Ese gran humorista que fue Kalondi editó por su cuenta y cargo dos manuales en los que intentaba una autoayuda para ser pobre y para armar un buen fracaso. Los dos libros –de los que se publican algunos fragmentos- indaga en estas situaciones para poder hablar, con una ironía caústica y bastante desolada, de lo que ocurre en el mundo y de cómo malvivir en él.
MANUAL DEL POBRE
DEFINICIÓN
De entrada tropezamos con una dificultad (mal augurio para un libro que recién empieza):
¿Qué es un pobre?
Veamos que nos dice dona Maria Moliner en su respetable mamotreto (Diccionario de Uso del Español):
“Se aplica a las personas que tienen poco dinero o pocos bienes de cualquier clase”. La reina de Inglaterra posee casas, joyas, terrenos por 7.800 millones de dólares. Pero si se considera un bien un guardarropa de buen gusto, la situación de Elizabeth es de cruel indigencia. Y no hablemos de sus sombreros.
Tampoco nos sirve de mucho el Diccionario de Julio Casares, que fue Secretario Perpetuo de la Real Academia. Pobre: Que carece de lo necesario para vivir o que lo tiene con mucha escasez. ¡Vamos, vamos! Si carece de lo necesario para vivir, está muerto.
Y en cuanto a tenerlo con mucha escasez, recordemos a Osear Wilde: “Puedo vivir sin lo necesario, pero me es absolutamente imprescindible lo superfluo”. A determinado tipo de hombre (no precisamente el tipo Oscar) le pasa que para sentirse vivir necesita el amor de muchas mujeres. Si sólo su esposa legal le tiene cierto afecto y las demás son putas ¿entra en la categoría de pobre?
No hurguemos más en las definiciones del diccionario. Éstas sólo sirven para encabezar indignadas respuestas a lo que otro ha dicho: “El senor Fulánez me acusa de ………….. Se equivoca. Le aconsejo a ese senor que busque en el diccionario la definición de ……………….. Y que en otra página del mismo, busque la definición de …………….. , que es la que se le aplica a él”. También sirven para empezar un libro, cuando no se sabe por dónde empezar. Como en este caso. Y como en este caso esa función la han cumplido, arrojémoslas alegremente al canasto, como un limón exprimido[1] . Optemos, en cambio, por inventar una nueva definición, exclusiva para este manual: la pobreza es un estado de ánimo.
POBRES FAMOSOS
Para quienes se creen eso de “rico y famoso” tenemos una sorpresa: también se puede ser pobre y famoso. Un par de ejemplos:
Diógenes el cínico
Nació en Sinope en el 413 a JC y murió en el 327 a.JC. En aquellas épocas no era raro que un hombre muriera 86 años antes de nacer. Lo raro es que, siendo tan pobre como se dice, alcanzara tan avanzada edad.
Las mentas dicen que era hijo de un banquero que fue desterrado por falsificar moneda. Pero no fue por eso que lo llamaban “el cínico” sino porque fue discípulo de Arístenes, un filósofo fundador de la escuela cínica. Curiosamente esa escuela sostiene que el hombre debe perseguir la virtud como soberano bien, y para eso despreciar honores y riquezas. De acuerdo a esto, queda claro que Carlos Saúl Menem no es un cínico.
También llamado “el perro” porque llevaba una vida de ídem, era poseedor de una sola túnica. Que, lógicamente, no debería poder lavar nunca, para no ser arrestado por ofensa al pudor, de ahí que tuviera que dar sus enseñanzas a los gritos, porque nadie se le acercaba a menos de cinco metros. Salvo Alejandro Magno, que era un valiente.
Se dice que andaba descalzo en cualquier estación del año, aunque también se dice que no salía mucho a pasear en invierno. Prefería quedarse en el tonel que le servía de casa.
De su frugalidad habla otra anécdota: viendo a un niño beber de una fuente con las manos, arrojó su escudilla exclamando: “¡Todavía tengo cosas superfluas!” La anécdota no aclara si después vendió o regaló su caño/alojamiento.
Debía padecer algún problema con la vista: dos historias así lo hacen pensar. La famosa con Alex Magnum, en la que le pide que no le quite el sol (a lo mejor le dijo “No me hagás sombra Alejandro. Cada uno en lo suyo. Yo voy a ser famoso a mi manera”). Y la otra, la de que en pleno día se paseaba por las calles de Atenas con una linterna y diciendo “Busco un hombre”. Lo que nos deja con la duda de si además de perro y cínico era también homosexual.
San Francisco de Asís
Inventor de la pobreza franciscana. Se llamaba Juan en realidad, pero su padre, Pietro di Bernardone, un rico mercader, admiraba a los franceses y le enseñó el idioma galo, por lo que en el barrio lo llamaban Francesco (“el francés)[2] y se quedó con el apodo.
De joven le gustaban los fierros y participó de varias campañas militares. Hasta que tuvo una visión (¿Ya se conocía el LSD en el siglo XII?), se mandó a cuarteles de invierno y fundó una orden de sacerdotes mendicantes, para la que obtuvo como donación la montaña de Alvernia (condado de Urbino).
Los franciscanos no debían ser muy populares entre los mendigos italianos que, seguramente, los acusaban de competencia desleal. Esto explica la fragmentación de la orden en muchas sub-órdenes, quizás debido a que cada una buscaba la estrategia más adecuada para extender la mano. Una de esas escisiones fue la de los capuchinos, que llegó a su máximo esplendor tras la aparición de la máquina espresso.
Estimulados por el ejemplo de su líder (“Si él se pudo hacer amigo de un lobo, ¿por qué no voy a poder domar a un indio?”) los franciscanos se largaron para evangelizar América y consiguieron, con buenos modales, casi lo mismo que los conquistadores con sus mandoblazos a lo bruto.
COMBATIENDO AL CAPITAL
Usted es un recluta nuevo. Olvídese de las pavadas que le decían en la escuela. Olvídese de las discusiones existencialistas de sus cafés de bachillerato. Olvídese de su militancia politica en la universidad. Para un pobre, para un Pobre de Verdad (PDV), toda esa hojarasca teórica es sólo eso: hojarasca. O sea teoría. O sea paja (hojarasca).
El verdadero pobre, el PDV, se pasa todas esas páginas de la vida por salva sea la parte. Porque carece de papel higiénico. (¿Sabía usted que los pobres siempre tienen el culo paspado? Conviene que lo sepa antes de seguir adelante con su proyecto).[3]
El Pobre de Verdad (PDV) no cree en nada
Por lógica: tener una creencia sería tener algo. Y un pobre, en cuanto tiene algo, deja de ser pobre. Tanto no cree que ni siquiera cree en la beneficencia . En eso creen las Damas de la Beneficencia (a las que Jacques Brel elogió en un hermoso vals), que se empeñan en creer en sus virtudes y no han conseguido jamás que un PDV agradezca DV (de verdad) sus esfuerzos).
El PDV es el gigoló de la señora gorda
Él toma sus dones con displicencia y sigue llorando. Llorando miseria. Claro que los dones no son tantos ni de tanta cuantía y la miseria es abudante. Hay que comprenderlo al pobre: el PDV padece de un intermediario. Por más que se comporte como un elegante (es un decir) gigoló, se le interpone un cafiolo que, con sotana, se lleva lo principal de lo que la señora gorda estaba dispuesta a soltar.
CIENCIAS NATURALES
Los animales, ¿son pobres? Las opiniones difieren. Según ciertos zoólogos, las bestias cumplen con los requisitos: no tienen nada que ponerse, comen salteado, sus viviendas –cuando las tienen- son precarias y carecen de instalación sanitaria y eléctrica. Los lingüistas refuerzan esta opinión citando dichos populares: “pobre gato”, “más pobre que una laucha”, “piojo resucitado”, etc.
Sin embargo, los opositores a esta teoría observan que “vida de perros” no es aplicable al caniche que usa tapaditos en invierno, come alimentos balanceados, tiene peluquero propio y se “hace las manos” (manos ¡vamos!) con podólogo especializado.
Por otra parte, si los animales fueran tan pobres, no podrían solventar los gastos de sus Sociedades Protectoras, poderosos lobbys que dominan los medios de comunicación. “Pobre Mariposa” no alude a la carencia de dinero de este lepidóptero: es sólo un lindo título para un hermoso tema de jazz.
Si bien a la cigarra se la puede calificar como “bohema”, difícilmente se puede llamar “pobre” a la hormiga, cuya capacidad de ahorro es bien conocida. Además tiene negocios colaterales (ver “contrabando hormiga”).
Cuando se afirma que los animales no tienen qué ponerse se está opinando a la ligera. Compárese al pavo real con la gallina.
¿Y el león? ¿Alguien ha visto trabajar a un león? Ni siquiera se molesta en cazar. Sus esposas lo hacen por él. ¿Se puede llamar pobre a un rey de la selva?
MANUAL DEL FRACASO
MECANISMOS QUE CONDUCEN AL FRACASO
Ser o quizás mejor no
Ahora que usted va entendiendo la idea, y se interesa por llegar a ese estado de beatitud que es el Fracaso Total, se preguntará si, aparte de tanta teoría, no podríamos ayudarlo con un ejemplo práctico. A sus órdenes, lector.
Hamlet, príncipe, no ha llegado al trono porque un vivillo que viene a ser su tío se le adelantó, mediante la hábil maniobra de casarse con su madre (la de Hamlet). Con un puñal en la mano (y no con un cráneo humano, como el vulgo cree; esa es otra escena), Hamlet (no conocemos su apellido) se pregunta si será mejor ser o no ser. Y empieza a contestarse:
¿Será mejor sufrir los dardos y flechas de la indignante fortuna, o será mejor tomar armas contra un mar de tribulaciones y, por el simple oponerse a ellas, darles fin?
Ya empezamos mal. Porque esa no es realmente la cuestióm. Las alternativas que plantea están referidas a dos posibles estados del ser. Un ser, vivito y coleando, que tiene que elegir entre aguantar o pelear. Tragar sapos o armar la bronca.
Sin casi darse cuenta, se da cuenta de que la elección va por otro lado. Se trata de decidir si todo esto vale la pena.
¡Ecco! Ni sufrir, ni pelear. Tomarse las de Villadiego. Mutis por el foro. El EXIT (salida) como SUCCESS (éxito)
Dormir . Nada más. Un buen puré de Valium, y sanseacabó.
Pero, ¿y las pesadillas?
Conclusión: soy un cobarde (“Thus conscience does make cowards of us all” –elegantemente Hamlet deja de lado a los que, no siendo cobardes, se enfrentan armados a las dificultades, aun a riesgo de que se los pasen a cuchillo. De paso, ¿qué hace Hamlet con un cuchillo en la mano?).
Primera observación útil: si tiene que tomar una decisión, no lo haga con un cuchillo en la mano.
El soliloquio del príncipe es sólo un botón de muestra. Aunque explica muchas cosas. Con una forma de razonar tan deshilachada no es raro que la conducta general del muchacho configure un caótico desorden de palos de ciego. Mata, por error, a Polonio, vuelve loca a Ofelia, consigue que lo destierren (¿Hamlet el primer exiliado político de la literatura?), se bate a duelo con su amigo y potencial cuñado (Laertes era hermano de Ofelia), su madre se envenena -sin querer, eso sí- y, finalmente, logra matar al rey impostor pero a costa de su vida. ¿No es un costo muy alto?
Aún ahora, que tiene más clara las opciones, vacila. Porque aun adoptando la solución que parecería más simple –pues ahorra padecimiento o follón- permanecen las incógnitas.
Segunda observación: Pensar en el fracaso conduce al fracaso.
La insoportable pesadez del éxito
Los triunfadores se dividen en dos. Sí, ya sabemos, la gente en general se divide en dos, los que dividen a la gente en dos y los que no. Pero aquí se trata de simplificar. Porque las ideas pueden también dividirse en dos, aunque, cuando buscamos la idea del átomo, una idea indivisible per se, nos encontramos con gente de cráneo grande, que usa gafas y que a cada rato descubre que el átomo puede dividirse en electrones, protones, quarcones, maric…, etc, o sea que el famóso átomo no es ese granito de cosa, pero, cosa al fin, sino que está hecho de muchas otras cosas. Y éstas a su vez, etcétera.
Pero íbamos a que los triunfadores pueden dividirse en dos. Pueden, porque son triunfadores, también pueden eso.
Los que dicen que han fracasado pues el precio que han pagado para llegar a donde están ha están ha sido muy alto (amor, familia, hígado, culpa, miedo).
Y los que dicen que han triunfado, aunque a los demás eso no les parezca un éxito digno de mención.
Ambos mienten, por supuesto.
Los primeros que aseguran que el éxito no da felicidad se cuidan de la envidia que los rodea, que siempre puede tenderles una trampa. Remember La Fontaine, la zorra y el cuervo que tenía un cacho de queso en el pico, su vocación de cantor, etc.
El éxito los hace sufrir y, sin embargo, curiosamente, no quieren compartir su sufrimiento. Cosa que hasta Cristo hizo, haciéndonos padecer a todos su especial tormento, haciéndonos olvidar de los cientos de miles de crucificados que sembró Roma a lo largo de las banquinas de sus autopistas de piedra. Pero eso es otra historia.
Ensañémonos un poco más con estos primeros hipócritas.
Siempre estará el poderoso dueño de la mayoría accionaria de la mayor empresa petrolera del mundo que dirá que, en realidad, lo que él quería era ser un violinista callejero como uno que había visto en su niñez.
Será difícil encontrar a ese violinista muerto de hambre pero, si por casualidad nos topàramos con un mendigo en las Ramblas de Barcelona que tortura un violín (y a la gente que va caminando y le arroja monedas para ver si eso se puede parar) y le preguntáramos si es feliz así, podríamos encontrarnos frente a una sorpresa. Capaz que ese cretino, procurando incorporarse a la fila de los exitosos, dijera que eso que hace es todo lo que quiso hacer en su vida, lo ha conseguido, hace felices a los transeúntes, come poco, lo que hace bien al colesterol, y es amigo del barrendero, que también es feliz.
Miente: No hay barrenderos felices.
1] Aunque no conviene tirar limones exprimidos al canasto de papeles: pueden criar hongos.
[2] ¡Snob!
[3] La vida del pobre es áspera en más de un sentido
Kalondi (Héctor Compaired, 1934-1998) debutó en Tía Vicenta y colaboró en Primera Plana, Satiricón, Humor, La Nación y 7 Días. Estuvo exiliado en España durante muchos años.Algunos de sus libros: Aún no he muerto, Las aventuras del coronel Mac Mister, Manual del pobre y Manual del fracaso.
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