Desear lo que “suponemos que el otro tiene y nosotros no”, triste incentivo para que trabajemos en pos de un paraíso inalcanzable, lo que produce bronca e impotencia. Un libro premiado que habla de eso y del peligroso vaciamiento del Estado y las democracias por poderes desterritorializados.
“¿Y no somos todos un poco inanimados, George? ¿Cuánto libre albedrío tenemos? Nos imponen controles por todas partes, nuestra estructura física, nuestra estructura mental, nuess antecedentes: de alguna manera todo eso nos da forma, nos asigna un papel en la vida, y, George, más vale que desempeñemos ese papel o llenemos ese agujero o como diablos quieras llamarlo, o el infierno va a desbordar el cielo y se nos va a caer encima”
Jim Thompson “1280 almas” (1964)
Hace tiempo que el mundo asiste impávido al crecimiento de la ultraderecha en una gran cantidad de países. Hay un consenso, además, entre quienes analizan el fenómeno, sobre el rol que han jugado en esto las redes sociales, la excesiva concentración de la riqueza a nivel global y la precarización de las condiciones de trabajo de miles de personas. Aunque pocos intelectuales se han tomado el trabajo de sistematizar en un análisis coherente y detallado las claves de este presente que nos agobia e insertarlo en un contexto histórico más amplio que le otorgue sentido a lo que, a simple vista, parece ser sólo un desquicio que nos está llevando poco a poco a un escenario de pesadilla.
Esta es la tarea que se ha propuesto el filósofo alemán Joseph Vogl en su último libro Capital y resentimiento. Una breve teoría del presente, editado recientemente en Argentina por el sello Adriana Hidalgo. En este texto vertiginoso y con abundancia de información, tanto histórica como actual, Vogl comienza por encuadrar el fenómeno dentro de una tendencia de largo plazo del capitalismo, que no comenzó con Internet, sino que viene gestándose al menos desde los años setenta del siglo pasado y que ya se encontraba presente en los albores del siglo XIX.
Durante las últimas cuatro décadas, afirma Vogl, el capitalismo ha ido mutando de forma paulatina hasta transformarse en la versión “financiera” que hoy está en pleno auge, desprendiéndose a pasos agigantados del “mundo real” de la producción de bienes y servicios, a la vez que se coloca por encima de los estados nacionales, cada vez más debilitados. Este cambio radical trae consigo “un riesgo de pérdida de la democracia inmediato”. ¿Cómo llegamos hasta acá? Según Vogl, a partir del momento en que los capitales se vuelven meramente especulativos y circulan sin restricción de barreras nacionales, comienzan a buscar nuevos territorios de “conquista” para poder seguir extrayendo valor. La popularización de Internet a fines de los años 90 le otorga al capital la “plataforma” necesaria para lograr esto.
Un nuevo modo de control social
El famoso “capitalismo de plataformas”, que se afianza a partir de la crisis financiera de 2008, recurre a un viejo método – que ahora se vuelve masivo – para obtener su propósito: la generación de resentimiento como modo de control social y de impulso económico vital, “transformando en el camino hasta la última fibra de nuestra subjetividad y sentimientos con el único fin de enriquecer a unos pocos privilegiados”.
Ya desde sus inicios, afirma el filósofo alemán, el capitalismo se valió de la “envidia” y el “resentimiento” como motor de creación de valor. Desear lo que “suponemos que el otro tiene y nosotros no”, es un triste incentivo para que trabajemos más, en busca de ese paraíso terrenal inalcanzable, algo que sólo nos produce más bronca e impotencia, ya que el sistema está estructurado de manera vertical y los beneficios de nuestro trabajo se los llevan un puñado cada vez más reducidos de personas.
Lejos de la filosofía martirizante y apocalíptica que pregona el coreano Byung-Chul Han, el análisis de Vogl opta por describir el fenómeno en base a datos, abriendo las puertas a un debate más amplio y menos pesimista. Aunque esos datos sean terroríficos. Así nos va pintando un panorama donde la fusión entre el capital financiero y las nuevas tecnologías de la información han emprendido una batalla contra los “estados”, a los que consideran un gasto inútil y superfluo y un obstáculo para seguir enriqueciendo a unos pocos de manera cada vez más escandalosa. El “libertarismo” neoliberal que nutre la ultraderecha se alimenta del resentimiento que crean las redes sociales, al mismo tiempo que propone condiciones de vida aún peores a las ya existentes.
Una estocada final a los Estados
Un dato interesante, que aparece con mucho detalle en el libro, es la compra, por parte de los grandes fondos de inversión, de la mayoría de los grandes medios de comunicación influyentes a nivel global, lo que le da al “capitalismo de plataformas” incidencia en todos los procesos políticos, retroalimentando un “rulo” infernal, donde las noticias manipuladas influyen en los mercados y a la vez que los dueños del dinero “manipulan las noticias”. Privatizar la emisión de moneda, afirma Vogl, es su próximo objetivo. Por eso ponen tanto énfasis los “libertarios” en la destrucción o desaparición de los Bancos Centrales, el último reducto de soberanía que les queda a los estados nación ya muy debilitados. En ese sentido, la aparición primero de las criptomonedas y los proyectos de plataformas como Facebook, de emisión de su propia moneda, buscan darle la estocada final a los estados, con el objetivo de transformarse ellas mismas (las plataformas) en un estado desterritorializado, sin reglas impuestas por los molestos “políticos” a los que difaman a menudo y a los que acusan de corrupción con el único objetivo de dirigir hacia ellos “el resentimiento” de los “consumidores”.
Por último, Vogl alerta sobre los cantos de sirenas que quieren presentar a las plataformas como espacios democráticos donde cada uno puede hacer uso de la “libertad de expresión”. El refinamiento de los algoritmos y los sofisticados sistemas de control del que disponen Google, Facebook, Instagram, Twitter, entre otros, hacen que esta supuesta libertad en realidad sólo sea una pantalla para imponer su propia agenda. Hoy las plataformas se atribuyen el derecho a la censura, borran contenido de los usuarios sin dar explicaciones a nadie, no se hacen responsables de las publicaciones que incitan al odio o a la discriminación del otro – también en nombre de la benemérita libertad de expresión – y movilizan a la opinión pública según sus propios intereses, sin rendir cuenta ante nadie por sus acciones.
Con Capital y Resentimiento, ganador del Premio Günter Anders 2022 al Pensamiento Crítico, Joseph Vogl se coloca en el centro de un debate mundial cada vez más necesario. Los instrumentos con los que contamos para frenar este desquicio son cada día más escasos a la vez que los riesgos aumentan a medida que las “plataformas” avanzan en la colonización de nuestras vidas. Pero si no hacemos algo para remediarlo, advierte el filósofo alemán, vamos a entrar de forma rápida en un proceso que no sólo acabará con las ya frágiles democracias, sino que además nos llevará a un clima de preguerra similar al que produjo el último auge del resentimiento masivo en Europa y que tuvo por epicentro la Alemania nazi de los años 30. Y ya todos sabemos cómo terminó aquella pesadilla.