La autora tuvo su hijo prematuro en el mundo asolado por el coronavirus. Y de allí lo que hubiera sido celebración quedó postergado, lo que reina es la espera, la nostalgia por lo que vendrá, el encuentro piel con piel.
“Echar de menos es un poco como el hambre. Sólo se pasa cuando se come la presencia. Pero, a veces, el echar de menos es tan profundo que la presencia es poco: se quiere absorber a la otra persona entera. Esa gana de ser el otro para una unificación entera es uno de los sentimientos más urgentes que se tiene en vida”.
Clarice Lispector
Veintiuno de abril de 2020- Parir es abrirse, entregarse al mundo, entregar al mundo; es desgarrarse, es desgarro. Parir es un acto de ternura absoluto, es una demostración de amor intrínseco, profundo.
Parir es: planificar, desear ese momento, quererse, sentirse acompañada por ese ser que se está gestando, que está creciendo, que se está desarrollando dentro del ser, en tu vientre; ese desarrollo en el útero que modifica el cuerpo, las hormonas y cada tramo de la vida.
Parimos por parto normal, por cesárea; antes del tiempo esperado, después del tiempo proyectado y esta vez tocó parir en cuarentena que resulta ser un parto en soledad.
Parir en cuarentena y a un bebé prematuro se convierte en una situación desgarradora, es un grito en el vacío, en el universo dormido y aletargado por una pandemia que nos acecha hace casi dos meses.
Parir el 16 de abril de 2020 a las 11.58 es haber parido exactamente un mes después de que en Argentina se haya decretado el aislamiento social preventivo obligatorio, es estar totalmente a solas con tus deseos más profundos, sin poder besarte porque el barbijo impide ese contacto, porque las normas higiénicas son más que estrictas, porque el amor poco sabe de pandemia y los límites quieren cruzarse todo el tiempo, pero con la salud no se jode y es vital cada regla porque por estos días estamos entre la vida y la muerte.
Parir a un niño en sus 33 semanas de gestación y bajo la amenaza del COVID19 es más desesperante. Su padre sólo lo vio al salir del canal de parto, lo observó al llorarle al mundo con toda su capacidad vital. Luego del parto transformador realmente la vida cambió. Con esas modificaciones –por estos días– viene un sinfín de limitaciones: la madre sólo puede ver al niño, el padre no tiene acceso a la visita, se asignan sólo dos horas por día para la madre con toda la asepsia requerida y cumplimentada.
Cada día ingreso a la clínica con el barbijo que viene de la calle, toma de temperatura con el medidor láser; ascenso a la zona de lactario, lavado de manos previo, extracción de leche, una hora más tarde lavado de manos correspondiente para ingresar a ver al bebé con barbijo nuevo, no tocar al bebé hasta que sus defensas estén al 100 por ciento.
Ausencia de olores, de aromas; ausencia de tacto, aislamiento en el medio de una sala con bebés conectados, sonidos ensordecedores en las primeras visitas, oídos que horas se adaptan a la maquinaria, a los zumbidos, a los aparatos con sondas mínimas y enormes a la vez.
Los ojos, la vista, la visión son indispensables en estos momentos en los que el tacto y el olfato pasaron a último plano; sentir a través de los ojos empieza a ser la modalidad para una madre recién parida, una madre que inicia este camino en la vida, entendiendo de qué se trata, esperanzada con que las máquinas y el trabajo profesional den noticias alentadoras cada día, tras cada parte telefónico a la hora indicada.
Ansiedad, también es otra de las palabras que gira por la cabeza. Llamar, hablar con la doctora, ansiar que todo venga bien; ansiar que los pequeños pasos diarios sean una sumatoria al final de estas semanas que serán esperanzadoras, aterradoras, tristes, angustiantes.
Semanas en las que no hay posibilidad de compartir un abrazo con esa amiga que pasó por la misma hace unos años atrás, abrazo contenedor con la madre, abrazo con los hermanos, con las cuñadas, con los amigos que la vida fue indicando para estos momentos.
Nada de abrazos, sólo whatsapp, llamadas, fotos de por medio, videollamadas. Ansiedad del afuera, ansiedad que carcome a los seres queridos, a los seres amados que sólo desean que las noticias sean buenas a cada minuto, a cada hora, a cada día.
Parir en pandemia es soledad, es fortaleza para esos momentos en que todo parece que se desmorona, son segundos que parecen eternidad, son horas que se hacen segundos.