El peronismo no ha sido solo una construcción política sino también una forma de producir y proponer imágenes. En su último libro, La guerra de las imágenes (editorial Ariel),  Gustavo Varela -del que publicamos un fragmento- indaga en el arsenal ideológico y  visual del primer justicialismo

Pónganme a mí en la punta de un palo y úsenme como afiche”. Dicen que Perón dijo eso en el inicio de su campaña presidencial en 1945. En Argentina y por primera vez en su historia, la política se ampliaba como imagen y propaganda. No sólo el discurso para convencer; no sólo la confianza en la palabra, la verdad en el texto escrito, la oratoria en la tribuna. También la imagen, multiplicada en muchos, puesta en todos lados, a la vista de todos, del pobre y del rico, del que cree y del que fue engañado. Imágenes, no palabras: la foto de Perón en el tren rumbo a San Juan, Perón acompañado de Evita, Perón en el caballo pinto, jugando a las bochas, en moto, a lado de la Virgen. Perón riéndose. Nunca antes un Presidente de la Nación tuvo tanta repetición de su imagen. Nadie, nunca, hasta Perón.

Antes eran fotos de protocolo: el presidente con la banda, o con sus ministros, o al regreso de un viaje. Todas documentales, ninguna fotografía puesta para atraer la voluntad política de nadie.  Ningún afiche que invoque algo por fuera de lo protocolar, ninguna intimidad: ni la risa seductora, ni el gesto cariñoso, ni la mirada cómplice. A lo sumo, la imagen de Marcelo T. de Alvear en un estadio de fútbol, dando el puntapié inicial, casi como si estuviera firmando un decreto, con la misma rigidez y la misma severidad.

Numa Ayrinhac (1881–1951) – Museo del Bicentenario

Perón pone su risa en primer plano y entonces la risa es política, y el afiche de su risa se reproduce a montones.  En el retrato oficial, pintado al óleo por el artista Numa Ayirinhac en 1949, Perón se ríe al lado de Eva, que también se ríe. Inédito: en ninguno de los retratos de los presidentes anteriores se incluyó a su esposa y ninguno de esos presidentes está riéndose.

La misma excitabilidad en la imagen es la que tiene en sus discursos, una exposición de conquista, la imperiosa condición de llegar a los otros. El afiche con la imagen de Perón adquiere cierta autonomía: importa la publicidad, sí, pero es más grande la afectividad que produce, la intimidad en la que se inscribe en la población, la religiosidad y el misticismo que van adquiriendo con el tiempo. Los afiches se vuelven estampas, o el signo sin mediaciones de una pertenencia política o de una identidad clase.

El peronismo y el mismo Perón se presentan como una instancia inaugural de la historia argentina. Antes y después, un pasado de oprobios y un futuro hecho con otra argamasa social, con otras terrazas y el mismo destino. Antes y después es para el discurso político peronista y también para las imágenes que son sin palabras, imágenes que se exhiben; en particular la imagen de Perón en el balcón y de la gente en la plaza con las “patas en la fuente” el 17 de octubre de 1945. Un hecho originario, el comienzo de un nuevo recorrido. Perón en el balcón y las patas en la fuente, ida y vuelta de una misma sentencia icónica para la historia nacional. La foto se impone como condición de posibilidad de todo lo que sigue. No es una imagen cualquiera, es esa la imagen en torno a la cual se distribuye la visibilidad del peronismo.

 

Desde entonces y conjugado con la época, el peronismo se expande, durante sus casi diez años de gobierno, a través de miles y miles de imágenes. Inabarcable la cantidad e inabarcable las formas: hay imágenes para explicar la economía, otras para la dignidad del obrero, otras para los libros de lectura. En el billete de un peso del año 1947 la figura femenina de la libertad, que no tiene vendas en los ojos, va acompañada de la frase “Una nación socialmente justa, económicamente libre, políticamente soberana”; en las boletas para las elecciones presidenciales de 1951 están las fotos de Perón y de Evita.[1]

No son sólo sistemas gráficos de representación; estas imágenes son, a la vez,  la composición de una identidad política. Esa es su fortaleza, la de expandirse como visibilidad común, como una forma del ver colectiva, como un sistema de luminosidad que distribuye luces y sombras.; qué se ve y qué no.

En este sentido lo verbal y lo visual son dos sistemas heterogéneos: lo que se dice y lo que se ve. Pero lo que se ve no es necesariamente una representación de lo que se dice, es otra cosa. No se trata de poner en imágenes lo que es dicho con palabras; no hay entre ambos registros una relación de causa y efecto. Las imágenes tienen su recorrido, trazan un universo singular, componen su propio estatuto. Interactúan con los discursos, claro, pero no siempre del mismo modo y tampoco de una manera necesaria. Por ejemplo: el libro La razón de mi vida no es el ideario teórico de la imagen de Eva Perón; del mismo modo que La comunidad organizada no lo es del Perón con los brazos extendidos.

Por esta razón no es posible ver este universo de imágenes peronistas como una forma política adaptada para la comprensión exclusiva de los sectores más rústicos e iletrados. Los afiches o las imágenes en los libros no tienen como finalidad que los pobres entiendan un mensaje para el que no están capacitados de comprender con palabras. Lo visual no es la rueda de auxilio de lo discursivo. Lo visual define su propio sistema de cosas, lo que puede verse, lo que adviene a la presencia. En el caso del peronismo, se ve al obrero como actor principal de la política de estado, se ve una cierta complicidad de clase, se ve la gente en las calles. Se ven los niños (no se ve la juventud), se ve al cabecita negra, se ve una sensibilidad popular entre Perón y sus seguidores nunca antes vista. Quiere decir que este universo de imágenes traza su propio recorrido y delimita su propio horizonte, más allá de la doctrina peronista.

 

Lo visual es la forma de las obras; es la dinámica de lo concreto y la experiencia de las realizaciones. Es lo que aparece como verdad, como lo que no tiene posibilidad de engaño y se ve materializado. Por ello la imagen es la ratificación del orden político en la vida cotidiana, esa es su importancia. En revistas, en postales, en los libros de lectura, en las etiquetas de la sidra de fin de año, en las estampillas; en cualquier soporte que sea, la imagen ingresa como la certificación de un estado de cosas. Lo que se ve, lo que se toca con las manos, la realidad como verdad; la invención de una tradición visual para la composición de un sistema político.

A fines de 1951 y como parte de la campaña para la segunda presidencia de Perón, el poeta Enrique Santos Discépolo describe esa visibilidad de las obras realizas, en el programa de radio Pienso y digo lo que pienso:

Mirá, Mordisquito: la verdad es que entre vos y yo la diferencia está en el punto de vista. Porque si los dos vemos la misma realidad y tenemos reacciones distintas es porque uno de nosotros está mirando sin ver. ¡Y sí! Porque se puede mirar en blanco, sin ver nada. ¿No lo sabías? Es como sacar fotos con la placa velada. La foto se toma, pero no sale, ¿entendés? Claro que también es cierto aquello de que «todo es según el color del cristal con que se mira». Pero yo te invito a que miremos sin ningún cristal, sin ningún color. Con los ojos nada más. Que mirés con la inteligencia o con el corazón, que es la mejor forma de ver las cosas. Que mirés con las manos, tocando la realidad, que también es un estilo sin engaños.

¿Me entendés ahora? Yo no necesito ni quiero hablarte de teorías. Yo no te la vengo a contar. Te la señalo con el dedo. Te muestro las cosas que están ahí, de pie, sólidas, evidentes, al alcance de cualquier miopía. Por eso te pido que mires y que reflexiones. Nada más.[2]  

Evidencia, verdad, contraste: a través de sus obras, el peronismo es una comprobación sensible de lo que es. No es del registro del pensamiento sino de la práctica, de mirar con los ojos y también con las manos.

En 1950, en la cúspide del poder peronista, se publican, desde la Subsecretaría de Informaciones, dos libros de imágenes: La Argentina en marcha (fotografías) y La Nación Argentina: Justa, Libre, Soberana (Dibujos). El primero, de afirmación de lo que se ve en la realidad, el país en marcha, la Argentina puesta en imágenes, desde el comienzo de la jornada diaria de Perón, su actividad a partir de las seis de la mañana, hasta las ocho de la noche. En el segundo libro, La Nación Argentina… un atlas enorme, el tiempo dividido en tres (1943, el presente peronista y lo que ha de venir) y el punto a punto de la patria peronista.

En 1951, año de la elección presidencial, se inaugura la exposición de la obra de Gobierno “La nueva Argentina”, una maqueta visual a tamaño humano de lo que ha de venir.

El peronismo es doctrina y es imagen; es lo decible y lo visible, lo que se dice y lo que se ve. Dos planos distintos para una misma experiencia

Nuevamente: las imágenes del peronismo son parte de su legitimación política. El testimonio gráfico es la irradiación de la verdad de las obras, su resplandor. Su realidad ineludible.

[1] G. Miremont (2013). La estética del peronismo. Buenos Aires: Ediciones del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón.  Pág. 55-

[2] E. S. Discépolo (2006). Mordisquito: ¡a mi no me la vas a contar! Rosario: Pueblos del Sur. Pág.81.