No se puede contar del todo con las mascotas, que suelen hacer lo que quieren. Una familia, una esperanza perruna y un chico que se puede divertir con la desilusión.

Mi papá dijo que Simón se la iba bancar como un duque. Yo no estaba muy convencido, Simón es de esos perros que hacen lo que se les canta. Nunca en la vida te va traer de vuelta una pelota de goma cuando lo ponés a jugar para que baje la panza. Se echa en el piso y mordisquea la pelota hasta que la deja media desarmada. Esa noche que mi papá dijo que lo iba anotar a Simón en el programa ese que los perros tienen que pasar por el agua y tirar unos bolos de boulin se pelearon con mi mamá. Él dice que Simón está gordo porque mi mamá lo consiente como a mí y le da de comer fideos y dulce de leche. Mi mamá dice que si sabe tanto que se encargue él de las compras y de la comida y de alimentar a toda la familia como hace ella que trabaja en una oficina de cuarta y se la pasa limpiando y cocinando y total para qué si la plata no alcanza ni para cambiar el televisor. Entonces mi papá le dijo que se quede tranquila que Simón iba ganar para nosotros el jóum zíater y la convenció que lo ponga a régimen para estar diez puntos en el programa. Y después se quedó tranquilo como hace rato que no lo veía, y le hizo una sonrisa grande a mi mamá y otra a mí y nos dijo que ahora nuestra familia tiene que estar unida para enseñarle a Simón cómo ganar el jóum zíater y que vamos a triunfar de una vez por todas.

Desde esa noche que lo anotó lo llevamos al parque todos los días para que haga ejercicio y le medimos la comida con una jarrita de plástico. Lo entrenamos para que tire todos los bolos de una y se aguante meter las patitas en el agua, justo lo que él odia, pero lo hicimos practicar corriendo adentro de la fuente de la plaza que está media vacía y conseguimos que avance cuando le gritamos y le hacemos ruido apretándole el estómago a un osito de goma que me regalaron cuando era más chico. Lo entrenamos como dos meses. Ya nos pensábamos que no nos iban a llamar nunca pero la semana pasada atendió mi papá durante la cena y cuando colgó se puso a gritar que teníamos que ir hoy al programa. La abrazó a mi mamá, me abrazó a mí y hasta lo abrazó a Simón, de contento que estaba.

Esta tarde mi papá y mi mamá salieron antes del trabajo y me pasaron a buscar a mí y a Simón porque el programa lo graban temprano y lo pasan a la noche. El canal es grandísimo. Guido que es el que conduce no le daba bola a nadie pero después cuando empezaron a grabar era simpatiquísimo con todos los participantes. A mí me preguntó el nombre, a qué grado voy, si soy el dueño de Simón y por qué se llama así. Qué sé yo, le dije, y me acarició la cabeza y me dijo que soy un amor. Ahí tiramos de una ruleta grande como el lívin de mi casa y salió que para ganarnos el jóum zíater Simón tenía que tirar los diez bolos. “Listo” dijo mi papá, porque tirar todo junto es lo que mejor le sale a Simón que es bastante bruto.

Lo tenían del otro lado del estudio adentro como de una jaulita de vidrio hasta que sonó un timbre. Corrieron la puerta de la jaulita y Simón ni se movió. Fuimos los tres a llamarlo y a gritarle de cerca pero nada. “¡Simón, Simón!” le decíamos. “¡No seas pelotudo Simón!” se me escapó a mí, y Guido se mató de risa. Pero por más que le gritemos y lo llamemos Simón no se movía y nos miraba con ojos de carnero degollado. Dos o tres veces hizo como que se iba largar al agua pero se volvió a sentar. Al final Guido dijo que estaba bien, que Simón no tenía ganas de jugar. Y llamó al participante siguiente.

El viaje de vuelta a casa fue horrible. Mi papá estaba mudo como una estatua, mi mamá lloraba despacito y yo de la rabia que tenía no quería ni mirarlo a Simón que venía en el asiento del auto al lado mío. Cuando llegamos mi papá tardó en entrar y por el ruido me di cuenta que le dio con la zapatilla por haberse portado mal y hacernos volver sin el jóum zíater. Simón lloriqueaba pero yo ni me moví ni le dije nada a mi mamá que se encerró en el baño. Mi papá dice que para tener una mascota así mejor lo dejamos en la calle o llamamos a la perrera. Qué sé yo, por ahí tiene razón.

 

Patricia Odriozola es docente y escritora. Es autora, entre otros, de Dios era argentino y Felisberto.