Una aparición de la Virgen en España y luego en Buenos Aires en medio de un asado con vegana incluida y disquisiciones sobre qué es ser humano a partir de un mejillón del tamaño de un zapato y preguntas sobre a quiénes se permite o no entrar al Corte Inglés.
No sé la vida qué onda. En Chile hay un mejillón del tamaño de un zapato. Eso solo ya da que pensar. Tanto hablar de la armonía de la naturaleza y de repente estas desproporciones… no sé. Ok, supongamos que hay una Inteligencia Superior o Espíritu Absoluto o Fuerza Cósmica que se encarga de crear y descrear, lenta y escrupulosamente, todo lo que hay, no hay, no podrá haber nunca o tal vez un día haya. Incluyamos ahí lo que es y no es al mismo tiempo. Supongamos eso. Démosle crédito a la Entidad Suprema. Todo es un Todo. Ahora pongámosle una L. Todo es un toldo. Se puede hacer, ¿verdad? La prueba está en que lo acabo de hacer. Todo es un Toldo. Si yo hubiera dicho, escrito o simplemente sugerido esta idea hace 600 e incluso 400 años, me habrían quemado vivo, arrancado las uñas de los pies o encerrado de por vida en el más lúgubre loquero. Por poner una L de más. Hay quienes todavía ofrecen ese servicio de condena eterna. Y al lado un mejillón del tamaño de un zapato… no tiene el menor sentido, me van a perdonar. Otro ejemplo: hay un lugar en el mundo que se llama El Corte Inglés. Eso lo hizo el hombre, es una obra humana. Es una cadena de enormes edificios comerciales, y mucha gente acude a ellos de buen grado y con sincero afán. Una curiosa característica de estos lugares es que no pueden entrar chanchos o avestruces o búfalos sueltos o acompañados. El Corte Inglés contrata a guardias armados para evitar esta eventualidad. Pero ratas hay, aunque no expuestas. Las ratas pasan. Y también hay millones de moscas y billones de bacterias, que también transitan en libertad. Sinceramente, no entiendo nada. ¿Es una cuestión de tamaño, entonces? No lo sé. ¿Por eso no vemos a dios, porque es muy grande y no lo dejan pasar? ¿Y el mejillón (al que llaman choro zapato)?
Desde hace unos años, no sé, quince, tal vez más, hay una cosa denominada realidad virtual. ¡Como si la realidad pudiese ser otra cosa! Pero dejemos eso. Pasemos a describir el fenómeno. La gente ve en dispositivos al uso cosas que cree que no existían antes de verlas ahí. Ese es otro espacio en el que los animales no participan, y no digamos ya los vegetales o minerales. Al parecer, la especie humana ha abierto una ventana a lo que se ve y se oye pero no se toca, a una especie de espiritualidad limitada por un lado pero ecuménica por el otro, que sólo le es perceptible a sí misma. Los otros seres no la distinguen de la realidad “real”, vamos a llamarla. Es como El Corte Inglés o el Toldo, nociones exclusivas de la humanidad. En cierto modo, el choro zapato también es, en tanto noción, exclusivo de la humanidad. Hasta ahora, digamos. Me explico: quizás sí haya seres que compartan esta percepción de las cosas con nosotros, pero no sabemos dónde están. En parte, porque los hemos relegado, les hemos supuesto una no-participación natural en nuestros asuntos; y en parte porque no sabemos si se han manifestado ya o todavía no.
¿A qué viene todo esto (o tal vez debería decir: Toldo Esto)? Voy a responder con otra pregunta: ¿por qué tienen que venir o ir las cosas? No creo que nada vaya a ninguna parte.
Aún así, yo me quería referir a otro aspecto que tiene y no tiene que ver con lo señalado anteriormente. De un tiempo a esta parte me entero de que, aquí y allá, se les está apareciendo la Virgen o una forma muy bien conseguida de la misma a algunas personas. No lo digo yo: me llamó los otros días mi amigo Yuyo Gálvez para referírmelo, y otro amigo, Alfio, que es escultor, me escribió por realidad virtual que tenía conocimiento de otro caso. Lo primero que pregunté fue: ¿eran animales o personas? Es un tema que me interesa mucho, lo poco que sabemos realmente del mundo animal (¡como si hubiera otro mundo!). Pero no eran animales. O sea, eran personas, de las que pueden entrar a El Corte Inglés sin problemas, no siendo ni ratas ni bacterias o moscas. ¿Cómo lo sé? Porque si a una mosca o bacteria o rata se le presenta un choro zapato virtual, lo despreciará, como si no existiera; en cambio, las personas no. Con esas dos pruebas (la entrada a El Corte Inglés, la percepción positiva del choro zapato virtual) ya podemos determinar si un ser es persona. Pero imaginemos que un animal, un semoviente cualquiera (un mono, un gato, un gorrión), también las pasan. Podría ser, ¿por qué no? Hay cosas más raras. Pues bien, ahí se aplica la Prueba Definitiva y ya no habrá dudas que disipar. Imaginemos que es un mono, así todo resulta más verosímil. El mono, al que podemos llamar Sujeto P1, está en la sección de electrónica doméstica y de oficina de El Corte Inglés mirando con atención una pantalla en la que aparece un choro zapato, y no sólo lo distingue a la perfección sino que reacciona ante su presencia o ausencia (por ejemplo, con gruñidos de aceptación o decepción respectivamente). De acuerdo. Ahora digámosle a ese mono que Todo es un Toldo. ¿Qué, eh? Ingenioso, ¿verdad? Eso no falla. Estábamos a punto de creer que el mono era persona pero el Toldo puso las cosas en su lugar para que un guardia de seguridad acompañe al intruso hasta la puerta del recinto.
De todos modos, hay que decir que, a pesar de esas tres pruebas, la vida sigue siendo muy confusa…
Yuyo me llama cada tanto con dos objetivos: uno, confirmar (gracias a la magia de la comunicación) que está de cuerpo presente; otro, ver si estoy haciendo un asadito. No es frivolidad: tiene que comer carne por prescripción médica. Cuando el asadito es afirmativo, suele aparecer con alguien. Che, justo me está visitando (eufemismo: les cobra la habitación) una piba canadiense con su amiga que es vegana, ¿las puedo traer? Piba es una categoría incierta, eso primero. Segundo: ¿una vegana a un asado? Traelas, claro. Después seguimos hablando de paparruchadas y me cuenta lo de la aparición de la Virgen. Quedamos en que me completa la relación durante el asadito y yo sigo haciendo brasas y descongelo unas morcillas para la vegana. Está bien, no sé (o no sabía) qué es un vegano. Hasta marcianos llego. A partir de Plutón ya me pierdo. El email (dejémonos de rodeos) de Alfio Crionero me llegó un par de días después.
No solo Yuyo sino otros seres acuden al asadito. Como no tengo en la puerta de casa un guardia de seguridad de El Corte Inglés ni una imagen virtual de un choro zapato, ni idea de si son humanos o del otro tipo. Miento: los mosquitos son claramente del otro tipo. Es terrible lo de los mosquitos, hasta el punto de que se han vuelto obsesivos y rayan la sicopatía. Qué digo: están instalados alegremente en ella. ¡Qué manía con hacerse notar! Eso no puede ser normal, seguro que tiene origen en algún trastorno, no sólo de personalidad sino seguramente orgánico. Es como si no pudieran parar de manifestar su mosquitidad en todo momento: soy un mosquito, soy un mosquito, no olvides que soy un mosquito, eh, sin distracciones, que soy un mosquito… agotador. Lo único que tiene de bueno es que uno no tiene que aplicarles ningún test para saber si son personas: no lo son, son mosquitos. Yo los mato sin piedad.
Cuestión que Yuyo se aproxima a la parrilla, donde el sudor ha producido los primeros cachos jugosos de carne rosada y grasa tostadita (sin mencionar los choris—¡no choros!–que ya se manducan unos cuantos con o sin su pan) y las morcillas pro alimentación vegana empiezan a bullir sensualmente en su inimaginable (ni siquiera virtualmente) interior, y me las presenta, no recuerdo sus nombres ni ahí pero llamemos X a la canadiense y Remedios a la vegana, que tampoco ha pasado ninguna prueba o test y por consiguiente seguimos sin saber qué clase de especie es. Ojo: hablar no demuestra nada, y si no que le pregunten a Poe, el célebre autor de cuentos de terror y misterio que murió congelado y borracho en las calles de Richmond hace más de un siglo y que, por ende, no podría responder en persona pero, dada la extrema rareza de la vida, puede hacerlo, figurativamente, a través de sus escritos y, en este caso en particular, a través de The Poetic Principle y, sobre todo, The Philosophy of Composition, que la canadiense no había leído porque era de Québec. Lo cual derivó en lo obvio: Catalonia too is an oppressed nation. Había varios catalanes al amor de las brasas con la boca llena de choripán y chorreando chimichurri que prefirieron tragar y no atragantarse antes de soltar sentidas afirmaciones al respecto. Uno que había tomado más vermut del reglamentario antes de los choris que ahora rempujaba con totín, señaló que todo era un problema de identidad y yo recé porque no lo escucharan (si es que escuchan algo esos bichos) los mosquitos autorreferenciales. Pero ahí fue cuando la vegana señaló con el dedo desnudo lo que crepitaba deliciosamente en la parrilla y aulló: ¿Qué es eso, por diossss? ¡Un animal muerto! La vegana resultó ser argenta, vueltas de la vida.
Como suele ocurrir, tenía y no tenía razón. La responsabilidad de eso es de otro ilustre fallecido, al que no se le puede preguntar nada ya y que encima no dejó sus opiniones tan claramente escritas como Poe. Los cachos de materia que se asaban a la lumbre de las brasas estaban, igual que Poe y Heráclito, requetemuertos sin duda pero no pertenecían a un animal sino a varios. De todos modos, a efectos prácticos, decidimos pasar por alto ese tecnicismo y le dijimos que en efecto así era. Ahora ya lo sé: los veganos no vienen de ningún planeta que no sea este y su particularidad radica en que no pueden ingerir ningún alimento (animal, vegetal, mineral, humano o venusino) que haya sido obtenido con violencia. A efectos prácticos también, decidimos no discutir la definición de violencia y aceptar la que recomiendan las redes virtuales. Por ejemplo, la Fundéu es una red virtual que recomienda ese tipo de cosas: qué podemos aceptar o no como violencia, y qué pasa cuando violencia sufre una violencia en sí misma y pasa a ser biolensia; en pocas palabras: ayudan a bolber a la biolensia hinisial. Fundéu, a pesar de lo que su nombre indica, no fue fundada por ningún dios sino por humanos (en concreto, por españoles urgentes) que pasaron todos los tests antes detallados, incluido el súper definitivo del choro, que está admitido en segunda acepción por ellos como persona audaz o resuelta, vulva o mejillón en Bolivia y Chile, y de zapato ya ni hablemos.
Yuyo y yo le tuvimos que explicar con inusitada paciencia (mientras X, la canadiense, que era mucho más apiolada y cero vegana, masticaba toda clase de exquisiteces asadas) que eran mucho menos, muchísimo menos veganas las lechugas y tomates y pepinos de la ensalada que estaba comiendo sin la menor preocupación que los cachos de nerca muerta, porque nosotros sabíamos a ciencia cierta, y por ser testigos del hecho, que, por ejemplo, las lechugas, que a la sazón crecían en la huerta sita al ladito de la parrilla, habían sido arrancadas de la tierra madre sin la menor suavidad, con alevoso encono y cero buena onda, en tanto que la vaca cuyos trozos nos aprestábamos a deglutir había cedido de manera voluntaria sus restos a las brasas, toda vez que éstos no fueren objeto de defunción violenta u actos ajenos a la decencia y el deseo de bien. Y que teníamos en nuestro poder el certificado concomitante, a lo cual la argenta abrió los ojos con perspicacia y dijo: ¿Ah sí? Lo quiero ver. ¿Y no querés saber cómo murieron los tomates y los pepinos? La zanahoria estaba tan maltratada que no la pusimos por lástima. Y yo que vos escupía ese vino: las uvas las pisaron presidiarios condenados por los peores delitos. Reme no escupió, tampoco era idiota.
Cuando todos se fueron a morfetear a las mesas y yo me quedé dando vuelta el vacío, Yuyo me contó lo de la aparición. El vacío es el corte metafísico de la gastronomía carnal, dicen, pero yo me resisto a aceptar un lugar común tan obvio. Decir que algo es metafísico es muy fácil, pero demostrarlo más allá del chiste ya no es lo mismo. Para mí, el corte más metafísico es el bife de chorizo. Yuyo no discutió eso, porque para él, metafísico es lo mismo que nada; en cambio, lo de la aparición sí que le parecía algo. Hay que decir que Yuyo tiene amistades y conocidos muy peculiares, incluso a pesar suyo, porque hace todo lo posible para librarse de los más insólitos y extravagantes pero cada vez que consigue poner punto y final a la amistad con uno de ésos, se le instalan existencialmente otros dos como mínimo. No tiene dónde ponerlos en su corazón. Ya una vez trató de venderle los amigos sobrantes a un flaco al que le escaseaban, y todos sabemos cómo acabó eso. Cada tanto, Yuyo se tropieza con una nueva persona (él no los somete a ningún test, sería agotador) que, a primera vista, cumple con todos los requisitos y condiciones de la normalidad; pero no. Fijesén si no en X y sobre todo en Reme: sí, son sus subinquilinas, pero ¿quién trae a sus subinquilinas a un asado? Después que no se queje. Nos servimos un poco más de vinito, que se estaba calentando al lado de la parrilla. No hubo una brisa.
Antes de X y Reme, en la habitación que Yuyo denomina “la 404” había parado un par de meses una señora extranjera que venía a hacerse una revisión médica dermatológica, cuyos detalles nos vamos a reservar porque no le interesan a nadie. Extranjera de dónde, le pregunté a Yuyo, pero él alzó los hombros. Yuyo es capaz de darle ese título a alguien procedente de Lleida, por ejemplo. ¿No sería de Lleida?, le dije. No, no, era más extranjera. Pero hablaba correcto castellano; una dama. Y ahí hizo un gesto que denotaba gran finura: juntando pulgar e índice derechos, hizo descender la mano desde la altura del cuello hasta la boca del estómago. Eso en él es definitivo: como si abriera un cierre relámpago de la elegancia suprema y dentro sólo hubiera valores supremos imaginarios; a mí me vino la imagen de mi tía. La dama, a la que llamaremos Doloris para preservar su intimidad, iba y venía con regularidad de su pack de consultas médicas y compras exclusivas y su discreción era tal que Yuyo a menudo no sabía si había entrado y estaba en su habitación o no. Una de esas tardes de incertidumbre, Doloris abrió sutilmente la puerta y encontró a Yuyo cavilando acerca de la empecinada propiedad menguante del dinero, sobre todo cuando es poco y uno lo sostiene entre los dedos temblorosos. Leé a Marx, le dije; está Toldo. ¿Eh?, me contestó. Nada, ¿querés vacío? Dale. Qué bueno este vinito, etc. Y: shhh, no le digás a nadie, sobre todo nada a las chicas, a ver si se asustan y dejan la 404. Soy todo tumba, lo tranquilicé.
Doloris entró en la sala donde Yuyo cavilaba con tanto sigilo y donaire a la vez que él se sobresaltó medianamente. ¿Le importa si me siento? Me podés tutear, le dijo Yuyo, pero ella, con elegancia, hizo como si no oyera. Ay, estoy agotada. ¿Tendría un vasito de agua? Yuyo le trajo. Me imagino, le dijo, tanto trajín de médicos, ¿no? Ah, sí, pero no es eso lo que me fatiga. Y entonces se lo soltó sin más preámbulos constitucionales: de hacía un tiempo a esta parte se le aparecía la Virgen. Chau, pensó Yuyo, otra persona de apariencia normal que deviene en chapita. Pero Doloris no puso cara de mística, poseída o desesperada: lo que sentía era cansancio. Porque el problema no era, no es, ¿comprende, Yuyo?, la Virgen en sí sino que sus apariciones, al principio breves, fugaces, casi tímidas, se habían ido prolongando y a veces la Virgen se quedaba allí con ella durante horas. ¡Horas enteras, Yuyo! ¿Me permite una pregunta personal, Yuyo? Cómo no, faltaba más, Doloris. ¿Qué tipo de nombre es Yuyo? Ud. sin duda tendrá uno menos… familiar, digamos, que suene menos a apodo. Me gustaría poder interpelarlo por ese nombre. ¿Cómo lo llamaron al nacer? ¿A mí? No, Yuyo fue siempre mi nombre; si quiere le muestro mi documento. No, no, por favor, le creo: Yuyo está bien, entonces.
¿Y por qué le mentiste? Vos te llamás Cerezo, le recriminé. ¡Y por eso, flaco! Imaginate: me está contando que se le aparece la Virgen, la señora se llama Doloris y yo le salgo con ese nombre improbable. Además, Cerezo nadie me dice… ¡no me decía ni mi vieja! Peor mi hermano, que le pusieron Jaxon y siempre firmó al revés, como si tuviera dos apellidos y ningún nombre. Sí, eso ya me lo habías contado; ¿y qué pasó con Doloris? Doloris se le había quejado largamente pero con esa lánguida desafección de las damas de verdad (aquí gesto de cierre relámpago) de que las apariciones se habían extendido a tal punto que, y esto la llenaba de vergüenza, se había visto obligada a faltar a varias citas médicas y había días que casi no podía dejar la habitación. ¡Por eso Yuyo no la veía entrar o salir! Doloris era sigilosa y discreta pero no tanto: directamente no salía. Y todo por no desairar a la Virgen. Se daba el caso, además, de que Doloris, a pesar de su nombre, ni siquiera era católica; era protestante. Para ella el Toldo era aún más abstracto que para, por ejemplo, X, que ahora era lesbiana pero había ido mucho a misa. Entonces, ¿X y Remedios…? No, no, Reme era vegana; X, lesbiana. No confundamos, por favor. El hecho de que dos mujeres cohabiten juntas en la misma chambre no quiere decir que ambas tengan que ser veganas obligatoriamente. ¿Y qué hacía la Virgen durante las apariciones, cómo se le aparecía, hablaban… no sé? Siempre, desde la primera vez, se le había aparecido con toda simpleza, ataviada de Virgen y sin mucho resplandor ni halo; al principio parece que se limitaba a permanecer un rato ahí, de pie, con timidez, como disculpándose por la intromisión, pero con el correr de las apariciones empezó a sentarse y fue cobrando confianza y cierta soltura, así que las dos se pusieron a conversar de asuntos de mujeres y el tiempo volaba. Pero se ve que eso a la Virgen no le preocupaba, es más, que incluso era parte de su objetivo: necesitaba matar el tiempo, tenía demasiado. Doloris, en cambio, estaba dejando de lado parte de sus obligaciones y compromisos por no dejar colgada a una Virgen en la que no había sido educada. ¿Qué hacer?
¿Ves?, le dije a Yuyo, ella se ve que leyó a Lenin. ¿Y qué hizo? Porque ya se fue, ¿no? Sí, Doloris se fue hace más de un mes. No sabía qué decirle, flaco, porque por un lado me daba un poco de cuiqui lo de las apariciones pero por el otro Doloris me pagaba casi el doble de lo que cuesta la 404. Yo de Yuyo lo primero de todo habría sometido a la Virgen a las tres pruebas definitivas: si la dejaban entrar a El Corte Inglés (a Doloris no le habría resultado complicado convencerla de que la acompañase), era sensible a la presencia virtual del choro zapato y reaccionaba con indignada sed de justicia frente al silogismo del Toldo, no era LA Virgen sino simplemente una virgen, y en la 404 estaban viviendo dos personas. Ahora, si alguna de las pruebas fallaba, la cosa era más seria. Pero Yuyo es hombre de recursos, y así como convierte la plata en nada, de esa misma nada es capaz de sacar pequeñas soluciones para los problemas más grandes. Le dijo sencillamente que la convenciera con muy buenas maneras de que espaciase más las apariciones y que las hiciera más cortas también, porque cada cual tiene sus asuntos que atender y nadie mejor que la Virgen para comprenderlo; además, lo bueno si breve dos veces bueno. Y la Virgen lo entendió. Al final, Doloris pudo terminar los análisis y exploraciones y volvió a su país, y le dejó una suculenta propina a Yuyo. Lo único que le preocupaba a él era que la Virgen se hubiera aquerenciado con la 404 y ahora se les apareciera a X y Reme, pero no les quería preguntar para no levantar la perdiz y espantarlas. ¿Querés que lo averigüe yo?, le ofrecí. ¡No!, me cortó en seco, ¡vos sos un animal! Eso me dejó pensando: quizá el que tenía que someterse a los tres tests era yo.
Al rato apareció X. No sé qué le pasa a tu gato, me dijo. Es una gata. Bueno, pues no sé qué le pasa a tu gata. ¿Y qué le pasa? ¿No te estoy diciendo que no sé? Así no íbamos a ninguna parte; cambié de pregunta: ¿adónde está? Según la Fundéu, esto está mal dicho. La forma correcta es dónde está. Si uno dice “adónde”, señala la institución virtual, está añadiendo una partícula direccional innecesaria, porque la gata está en un sitio a la vez, no puede estar en un sitio e ir hacia ese mismo sitio a la vez. Eso dice la Fundéu, y recomienda usar la forma correcta. Pero yo dudo que la gata esté en un sitio fijo. Ni siquiera a la vez. Me parece que la Fundéu nunca tuvo gato. Total que cuando le pregunté adónde a X me dijo en cambio que se estaba refregando contra el suelo, inhalaba extáticamente como si hubiera algo especial en el aire, era presa de temblores, se le erizaban los pelos, daba saltos desordenados y hacía mil rarezas, como presa del mar (sic) de Sambito (sic). No pude contenerme y dije: habrá visto a la Virgen. Pero X puso cara de asco y dijo: estos ya están borrachos; me voy a terminar la infusión de valeriana que preparó Reme. ¡No le habrán dado a la gata! Y yo qué sé, ¿por?, dijo X. Por nada. Valeriana officinalis. Eso me pasa por dejar entrar a personas humanas en los asados.
Al cabo de unas horas de dejarse picar por los mosquitos identitarios e ingerir diversas materias primas y elaboradas, los asistentes empezaron a retirarse y se hizo de tarde y después de noche. A eso de las 3 a.m. me llamó Alfio Crionero desde Buenos Aires. Estaba exaltado. ¿Venís para acá?, le pregunté. No imaginaba otro motivo para su intempestiva llamada. Nooo, flaco: te tengo que contar algo… ¡terrible! Mirá, le dije, si es sobre una aparición de la Virgen, olvidate; no me interesa un pito. ¡¿Cómo sabías?!, aulló excitado. Da igual, Alfio; ¿vos sabés la hora que es? ¡Sí!, siguió aullando, ¡las diez!
Eso será en Marte, Alfio. Además hoy se me agotó la fe. Y le colgué el teléfono.
Andrés Erenhaus vive en Barcelona y es traductor especializado en Shakespeare. Entre sus libros: Un obús cayendo despedaza, La seriedad y Tratar a Fang Lo.