliminado porque ahora eres un nuevo hijo de Dios – dijo el cura.

Escuchar esas palabras dibujó débilmente una sonrisa en el rostro de Sandro.

– ¡Un nuevo bautizado! Ojalá no des vergüenza a la iglesia y sigas por el buen camino.

– No los defraudaré.

– La iglesia tiene historia, es verdadera, pese a que estamos quedando pocos.

Salazar dio por terminada la ceremonia y Sandro agradeció al sacerdote. De a poco, todos empezaron a salir de la capilla. Pedro se acercó al párroco y le entregó un pequeño sobre blanco.

– ¿Está completo?

– Sí.

– ¡Muchas gracias!

–  ¡De nada!

–  No te olvides de entregarme lo restante…

Pedro le dio un apretón de manos al sacerdote y, antes de salir del templo, miró en el techo la imagen colgada de Jesucristo en la cruz. Se persignó y camino con pasos lentos para encontrarse con su ahijado y sus familiares.

Al ver a su padrino, Sandro le abrazó muy fuerte, y le dijo: “Gracias por aceptar bautizarme y permitir que todos mis pecados sean perdonados”.

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