El periodista Pablo Robledo acaba de publicar un inmenso trabajo sobre la relación entre Montoneros y las organizaciones revolucionarias palestinas. El libro, que atraviesa innumerables ciudades y temas, redescubre los viajes de Rodolfo Walsh a Medio Oriente.El Che Guevara, Ho Chi Min, Yasser Arafat, Al Fatah, Nelson Mandela, Rodolfo Galimberti, Mario Firmenich, Julio Cortázar, Saddam Hussein, Fernando Vaca Narvaja, el ayatolá Khomeini, Cacho El Kadri, Rodolfo Walsh, Adriana. Son sólo algunos de los nombres que aparecen en el libro Montoneros y Palestina, del periodista argentino residente en Londres Pablo Robledo, publicado recientemente por Planeta y cuya contratapa es comentada por el historiador peronista Roberto Baschetti. Se trata de un thriller político que cuenta el vínculo entre Montoneros y las distintas organizaciones que componían la OLP -especialmente Al Fatah- representando al pueblo palestino en un periodo histórico que va de 1959 a 1983, cuando caía la última dictadura cívico-militar. ¿Quién es Adriana? Es, era, la delegada permanente del Movimiento Peronista Montonero en el Líbano y es a través de ella que el autor entra en la trama del Beirut de la Revolución Palestina en los años anteriores y posteriores a las fallidas “contraofensivas” montoneras.

Con variado soporte documental y un trabajo de campo que le llevó más de dos años, Robledo explica cómo la defensa del pueblo palestino en su lucha contra el colonialismo y el sionismo atravesó a la vida montonera como algo más que su propia racionalidad política. 60 capítulos distribuidos en 600 páginas –eran 800, cuenta- que resultan en un racconto de un tiempo marcado por las ideas revolucionarias. Miles de noches y días que van desde  Beirut a Buenos Aires y viceversa, pasando por Managua, Madrid, Teherán, Bagdad, Estocolmo, Bruselas, Londres, Costa Rica, Arabia Saudita, Rio, Tanzania, Paris, México DF, Mozambique, Chipre, Lisboa, Panamá, Rosario, Túnez, Suazilandia, el desierto del Sahara, Roma, Montevideo, La Habana, El Cairo, Siria, Gaza, Lima, Chaco, Moscú, La Plata, Tel Aviv, Argel y otros  lugares más.

 

-¿Cómo te llamas?

-Zaki.

-¿Qué edad tenés?

-Siete.

-¿Vive tu padre?

-Murió.

-¿Qué era tu padre?

-Fedai (fedayín, “combatiente”).

-¿Qué vas a ser cuando seas grande?

-Fedai.

 

Robledo transcribe el diálogo con un niño -muy similar a una serie de diálogos aparecidos en algunos documentales de la Unidad del Cine de la OLP- con el que Rodolfo Walsh comienza su “saga palestina” con un objetivo, al parecer, bastante claro: describir la confluencia de ideas palestinas y montoneras contra el relato de la versión oficial israelí. Ser fedayín, expresión palestina, “era la marca de fábrica de la identidad resistente y ese niño podría haber sido cualquier otro entre cientos de miles viviendo en el Blad”, palabra que define los lugares de la diáspora palestina, cuenta el autor. Así, introduce al Walsh que viajó al Medio Oriente y que ahora funciona como uno de los núcleos que atraviesa esa línea ideológica latente entre ambas organizaciones. Por caso, sus siete artículos publicados en Noticias entre el 12 y 19 de junio de 1974, titulados con un genérico: “La revolución palestina”.

Walsh, de El Cairo a Beirut

Walsh, según el autor, había viajado a El Cairo, Argel, Damasco y Beirut junto a otros compañeros con la intención de evaluar el lugar que ocupaba Montoneros como organización político-militar en el mundo y, especialmente, en el mundo árabe. De esta manera, logra meterse de lleno en un tema poco investigado o quizá tabú, en el que pocos se han animado a indagar. Tal vez, los vestigios del terrorismo de Estado, la brutalidad de los métodos de aniquilación de la última dictadura y el discurso dominante israelí hayan resultado la combinación perfecta para tal sonoro silencio. Un minucioso análisis del rol del escritor y de su papel como Oficial de Inteligencia de Montoneros en ese viaje le sirve para entrar en un camino casi inexplorado. De esta forma, entre citas varias, dedica dos capítulos al análisis de esas entregas de Walsh. La quinta tiene que ver con la polémicamente llamada Guerra de Independencia israelí, y es en donde un emigrado sionista le pregunta a un refugiado palestino de dónde era y dónde vivía.

 

-Soy de Jaffa y vivo en una carpa. ¿Y usted?

-Soy de Bulgaria y vivo en Jaffa.

 

“Si los artículos habían sido su Operación Masacre palestina, esta era su Carta abierta de un escritor al Estado de Israel”, sostiene sobre la carta que Walsh escribe a la embajada de Israel en Buenos Aires ante las acusaciones de antisemitismo realizadas en su contra por la publicación de los textos. Entonces –vuelve a transcribir el autor- utiliza el recurso de preguntarse o preguntarle a Abu Hatem, responsable de la Secretaria de Relaciones Internacionales de Al Fatah y posteriormente personaje clave en la relación con Montoneros, sobre el Estado palestino que anhelaban crear:

-¿Cuál sería la situación de los judíos en ese Estado?

-Fatah no toma las armas contra los judíos. Aceptamos a los judíos como ciudadanos palestinos en absoluto pie de igualdad con los árabes. Fatah toma las armas contra el sionismo y se propone liquidarlo, porque el sionismo es el enemigo fascista y racista, el enemigo de toda la humanidad y no solamente de los árabes.

-¿Qué harían ustedes frente a un judío perseguido en cualquier lugar del mundo?

-Le daríamos un fusil y pelearíamos a su lado.

Según Robledo, Walsh desmitifica de manera magistral el mito de la “tierra sin pueblo” y el mito de la “agresión árabe”. Cierra con la que quizá sea la parte más polémica de todo su escrito: unas reflexiones en que da voz al escritor religioso judío Moshe Menhunin que, refiriéndose al nuevo tipo de guerreros nacionalistas judíos representados por el Estado de Israel, escribe: “en lo que a mí me concierne mi religión es el judaísmo profético y no el judaísmo-napalm. Los nacionalistas judíos, el nuevo tipo de guerreros judíos, no son judíos, son nazis judíos que han perdido todo el sentido de la moralidad y la humanidad judías”.

Adriana

En Adriana está la síntesis de una mujer revolucionaria, golpeada pero fuerte, la que lucha por dos revoluciones, pero también contra las sociedades patriarcales como las árabes. Robledo recupera en ella la voz de otras personas pero, sobre todo, de aquellas mujeres guerrilleras. Adriana está ahí: vive entre bombas, delinea planes, se reúne con referentes de todo tipo, toma decisiones. Adriana escribe y también deja pequeñas huellas en los recuerdos. Dibuja sobre un papel membretado con la roja estrella federal de ocho puntas montonera, la bandera argentina y la frase Movimiento Peronista Montonero escrita en árabe.

 

  • Al-Harak Beroniyyeh Montoneriyyeh…Harakat Montonero Al-Beroniah.
  • No, no –le corregían los palestinos- , queda mejor pronunciarlo como figura en tu membrete:
  • Haraket montonero al Bayrooniyyeh…

 

Hacia la mitad del libro, la vida de ella -mechada con viajes a la Teherán del Irán revolucionario  y a Bagdad, lugares donde tiene encuentros con el ayatolá Khomeini y con Saddam Hussein- genera la misma curiosidad que les generaba a los palestinos. Sobre todo, por su condición de madre. Tenía tres hijas. “Sentadas frente a un grabador, encantadas, gastaban un casete con canciones infantiles palestinas. Se las sabían todas de memoria y la favorita de Ángeles, la mayor, que la tarareaba constantemente, era la del diálogo entre alumnos y su maestro sobre un oso que viene a comerlo y qué es lo que ellos deben hacer. ¿Era el oso una metáfora de Israel?”, pregunta, y advierte cómo las chicas no eran tan diferentes a otras jóvenes beirutíes. Se habían convertido en expertas haciendo las compras con una canasta desde el balcón dada la violencia que se vivía por los enfrentamientos constantes, las explosiones, los disparos.

La “concentración Contraofensiva” montonera en las bases palestinas de Líbano y Siria, la guardería de la organización en La Habana, la fuga de un militante del centro clandestino de detención que funcionó en el Regimiento de Infantería Mecanizada 3 de La Plata, el rol del batallón 601 como cerebro de las caídas de la primera contraofensiva del 79, pero sobre todo las del 80, el costado “palestino” de la radio montonera en Costa Rica y la conexión nicaragüense son también parte del riquísimo material histórico del libro.

 

“Fue todo vértigo y trabajo casi quijotesco”

Robledo es licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario y es autor del libro Pelucas y Contrabando, una colección de contratapas publicadas en Rosario/12 entre 1992 y 1998. Hace 32 años vive en Londres, donde ejerció el periodismo en distintos medios gráficos. Entre ellos, Página/12, Tiempo Argentino, Miradas al Sur, Al Zytun y Lezama. Fue también corresponsal de la revista XXI y de Crítica de la Argentina. Además de haber viajado por todo el mundo –estuvo en más de 75 países- ejerció oficios muy variados como el de empleado público, inspector de precios, handyman en Auroville India, repartidor de pizzas, heladero y pintor.

Es de un perfil tan bajo que hasta le parece antipático que su imagen aparezca en su propio libro. En estos tiempos en que a través de las redes sociales resulta imposible pasar por el anonimato, Robledo lo consigue. No tiene celular, ni Facebook, ni Twitter, y no debe saber lo que es Instagram. Al libro digital lo define como “un verdadero espanto” y asegura que “solo a un enemigo o enemiga que deteste mucho le regalaría algo así”. Pero se metió de lleno en un tema polémico y deberá entender que no podrá escapar de eso.

 

En este libro logró un objetivo: el de poder unir varias historias. A medida que uno avanza en la lectura, los temas se van acumulando de manera laberíntica para ir cerrando el círculo de una historia de colaboración y cooperación irrepetible en la lucha de los pueblos del Tercer Mundo, la de Montoneros y Al Fatah. A Robledo, un lector sistemático y empedernido que habrá devorado miles de libros para sumergirse en un tema hasta hoy controvertido y en el que él trabaja hace décadas, le quedaron cortas las 600 páginas. “Eran 800 en 70 capítulos que simbolizaban los años 70. Por la tremenda crisis desatada por el macrismo en cuanto a costos y precios en el sector editorial, debieron reducirse a 600. Tuve que arrancar diez capítulos del libro casi de cuajo”, cuenta.

-¿Qué disparador te llevó a escribir sobre este tema?

-Se podría decir que el disparador fueron las largas charlas que durante años tuvimos en Londres con el cineasta Rodrigo Vázquez, buscando juntos el corazón de Palestina y de las organizaciones revolucionarias de la Argentina de los 60 y 70. De allí nacieron este libro y su película Palestina, imágenes robadas. O sea, un disparador principal que actuó con efecto retardado. Hubo disparadores secundarios varios, como las agresiones israelíes a Gaza,  el intento de implementar el 2×1 a los genocidas, también el querer volver a la teoría de los dos demonios.

-¿Cuándo empezaste a escribirlo y por qué?

-En un viaje que hice a Argentina en 2016, mientras el avión bordeaba el Río de la Plata hacia Aeroparque me pellizcaba sin poder creer que estaba por aterrizar en una Argentina macrista. El horror que me produjeron los ya claros intentos de erosionar las políticas de Estado de Memoria, Verdad y Justicia más la intención de reflotar la teoría de los dos demonios y el obvio alineamiento de Cancillería y otros ministerios con Israel, me impulsaron a reflotar la vieja idea, que hacía años venía trabajando, de escribir sobre la historia de la relación entre Montoneros y los palestinos. Era una forma de exorcizar el espíritu de una relación única en el ámbito del internacionalismo revolucionario por un lado y, por  otro, el homenaje a una o dos generaciones de argentinos y palestinos que lo dieron todo sin pedir nada, persiguiendo el sueño de la revolución. Pero también, y sobre todo, resistiendo. De ahí en adelante, fue todo vértigo y trabajo casi quijotesco.

-¿Por qué querer contar esa relación?

-Porque creo que en la historia de los movimientos revolucionarios de los años 60 y 70 no hubo una lucha tan asimétrica como las que tuvieron que dar la OLP contra Israel y sus aliados y Montoneros contra la dictadura. Mientras la Junta Militar, a pesar de su antisemitismo latente, tomaba a Israel no solo como un vital proveedor de armas sino también como aliado estratégico en el proyecto de la Organización Tratado del Atlántico Sur junto a Sudáfrica, esa alianza superestructural a nivel gobiernos se replicaba por abajo con acuerdos de cooperación de distinto tipo entre las dos fuerzas revolucionarias más importantes que se oponían al rol pro imperialista de la dictadura y al sionismo. Acuerdos que, en su despliegue político, incluían también a quienes combatían al apartheid sudafricano y sembraban África de revoluciones socialistas. Era una historia poco conocida y muy demonizada que creí merecía ser contada desde otro lado.

-¿El hecho de novelar las historias ayudó a ordenar los documentos reales?

-En cierta manera la intención de buscar un tono cercano a lo literario ayudó a dar un contexto más ágil en cuanto a la lectura de la variedad de documentos con los que trabajé. Es casi imposible novelar el tono siniestro de los documentos de inteligencia militar, en su mayoría escritos con información obtenida bajo tortura. Pero sí es posible humanizar la experiencia revolucionaria y resistente con herramientas de géneros literarios y periodísticos. Debía también buscar un balance entre la documentación dictatorial, incluida la diplomática, la revolucionaria que me brindaba la prensa, la literatura y la historiografía montonera y la enorme bibliografía existente sobre la lucha del pueblo palestino. Todo eso sin perder en el camino los movimientos de superestructura que se daban al interior de Montoneros y la OLP. Y con la clara intención también de escribir sobre las historias de quienes vivieron la experiencia, sin olvidar la política internacional montonera que atravesó docenas de ciudades y países y es también un tema poco tratado.

-Me impresionó la manera en que se cuenta lo que es ser fedayín…

-Por mandato histórico, por necesidad coyuntural, por convicción ideológica, durante el periodo de la Revolución Palestina ser fedayín era una manera muy especial de pararse ante la vida. Y quizás ante la posible muerte por defender la causa también. Así como lo era ser montonero en la Argentina de los 70 y primeros 80. Sin dudas. Las coincidencias entre los revolucionarios palestinos y argentinos eran notables y trascendían hasta las más notorias comparaciones entre las artes de conducción política y construcción de poder popular de Arafat y Perón, el carácter movimentista tanto de la OLP como del peronismo o el nacionalismo de izquierda revolucionaria de Al Fatah y Montoneros. Lo vivían así aquellos militantes para quienes estar en esas bases palestinas junto a los fedayines era como estar en el barrio junto a sus compañeros y compañeras de la JP; o en un lugar donde se juntaban con todos los caídos en la resistencia contra el lopezreguismo y la dictadura.

-¿Te encontraste con más historias después de la publicación?

-Sí, incluso algunas que había desechado como poco creíbles por considerarlas delirios de la inteligencia dictatorial o los servicios o productos de la maquinaria de propaganda israelí. Historias que sumadas a todas las que tuve que dejar de lado por una razón u otra, agregarían mucha sal y pimienta a las que ya se cuentan en el libro.

-Queda claro tu posicionamiento ideológico…

-Sin dejar de darle la debida importancia a la necesaria y obligatoria rigurosidad y al profesionalismo. No creo ni en la neutralidad ni en la objetividad de la historiografía ni de la investigación periodística ni de la literatura. No creo en la neutralidad, punto. Si hay un lugar en el que jamás me ubicaría, ese es Corea del Centro. Hace 70 años ya que los palestinos fueron expulsados de su tierra y el conflicto no sólo no cesa sino que década a década ocupa una centralidad muy especial en la geopolítica mundial, tanto para las grandes potencias como para los países del Tercer Mundo. Creo que Mandela lo resumió perfecto al decir que “sabemos muy bien que nuestra libertad es incompleta sin la libertad de los palestinos”. Respecto de la Argentina, mi perspectiva tiene que ver con mi formación política y mi militancia ya desde los años finales de la dictadura. Mi corazón siempre estuvo en la izquierda peronista.

-Me resultó interesante la relación entre la realidad, el cuento y la novela y cómo uno como lector va construyendo una sola historia en los diversos capítulos, saltando en el tiempo y en los temas: la foto Arafat-Firmenich-Vaca Narvaja, el 24 de marzo de 1976, incluso con los diálogos muy bien logrados. Algo similar a lo que le preguntaba  Piglia a Walsh en esa entrevista histórica…

-No sé si lograda o no, pero la intención era que se mecharan o fusionaran los géneros y las herramientas, que los documentos se llenaran de diálogos, que los diálogos estuvieran documentados, que los datos duros tuvieran poética, que la poética fueran datos duros, que los números y cifras no fueran solo eso,  que las voces se mezclaran con las revistas y las revistas con las vivencias y las vivencias con los paisajes políticos y sentimentales. Que la lucha de dos pueblos contra sus opresores se convirtiera en un hibrido caleidoscópico cuya fuerza estuviera dada justamente en esa hibridez y en ese potpurrí de ciudades, olores, colores, amores, dolores, utopías, traiciones, perdidas, leyendas y sueños. Experiencias vitales de un tiempo y una época que atravesasen la lectura hasta hacerla pura memoria histórica.

-¿Creés que es un Walsh poco conocido el que describís en el libro?

-Los artículos de Walsh sobre Palestina que se transcriben, al menos para algunos sectores de nicho, no son desconocidos. En el libro El violento oficio de escribir, donde se recopilan sus artículos periodísticos, aparecen todos. También hay dos o tres editoriales que los publicaron en forma de libro sobre Palestina, y la revista Question Latinoamericana también los publicó en una edición muy bonita del 2007.

-Bueno, pero no hay investigaciones específicas sobre el viaje de él a Medio Oriente…

-Claro, lo que creo que tiene el libro como novedad es sobre lo que realmente fue a hacer Walsh allá, que no fue solamente a hacer periodismo. Eso lo dice claramente Roberto Perdía en la entrevista que cierra el libro. Lo de las verdaderas razones de su viaje a Medio Oriente es un tema no indagado hasta ahora.