Un meteorito que cae en Alsacia-Lorena en 1492 y termina sujetado del techo de la Iglesia de San Martín de Tours por considerarlo o prodigio divino o, tal vez, para que no vuelva a elevarse al cielo. Un texto del escritor Pablo Baler que, también, busca ser un homenaje a Juan Forn.

En la ciudad amurallada de Ensisheim, en el territorio imperial de Alsacia-Lorena, el 7 de noviembre de 1492 una inmensa roca cayó del cielo hacia un campo de trigo. Era una mañana fría y solo faltaban veinte minutos para el mediodía. Una niña y su perro, que caminaban entre las cosechas, habían sido los únicos testigos del impacto. Sin embargo, la explosión que produjo el meteorito al penetrar en la atmósfera, se había oído hasta 100 kilómetros a la redonda: en los Alpes, los valles del Danubio, Lucerna y los cantones boscosos de Schwyz y Uri. La gran roca de Ensisheim, que pesaba 252 libras, dejó un cráter de tres metros de profundidad.

La piedra fue extraída del hueco en la tierra, arrastrada por todo el pueblo hasta la iglesia parroquial de San Martín de Tours y suspendida finalmente de una cadena de hierro sobre la galería del coro. Para asegurarse, además, que no se escape de nuevo hacia los cielos, sujetaron la piedra fuertemente contra uno de los muros de la galería.

A tal punto la caída de la roca de Ensisheim fue tenida por un prodigio divino que aunque aterrizó cinco semanas después de que Colón hiciera lo mismo en América y tres meses después de la designación del papa Alejandro VI, en algunos manuscritos es el único evento registrado para el año 1492.

Esta fue, además, la primera vez que alguien presenció la caída de un meteorito desde la creación de la imprenta. De manera que, a  las pocas semanas, hojas impresas con un poema que describía el evento aparecieron en Basilea, Reutlingen y Estrasburgo. El poema había sido escrito por el célebre autor de La nave de los necios, Sebastián Brant, y es muy probable que los grabados que ilustran esos primeros amagos periodísticos, fueran de Alberto Durero que había pasado los últimos meses de 1492 en Basilea.

Según los grabados originales, la roca transita el cielo de derecha a izquierda; sin embargo, en una de las ilustraciones que se incluyen en las crónicas de Núremberg (publicadas en 1493 por Anton Koberger[i]), la roca cruza en la dirección opuesta. La explicación más sensata para esta discrepancia es que el artista copió el dibujo directamente del bloque de madera y no de la impresión. Más que una curiosidad histórica, esta inversión constituye la primera tergiversación en la historia del periodismo.

La iglesia parroquial de San Martín de Tours, que había sido construida en el siglo XII, sufrió junto con la ciudad el largo periodo de destrucción, masacres, pestes y hambruna que asedió a toda Alsacia durante la guerra de los treinta años. Prácticamente en ruinas, la iglesia fue reconstruida a mediados del siglo XVII, y logró mantenerse en pie hasta que, en 1854, luego de décadas de deterioro, la torre colapsó y por empatía, toda la estructura. El meteorito fue rescatado de entre los escombros y transferido al Hôtel de Ville, al lado opuesto de la plaza central.

Allí, en el último piso del Hôtel de Ville, en el Musée de la Régence, se encuentra hoy la roca de Ensisheim, que cuenta con la distinción de ser uno de los más antiguos meteoritos que haya registrado un testigo presencial. En ocasiones especiales, el visitante al museo puede también encontrarse con Los Guardianes del Meteorito de Ensisheim. En sus capas rojas y sombreros emplumados, los miembros de esta pintoresca compañía dedicada a celebrar al famoso huésped celestial, se han encargado no solo de renovar la muestra y la gran vitrina sino también de restaurar la inscripción que acompañó a la roca durante cinco siglos:

Sobre esta piedra, muchos han hablado ampliamente Todos han dicho algo

Pero ninguno lo suficiente

 (De hoc lapide multi multa, omnes aliquid, nemo satis)

[i] Casual o predestinadamente el padrastro de Durero

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