Cuando el censo de población es mucho más que una simple recolección de datos porque muestra los desgarros de aquellos que se cuentan como números pero son seres de carne y hueso.

La mañana se ofrecía plomiza y gris. Un disco plateado espiaba tras las nubes, como no queriendo ver. Casi sin viento el otoño estrenaba su estela de frío. La ciudad despertaba con la curiosidad de los grandes acontecimientos. De todos modos, había una pereza propia de los feriados. En la villa todo permanecía inmóvil. Apenas se podía divisar, saliendo de las chimeneas de latón, una columna de humo que, casi sin fuerzas para subir, se esparcía por todos lados displicentemente.

El enramado de cables que pendía de precarios postes no permitía ver la falta de antenas de televisores. Los cercos de cantoneras ponían coto a la valentía de ladreros cuzcos de raza indescubrible. La lluvia no era muy fuerte, pero las casillas parecían esconderse en medio de la neblina.

Con su paraguas, el impermeable y las botas, la censista bajó de su auto, asiendo fuertemente una bolsa de plástico contra su pecho, avanzaba despacio, como arrastrando un pasado inservible para estos casos. A duras penas podía mantenerse en medio del fangal.

–              Buenos días señora, vengo por el censo.

–              Buenas, pase. La estábamos esperando. Déjeme que le pase un trapo a la mesa. A ver chicos, salgan que la señora se va a sentar. Vayan a la cama, pero sin hacer ruido que el José duerme. Pase, pase, no se quede ahí. Justo hoy tenía que llover ¡qué macana, no? Siéntese… Apóyese tranquila que no se va a manchar.

–              No se ponga en molestias, yo en un minutito termino.

–              Pero por favor ¿quiere un mate? Reciencito lo empiezo.

–              No, gracias, tomé un te antes de salir.

–              ¿Está segura que no quiere un mate? Con el frío que hace…

–              No es por despreciar, le agradezco, pero no quiero.

–              Bueno, pregunte nomás

–              ¿Cómo es la dirección de acá? Señora

–              ¡La dirección? Ah… ¿la vieja o la nueva? Fíjese, acá está con los documentos. Ahí está el papelito donde está anotado. No me acuerdo bien porque antes era otro número, pero vinieron a medir para hacer el plano y lo cambiaron. Dicen que nos van a dar los lotes. Hace años que nos dicen lo mismo, pero parece que ahora va en serio. Dios nos oiga. ¡Usted no sabe nada? Porque si nos dan la tierra, seguro que nos largamos a hacer alguna piecita y despacito iremos pensando en mejorar.

–              Disculpe que la interrumpa: ¿Es lote 235? No se ve bien…

–              Si, lo que diga ahí, fíjese usted que tiene buena vista. ¿No sabe si nos van a dar las tierras?

–              No, yo solo vine a hacer el censo, perdone.

–              Claro, claro, está bien, siga nomás, no me haga caso. Pero eso es lo que necesitamos más que ninguna otra cosa.

–              Bueno, a ver: ¿esto es un rancho o casilla?

–              No m’ijita, espere que le diga: un rancho es de adobe como donde nací, allá en el campo. Ahí el José trabajaba en el campo lindero, me pidió y el abuelo me dio permiso para casarme. Después nos vinimos a la ciudad porque no había para todos. Acá levantamos esta casilla con lo que encontramos o nos prestaron. Cantoneras, maderas y cartones para el techo y, si conseguimos los vidrios, vamos a sacar las arpilleras de las ventanas.

–              ¿Cuántos hogares hay en la vivienda’

–              ¿Cómo? ¿Hogares? Acá vive toda mi familia.

–              Me interesa saber si comparten entre todos los gastos.

–              Si, claro. Acá todos comemos de la misma olla. Tras que casi la única plata que entra es la que consigo con mi trabajo no vamos a estar preparando varias comidas. Yo le atiendo la casa a una señora del centro que es muy buena, siempre nos da ropa, pero estoy casi todo el día afuera.

–              Espere, necesito saber si el piso es de cemento.

–              Nom’ijita, es de tierra. Está muy alisado porque el José lo emparejó bien, y de andar nomás así quedó.

–              Si, claro ¿tienen agua dentro de la vivienda?

–              No, tenemos el agua está allá en la otra cuadra y la vamos a buscar con tachos, ahí hay un tanque. Aunque ahora, después de las elecciones dejó de venir el camión que lo llenaba ¿usted le parece? Se acuerdan de nosotros antes de votar, pero después se olvidan. ¡A usted le parece!

–              No se ponga así señora. ¿Me podría decir cuántos cuartos hay, sin contar el baño ni la cocina?

–              La cocina es ésta, pero las comidas las calentamos en la estufa con la leña que conseguimos por ahí. Y el baño, es el escusado que está afuera. Atrás del ropero están las camas.

–              Entonces: cuartos ninguno.

–              ¿Cómo que ninguno? No le digo que dormimos ahí, donde están las camas. Una para el José y yo, otra para el Claudio, la Mariana y el Lito y otra para el abuelo. Espere a que nos den el terreno y ya les vamos a hacer una habitación para cada uno.

–              Bueno señora, pero entonces si esta es la cocina yo tengo que poner que cuartos ninguno.

–              Perdone, señora, ponga lo que tenga que poner, pero tenemos un cuarto para dormir. No vaya a ser que piensen que no tenemos donde caernos muertos. ¡No entiendo a dónde quiere ir a parar!

–              Por favor, no se lo tome a mal. Yo sólo tengo que hacer las preguntas tal como están escritas. Le explico: debo relevar más de cuarenta casas y necesito apurarme para no estar todo el día con esto.

–              …

–              Entiéndame, no es ningún problema personal, es el censo. Entonces: tiene retrete sin inodoro y es propietaria de la vivienda y no del terreno. Está bien, apuremos ¿usted es la jefa del hogar según me indicó ¡no?

–              ¿Quién dijo eso? Por favor, ¡el jefe del hogar es el José!

–              Disculpe pero ¿no me dijo que el único ingreso es el que usted tiene de doméstica en una casa?

–              Si ¿y eso qué tiene que ver? ¡Acá el jefe de la familia es el José! ¿Dónde se ha visto? Haga el favor. Bastante tiene con estar sin trabajo hace seis meses. ¿Quién lo va a tomar? Ya tiene 45 años y aparte de las tareas de campo lo único que sabe hacer es algo de albañilería. Acá se paró todo y ¿cómo quiere que consiga trabajo? Pero de ahí a faltarle el respeto es otra cosa: ¿Usted qué se ha creído?

–              Señora perdone, pero yo tengo que llenar esto según las instrucciones que me dieron y el que mantiene el hogar…

–              Nada: usted ponga lo que yo le digo: el José es el jefe de la casa. O no le parece bastante con tener que andar por ahí mendigando trabajo. Esperar horas y horas para que le digan que no. ¿Qué otra cosa quiere ahora? ¿No basta con eso? Quieren que todos digan que es un vago, un mantenido. Ya mismo se lo despierto.

–              ¡No, no! ¡Por favor! Señora, no…

–              Venga, venga y mírelo. Ahí lo tiene. Ese es mi marido. Es el hombre más bueno del mundo. Hay veces que lo veo con sus ojos a punto de llorar, desvencijado, mirando para cualquier parte y tengo miedo. Mírelo, hoy puede dormir como un angelito, porque ayer le compré un vino, total hoy no tenía que salir. Hace seis meses que no duerme bien… Y ahora quiere que le haga esto ¿Por qué lo quiere ofender? ¿Qué busca? Dígame ¿Qué busca?

–              Yo no busco nada, enseguida termino y me voy. Necesito saber los nombres y edades de los que viven acá.

–              Ahí tiene los documentos, fíjese usted que sabe leer.

Un silencio tenso como la premeditación del trueno se apoderó del lugar. Los chicos asomaron sus cabecitas con una mezcla de curiosidad y temor. Mientras la censista revisaba los documentos y tildaba las planillas, ella agregó algunas ramas a la estufa que mantenía el calor a pesar de la puerta abierta para dejar entrar la luz. Sus manos no dejaban de revolver en círculos el repasador que iba de mano en mano rápidamente.

Miraba la puerta como perdida, rumiando un tejido de dolor y bronca que se le incendiaba en los ojos. Los minutos se desplegaban sin tregua. Un vaticinio acechaba. Había dejado de llover.

–              ¿El abuelo no tiene documento?

–              No señora. Cuando él nació allá en el campo no había documentos. Ni siquiera él sabe cuántos años tiene. Después de la caída quedó inútil y lo fuimos a buscar para que lo atendieran en el hospital. Pero me parece que se está muriendo despacio, como un árbol…

–              Bueno, no importa, no lo ponemos. Espere que lo borro…

–              Pero ¿ni siquiera una jubilación se le podrá conseguir?

–              Y, señora… sin documentos… Necesito saber quién fue o va al colegio.

–              El José y yo no fuimos pero el Claudio y la Mariana van a la primaria. Ahí les dan de comer, por suerte. El Lito todavía es muy chico.

–              Listo, marco esto ya está, terminé.

–              ¿Cómo, esto era todo lo que quería saber?

–              Si, esto es todo lo que necesitaba marcar. Ya me voy…

–              ¿Cómo que ya se va? ¿Eso es todo? ¿Le parece que con las preguntas que hizo ya sabe todo lo que nos pasa? ¿Se cree que con eso nos alcanza? ¿Si no nos preguntó nada? ¿Cómo vamos a tener esperanza de que el Censo nos va a servir para algo? Y si no tenemos esperanza ¿qué nos queda?  No, usted no se va hasta que no le diga todo lo que nosotros queremos decir.

–              Señora, por favor, déjeme salir, córrase de la puerta. Si no me voy a ver obligada a llamar a la policía.

–              Claro, ahí está, eso es lo que usted quiere: Quiere decirle a todo el mundo que somos ladrones, ocupantes, vagos, borrachos. ¿Qué más? Ya me lo veo venir: después van a decir que tenemos la culpa del cólera. No señora, no se me va hasta que yo le haga todas mis preguntas.

–              Por favor, no se ponga así necesito seguir censando.

–              Necesito, necesito, lo único que le preocupa es lo que usted necesita ¿Y lo que nosotros necesitamos? Dígame ¿acaso no le pagan por hacer el censo?  Entonces me tiene que escuchar. Claro, ya puso todas las crucecitas que tenía que poner en su papel y ya está. Ya cumplió. No y No ¿Le parece que a nosotros nos gusta vivir así? ¿Dónde está el amor en sus papeles? ¿Tiene idea de la alegría que sería para mí esperarlo al José con un mate si volviera cansado de trabajar, pero hecho un hombre entero? ¿Y con lo que sueño que los chicos tengan un título en la técnica para que no les pase lo mismo que a nosotros? ¿Y lo que deseo enterrar al abuelo en su tierra cuando se muera? No señora, a usted qué le importa. ¿Para qué me gasto? Váyase, por favor, váyase… Discúlpeme no quería ponerme así… váyase ya.

La censista, cautelosa, la esquivó y salió. Con la cabeza fija en el piso, se aferró al barro como el único punto de apoyo cierto en el mundo. Subió al auto, apoyó su cabeza en el volante y lloró, sólo lloró, largamente, casi sin fuerzas…

El sol salió e iluminó certeramente al villorrio…

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